Menéndez
Pelayo.
Godofredo.
¿Qué habrá hecho el emérito intelectual
español para ser objeto de la ira iconoclasta de la actual
directora de la Biblioteca Nacional? Tal vez el problema sea que Don
Marcelino Menéndez Pelayo era, no sólo un buen español, sino un
ferviente católico, además de un gran intelectual que dejaría en
ridículo a muchos de los que hoy pontifican en nuestras cátedras
universitarias, que ocupan década tras década formando, o por
decir la verdad, deformando a la juventud española, y que no verían
con disgusto el que se retirase esa estatua de aquel “fanático
ultramontano”, que les recuerda que son enanos a lomos de
gigantes.
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Para los que nos dedicamos a la Historia,
evidentemente desde una perspectiva católica, y por ello
semiclandestina, la figura de Don Marcelino es un modelo al que
espiramos imitar, no sólo por su marcada fe, sino también por su
formación y por los logros que alcanzó a una edad en la que muchos
de nosotros estamos todavía esperando lograr un trabajo digno
dentro del ámbito universitario, saturado de sátrapas que todavía
creen en que Marx vendrá y nos redimirá de la lacra de la religión,
y nos descubrirá las maravillas del Materialismo histórico. Esta
es la triste realidad de la Universidad publica española, donde en
muchos casos el alumno recibe una buena dosis de adoctrinamiento
marxista o similar, dándose el caso de que muchos entran creyentes
y salen ateos convencidos.
Pero volviendo al caso de la estatua, quisiera
saber que mal hace en el lugar en que esta emplazada, pues en Don
Marcelino se da la doble circunstancia de haber sido un gran
intelectual y director de la misma. Será que la señora directora
querrá colocar allí un monumento que recuerde a su persona, o
alquilara el espacio para alguna escultura más funcional, cuyo
significado el espectador tenga que descubrir tras largas y arduas
meditaciones simbolistas. Sea lo que sea, lo curioso es que en España
estamos viviendo una epidemia curiosa, que sólo afecta a los
monumentos, y entre ellos a las estatuas de ciertos personajes que
no parecen cuadrar en el nuevo orden nacional. ¿Se verán afectadas
por esta epidemia las estatuas que adornar la escalinata de la
Biblioteca Nacional? ¿La estatua de Isabel La Católica ubicada en
Concha Espina? ¿La levantada en honor de Su Santidad Juan Pablo
II?, y lo que seria más curioso, ¿desaparecerá el monumento a
Alfonso XII del Retiro y será sustituido por otro en honor al nuevo
Pacificador?
En fin, esperemos que no se lleve a cabo este
acto en contra de una de las mayores figuras de la intelectualidad
española, y en caso de que se llevase a cabo no estaría mal erigir
otro monumento a Don Marcelino allí donde la larga mano de la
directora de la Biblioteca Nacional no puede tocarlo, pero en esta
España que nos ha tocado vivir ninguna estatua esta ya a salvo,
bueno casi ninguna, pues depende del personaje y de los planes de
remodelación de plazas y monumentos del Ministerio de Fomento.
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