Preámbulos.
Jaime López-Dóriga.
Que se dejen de ruido de sables. El único
ruido que se oye en España desde hace tiempo es el ruido
estridente que hacen los anacrónicos nacionalistas, auténticos y
reconocidos enemigos de la España que componen, a los que esa
propia España está dando todo tipo de facilidades para su final y
total independencia.
Tratemos esto como si de una familia se
tratara. La familia sería España, el padre sería la Constitución,
las Cortes, el Rey, y los hijos, cada una de las Regiones de España.
A cada hijo le ha sido dado, con tremenda generosidad, un Estatuto
de Autonomía, y cada hijo lo ha utilizado según le ha parecido.
Algunos hijos, como Cataluña, lejos de utilizar la confianza del
padre y agradecerla procurando el bien de la familia y, por lo
tanto, de sus demás hermanos, plantea serios problemas, pese a ser
uno de los hijos mejor avenidos económicamente. Desde el principio
creó partidos políticos que afirmaban que ese hijo era mejor y más
importante que sus hermanos, y se le permitió. Se le permitió
también utilizar conjuntamente una lengua menor con la común y
mundial lengua Española y el padre, lejos de meterle en cintura, se
lo permitió. Cerró el padre también los ojos a la imposición del
catalán sobre el Español en prácticamente todos los ámbitos de
la vida catalana (el castrense, afortunadamente, siempre ha sido una
excepción, y hay que vanagloriarse de ello).
Tantas otras afrentas ha hecho Cataluña a su
familia España, y a sus señores el Rey y la Constitución en estos
años, que viendo la permisividad con que se han tratado éstas, no
deja a Cataluña otra opción que seguir con esa farsa a la que
llaman identidad propia. Ahora presentan, desde el mayoritariamente
nacionalista parlamento regional, un texto de reforma de Estatuto
absolutamente fuera de tono teniendo en cuenta el marco legal que se
supone existe –aunque no se cumpla- en España. Piden a Papá más
dinero, que la guerra al idioma Español sea declarada legalmente y
por escrito, la imposición de otro idioma para los araneses, que
por lo visto son algo así como el primer nieto, que siente la
necesidad de diferenciarse de todo lo preexistente y un largo etcétera.
¡Lo que piden!
¿Y qué hace Papá? Parece que cederá una vez
más. Cederá pero, por vergüenza torera –Españolísima por
cierto- cambiará de sitio alguna nimiedad como la de crear ahora de
repente, nada más y nada menos que la nación catalana. He de
confesar que me hierve la sangre cuando escribo esas cosas. Así
que, por el bien de mi salud, la cual tengo intención de preservar
con más ahínco que España su Sagrada Unidad, propondré a la
clase política actual que nos gobierna, que aunque estamos cada vez
más descontentos con ella, no repita la bajada de pantalones que
incluye el Artículo 2 de la Constitución, que reconoce
nacionalidades dentro de la Nación Española. En ese reconocimiento
se apoyan los que quieren un nuevo Estatuto para Cataluña como nación.
No repitan ese fallo reconociendo una nación nueva aunque sea en el
preámbulo del nuevo Estatuto, no vaya a ser que algún diputado de
ese parlamento nacionalista, al salir de la piscina de Pedro J. Ramírez
le baje los pantalones otra vez a España y declare a Cataluña
independiente.
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