Las
guarniciones del Norte de África, con las banderas de la Legión y los tabores
de Regulares, eran fieles seguidores de los generales Franco y Mola, sus
antiguos jefes, que delegaron la jefatura de la conspiración en un hombre de su
total confianza: el teniente coronel Yagüe. El Gobierno de la República,
receloso de este Ejército, dudó antes de autorizar las maniobras, que se tenían
que realizar el 12 de julio en Llano Amarillo (Marruecos), pero dio su visto
bueno a fin de distraer la tensión en que ya se encontraba la guarnición.
En
principio, la fecha del final de las maniobras, se estimó buena para el
alzamiento, decidida ya la idea de Mola de asegurar la sublevación fuera de
Madrid, para caer luego sobre la capital. Los desacuerdos del “Director” -así
firmaba el general Mola-
con los carlistas y otras dificultades de última hora, hicieron que esta fecha
se aplazara. El asesinato de José Calvo Sotelo, perpetrado por el Gobierno
republicano el 13 de julio de 1936, puso fin a todas las dudas.
Terminadas
las maniobras del Llano Amarillo, las tropas volvieron a sus cuarteles. En la
ceremonia de clausura, y ante las máximas autoridades republicanas, se palpaba
ya el espíritu de levantamiento, sobre todo en los oficiales más jóvenes,
adictos en gran número a Falange. El Llano Amarillo fueron captados para el
Movimiento militar los coroneles Luis Soláns y Emilio Peñuelas, que se unieron
a los jefes de la conspiración, los tenientes coroneles Yagüe (delegado
general en Ceuta), Gautier (Ceuta), Sáenz de Buruaga, Asensio Cabanillas y
Beigbeder (Tetuán), Losas y Alfaro (Larache), Juan Bautista Sánchez (Villa
Sanjurjo) y Seguí, Bartomeu, Barrón, Delgado Serrano y Gazapo (Melilla).
La
consigna definitiva para el alzamiento, que Yagüe haría circular telefónicamente
el día 16, fue redactada por el “Director” en esta escueta forma: “El 17,
a las 17”. Lo
que en realidad quería decir que, a partir de las cinco de la tarde del 17 de
julio, había que estar en guardia y pendientes de los acontecimientos de Ceuta,
pues el punto de partida debía marcarlo la llegada de Franco a la ciudad del
Estrecho.
El
17 de julio por la mañana, en Melilla, los coroneles que estaban al tanto del
alzamiento militar, se reunieron en el departamento cartográfico en el edificio
de la Comisión de Límites, para trazar los planes de ocupación de los
edificios públicos, planes que comunican a los dirigentes falangistas. Uno de
los dirigentes locales de la Falange informa al dirigente local de Unión
Republicana, llegando esta información al general Manuel Romerales Quintero,
comandante militar de Melilla, que a su vez informa al presidente del Gobierno
Santiago Casares Quiroga.
Romerales
envía por la tarde una patrulla de guardias de Asalto y policía de paisano a
registrar el departamento cartográfico. El teniente coronel de Estado Mayor Darío
Gazapo Valdés, jefe de dicha comisión, hace retrasar el registro, alegando que
para que la policía pudiese llevar a cabo tal registro, en una dependencia
militar, era precisa la previa autorización del comandante militar de la plaza,
general de brigada Romerales, y aprovecha para llamar al cuartel de la Legión,
hablando con el teniente Julio de la Torre, el cual se presenta con una veintena
de legionarios. Ante estos, la patrulla se rinde y los sublevados proceden a
arrestar a Romerales, proclamando el estado de guerra, iniciando
de esa forma anticipadamente el levantamiento, informando inmediatamente a los
compañeros del resto de Marruecos que habían sido descubiertos, lo que hizo
que en Marruecos se adelantase la fecha prevista. Por ese motivo Mola establece
el 18 de julio como la fecha de la sublevación que se generaliza en casi toda
España, y el 19 de julio de 1936 ya es general.
A
continuación relatamos como se desarrolló el alzamiento en las capitales españolas.
ARRIBA
El
19 de julio de 1936, el teniente coronel de Infantería Enrique Martínez
Moreno, secundado por los guardias civiles y de asalto, se alzó en armas contra
el Gobierno, procediendo a declarar el estado de guerra,
a la vez que ordenaba la detención de las autoridades civiles de la República.
Tres días después aviones gubernamentales bombardearon el cuartel de la
Guardia Civil donde se habían concentrado los nacionales, sin que, a pesar de
ello, depusiesen su actitud. El 25 de julio, soldados y milicianos procedentes
de Alicante y Murcia, se aproximaron a la capital. Martínez Moreno se dirigió
por radio a los generales Franco y Cabanellas, solicitando refuerzos. Una hora
después le contestaba Franco: “Enviaré refuerzos. Resista hasta heroísmo.
