Decía
Pilar Primo de Rivera, que su padre, como militar, les había
inculcado tanto a ella como a sus hermanos el orgullo de que
por sus venas corriera sangre española. También yo sentí
ese orgullo desde mi infancia. Porque para quien se haya
criado en el Marruecos de la década de los 70, la
Hispanidad era mucho más que una figura retórica o un
concepto abstracto, era una realidad bien concreta, que podía
conocerse con sólo recorrer unos 200 kilómetros , la distancia que separa Rabat del enclave español de Ceuta.
Al llegar a territorio español, se dejaba atrás la mugre y
miseria de Marruecos. El significado de la Hispanidad era
algo bien tangible: un país en orden, una sociedad que
funcionaba. Al llegar a España, los policías ya no paraban
a los conductores para imponerles multas ilegales, se
respetaban las señales de tráfico, los moscas no se
arremolinaban en torno al pescado en los mercados. El
camarero era educado o mal educado, pero nunca servil, y la
basura no se amontonaba en las calles. Puede parecer
prosaico, pero es bien real.
La
hispanidad ha sido históricamente eso, una de las variantes
de la civilización. Al colonizar América no sólo
mejoramos la dieta de los nativos (ya no se comían entre sí...),
sino que llenamos el salvaje continente de arte colonial y
universidades. No está mal. Cuando España fue expulsada de
aquellas latitudes, una sucesión de guerras y golpes de
estado ha devuelto al continente ”hermano” a su endémico
atraso: ya no se comían entre sí, pero no paraban de
matarse unos a otros. Con la excepción de Chile, Uruguay y
Argentina, que se vieron bendecidos con una inmigración
masiva de españoles. Por ello y no por otra razón son éstos
los únicos países (aparte de Costa Rica) realmente
civilizados de nuestro antiguo Imperio.
Más
allá de los artificiales discursos oficiales sobre la
hermandad de lengua e idioma, la Hispanidad es lo que tan
bien expresó Pilar Primo de Rivera, una gran familia, la de
aquellos por cuyas venas corre sangre española. Una gran
familia, que creó un imperio que significó un principio de
civilización y que aún se cuenta entre los países más
avanzados del planeta. Esta gran familia se agrupa en un
estado que, a diferencia de sus
antiguos colonizados, asegura a sus hijos una sanidad
y una escolaridad gratuita. Por gozar de estas ventajas, nos
hemos convertido en fortaleza asediada a la que se abalanzan
millones de hambrientos de Senegal, China o Pakistán. Es
nuestra generación la que decidirá si la Hispanidad sigue
siendo una realidad bien tangible o pasa al registro de
civilizaciones desaparecidas.
Porque si desaparecemos, no sólo desaparecerá un
estado o un pueblo, sino todo un principio de civilización.
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