El estado de completa putrefacción de España, cuya fatalidad ha
dejado de atraer a muchos patrocinadores de la proclama incendiaria
izquierdista, y el fracaso estrepitoso para articular un partido de
corte nacional y cariz populista, ha hecho aflorar y poner en
evidencia a una mayoría más que suficiente, que parece darse cuenta
que la salvación de España pasa por un cambio profundo en sus
estructuras políticas y sociales que permita a la nación dotarse de
suficiente estabilidad para recuperar el destacado papel que nos
corresponde ocupar a nivel internacional. Estamos hablando de una
mayoría que ya opera incluso a nivel municipal por todo el
territorio nacional, ahí tenemos muchos resultados, cuya gestión
puede ser razonable por cuanto ahora sí se cree en la posibilidad de
rectificar lo que se ha venido haciendo en los últimos treinta y
cinco años.
El pueblo tiene una función política que cumplir. Por eso es preciso
que se haga cargo de su función social, procurando la regeneración
de España a todos los niveles. Porque es precisamente el pueblo
quien debe exigir el bien común. Y en nombre de qué puede hacerlo,
sino es en nombre de la nación.
La obligación hacia España obliga y se impone. Porque esa política
separatista que se consiente y esa degradación moral que se alienta
marca condiciones de vida, ejerciendo una influencia nefasta en el
orden político y en las costumbres públicas y privadas. En
definitiva, lo que se impone es un marco jurídico que posibilite un
programa de vida nacional en común. O lo que es lo mismo, recuperar
España como proyecto nacional sin perjuicios y sin esa dosis letal
que ha sido lo "políticamente correcto" porque venía marcado por la
Constitución.
Pero para que este proyecto tenga base suficiente será necesario que
se articule sobre cuatro principios básicos:
1º.- Compromiso de derogar la Ley del Aborto y la de Matrimonios
Homosexuales. Así como el compromiso de no apoyar ninguna norma
que trasgreda el Derecho Natural.
2º.-Compromiso para reformar la Constitución que consagró en su
día, de modo absolutamente irresponsable, el Estado “autonómico”
a través de un complejísimo sistema de distribución competencial
diseñado por el Título VIII porque no brinda un instrumento para
responder al fin que debe cumplir el Estado, al no fijar un
techo competencial a las Comunidades Autónomas que se convierten
en Estados intermedios, tan centralistas y burocráticos como el
Estado central. Un contrasentido jurídico-político que ni el
propio Tribunal Constitucional es capaz de solucionar (Sentencia
32/1981, de 28 de julio). Por cuanto aun reconociendo el
contrasentido admite que se rechace el término de Estado
“central” en cuanto ofende a esas otras entidades políticas del
territorio español, optando por la expresión de Estado de las
“instituciones generales o centrales” o por el de Estado de
“órganos generales” desde el argumento de que, aun admitiendo la
superioridad del Estado, esta superioridad no debe confundirse,
según expresa el propio Tribunal, con la existencia de una
relación de supra-subordinación de las Comunidades Autónomas
respecto al propio Estado.
3º.- Compromiso de luchar contra la inmigración con medidas
drásticas y determinantes como las que ya apuntan determinadas
fuerzas políticas allí donde la inmigración se ha convertido en
un problema nacional:
contención de la inmigración, abolición de la regularización por
arraigo, repatriación de los excedentes de inmigración como
única solución para resolver el déficit público y poder aumentar
los subsidios a nuestra gente, repatriación de los inmigrantes
que se encuentren en paro de larga duración y, por supuesto,
repatriación ya de quienes hayan cometido delitos en España.
4º.- Compromiso en la defensa del Estado de Derecho en relación
a la banda terrorista ETA, que pasa necesariamente por no
negociar con los terroristas y por el cumplimiento íntegro de
las condenas.
La vida ha cambiado mucho. Los problemas a los que hoy nos
enfrentamos, aun siendo iguales o parecidos a los de ayer, exigen
soluciones distintas. Y lo importante es darse cuenta que este
momento es el único que existe. Por más que nos gustase tomar las
armas contra un mar de dolores y luchando darlas fin. La
prudencia exige ser responsables porque hoy las gentes no son como
ayer. Nadie lo somos. |
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Por eso no ha sido curioso, sino significativo, que este año, creo
que tampoco el anterior, con motivo de los actos del 20-N (cada vez
más vacíos) nadie haya gritado por la unidad de las fuerzas allí
congregantes. Y ello, no porque no se crea en los mismos valores,
sino por dos razones:
a) Porque se ha llegado a la conclusión de la inoperancia de
esas sonoridades huecas de odres vacío, como se exponen a hacer
todavía algunos que las barajan con nulo resultado electoral.
b) Porque el grito, que era una necesidad para muchos de
nosotros, ya se oye en los márgenes y en todas las gradas. Y es
mucho más amplio no sólo como potencial, sino como
rectificación. Lo que demuestra que el patriotismo, con sus
diversas sensibilidades, es ya cosa de muchos. Por fin.
Se impone, pues, marcar el paso. Y para muchos, ahí está Rafael
López.-Diguegue marcando el suyo. Y marcar el paso sin renunciar a
la convergencia, que es y se impone mucho más amplia de lo que era
ayer, al menos como colaboración allí donde sea necesario. Que es lo
que no hacen nunca los necios.
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