La
entrega de la Victoria.
Antonio Iglesias.
Al llegar el 1º de Abril experimento
todos los años un sentimiento de emocionada gratitud a
Franco por haber librado a España con su limpia Victoria de
las garras del comunismo materialista y ateo.
Durante muchos años este día ha
supuesto para mí una sensación de amanecer a una clara
mañana de realidad y esperanza en el albor de la primavera
que vuelve a reír como canta el verso del Cara al Sol.
Recuerdo especialmente los primeros
desfiles con los héroes vencedores de nuestra Cruzada
saludando a un joven Caudillo firme en la gloriosa tribuna.
Franco venció al comunismo y al
separatismo aliados, los enemigos visibles y seculares
de España, apoyados por otro enemigo no menos atroz
pero más sutil
y solapado: el liberalismo disolvente y nihilista que actúa
siempre como catalizador de la reacción de aquellas
aberraciones , a las que justifica desde su brutal y
dogmático relativismo ultra-tolerante porque toda idea
es respetable y puede ser libremente expresada,
contradictorio artículo de fe que no se aplica por parte de
esta engañosa teoría política a los sistemas que definen y delimitan
las fronteras del bien y del mal; contra estos
sistemas aplican el vacío, la burla y la exclusión con la
suficiencia desdeñosa de su
liberal- intolerancia. Después del coqueteo con
rojos y separatistas vienen, claro está, aquellos lamentos
de “no es eso, no es eso...”.
La Victoria de Franco nos regaló
cuarenta años de paz y prosperidad; es un hecho objetivo
que hay que
repetir con la misma insistencia con que sus detractores
afirman lo contrario y argumentar con los argumentos de que
éstos carecen.
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El 1º de Abril supone la
culminación victoriosa de una Cruzada, como la definió Pío XI,
porque lo que se debatió en la contienda fue la lucha de la Cruz
contra las ideas y las prácticas de un sistema, el comunista, que
niega a Dios y que con el liberalismo presenta el denominador común
del materialismo. A estos se unió el separatismo, que hunde sus
raíces en la misma soberbia de aquel fariseo (vasco o catalán) que
desprecia al publicano( español, maqueto) y que, a pesar de su
catolicismo de fachada en sus segmentos más conservadores, no dudó
en unirse a los sin Dios en la contienda con tal de defender el mito
indefendible de esas formidables razas inventadas por Arana y por el
doctor Robert, aunque los gudaris abandonasen Bilbao corriendo
ante el empuje de las tropas nacionales de España y de los
fascistas Italianos, nuestros aliados.
La Victoria de Franco fue posible
porque el genio de unos militares entrenados en el ejercicio activo
de su profesión y con la herencia genética de varias generaciones
en ese ministerio supieron interpretar y dirigir el sentir de lo
mejor del pueblo español, un pueblo con casta, depositario de la
esencia metafísica y de la vibración telúrica de España; ese
mismo pueblo que se sublevó contra Napoleón y que en la época de
Carlos III se había amotinado contra Esquilache nada menos que
porque este ministro quiso cortar los chambergos. ( Vi de nuevo
rugir a este pueblo tras el asesinato de Carrero Blanco- sin
manifestaciones con manos blancas- y muchos años después
tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero fue
rápidamente embridado por los guardianes del sistema. Después no
he visto suficiente garra
en las siguientes manifestaciones; lo siento, pero es así. Y
he echado de menos un motín de Esquilache de este pueblo con
la Ley del Tabaco).
Unos militares intérpretes y un
pueblo con fe en sí mismo y en esos militares que creyeron a su vez
en un Caudillo estos
fueron los artífices de la victoria.
Esta Victoria tuvo unos frutos,
unos atributos y un final.