Fe en el éxito. Constantemente deme noticias.”
Sobre las once de la mañana Martínez Moreno volvió a comunicar con Franco: “Situación
comprometidísima. Envíeme algunos aparatos aviación. Patio cuartel Guardia
Civil formará cuadro con paneles indicando con una T que la plaza está todavía
en nuestro poder. Contrario, no aterrice.” A
las 12:35 la solicitud se hace angustiosa: “¡Socorro! ¡Socorro!
Primer jefe Comandancia suicidándose. Imposible sostenerse en esta situación.”
Diez
minutos más tarde la radio emite por última vez: “Vamos a
rendirnos.”
Detenido Martínez Moreno, conducido a la carretera de Ocaña, es fusilado.
Pasadas unas horas, un avión nacional procedente de la base de Sevilla bombardeó
la ciudad, ocasionando importantes pérdidas a las tropas del Frente Popular.
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ARRIBA
La
guarnición estaba constituida por el Regimiento de Infantería nº 4 y la Caja
de Recluta 22, más tres compañías de la Guardia Civil y un contingente de
Carabineros. El comandante de la plaza era el general de brigada José García
Aldave y Mancebo, de ideología derechista y profundas convicciones religiosas.
Se mantuvo a la expectativa, en espera de recibir instrucciones del jefe de la
División Orgánica de Valencia. Solamente ordenó el acuartelamiento de las
tropas, permaneciendo así hasta el día 23, en que el cuartel fue rodeado por
numerosos milicianos, reforzados por la marinería del cazatorpedero José Luis
Díez,
que se había hecho con el mando de la nave. El gobernador civil requirió al
general que izase la bandera tricolor republicana en los edificios ocupados por
los militares y cesase el acuartelamiento, a lo que accedió García Aldave.
Resuelta de esta forma tan simple la adhesión de la plaza a la República, el
gobernador se dirigió por radio a los alicantinos, rindiendo un ferviente
homenaje al general de la plaza, por su honor y disciplina, y que no se había
rendido bajo el poder de nadie, sino bajo el poder de su voluntad soberana para
defender la República. Pocos días después García Aldave era relevado del
mando a petición propia. A continuación, y no obstante el testimonio del
gobernador civil, fue detenido, procesado por su tentativa de adhesión al
alzamiento militar, condenado a muerte y fusilado.
ARRIBA
El
20 de julio de 1936, el comandante militar de la plaza y jefe del Batallón de
Ametralladoras y de la Caja de Recluta, el teniente coronel de Infantería Juan
Huertas Topete, auxiliado por el comandante del Cuerpo de Carabineros Toribio
Crespo Puerta y con el asentimiento de la mayoría de los jefes y oficiales,
procedió a declara el estado de guerra,
detuvo a los militares adictos al Gobierno, ocupó la Casa del Pueblo y sitió
el edificio del Gobierno Civil, pero la llegada de milicianos de Granada, la
movilización de la masa ciudadana y la arribada al puerto del destructor Lepanto,
procedente de Cartagena, y que amenazó con bombardear la ciudad si los
nacionales no deponían las armas, hicieron fracasar el levantamiento, entregándose
Huertas Topete y los demás sublevados a las autoridades de la República. Pocos
días después fueron todos asesinados.
ARRIBA
Quedó
incorporada al bando nacional desde los primeros momentos del Alzamiento. Tras
la proclamación del estado de guerra,
a los soldados adscritos a la Caja del Recluta y al Colegio Preparatorio de
Suboficiales se añadieron guardias civiles y de asalto, procediendo a la
ocupación del casco urbano sin derramamiento alguno de sangre. Un papel
decisivo fue el del teniente coronel de la Guardia Civil Romualdo Almoguer Martínez,
que se negó a distribuir armas entre los militantes del Frente Popular. En esta
ciudad se encontraba preso el falangista Onésimo Redondo Ortega, que
inmediatamente fue puesto en libertad. A finales de octubre de 1936, el jefe del
Ejército del Norte, el general Emilio Mola Vidal, instaló su cuartel general.
El 11 de noviembre de 1936 el aeropuerto de Ávila sufrió un intenso bombardeo
a cargo de la aviación republicana, siendo destruidos casi todos los aviones
“Junker”
y “Heinkel”
de la escuadrilla del teniente Kraft Eberhard, el cual murió en la operación,
siendo el primer oficial alemán caído en suelo español.
