Pétain
embajador ante Franco.
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Ya a comienzos de
1939, los franceses tenían prisas por reconocer a
Franco, y así el 28 de febrero -al
mes y dos días de la liberación de Barcelona por los
Nacionales, con la consiguiente huida de los rojos hacia
la frontera francesa-,
Gran Bretaña y Francia reconocían al Gobierno de
Franco. El presidente del Consejo, Edouard Daladier al
tener que restablecer las relaciones diplomáticas con
España, pensó en Pétain, por su reconocido prestigio
y por sus antiguas relaciones con Franco, lo que podía
también contribuir a que el Caudillo olvidara que
Francia había estado de parte de los republicanos,
enviándoles armas y toda clase de ayudas, durante el
gobierno del socialista Léon Blum. Y es que Francia
había apostado por el caballo perdedor y ahora alguien
debía arreglar el asunto. Para el ministro de
Relaciones Exteriores, Georges Bonnet, con ese
nombramiento realizado el 2 de marzo de 1939, lo que se
buscaba era reconciliar a Francia con España antes de
que estallara la guerra con Alemania. |
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Este nombramiento
ocasionó una gran diversidad de pareceres y opiniones
encontradas. Así la publicación romana “Lavore
Fascista” destacaba la influencia de Pétain sobre
Franco, dada la estima entre ambos militares, y veía los
esfuerzos que hacía Francia para atraerse a Franco, temiendo
perder las relaciones privilegiadas que mantenía Italia con
el Caudillo. Un diario de derecha francés, decía que Pétain
iba a encontrar en Franco a uno de los mejores alumnos del
Colegio Militar de Francia y un compañero muy querido en la
pacificación franco-española de Marruecos. Según el periódico
“L’Excelsior” había
sido un gran acierto la designación de Pétain como embajador
en España. También salió a la luz pública una entrevista
con el mariscal en la cual éste calificaba a Franco como
persona de “gran intelecto, tranquilo y reflexivo”. Por el
contrario, las izquierdas francesas acogieron con disgusto la
noticia y así Léon Blum a través de su órgano de prensa “Le
Populaire” manifestaba: “Al más noble, al más humano
de nuestros soldados no le corresponde estar con Franco”.
“Enviar al mariscal Pétain a Burgos, capital provisional de
la España franquista, es muy chocante..., es de mal gusto”.
El entonces coronel De Gaulle, también compartía la opinión
de Blum: “¡Un mariscal de Francia aceptar ese puesto! ¡El
mariscal está atacado de vanidad senil!”.
Franco se mostró
complacido, pues Francia le enviaba como embajador a uno de
sus jefes predilectos, al héroe de Verdún. Esta decisión
también fue muy bien acogida por el entonces ministro de
Interior, Ramón Serrano Suñer, quien manifestó lo
siguiente: “Fue únicamente él, el que supo conquistar
nuestra simpatía a pesar del recuerdo de la actuación de su
país que difícilmente se podía olvidar”.
El ministro de
Relaciones Exteriores, Georges Bonnet, explicó a Pétain que
su misión principal sería velar por la aplicación de los
acuerdos firmados el 25 de febrero de 1939 por el diplomático
Léon Bérard y el general Francisco Gómez-Jordana, ministro
de Relaciones Exteriores de Franco, y que eran los siguientes:
mantener relaciones amistosas entre los dos países; resolver
el problema de los refugiados; devolución del material de
guerra republicano, así como la del oro español depositado
en Mont-de-Marsan, además de la flota republicana que había
huido a Bizerta y permanecía amarrada en su puerto, del
ganado llevado a Francia, los barcos de pesca, tesoros de
arte, dinero en efectivo y materiales de valor; mantener la
neutralidad española y obtener del Gobierno de Franco las
piritas tan necesarias para la fabricación de explosivos.
El 16 de marzo de
1939 Pétain viajó en el expreso de París-Hendaya,
descendiendo en esta estación fronteriza, atravesando el
Bidasoa por el viejo puente. Una vez en territorio español
fue recibido por el jefe de la frontera, el coronel Sanz-Agero
y por el coronel Ungría. El mariscal partió inmediatamente
para San Sebastián, alojándose en la “Villa Zinza”, en
el barrio de Alegorrieta. Aquí permaneció durante seis meses
antes de trasladarse a Madrid. Ante la tardanza de Franco en
concederle la audiencia solicitada por el embajador francés,
éste confesó a uno de sus colaboradores: “Comienzo a
perder la paciencia. Si Franco no quiere recibirme, escribiré
al presidente Daladier para que me haga volver a París”.
Después de una semana de su llegada a la capital donostiarra,
el 24 de marzo, fue la fecha señalada para presentar las
credenciales ante el Caudillo. El recibimiento fue frío y
Franco, durante largo tiempo despacharía las visitas del
embajador francés permaneciendo en pie, hablando muy poco y
despidiéndose sin acompañarle hasta la puerta. Y es que aún
no se había despejado el resentimiento acumulado contra
Francia por su ayuda a los republicanos durante la Guerra
Civil española. La misión de Pétain resultó al principio
dura y complicada. Franco acusaba a Francia de mala voluntad
en la ejecución de los acuerdos Gómez-Jordana y Bérard,
requiriendo la restitución de la flota republicana internada
en Bizerta, el oro del Banco de España y la devolución del
material militar todavía en el país vecino. Todo ello creaba
tensiones en las relaciones franco-españolas. Pétain, en
contra de la opinión del general Gamelin, insistió en que se
cumplieran todos los acuerdos firmados, deseando de esa forma
agradar a Franco y de paso también conseguir la neutralidad
española en caso de guerra, que ya parecía inminente, pues
después del Pacto de Munich firmado el 29 de septiembre de
1938 entre los Gobiernos de Alemania, Italia, Inglaterra y
Francia, Hitler había invadido Checoslovaquia con sus tropas
y había establecido allí un protectorado en marzo de 1939.
