“No voy a detenerme en la exposición de mis
sentimientos personales ante la muerte de Francisco Franco.
He comprobado, en mi asiduo contacto con el pueblo llano,
cómo la persona de Franco, a través, precisamente, de su
dedicación a la política en servicio de la Patria, ha echado
raíces en los corazones. Son numerosísimas las familias en
que se llora a Franco como a un padre. Y me refiero, en la
mayoría de los casos, a personas y familias de condición
económica modesta, que no se han beneficiado con cargos ni
emolumentos especiales, sino que agradecen, sencillamente,
el marco espiritual y social que Franco ha asegurado para
todos los ciudadanos. Y no son sólo personas de cuya
juventud sintetizó con la gesta liberadora de 1936; es como
una tradición familiar asegurada por nuevas generaciones.
Personas llenas de emoción, gratitud y
compenetración cariñosa. Para ellas no tiene aplicación a
Franco el supuesto desgaste de los políticos: cuanto más
pasaba el tiempo, más encariñados se sentían con él y más
confianza ponían en su gestión de gobernante. Esas personas
están traspasadas por la emoción de haber vivido bajo un
caudillaje culminante en la Historia de España.
En lo que a mí toca, baste decir que no me
avergüenzo de compartir esos sentimientos ni de que por ese
motivo estas mejillas se hallen emocionadas con frecuencia.
Pero acaso sea más significativo que diga
algo como representante de la Iglesia.
En septiembre de 1974, tras la enfermedad
que Franco padeció aquel verano, coincidiendo con el declive
y la proximidad del final de su vida, publiqué una
exposición sobre «La Iglesia y Francisco Franco». En aquel
reportaje incluía unas pocas, entre las muchas,
manifestaciones laudatorias de Papas y obispos, que van
desde Pío XII y los obispos contemporáneos de la Guerra de
España ( de la que sólo sobrevive uno) hasta el Papa Pablo
VI, (en una comunicación personal, hecha pública por otras
fuentes eclesiásticas) y a prelados españoles vivientes,
como, por ejemplo, los cardenales Bueno Monreal, Enrique
Tarancón, González Martín (cuyas manifestaciones son, en
unos, de ahora mismo; en otros, no lejanas en el tiempo).
Los elogios para la actitud y obra de Franco
emitidos por esos prelados, tanto si se atiende a su
contenido como a su unanimidad y persistencia a través de
decenios, difícilmente los habrá recibido durante su vida
ninguna otra persona en los últimos siglos.
A estos testimonios y a tantos otros ya
publicados se podía unir uno quizá inédito y muy
esclarecedor de tantas cosas raras. Confío en quienes puedan
atestiguarlo lo hagan público en su integridad y con toda
exactitud. Se trata de que un día el Papa Juan XXIII encargó
expresamente a un cardenal de la Curia Romana que en su
visita a Franco le trasmitiese una bendición especial y le
asegurase la gran estima y cariño que el Papa le tenía,
añadiendo que, por ciertas circunstancias, el Papa no podía
decir públicamente su sentir. Franco escuchó este mensaje en
posición militar de firme y con lágrimas de emoción". |
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