ARRIBA
El
general de brigada Luis Castelló Pantoja, al estallar la guerra civil,
permaneció fiel a la República, pero el 6 de agosto de 1936, unos 300 hombres
de la Guardia Civil, de la de Asalto y de la Seguridad se alzaron en armas, adueñándose
de la ciudad durante unas horas, hasta que al ser bombardeado el cuartel en que
se habían hecho fuertes, volvió la ciudad a los frentepopulistas.
ARRIBA
En
muchos cuarteles de la Ciudad Condal se habla de la necesidad de sublevarse
contra el Gobierno republicano. A última hora asumió el mando de los alzados
el general Manuel Goded Llopis, que se hallaba destinado en las islas Baleares,
lo que dificultó el contacto con los demás generales, jefes y oficiales de la
IV División comprometidos con el golpe. El día 19 a las 5 de la mañana, habían
de sacar las tropas a la calle. Los dirigentes de la CNT, ante la pasividad de
las autoridades, adoptaron medidas preventivas, buscando y encontrando las armas
que los anarcosindicalistas se habían apoderado, dos días antes, al asaltar
los pañoles de armas de los buques surtos en el puerto de Barcelona. Los
dirigentes ácratas se dirigen al presidente de la Generalidad, Luis Companys
exigiéndole que sean armados los trabajadores para defender la República, cosa
que consiguen. Los milicianos pertrechados con armas, que en muchas ocasiones no
saben manejar, ofrecen resistencia a los rebeldes. El general de la Guardia
Civil Aranguren, es el que resuelve la suerte del alzamiento al aplastar el
movimiento nacional, que carente de sincronización, se tiene que replegar, a
pesar del entusiasmo de los jefes y oficiales sublevados. Poco después de las 8
de la mañana, los rebeldes ven como se esfuman sus últimas esperanzas. Pasado
el mediodía llega en un hidroavión el general Manuel Goded Llopis, pero a esas
horas el movimiento ya está prácticamente abortado. A media tarde, convencido
que nada puede hacerse, telefonea al general Aranguren y le expone su intención
de rendirse, a fin de evitar inútiles sacrificios. Goded dice por la radio:
“La suerte me ha sido adversa y he caído prisionero; si queréis evitar que
continúe el derramamiento de sangre, quedáis desligados del compromiso que teníais
conmigo”.
Tras estas palabras, los sublevados van deponiendo las armas. El día 11 de
agosto de 1936, el general Goded fue conducido ante un consejo de guerra, que lo
condenó a la pena de muerte, siendo fusilado al día siguiente en los fosos del
castillo de Montjuich.
ARRIBA
El
18 de julio de 1936, la guarnición militar de Bilbao se reducía al Batallón
de Montaña nº 4 que mandaba el teniente coronel de Infantería Joaquín Vidal
Munárriz, que estaba fuera de la conspiración, al igual que el comandante
militar de la plaza, el coronel Andrés Fernández-Piñerúa. La mayoría de la
oficialidad estaba comprometida en el alzamiento, pero cuando las fuerzas de la
Guardia Civil y las de Asalto rodearon el cuartel donde se hallaba aposentado el
citado batallón, los oficiales cesaron en su resistencia y se entregaron a las
autoridades.
ARRIBA
En
la tarde del 17 de julio de 1936, el general Domingo Batet, jefe de la VI División
Orgánica, ordenó la detención del general González de Lara, del comandante
Porto Rial y la de los capitanes Murga Santos y Moral Movilla, por albergar
sospechas que estaban conspirando contra el Gobierno. El día 18, el capitán de
Infantería Miranda Barredo, consiguió liberar a los detenidos. Al caer la
tarde del 18, el teniente coronel de Estado Mayor José Aizpuru, secundado por
el comandante Antonio Algar y otros oficiales, proceden a la detención del
general Batet. Acto seguido, el teniente coronel de Caballería Gavilán
Almuzara depone y detiene al gobernador civil, al que se le reemplaza por el
general retirado Fidel Dávila Arrondo. Prácticamente sin disparar un tiro, la
ciudad quedó incorporada a los nacionales.
ARRIBA
Desde
el mismo momento en que se inició la guerra civil, Cáceres quedó incorporada
al bando nacional. El comandante militar de la plaza, Manuel Álvarez Díez, al
enterarse de la sublevación de las fuerzas miliares del protectorado de
Marruecos, ordenó detener al gobernador civil, Miguel Canales González,
procediendo a declarar el estado de guerra,
medida que fue acatada sin oposición, por el regimiento de Infantería, por el
personal de la Caja de Recluta, las fuerzas de la Guardia Civil, las de la
Guardia de Asalto y las del Cuerpo de Carabineros.
