Si la historia es
cíclica como se nos dice y manifiesta, en España tal aserto se
cumple de forma inexorable y puntual, retrotrayéndonos y
proyectándonos en un continuo devenir, donde la experiencia
acumulada no sirve para mucho, frente a nuestro espíritu cainita,
gregario y díscolo, mucho más determinante en nuestro quehacer como
pueblo.
Si nuestro siglo
XIX fue convulso de vivencias y esquivo en proyectos, en el siglo XX
hemos repetido por dos veces consecutivas la misma experiencia
suicida: la conculcación de la legalidad vigente por el desorden
fabulado. Y así, de la misma forma, modo y manera como cayó el
régimen legítimo de la Monarquía parlamentaria encarnada en don
Alfonso XIII, cayó también el régimen legítimo del 18 de Julio
propiciado igualmente por unos pocos revoltosos, ante la
indiferencia de los más y la complicidad de los altos mandos del
Ejército que habían jurado defenderlo hasta “derramar si fuera
necesario la última gota de sangre”.
Y tal es la
similitud de las dos experiencias referidas, que sólo una diferencia
se aprecia entre una y otra involución, que en esta segunda el gran
patrocinador de aquella estafa manifiesta mediante el engaño de una
“reforma” fue el Rey que puso Franco. El hijo del porteador
de una corona, que hubiese seguido siendo de papel de no haber sido
por el Régimen del 18 de Julio y por su Caudillo.
Evidenciada la
descomposición de España a todos los niveles, y cuando la Nación
española camina a marchas forzadas hacia su desmembración, entiendo
que no está de más que insistamos, cuantas veces venga al caso,
sobre el papel que nuestras FFAA han jugado en todo este acontecer.
O para ser más precisos, en la responsabilidad que les cabe en el
actual estado de la Patria, si quiera en la defensa de su orden
constitucional. De ahí que, como manifiestan los oficiales más
jóvenes, es lógico que “la inmensa mayoría de los españoles no les
entiendan”. Salvo, naturalmente, toda esa cuadrilla de
antimilitaristas, siempre y cuando repartan chupetes en Haití,
actúen de parteras en Kosovo o enseñen a jugar al tute a los señores
de la guerra en Afganistán.
En este orden de
reflexión distingamos tres tiempos en el actuar de nuestras FFAA:
El primero, marcado
por los continuos asesinatos de miembros de las FOP y FFAA, el
constante apoyo que el estamento militar ofrecía a la involución y
las salidas de “tono” de algunos díscolos que apretaban pero no
ahogaban. Que fue la etapa de los “atares”, aquellos mandos
militares incapaces de influir para que se rectificara la deriva
suicida a la que los políticos del Congreso y del Senado conducían a
España, pero que lavaban la conciencia con determinados
comportamientos más propios de cadetes díscolos.
El segundo, marcado
por el “suceso” del 23-F y por la posterior sumisión, casi
postración, del estamento militar a la clase política de aquel
momento, que tiene su traducción más grave al aceptar un doble
juicio y una doble condena a los militares que la tarde noche del
23-F habían salido en la foto.
Y el tercero, que
es el actual, determinado por la percepción dentro del estamento
militar de que en España ya no hay mucho que hacer. De ahí su cada
vez más importante contribución al dividendo de paz internacional
que marcan e imponen la OTAN, la UE y hasta el FMI.
Llegados hasta
aquí, y ya sin ningún reparo, al menos por mi parte, bien se puede
decir, que los militares han contribuido, como ningún otro poder del
Estado o institución de la Nación, a subvertir los valores que nos
constituyen. Una situación que al día de hoy se hace imposible de
resistir como consecuencia de la crisis económica que padecemos.
Por eso resulta
dantesco leer en la prensa las reflexiones de la frustración: “Soldados:
ni miembros de ONG ni bomberos” (El Mundo, 7-1-2010), “Madrugadora
pascua militar” (La Razón, 7-1-2010), “Las
Fuerzas Armadas y la disuasión” (ABC, “La Tercera”,
12-2-2010), “Héroes”
(La Razón, 18-2-2010) o “De
la piratería” (ABC, 22-2-2010). Escritos por tres ex altos
mandos militares, despotricando ahora contra el Gobierno socialista
de Zapatero que les nombró y dio mando. Unos escritos que tengo para
mí son igual de inútiles que las arengas sable en ristre, dictadas a
un ejército de sombras imaginadas en la soledad de un dormitorio.
-Abuela, ¿por qué
vocea el yayo en vuestro dormitorio? |
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