Los frutos de la Victoria fueron el
restablecimiento de los valores tradicionales de España en una
sociedad que fue austera, alegre y segura de sí misma en los años
de la posguerra. A ella debemos la generación de la posguerra el
orgullo de sentirnos españoles y saber extraer de la Historia de
España la misión evangelizadora de nuestra Patria en la América
Española, en Asia y Oceanía, la idea de Hispanidad .Y conocer las
aportaciones de nuestros antecesores a las artes y las ciencias.
Los atributos de la Victoria
fueron la Reconciliación y las Leyes Fundamentales.
La
reconciliación, en general, después de una contienda de
cualquier tipo, es algo que no se impone, es algo que, una vez
extinguido el calor de la disputa, viene por la inercia que impele a
la inmensa mayoría de los seres humanos a adoptar la actitud, el
estado de menor desgaste, que es el de la paz del espíritu y del
entendimiento con sus semejantes. En el caso de nuestra Cruzada, se
reconciliaron entre sí después de la contienda- y me atrevería a
decir que en muchos casos durante ella, véase el ejemplo del Ángel
del Alcázar- todas las
personas de buena fe que por su propia naturaleza tendían a ese
estado de mínimo desgaste. Ayudó a la Reconciliación después de
la guerra el clima de paz social traído por Franco, plasmado en
obras como la Seguridad Social, obra de José Antonio Girón de
Velasco y la elaboración de las Leyes Fundamentales que
consolidaban una realidad política: la Democracia Orgánica.
Y no se reconciliaron aquellos en
quienes prevaleció el rencor: el que no se reconcilió es porque no
quiso.
Pues bien, aquélla sociedad austera,
alegre y segura de sí misma de la posguerra se fue adocenando a
medida que creció el bienestar económico y se fueron difuminando
del panorama todas aquellas referencias iniciales a los valores
espirituales: es la época de los
Planes de Desarrollo, de los tecnócratas y de la Ley de
Prensa del inefable, indefinido, mudable, contradictorio y siempre
sorprendente Fraga Iribarne. En estos años se fue produciendo desde
dentro, incomprensiblemente, un desarme ideológico del Régimen del
que se van diluyendo y relativizando sus principios y que habría de
ser de consecuencias
nefastas para su perfeccionamiento y su continuidad.
Al mismo tiempo que la salud y la
energía física del Caudillo se debilitaban, la sociedad que fuera
en la posguerra austera, alegre y segura de sí misma se fue
transformando en una sociedad acomplejada y escéptica que,
haciéndose hipercrítica hacia nuestro Sistema de las Leyes
Fundamentales, democracia orgánica, aceptaba en cambio sin el menor
rigor crítico las corrientes y los tópicos que hablaban de forma
genérica de “democracia”. Todo porque
nos lo recomendaban nuestros enemigos y competidores de fuera
y una creciente legión de memos pedantes y esnobistas domésticos
orquestados por los medios de comunicación y ¡Ay! por jerarquías
de la Iglesia que iban tomando posiciones y buscando congraciarse
con la izquierda.
Es fundamental señalar cómo los
dirigentes políticos de entonces no quisieron, no supieron o no
pudieron explicar al pueblo que existen diversas clases de
democracia; que democracia no es sinónimo de democracia liberal y
de partitocracia. Faltó una labor didáctica en este sentido más
allá de la asignatura de Política que se cursaba como asignatura
“maría” en las Facultades de Ciencias y que en algunos
casos era impartida por profesores monárquicos de don Juan: lo he
visto y por eso doy testimonio de ello; he aquí un ejemplo de la
“feroz represión franquista” hacia los mártires monárquicos.