ARRIBA
En
julio de 1936, era comandante militar de la plaza el general José López Pinto,
comprometido con el alzamiento. El 18 de julio, obedeciendo órdenes de Queipo
de Llano, que se hallaba en Sevilla, puso en libertad al general José Enrique
Varela Iglesias, preso en el Castillo de Santa Catalina por sus sospechosas
actividades conspiradoras, el cual, una vez libre, protagonizó prácticamente
la sublevación. El gobernador civil, secundado por el presidente de la Diputación
Provincial y otras autoridades civiles y militares, se opusieron a la acción de
Varela, que había sacado las tropas a la calle, haciéndose fuertes, con las
fuerzas de orden público, en el Gobierno Civil, en el Ayuntamiento y en el
palacio de Comunicaciones. Temiendo López Pinto no poder dominar la situación,
habló con el teniente coronel Juan Yagüe, que se encontraba en Ceuta, pidiéndole
refuerzos. En la madrugada del día 19 llegó al puerto de Cádiz el buque
Ciudad de Algeciras,
escoltado por el destructor Churruca,
transportando, el primero, un escuadrón de Regulares, y el segundo, un tabor de
las mismas fuerzas, las cuales, una vez desembarcadas, entraron en acción. Dos
horas después, los republicanos se rindieron a los nacionales, siendo detenidas
las primeras autoridades y los líderes de los partidos de izquierda y de las
organizaciones sindicales.
ARRIBA
Durante
todo el día 19 de julio de 1936, los militares comprometidos en la sublevación
estuvieron pendientes de conocer lo qué pasaba en Valencia, cabecera de la III
División Orgánica y de la cual dependía la plaza. Al fracasar el alzamiento
en Madrid, Barcelona y Valencia es destituido el jefe del Batallón de
Ametralladoras, teniente coronel de Infantería José Giner Morello, que está
comprometido con la rebelión, siendo reemplazado por el teniente coronel
Primitivo Peyré Cabaleiro, opuesto a levantarse contra la República. La ciudad
quedó, prácticamente sin incidencias, en poder del Gobierno republicano.
ARRIBA
En
poco más de dos horas, la sublevación y su incorporación a la zona nacional
se produjo sin incidentes. El jefe supremo de la compleja guarnición de Ceuta,
era el general de brigada Osvaldo Fernando de la Caridad Capaz Montes, el cual
se hallaba en Madrid disfrutando de un permiso. Le sustituía en la jefatura de
las tropas el coronel de Artillería Arturo Díaz Clemente que, situado al
margen de la conspiración, al tener conocimiento de que la guarnición de
Melilla se había alzado en armas contra el Gobierno de la República, adoptó
una actitud indecisa -por
lo que al triunfar el alzamiento, fue expulsado del Ejército-,
perdiendo, como consecuencia de ello, el control de los jefes y oficiales que le
estaban subordinados. A las 23 h del día 17 de julio de 1936, Juan Yagüe, jefe
de la Legión, ordenó tocar generala,
sacando acto seguido las tropas a la calle y ocupando la ciudad sin encontrar
resistencia alguna.
ARRIBA
Con
una guarnición militar muy escasa al mando del coronel Mariano Salafranca
Barrio, que desempeñaba el cargo de comandante militar, la plaza quedó bajo el
dominio republicano desde que estalló la guerra civil. Hubo alguna perturbación
de orden público, producido por un reducido grupo de militantes falangistas. La
reacción ‘antifascista’ revistió caracteres de auténtica crueldad. Los crímenes
fueron realmente atroces. A la madre de dos jesuitas le obligaron a tragarse un
crucifijo. Ochocientas personas fueron arrojadas al pozo de una mina. Los
asesinatos eran acogidos con grandes aplausos, gritando ¡Libertad! ¡Muera el
fascismo!
ARRIBA
El
18 de julio de 1936, el comandante militar y jefe del Regimiento de Artillería,
el coronel Ciriaco Cascajo Ruiz, siguiendo instrucciones del general Queipo de
Llano, procedió a proclamar el estado de guerra,
sin encontrar oposición alguna, ya que el gobernador civil Antonio Rodríguez
de León, si bien no estaba comprometido con los nacionales, veía el alzamiento
militar con buenos ojos. Cascajo se limitó a emplazar sus cañones frente al
Gobierno Civil, y después del segundo cañonazo, los republicanos se entregaron
a los nacionales. El coronel de Artillería Ciriaco Cascajo, asistido del
teniente coronel de la Guardia Civil Bruno Ibáñez, comenzó la persecución,
encarcelamiento y fusilamientos de los elementos afines al Frente Popular.
