Porque el honor
no se quita, se pierde
A tenor de la
polémica suscitada por la decisión del Ministerio de Defensa por la
cual se prohibió la exhibición de la enseña nacional y la
interpretación del himno en la celebración del Corpus, que algunos
han calificado de querer quitarle el “honor a las Fuerzas Armadas”
sin advertir que el honor no se quita. A mí se me antoja recordar
hoy al teniente don Jacinto Ruíz Mendoza, que nació en Ceuta en 1779
y, muy joven, siguiendo los pasos de su padre, inició la carrera
militar.
Destinado en Madrid
como teniente de artillería del regimiento número 36 de Voluntarios
del Estado con sede en el cuartel de Mejorada -sito en el actual
número 83 de la calle de San Bernardo-, cuando por todo Madrid el
griterío de muchos madrileños se mezclaba con los cañonazos de las
tropas invasoras, enfermo, y aquejado de fiebre alta, se levantó y
acudió de uniforme para defender la unidad e independencia de
España. Enfrentándose a las órdenes del marqués de Casa Palacio,
coronel del regimiento, que en ese momento porfiaba con un grupo de
subalternos sobre la conveniencia de cumplir a rajatabla las órdenes
recibidas de la cúpula del Ejército: “El ejército español no
debía verse involucrado en ninguna reyerta contra los invasores
franceses.”
Auxiliado por el
capitán Velarde, que providencialmente también había acudido al
cuartel, la oficialidad desbarató la cobardía a la que el
aristócrata coronel quería implicar a todos, que temiendo un
motín y una situación de peligro para su propia vida finalmente
cedió. Inmediatamente aquellos patriotas con un grupo de soldados
acudieron al Parque de Artillería de Monteleón, donde fueron
recibidos con tremendo júbilo por la muchedumbre congregada en su
puerta.
Velarde y Ruíz
consiguieron entrar en el Parque, cuyas tropas mandaba el capitán
Daoiz. Tomada la decisión de repartir armas entre los civiles, aquel
puñado de patriotas resistió las continuas embestidas y el fuego de
las tropas francesas, muy superiores en número y en armas. Pero la
caída de Daoiz y Velarde suscitó que el capitán Goicoechea ordenara
la rendición del cuartel.
Gravemente herido
el teniente Ruíz en un brazo y la espalda, y apenas curado de las
heridas, pues, como tantos otros patriotas que consiguieron huir del
cerco enemigo tras la rendición había sido condenado a muerte por
Murat, salió de Madrid de incógnito camino de de Extremadura.
Muriendo en Trujillo, en marzo de 1809, a causa de las heridas
recibidas en la defensa de la Patria el 2 de mayo de 1808.
Al teniente don
Jacinto Ruíz Mendoza, como a tantos otros soldados de nuestros
Ejércitos y marinos de nuestra Armada, nadie le pudo quitar el
honor, que, pese a las órdenes dadas, no quiso perder. Pues sabía,
como tantos otros a lo largo de nuestra historia, que el honor es lo
único que uno lleva consigo el día en que llega la hora de la
muerte.
Por eso, señores de
La Razón, déjense de tanta monserga mentecata al uso, y si no
quieren apuntar a los responsables de que no se pudiera interpretar
el himno ni exhibir la enseña nacional, al menos no tergiversen la
verdad. Pues el honor no se quita, se pierde.
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