La
Plaza de Oriente un año más, era el segundo punto de reunión en
las celebraciones propias del 20-N. Si el día anterior, en el Valle
de los Caídos, había
triunfado el silencio y la oración; en el centro de Madrid era
momento de alzar la voz. Así lo hicieron José
Luís Corral, Cantalapiedra, Miguel Menéndez Piñar, el Presidente
de la Hermandad de Excombatientes y el siempre reconocido mejor
orador que hay en España, Blas Piñar.
La
situación de nuestra Patria planteada sin tapujos, la denuncia de
lo que se nos trata de ocultar y enmascarar, la inmigración, el
aborto, el divorcio, la religión, los nacionalismos
independentistas, la negociación con ETA, la justicia, la libertad,
la memoria histórica… Una denuncia del Gobierno que padecemos.
El
análisis claro y profundo del modo en que ataca el enemigo de España,
mellando y anulando los tres pilares de todo individuo: su memoria,
su inteligencia y su voluntad. Acusaciones claras hacia los partidos
políticos y responsabilidades reclamadas a autoridades del Estado.
Y un examen de conciencia en el que el silencio, la falta de
voluntad, la comodidad, el conformismo eran nuestra parte de culpa.
Sin
embargo, no quedó todo en una denuncia pesimista del devenir de
España. Por el contrario, en la plaza de Oriente, frente a un número
reducido de auténticos españoles se lanzó un mensaje claro. Una
invitación a hacer un himno único y unificador, a crear una fuerza
a partir de nuestras fuerzas, a empuñar la espada y la cruz, a no
permitir que el enemigo ataque nuestra voluntad hasta el punto de
lograr en nosotros la pasividad. Blas Piñar consiguió así que los
asistentes se unieran en una sola voz, en un único grito, en una
palabra que habrá de ser el comienzo de nuestro himno. Entonces la
Plaza de Oriente oyó el nombre de la Patria, cuando a la voz de
Blas Piñar, se unieron los asistentes repitiendo varias veces
“España, España, España, España…”. Las banderas marcaban
el ritmo, agitadas al viento.
El
acto concluyó con el Himno Nacional, el Cara al sol y el Oriamendi,
uniendo de nuevo las voces y demostrando así que aún a
pesar del número de asistentes, la autenticidad de su amor a Dios y
Patria les hacía multiplicarse, les daba fuerzas y les unía en la
voluntad de luchar por España, manteniendo siempre vivo el legado
del Caudillo.
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