ARRIBA
El
alzamiento militar de esta plaza tuvo lugar el día 20 de julio de 1936. El día
anterior, el general Mola telefoneó al jefe de la VIII División Orgánica,
general Enrique de Salcedo Molinuevo, para que se sumase a la sublevación, pero
éste, convencido por el comandante militar de La Coruña, y simpatizante del
Frente Popular, el general Rogelio Caridad Pita, optó por abstenerse de toda
actuación, esperando el desarrollo de los acontecimientos. Detenido el general
Salcedo por su jefe de Estado Mayor, coronel Luis Tovar Figueras, se hizo con el
mando de la división el coronel de Ingenieros Enrique Cánovas Lacruz, que
asumió la máxima responsabilidad, como mando de mayor antigüedad entre los
alzados. Al grito de ¡Viva la República! y a los sones del himno de Riego,
proclamó el estado de guerra,
y sacando las tropas a la calle procedió a
ocupar la ciudad. El gobernador civil Francisco Pérez Carballo, antiguo
militante de la FUE y militante de Izquierda Republicana, secundado por un grupo
de guardias de asalto y otro de guardias civiles, se hizo fuerte en el edificio
del Gobierno Civil, donde resistió casi dos días, al cabo de los cuales no
tuvo más remedio que rendirse a los militares nacionales que, eficazmente
apoyados por algunos falangistas sublevados por Manuel Hedilla Larrey,
procediendo a ocupar la ciudad. Detenido Pérez Carballo, fue asesinado pocos días
después.
ARRIBA
Con
muy poca guarnición militar a cargo de un teniente coronel de Infantería,
auxiliado por unos pocos oficiales y soldados, se mantuvo al lado del Gobierno
republicano gracias al jefe de la Guardia Civil, teniente coronel Francisco García
de Angela, que mantuvo el orden público, evitando cualquier conato de
insurrección armada. Pero algunos días después, tras la llegada de
contingentes anarquistas mandados por Cipriano Mera, se produjeron asesinatos -entre
ellos, el del obispo de la diócesis, Cruz Laplana y Laguna-,
incendios, saqueos y otros desmanes.
ARRIBA
Al
estallar la guerra, la guarnición de la plaza estaba compuesta por la I Brigada
Mixta de Montaña, de la que era jefe el general Jacinto Fernández Ampón,
implicado en la conspiración, como también lo estaba el coronel Jorge
Villamide Salinero y el teniente coronel Antonio Alcubilla Pérez. En la
madrugada del 19 de julio de 1936, una sección de tropas “cumpliendo órdenes
de Barcelona”, procedió, sin encontrar resistencia alguna, ni tan siquiera de
las autoridades, a declarar el estado de guerra, pero
al atardecer del mismo día, cuando se conoció el fracaso del golpe en la
Ciudad Condal, la Guardia Civil y Guardia de Asalto, conminaron a los sublevados
a que se retirasen a sus cuarteles, aceptando éstos la indicación y evitándose
de esta forma cualquier tipo de enfrentamiento.
ARRIBA
El
gran artífice del alzamiento militar en Gran Canaria fue el general Luis Orgaz
Yoldi, que se hallaba confinado en la isla por orden del Gobierno republicano.
El 17 de julio de 1936 el general Franco, comandante militar de las islas
Canarias, se había trasladado desde Tenerife a Las Palmas para presidir, en
representación del Gobierno, el entierro del general Balmes, comandante militar
de Las Palmas. Tras el sepelio se retiró al hotel Madrid, donde se había
instalado con su esposa e hija. En la madrugada del 17 al 18 le entregaron un
telegrama, reexpedido desde Tenerife, con el siguiente texto: “Jefe
Circunscripción Melilla a Comandante General Canarias. Este ejército levantado
en armas se ha apoderado en la tarde de hoy de todos los resortes del mando en
este territorio. La tranquilidad es absoluta. ¡Viva España! Coronel Soláns.”
Acto seguido, Franco se trasladó a la Comandancia Militar cursando este otro
telegrama: “Gloria al heroico Ejército de África. Recibid el saludo
entusiasta estas guarniciones que se unen a vosotros y demás compañeros Península
en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. ¡Viva España con honor!
