Es de pura
disposición natural y no admite incertidumbre alguna para el caso de
la verdad, que los regímenes políticos deben de estar en función de
los pueblos, y no los pueblos a expensa de ellos. Cuestión vital si,
como es nuestro caso, la máxima jefatura de la nación la ostenta un
señor que no ha sido elegido por sufragio universal, entronizado
subterfugiamente, esto es, como escusa para sortear su dificultad
dentro del mismo paquete de medidas que definen la organización
jurídica y política de la nación. Que es el debate nacional
pospuesto durante treinta y cinco años. Un debate que no nos hemos
atrevido a plantear por ese espíritu pusilánime del que hemos hecho
gala durante buena parte de nuestra historia. Por eso, en uso de mi
libertad de expresión y por el bien de España, si de mí dependiese
se iba mañana mismo, y con lo puesto, que es como los pueblos
soberanos deben echar a los reyes ineficaces para lograr del efecto
que se desea cumplan, la buena gobernabilidad de la nación.
Juan Carlos I ha sido
el promotor e impulsor de esta España festiva y frívola,
deconstructivista, y finalmente autodestructiva, al amparo de una
clase dirigente satisfecha de sí misma, que ha propiciado la banca
rota de la economía y a los que no les ha importado la quiebra de
nuestro sistema educativo y la perseverancia de los valores y
principios morales más elementales, a la par de promocionar la falsa
cultura, convertida en espectáculo mediática al servicio del poder,
conscientes del peligro que la excelencia suponía para su negocio.
Y aunque por
desgracia algunas generaciones no podrán recuperar los años
perdidos, hace falta una rectificación profunda y de amplia asepsia
quirúrgica que opere sobre esta España en evidente estado de
descomposición, que pervive más de lo conveniente cuando su tiempo
histórico debe darse por concluido. Y entre esas rectificaciones, la
primera, la rectificación de la forma de Estado, la Monarquía, pese
a su vertiente ocurrente de ingenios. Porque hace falta recuperar el
principio e ideal aristocrático que otorgue preferencia a los
mejores por su capacidad y talento, que es precisamente lo
democrático. Y ello, frente a la minoría monárquica y contra los
juancarlistas oportunistas. |
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