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Actualizada: 01 de Abril de 2.006.  

 
 
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  1º de Abril de 1939. Día de la Victoria.

La entrega de la Victoria.

Antonio Iglesias.

Al llegar el 1º de Abril experimento todos los años un sentimiento de emocionada gratitud a Franco por haber librado a España con su limpia Victoria de las garras del comunismo materialista y ateo.

Durante muchos años este día ha supuesto para mí una sensación de amanecer a una clara mañana de realidad y esperanza en el albor de la primavera que vuelve a reír como canta el verso del Cara al Sol.

Recuerdo especialmente los primeros desfiles con los héroes vencedores de nuestra Cruzada saludando a un joven Caudillo firme en la gloriosa tribuna.

Franco venció al comunismo y al separatismo aliados, los enemigos visibles y seculares  de España, apoyados por otro enemigo no menos atroz pero más  sutil y solapado: el liberalismo disolvente y nihilista que actúa siempre como catalizador de la reacción de aquellas aberraciones , a las que justifica desde su brutal y dogmático relativismo ultra-tolerante porque toda idea es respetable y puede ser libremente expresada, contradictorio artículo de fe que no se aplica por parte de esta engañosa teoría política a los  sistemas que definen y delimitan  las fronteras del bien y del mal; contra estos sistemas aplican el vacío, la burla y la exclusión con la suficiencia desdeñosa de su  liberal- intolerancia. Después del coqueteo con rojos y separatistas vienen, claro está, aquellos lamentos de “no es eso, no es eso...”.

La Victoria de Franco nos regaló cuarenta años de paz y prosperidad; es un hecho objetivo que  hay que repetir con la misma insistencia con que sus detractores afirman lo contrario y argumentar con los argumentos de que éstos carecen.

El 1º de Abril supone la culminación victoriosa de una Cruzada, como la definió Pío XI, porque lo que se debatió en la contienda fue la lucha de la Cruz contra las ideas y las prácticas de un sistema, el comunista, que niega a Dios y que con el liberalismo presenta el denominador común del materialismo. A estos se unió el separatismo, que hunde sus raíces en la misma soberbia de aquel fariseo (vasco o catalán) que desprecia al publicano( español, maqueto) y que, a pesar de su catolicismo de fachada en sus segmentos más conservadores, no dudó en unirse a los sin Dios en la contienda con tal de defender el mito indefendible  de esas formidables razas inventadas por Arana y por el doctor Robert, aunque los gudaris abandonasen Bilbao corriendo  ante el empuje de las tropas nacionales de España y de los fascistas Italianos, nuestros aliados.

La Victoria de Franco fue posible porque el genio de unos militares entrenados en el ejercicio activo de su profesión y con la herencia genética de varias generaciones en ese ministerio supieron interpretar y dirigir el sentir de lo mejor del pueblo español, un pueblo con casta, depositario de la esencia metafísica y de la vibración telúrica de España; ese mismo pueblo que se sublevó contra Napoleón y que en la época de Carlos III se había amotinado contra Esquilache nada menos que porque este ministro quiso cortar los chambergos. ( Vi de nuevo rugir a este pueblo tras el asesinato de Carrero Blanco- sin manifestaciones con manos blancas- y muchos años después  tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero fue rápidamente embridado por los guardianes del sistema. Después no he visto suficiente  garra en las siguientes manifestaciones; lo siento, pero es así. Y  he echado de menos un motín de Esquilache de este pueblo con la Ley del Tabaco).

Unos militares intérpretes y un pueblo con fe en sí mismo y en esos militares que creyeron a su vez en un Caudillo  estos fueron los artífices de la victoria.

Esta Victoria tuvo unos frutos, unos atributos y un final.

Los frutos de la Victoria fueron el restablecimiento de los valores tradicionales de España en una sociedad que fue austera, alegre y segura de sí misma en los años de la posguerra. A ella debemos la generación de la posguerra el orgullo de sentirnos españoles y saber extraer de la Historia de España la misión evangelizadora de nuestra Patria en la América Española, en Asia y Oceanía, la idea de Hispanidad .Y conocer las aportaciones de nuestros antecesores a las artes y las ciencias.

Los atributos de la Victoria fueron la Reconciliación y las Leyes Fundamentales.

La  reconciliación, en general, después de una contienda de cualquier tipo, es algo que no se impone, es algo que, una vez extinguido el calor de la disputa, viene por la inercia que impele a la inmensa mayoría de los seres humanos a adoptar la actitud, el estado de menor desgaste, que es el de la paz del espíritu y del entendimiento con sus semejantes. En el caso de nuestra Cruzada, se reconciliaron entre sí después de la contienda- y me atrevería a decir que en muchos casos durante ella, véase el ejemplo del Ángel del Alcázar-  todas las personas de buena fe que por su propia naturaleza tendían a ese estado de mínimo desgaste. Ayudó a la Reconciliación después de la guerra el clima de paz social traído por Franco, plasmado en obras como la Seguridad Social, obra de José Antonio Girón de Velasco y la elaboración de las Leyes Fundamentales que consolidaban una realidad política: la Democracia Orgánica.

Y no se reconciliaron aquellos en quienes prevaleció el rencor: el que no se reconcilió es porque no quiso.

Pues bien, aquélla sociedad austera, alegre y segura de sí misma de la posguerra se fue adocenando a medida que creció el bienestar económico y se fueron difuminando del panorama todas aquellas referencias iniciales a los valores espirituales: es la época de los  Planes de Desarrollo, de los tecnócratas y de la Ley de Prensa del inefable, indefinido, mudable, contradictorio y siempre sorprendente Fraga Iribarne. En estos años se fue produciendo desde dentro, incomprensiblemente, un desarme ideológico del Régimen del que se van diluyendo y relativizando sus principios y que habría de ser  de consecuencias nefastas para su perfeccionamiento y su continuidad.