General Franco.” Envió
una copia a los generales jefes de las ocho Divisiones Orgánicas, así como al
comandante de Baleares, al jefe de la División de Caballería, al jefe de la
Circunscripción de Ceuta y Larache, al jefe de las fuerzas militares de
Marruecos y a los almirantes jefes de las bases navales de El Ferrol, Cádiz y
Cartagena. Recibió un nuevo telegrama, éste del coronel Sáenz de Buruaga: “Dueños
absolutos de todas las plazas de Marruecos, agradecemos de corazón el
entusiasta saludo, anhelando pronta llegada para ponernos sus órdenes. Puede
tomar tierra en Tetuán o en Larache sin consecuencias. Conviene avise salida y
esperamos noticias. ¡Viva España!.”
Ordenó Franco que se procediese a declarar el estado de guerra en
las islas Canarias, lo que se llevó a cabo con los requisitos del caso, difundiéndose
al mismo tiempo por la radio el que se ha llamado “El Manifiesto de las
Palmas”,
escrito de puño y letra por Franco, y que es uno de los documentos de Franco más
importantes y definidores de su pensamiento, en día tan señalado.
ARRIBA
En
el mes de julio de 1936, la capital estaba compuesta por el Regimiento de
Infantería nº 2 mandado por el coronel Basilio León Maestre y el Regimiento
de Artillería Ligera nº 4, del cual era jefe el coronel Antonio Muñoz Jiménez.
El comandante militar de la plaza era el recién ascendido a general Miguel
Campins Aura, el cual a pesar de estar comprometido con el alzamiento, el 18 de
julio se entrevistó con el gobernador civil César Torres Martínez y con
algunos líderes del Frente Popular, a los cuales aseguró que las fuerzas a sus
órdenes se mantendrían fieles al Gobierno, e incluso que llegado el momento
entregaría las armas que estaban bajo su custodia a las milicias de los
partidos políticos de izquierda y a las organizaciones sindicales. El Gobierno
exigía desde Madrid a las autoridades granadinas una gran resistencia ante
cualquier conato de alzamiento militar. Campins visitó varios cuarteles
comprobando que la oficialidad en pleno, la Guardia Civil, la de Asalto y
algunos falangistas y requetés estaban dispuestos a sublevarse. Al propio
tiempo, su ayudante el comandante Francisco Rosaleny Burguet, que obedecía órdenes
del general Queipo de Llano, le conminó a firmar el bando declarando el estado
de guerra, a
lo que accedió Campins, no obstante lo cual fue detenido por sus propios
subordinados, haciéndose cargo del mando de los alzados el citado coronel
Antonio Muñoz Jiménez. Las tropas salieron a la calle, publicando el bando y
procediendo a detener a las autoridades adictas al Gobierno.
ARRIBA
En
el mes de julio de 1936, la guarnición de la plaza estaba limitada al
Regimiento de Aerostación, cuyo jefe era el coronel de Ingenieros Francisco
Delgado Jiménez, y unos reducidos destacamentos de tropas. Hasta bien entrado
el día 20, los oficiales comprometidos en el alzamiento adoptaron una actitud
cautelosa, pues esperaban que una columna procedente de Pamplona les asegurase
el triunfo del golpe. Ante el fracaso de la sublevación en Alcalá de Henares y
advertir que la ayuda de Navarra no llegaba, los oficiales decidieron lanzarse a
la calle, ocupando el Ayuntamiento, la Casa del Pueblo y el Gobierno Civil,
prestando su concurso las fuerzas de la Guardia Civil y de Seguridad. El
comandante Rafael Ortiz de Zárate López y un grupo de soldados ocuparon la
prisión y excarcelaron a los militares detenidos, entre los que se encontraban
los generales González de Lara y Barrera, el contralmirante Fontela y el
teniente coronel Loscertales. Al enterarse Madrid que Guadalajara se ha
sublevado, sale una columna al mando del coronel Puigdengolas para dominar la
situación. Camiones requisados por elementos de la CNT y de la UGT, avanzan
sobre Guadalajara. El día 22 el Gobierno dispone de algunos millares de
hombres, en su mayoría milicianos sin instrucción. Los alzados son unos 100
jefes y oficiales, 40 clases, 275 cabos y soldados, 150 guardias civiles y de
seguridad y dos centenares de civiles, los cuales ofrecen resistencia en el
puente sobre el río Henares, a la entrada de la ciudad, prolongándose la lucha
durante horas. El último foco será el cuartel de Aerostación. Cae en poder de
los atacantes el comandante Ortiz de Zárate, siendo ejecutado inmediatamente.