Recuerdo a tres hombres de muy diferente extracción ideológica dentro
del “monolítico” Movimiento que se preocuparon de aclarar al
pueblo aquellos conceptos de democracia orgánica y democracia
liberal y de defender con rigor intelectual el fundamento de nuestro
Régimen en las Leyes Fundamentales; fueron: Blas Piñar, con sus
discursos y artículos en Fuerza Nueva (valiente, honesto, leal,
infatigable y profético con su clarividencia para denunciar el
desastre que se avecinaba y que por desgracia se está consumando;
hoy, hasta sus adversarios deben reconocer que estaba cargado de
razón ); el ya desaparecido pero vivo en el recuerdo Gonzalo
Fernández de la Mora( brillante exponente de claridad y rigor de
los conceptos de derecho político en su pensamiento tradicionalista
y que ha legado a la posteridad las realidades progresistas de su
“Estado de las obras” , esto sí que es progresismo) y José Utrera Molina, que sirvió a
España y a Franco como Ministro de Trabajo y sigue leal a su credo
falangista, como bien expresa el título de su obra “Sin cambiar
de bandera”. Para ellos nuestro agradecimiento y nuestro homenaje.
Ellos son fruto y defensa de la Victoria.
¿Qué se hizo de todo aquello? de
aquellos frutos y atributos: la entrega de la Victoria al enemigo.
En pleno desconcierto moral del
Régimen y de la sociedad llegan los últimos años de Franco y su
muerte el 20 de noviembre de 1975.
El 22 de noviembre de 1975, Don Juan
Carlos de Borbón y Borbón jura cumplir y hacer cumplir las Leyes y
los Principios que informan el Movimiento Nacional y es proclamado
rey. Nunca sabremos si su juramento fue sincero o si era plenamente
consciente de lo que juraba y hay razones para formularse estas
preguntas a la vista de su actuación en el proceso que siguió a
estos actos.
El caso es que, semanas después
fichó a un tal Adolfo Suárez que, contra la letra y el espíritu
de aquellas Leyes y Principios y en unas Cortes que no eran
constituyentes nos metió el gol de la Ley para la Reforma Política
con la estúpida y cobarde aquiescencia de los diputados franquistas
que votaron a favor y del monarca que sancionó tal resolución.
Aquí se entregó la Victoria de Franco a los enemigos de España y
esta afirmación no es una figura retórica sino una constatación a
la vista de la realidad actual.
En este próximo 1º de Abril, días
después de haberse consumado la desmembración de España con el
otorgamiento a Cataluña del rango de nación, sin que haya
intervenido un piquete de alabarderos ni que el Jefe Supremo de
las Fuerzas Armadas, el Rey, haya
movido un dedo, tenemos todo el derecho a considerar que con la
actual Monarquía los enemigos de España han conseguido lo que ni
con la Segunda República, paradigma de desastres nacionales,
llegaron a conseguir. A Franco le estaré eternamente agradecido por
habernos legado Una España Grande y Libre , pero como español no
tengo nada que agradecer a Don Juan Carlos, dicho sea con todo el
respeto que merece el actual jefe del Estado.
En esta triste hora de hoy, aquellas
mañanas radiantes de desfiles victoriosos se tornan en ocasos
desapacibles con un macabro desfile de víctimas del terrorismo
insepultas que marchan encadenadas entre sí y azotadas por sayones
en una tétrica formación encabezada por asesinos, traidores y
travestis capitaneados por Zapatero, Carod Rovira y Josu Ternera. Un
hedor insoportable invade el ambiente, y no es el olor de la carne
putrefacta, es la mezcla del olor de la cobardía, del olor de la
traición y del crimen impune.
Aquí termina todo.
¿Dónde está la esperanza?
Habrá de empezar un nuevo ciclo de todo este proceso, que la Naturaleza
y la Historia se renuevan obedeciendo a movimientos periódicos.
Aquí puede estar la razón para una posible esperanza: en que
después de la traición y la entrega de la Victoria, después de
esta noche lóbrega, tal vez amanezca un nuevo día, se inicie otro
ciclo como se inició el anterior, con un Movimiento. El pueblo
español, ahora como entonces, tiene la palabra. Pase a la acción
este pueblo por amor a España ante todo y, en último término
aunque sólo sea por estima propia y no acabar dándole la razón al
miserable de Sabino Arana sobre la pobre impresión que de
los españoles tenía.
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