Al mismo tiempo que la salud y la energía física del Caudillo se debilitaban, la sociedad que fuera en la posguerra austera, alegre y segura de sí misma se fue transformando en una sociedad acomplejada y escéptica que, haciéndose hipercrítica hacia nuestro Sistema de las Leyes Fundamentales, democracia orgánica, aceptaba en cambio sin el menor rigor crítico las corrientes y los tópicos que hablaban de forma genérica de “democracia”. Todo porque  nos lo recomendaban nuestros enemigos y competidores de fuera y una creciente legión de memos pedantes y esnobistas domésticos orquestados por los medios de comunicación y ¡Ay! por jerarquías de la Iglesia que iban tomando posiciones y buscando congraciarse con la izquierda. 

Es fundamental señalar cómo los dirigentes políticos de entonces no quisieron, no supieron o no pudieron explicar al pueblo que existen diversas clases de democracia; que democracia no es sinónimo de democracia liberal y de partitocracia. Faltó una labor didáctica en este sentido más allá de la asignatura de Política que se cursaba como asignatura  “maría” en las Facultades de Ciencias y que en algunos casos era impartida por profesores monárquicos de don Juan: lo he visto y por eso doy testimonio de ello; he aquí un ejemplo de la “feroz represión franquista” hacia los mártires monárquicos.

Recuerdo a  tres hombres de muy diferente extracción ideológica dentro del “monolítico” Movimiento que se preocuparon de aclarar al pueblo aquellos conceptos de democracia orgánica y democracia liberal y de defender con rigor intelectual el fundamento de nuestro Régimen en las Leyes Fundamentales; fueron: Blas Piñar, con sus discursos y artículos en Fuerza Nueva (valiente, honesto, leal, infatigable y profético con su clarividencia para denunciar el desastre que se avecinaba y que por desgracia se está consumando; hoy, hasta sus adversarios deben reconocer que estaba cargado de razón ); el ya desaparecido pero vivo en el recuerdo Gonzalo Fernández de la Mora( brillante exponente de claridad y rigor de los conceptos de derecho político en su pensamiento tradicionalista y que ha legado a la posteridad las realidades progresistas de su “Estado de las obras” , esto sí  que es progresismo) y José Utrera Molina, que sirvió a España y a Franco como Ministro de Trabajo y sigue leal a su credo falangista, como bien expresa el título de su obra “Sin cambiar de bandera”. Para ellos nuestro agradecimiento y nuestro homenaje. Ellos son fruto y defensa de la Victoria.

¿Qué se hizo de todo aquello? de aquellos frutos y atributos: la entrega de la Victoria al enemigo.

En pleno desconcierto moral del Régimen y de la sociedad llegan los últimos años de Franco y su muerte el 20 de noviembre de 1975. 

El 22 de noviembre de 1975, Don Juan Carlos de Borbón y Borbón jura cumplir y hacer cumplir las Leyes y los Principios que informan el Movimiento Nacional y es proclamado rey. Nunca sabremos si su juramento fue sincero o si era plenamente consciente de lo que juraba y hay razones para formularse estas preguntas a la vista de su actuación en el proceso que siguió a estos actos.

El caso es que, semanas después fichó a un tal Adolfo Suárez que, contra la letra y el espíritu de aquellas Leyes y Principios y en unas Cortes que no eran constituyentes nos metió el gol de la Ley para la Reforma Política con la estúpida y cobarde aquiescencia de los diputados franquistas que votaron a favor y del monarca que sancionó tal resolución. Aquí se entregó la Victoria de Franco a los enemigos de España y esta afirmación no es una figura retórica sino una constatación a la vista de la realidad actual.

En este próximo 1º de Abril, días después de haberse consumado la desmembración de España con el otorgamiento a Cataluña del rango de nación, sin que haya intervenido un piquete de alabarderos ni que el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, el Rey,  haya movido un dedo, tenemos todo el derecho a considerar que con la actual Monarquía los enemigos de España han conseguido lo que ni con la Segunda República, paradigma de desastres nacionales, llegaron a conseguir. A Franco le estaré eternamente agradecido por habernos legado Una España Grande y Libre , pero como español no tengo nada que agradecer a Don Juan Carlos, dicho sea con todo el respeto que merece el actual jefe del Estado.

En esta triste hora de hoy, aquellas mañanas radiantes de desfiles victoriosos se tornan en ocasos desapacibles con un macabro desfile de víctimas del terrorismo insepultas que marchan encadenadas entre sí y azotadas por sayones en una tétrica formación encabezada por asesinos, traidores y travestis capitaneados por Zapatero, Carod Rovira y Josu Ternera. Un hedor insoportable invade el ambiente, y no es el olor de la carne putrefacta, es la mezcla del olor de la cobardía, del olor de la traición y del crimen impune.

Aquí termina todo.

¿Dónde está la esperanza?

Habrá de empezar un nuevo ciclo de todo este proceso, que la Naturaleza y la Historia se renuevan obedeciendo a movimientos periódicos. Aquí puede estar la razón para una posible esperanza: en que después de la traición y la entrega de la Victoria, después de esta noche lóbrega, tal vez amanezca un nuevo día, se inicie otro ciclo como se inició el anterior, con un Movimiento. El pueblo español, ahora como entonces, tiene la palabra. Pase a la acción este pueblo por amor a España ante todo y, en último término aunque sólo sea por estima propia y no acabar dándole la razón al miserable de Sabino Arana sobre la pobre impresión que de  los españoles tenía.

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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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