Dominado el cuartel por entero, se inicia una matanza indiscriminada de jefes y
oficiales. Son asesinados el contralmirante Ramón Fontela, el general González
de Lara, el coronel de Infantería José Candeira, el coronel de Ingenieros
Francisco Delgado Jiménez y un centenar de jefes y oficiales. Ebrios por su
triunfo, los milicianos emprenden una brutal carnicería, queman iglesias y
destruyen edificios, incautándose del palacio del duque del Infantado y del de
Romanones e instalan los cuarteles del Frente Popular en los conventos.
ARRIBA
El
18 de julio de 1936, al conocerse la sublevación de las fuerzas militares
destacadas en Marruecos y de algunas guarniciones de la Península, el
gobernador civil de la provincia ordenó que la Guardia Civil de Huelva se
trasladase a Sevilla para coadyuvar a la sofocación del levantamiento del
general Queipo de Llano, poniéndose a sus órdenes una vez que dicha fuerza
llegase a su destino, en vez de cumplir el cometido que legalmente se le había
confiado. Pero como que la guarnición de Huelva era más simbólica que de
hecho, la ciudad permaneció en los primeros momentos con el Gobierno
republicano, en cuya actitud desempeñó un destacado papel, además del citado
gobernador, el teniente coronel jefe de la Guardia Civil Julio Orts Flor,
evitando toda clase de desmanes. Tras el fracasado envío de los guardias
civiles a Sevilla, ordenó el gobernador una nueva expedición, integrada por
mineros de la zona, pero fue detectada en el camino por los nacionales y voladas
las cargas de dinamita que transportaban, resultando 30 bajas entre muertos y
heridos, y siendo hechos prisioneros 69 hombres, todos los cuales fueron
fusilados acto seguido. El 27 de julio, los 500 guardias civiles de toda la
provincia onubense que se habían concentrado en la capital gubernativa, se
alzaron en armas contra la República y ocuparon la ciudad, poniendo en libertad
a los aproximadamente quinientos presos políticos -la
mayoría de ellos falangistas o simpatizantes con esta ideología-
que se encontraban en la cárcel. Huidos el gobernador civil, el alcalde y los
jefes de la Guardia Civil y de Carabineros, fueron hallados poco tiempo después
por los alzados, los cuales procedieron al fusilamiento de todos ellos.
ARRIBA
En
la noche del 18 de julio de 1936, el jefe de la X Brigada de Infantería y
comandante militar de la plaza, el general Gregorio de Benito Terraza, siguiendo
instrucciones del jefe de su División Orgánica, el general Miguel Cabanellas
Ferrer, proclamó el estado de guerra,
siendo secundado por el coronel Carmelo García Conde, jefe del Regimiento de
Infantería nº 20. Acto seguido fue detenido el gobernador civil, Agustín
Carrascosa Carbonell. No se registraron actos de violencia.
ARRIBA
En
julio de 1936, estaban concentradas en la capital las fuerzas de la Guardia
Civil de toda la provincia, en total unos 800 hombres, al mando del teniente
coronel de dicho cuerpo Pablo Iglesias Martínez, ejerciendo de segundo jefe el
comandante Eduardo Nofuentes Montoro, ambos sancionados a consecuencia del
comportamiento que habían observado cuando el 10 de agosto de 1932, el general
José Sanjurjo se sublevó en Sevilla contra la República. Al producirse el
alzamiento militar el día 17 de julio de 1936, gran parte de la oficialidad y
de los guardias civiles se mostraron partidarios de unirse a la rebelión, pero
los citados Iglesias y Nofuentes y el comandante Ismael Navarro Serrano,
trataron de disuadir a sus subordinados, diciéndoles que, en principio, estaban
de acuerdo con ellos, pero que era mejor dejar pasar algún tiempo para poder
reflexionar con calma y proceder en consecuencia. Pero al fin, la escasa
guarnición militar de la plaza, fue motivo para no hacer ninguna tentativa de
alzarse en armas contra el Gobierno.
ARRIBA
La
guarnición de la ciudad de León, en aquel mes de julio de 1936, estaba
compuesta por el Regimiento de Infantería nº 36 y un grupo de la 1ª Escuadra
de Aviación. Las fuerzas de Orden Público estaban representadas por unos 400
guardias civiles y unos 200 guardias de asalto. Era comandante militar el
general de brigada de Infantería Carlos Bosch Bosch. El día 19 por la mañana,
unos 4.000 mineros procedentes de Asturias, que se dirigían a Madrid, entraron
en la ciudad por carretera y ferrocarril, al tiempo que aparecía en León el
general Juan García Gómez Caminero, inspector general del Ejército, quien
ordenó al comandante de la plaza que distribuyese armas a los citados mineros,
orden que el general Bosch acató aparentemente, pues se limitó a entregar unos
200 fusiles y cuatro ametralladoras, con la condición de que abandonasen la
ciudad. Aceptaron los mineros y reanudaron su viaje a Madrid. Al día siguiente
García Gómez, viendo que el alzamiento era inevitable, huyó a Portugal. El día
20 a las 2 de la tarde, la guarnición declaró el estado de guerra,
que llevó a cabo sin más dificultad que la resistencia, más fingida que real,
del gobernador civil y algunos políticos, que fueron detenidos, incorporándose
la plaza al bando nacional.