Pero por fin, el
24 de junio de 1939, el Consejo de Ministros francés acordó
la devolución del oro.
El embajador se
preocupaba de conocer las intenciones de Franco, ya que sería
una tragedia para Francia el que se viese acometida por tres
flancos. Tras varias conversaciones, Pétain logra cerciorarse
de que el Generalísimo no pretende lanzar a la exhausta España
a una nueva aventura.
A las 17 horas del
3 de septiembre de 1939, Francia se pone al lado de Inglaterra
al declarar la guerra a la Alemania que ha invadido a Polonia.
En tres días, Hitler aniquila al ejército polaco. Aunque es
verdad que la Unión Soviética le echa una mano, también lo
es que el éxito de la Wehrmacht no habría sido tan
fulgurante si las 110 divisiones inglesas y francesas
desplegadas frente a sólo 25 alemanas, hubiesen mostrado algún
indicio de movimientos ofensivos.
Una semana después
del ataque de Hitler a Polonia, Edouard Daladier llama a Pétain
a París, pidiéndole que entrara a formar parte de su
gabinete, a lo que el mariscal se negó. Por otro lado, Pétain
deseaba regresar a Francia para participar en las
deliberaciones militares a alto nivel, en las cuales podía
ser de gran utilidad los conocimientos que había adquirido en
la I Guerra Mundial. Pero Daladier mantuvo al embajador en
España, pues deseaba tenerlo lo más lejos posible de Pierre
Laval.
El 1 de enero de
1940, Pétain envió desde Madrid un telegrama al ministro de
Relaciones Exteriores, exigiendo se cumplieran los acuerdos y
compromisos firmados con España. En la recepción que ofreció
a la colonia francesa en los salones de la embajada con ocasión
del nuevo año, el viejo mariscal manifestó: “Bajo la sabia
dirección del general Franco, España se está recuperando de
los sufrimientos de una guerra civil que ha sido la más
horrible de todas las guerras”. Acto seguido, invitaba a los
asistentes al acto a ayudar a España a resurgir, lo cual tenía
que ser una obra de justicia y de amistad.
El
día 1 de mayo de 1940, el presidente del Consejo, Paul
Reynaud llamó a Pétain a París para ofrecerle un puesto en
el gabinete como ministro de Estado. El mariscal aceptó la
oferta pero pidió permiso para volver a Madrid para arreglar
los asuntos más urgentes, partiendo hacia España el 9 de
mayo. Parece ser que de esta forma Reynaud ponía a Pétain
como un contrapeso contra su ministro de Defensa, Edouard
Daladier, y su general en jefe, Maurice-Gustave Gamelin. También
se aprovechaba de la lucidez del viejo mariscal, que le podía
ser de gran utilidad, a la vez que los políticos de izquierda
mostraban simpatías por Pétain.
Antes
de dejar Madrid, Pétain solicitó una entrevista con Franco:
“Mi Patria está en peligro. Me llaman para hacer la paz y
firmar el armisticio. Su Excelencia tenía razón. He aquí la
obra de treinta años de marxismo. Me llaman para hacerme
cargo de la Nación y vengo a decirle adiós”. El Generalísimo
trató de persuadirle de que no aceptara las nuevas
responsabilidades: “Usted es el símbolo de la Francia
victoriosa... Se expone a convertirse en el rehén de la
rendición francesa... Lo llevan a usted al altar del
sacrificio”. “La emoción velaba los ojos del viejo
mariscal –contó posteriormente Franco- y un consejo de camarada leal me viene a mis labios: no vaya,
mariscal, alegue su avanzada edad. Que los que han perdido la
guerra la liquiden y firmen el armisticio. V.E. es el soldado
victorioso de Verdún. No dé su nombre a lo que otros han
perdido”. A lo que Pétain contestó: “Lo sé, mi general,
pero mi Patria me llama y me debo a ella. Este es, quizás, el
último servicio que pueda rendirle”.
El
10 de mayo de 1940 los alemanes atacaron Bélgica y Holanda,
lanzándose contra la frontera francesa por el noreste, y el
16 iniciaron la penetración por las Ardenas con divisiones
Panzer ayudados por la aviación. En ese día Paul Reynaud
envió un telegrama cifrado a la embajada de Madrid, exigiendo
la presencia inmediata de Pétain en París, debido a la
gravedad de la situación. A las ocho de la mañana del día
siguiente, el embajador partió en automóvil hasta Hendaya,
donde tomó el expreso nocturno, llegando a la capital de
Francia a las ocho de la mañana del 18 de mayo de 1940.
Reynaud ofreció al mariscal el cargo de viceprimer ministro.
Una vez hubo aceptado Pétain, el primer ministro Reynaud se
dirigió por radio a sus compatriotas, y después de advertir
que la situación era grave, comunicó la decisión que había
tomado de designar a Pétain para su gabinete: “El vencedor
de Verdún, el hombre que no dejó pasar a los atacantes de
1916, el hombre que reafirmó la moral del ejército francés
en 1917, haciendo posible la victoria, el mariscal Pétain, ha
vuelto esta mañana de Madrid donde ha prestado grandes
servicios a Francia”.
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