El mundo entero celebra la Navidad, unos, cristianamente, otros,
en la esfera laico-pagano-consumista. Luces multicolores,
villancicos, belenes, cava y turrón inundan calles y
familias.
El sentido auténtico de las Pascuas de Natividad es la
conmemoración del nacimiento de Jesús, el Niño-Dios.
Hace dos mil años, María concibió virginalmente a un varón
que hizo cambiar hasta el calendario, que se ajustó al año
aproximado de su nacimiento. La historia cultural, social y
religiosa de España resulta inenarrable sin tener en cuenta aquel alumbramiento.
Hoy Nazareth es un pueblo poco importante, con 40.000
habitantes, una mitad cristianos y la otra musulmanes. Está
situado a 141 kilómetros de Jerusalén, tierras que podemos
descubrir de muchos modos, como viajando o leyendo las
Sagradas Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento. Tierras
donde la paz definitiva que predicó Jesucristo no acaba de
llegar.
El mismo Jesús que enseñó las Bienaventuranzas, acogió a
los oprimidos, dió pan y peces a los hambrientos, también fue
crucificado, el poder político de entonces no podía consentir a
alguien tan "políticamente incorrecto", como diríamos
hoy.
Jesús también fue un Niño-Dios inocente, dulce, manso y
limpio de corazón como esos pequeñuelos que vemos jugar en los
parques, ajenos a las maldades del mundo. Así mismo es como nos
quiere Dios en su Reino.
La Navidad es la fiesta que humaniza al mundo, con buenos
deseos e intenciones. Que siempre sea Navidad en nuestro corazón.