Los
medios no justifican el fin.
Jaime L.
Anestesiado y estafado el pueblo Español,
la idolatrada e ireemplazable democracia ha alcanzado su último
gran logro político. Por primera vez en la Historia, tras
la crisis de 1640, un cambio de dinastía en el Trono, una
invasión francesa, dos funestas repúblicas y un largo etcétera,
un Rey de España, un Gobierno Central y una Constitución
Nacional han permitido vergonzosamente la ruptura de la Nación
Española. Afirmó Don Ramiro de Maeztu que «ser otro es lo
mismo que dejar de ser lo anterior». Y ahora España deja
de ser la Nación en la que se enlazaron los Reinos Hispánicos
allá por el siglo XV -obra nada baladí aunque ya no se
aprecie- y que como tal se mantuvo con todas las vicisitudes
políticas que se sucedieron a lo largo de los siglos.
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Es de suponer, por lógica onomástica, que
ninguno de los dos partidos no separatistas ha querido, por sí
mismo, llegar a la situación actual. Pero son estos partidos,
curiosamente, los que acaparan a la gran mayoría de los votantes. Y
aún siendo mayoritaria la población no separatista, se admite
legalmente la existencia de otras naciones dentro de la Española.
Esta pequeña reflexión me lleva a afirmar que la que padecemos es
una democracia absolutamente partidista, y que está refrendada por
la Constitución y los políticos y votantes que participan en ella.
Hoy en día, cuando la democracia está
considerada por Occidente como la única forma de gobierno decente,
y de carácter universal -sin importar la cultura o circunstancias
de cada país- se tilda poco menos que de perturbado a quien reniega
de ella. Todo queda justificado, dejando a un lado Valores y Moral,
si ese todo está aprobado democráticamente. Cualquier cosa.
Hoy por hoy no hay enajenado, desde el Jefe del
Estado hasta el último concejal, que anteponga el fin perseguido a
los medios utilizados. Por lo tanto, si la democracia permite, como
lleva permitiendo desde que existe en este País, la ruptura
paulatina y progresiva de España y la desaparición de todo
fundamento Cristiano y tradicional, ¡la democracia no es buena para
España!
Si este alabado sistema político no sólo no
consigue acabar con un terrorismo comunista, sino que además
favorece a sus secuaces -como hace con este Gobierno socialista- es
obvio que la democracia no arregla los terribles males que asolan
España.
Si la manipulada soberanía nacional no sólo
no fortalece y fomenta la hoy débil cohesión de las Tierras de
España, sino que facilita su ruptura en funesto contubernio con una
Constitución que reconoce nacionalidades regionales y no censura
sus consecuentes nacionalismos, dicha soberanía es claramente
perniciosa para la Patria.
Pero es que además esta democracia está
liderada por políticos que, lejos de trabajar para quien les elige
y les da de comer, fundamentan su labor en el engaño a las masas
para lograr más poder y más años en la cima del mismo. Y España
debe ser lo primero y más importante para la política de sus
gobernantes. Ellos y sus leyes deben salvaguardar su Unidad por
encima de todo. Porque España debe ser siempre el fin inmutable,
los medios deben adaptarse a la consecución de ese fin, y no por el
contrario amoldar el fin a los medios que se quieren utilizar sobre
todas las cosas. Actualmente el fin no está predeterminado, sino
que cambia según la utilidad que se le dé al pobre sistema que nos
rige. No hay, por tanto, un fin concreto por el que luchar
trabajando, sino unos medios intocables cuyo fin resultante es
absolutamente degenerado.
Esta desolada España pide a gritos y con
urgencia una verdadera sedición.
Una sedición política, intelectual, moral
pero sobretodo social, desde los pilares más básicos de la
sociedad, que devuelva a España una mínima cordura general,
liberada de complejos estúpidos, para que combinada con una buena
ración de sentido común y valores derrote a sus enemigos alejándose
de la mediocridad y debilidad actuales. Pero como dijo un conocido
poeta, supongo que por experiencia propia, «España ha sido siempre
muy poca cosa para un
Español».
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