Como también puede
ocurrir hoy, nadie imagino entonces que la II República, pese a ser
tan poco contestada por los partidos de la derecha (que casi desde
el primer momento aceptaron el cambio de régimen propiciado por la
acción de unos cuantos revoltosos tras unas simples elecciones
municipales) y contar con la anuencia que le prestó el Ejército
(pese a la conculcación que de la legalidad constitucional se hizo),
terminara de la forma que terminó. Y es que aquel régimen nefasto se
convirtió en impulsor de una política radical que no hizo sino
acrecentar las tensiones sociales, pues la acción revolucionaria de
la mayoría parlamentaria izquierdista, que siempre tuvo, cambió el
principio de legalidad por el radicalismo ideológico y sectario, lo
que propicio durante el tiempo que tuvo vigencia la división de los
españoles mediante un amplio programa de reformas claramente
beligerantes contra la Iglesia, el Ejército y finalmente contra la
Derecha, a la que el PSOE, fundamentalmente, impedía gobernar so
pretexto de desencadenar la revolución. Con todo, el régimen nefasto
pudo subsistir merced al respeto y a la oferta de colaboración que
al régimen y al sistema político le prestaba, hasta que fue
materialmente imposible, la gran coalición de las derechas, la CEDA.
Sin embargo, la
victoria del Frente Popular (socialistas, comunistas, anarquistas,
radicales y masones: la chusma) en febrero de 1936 terminó de
conculcar definitivamente todo principio de legalidad y seguridad
jurídica para el adversario político, que a partir de ese momento
se convirtió en enemigo a abatir. Y hasta el punto fue así, que el
asesinato del Jefe de la Oposición José Calvo Sotelo a manos de las
Fuerzas del Orden Público marca el punto indeleble de lo que hasta
dónde se podía resistir sin rebelarse contra aquella chusma de
asesinos.
El Levantamiento de
una parte del Ejército -muchos de cuyos miembros eran republicanos y
activos colaboradores en la implantación de la República- fue, pues,
inevitable. Más aún, un acto de justicia y legítima defensa que de
no haberse producido España hubiese quedado bajo la influencia de la
Unión Soviética -“A Europa hay que tomarla por detrás, por la
Península Ibérica”, dixit Lenin- como querían los partidos del
Frente Popular, que pronto inundaron las calles de Madrid y de otras
ciudades de España de retratos de Lenin y Stalin, y profiriendo
“mueras a España” y “vivas a Rusia”.
Que España hace
aguas por todas partes es algo tan evidente que a nadie se le
escapa, salvo, quizás, a nuestras Fuerzas Armadas, enormemente
concienciadas y sensibilizadas por llevar la cohesión territorial,
la ley y el orden a inhóspitos lugares del mundo. Una contribución
que es otro de los grandes sarcasmos de esta España que se nos hunde
por cuanto esas mismas cuestiones que nuestros militares intentan
resolver en otros sitios, como en el desierto de Afganistán, son las
que hoy peligran en España: consultas secesionistas propiciadas por
gobiernos y parlamentos autonómicos, clara desobediencia a la
autoridad pública por parte de políticos y representantes de
instituciones de la nación, y conculcación flagrante de valores
democráticos. Problemas que ponen en peligro la estabilidad y la paz
de España, al que ahora también han unido un claro y beligerante
clima de enfrentamiento ideológico, que a poco que sigan azuzando
terminará en enfrentamiento civil. De ahí que la pregunta recurrente
no esté de más… ¿Volveremos al 36? O más exactamente, ¿quiere la
izquierda PSOE, PCE, CCOO, UGT y partidos separatistas volver a las
condiciones que hicieron posible, legítimo y necesario el gloriosos
Levantamiento del 18 de julio de 1936?
Con todo, una cosa
es cierta, el Partido Popular ha colaborado y sigue haciéndole en
cuanto que no sólo se abstuvo de defender esa proposición criminal
de condenar el Alzamiento del 18 de julio, que los comunistas
llevaron al Parlamento para su reprobación, sino que vienen
colaborando en tergiversar la historia con comentarios al uso de lo
políticamente correcto y retirando estatuas, placas y menciones
dedicadas a quienes nos salvaron de la “chusma que se sublevó contra
la República” (dixit, Azaña). Lo que en parte no deja de ser lógico
en quienes no sólo respetan y colaboran con un régimen nefasto para
España, sino que proclaman toda regeneración en el llamado “espíritu
de la Transición”.
De cualquier forma
si lo que quieren es guerra, estoy seguro que somos muchos los que
estamos dispuestos a dársela. Y dejándonos de tanta contemplación
digamos claramente que, salvo algún ajuste de cuentas por parte de
algún espontáneo, totalmente injustificado, se fusiló a cuantos se
tuvo que fusilar. Ni a uno más ni a uno menos. Incluido entre bien
fusilados al abuelo de Zapatero.
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