ARRIBA
Al
estallar la guerra civil, la guarnición estaba compuesta por el Regimiento de
Infantería nº 26, la Caja de Recluta y el Centro de Movilización y Reserva.
Era comandante de la plaza el coronel de Infantería Rafael Sanz Gracia,
comprometido con el alzamiento. Por orden del general Miguel Cabanellas, ordenó
a las fuerzas, a las 9 de la mañana del 20 de julio de 1936, declarar el estado
de guerra. No
obstante, el fracaso del alzamiento en Barcelona, la situación dio un giro de
180 grados. El coronel se entregó sin resistencia. Detenidos todos los
sublevados, fueron conducidos a la cárcel, siendo fusilados los cabecillas más
cualificados. En manos de elementos de la CNT, FAI y POUM, se produjeron
numerosos desmanes en la ciudad, asesinando al obispo, incendiando la catedral
por orden de Buenaventura Durruti, saqueos, ‘paseos’, etc.
ARRIBA
El
19 de julio de 1936, los jefes y oficiales de la guarnición logroñesa,
cumpliendo órdenes de los militares nacionales de Burgos, se levantaron en
armas contra la República, declarando el estado de guerra, ocupando
la ciudad y la base aérea de Agoncillo, mandada por el capitán de Infantería
y piloto aviador Eduardo Prado Castro. Al día siguiente llegó a la capital una
columna, procedente de Pamplona, mandada por el coronel García Escámez, que
detuvo al general Víctor Carrasco Amilibia -hasta
entonces comandante militar de la plaza y jefe de la VI Brigada de Artillería-
el cual, acusado de haber obrado con indecisión y tibieza, no obstante haberse
adherido al alzamiento, fue conducido a Pamplona, nombrándose para sustituirle
al teniente coronel de Infantería Pablo Martínez Zaldívar.
ARRIBA
El
18 de julio de 1936, fuerzas del Regimiento de Infantería nº 12, de guarnición
en la plaza, que mandaba el coronel Alberto Caso y Agüero, procedieron a
declarar el estado de guerra
y a detener a las autoridades civiles. En pocas horas, tras delegar el
gobernador civil de la provincia toda su autoridad en los militares alzados, la
ciudad quedó incorporada al bando nacional.
ARRIBA
La
guarnición de la capital de la República constituía el contingente más
numeroso del ejército español. Era la plaza que más interesaba conquistar a
los militares que preparaban el alzamiento de julio de 1936. Junto con Barcelona
eran los puntos más difíciles para triunfar la sublevación, como ya lo
advirtió el general Mola en sus ‘Instrucciones reservadas’, y
desde luego no se equivocó. Cerca de 7.000 hombres estaban a las órdenes del
general de brigada José Miaja Menant, que eventualmente se hallaba al frente de
la 1ª División Orgánica. A estas fuerzas había que añadir unos 2.500
guardias civiles y alrededor de 4.000 guardias de Asalto. El presidente del
Gobierno, Santiago Casares Quiroga estaba informado de que se preparaba un golpe
militar, pero no le dio la más mínima importancia, confiando que llegado el
caso con sólo la Guardia de Asalto podía acabar con la intentona sediciosa. El
día 18 todo el mundo conoce ya y comenta la insurrección militar de Marruecos,
pero el Gobierno guarda un significativo silencio, pero al final no tiene más
remedio que salir al paso de lo que se murmura en la calle y a través de las
emisoras de radio. “El Gobierno declara que el movimiento está
exclusivamente circunscrito a determinadas ciudades de la Zona del Protectorado
y que nadie, absolutamente nadie, se ha sumado en la Península a este empeño
absurdo.”
La tensión va creciendo y el general Sebastián Pozas Perea, inspector general
de la Guardia Civil, pide a las fuerzas a sus órdenes el más estricto
cumplimiento del deber. Casares Quiroga, que además de presidente del Consejo
de Ministros desempeña la cartera de Guerra, sigue restándole importancia a la
revuelta de Marruecos. Ante la gravedad de la situación, gravedad que el
Gobierno se empeña en desconocer, el general José Riquelme y López Bago,
advierte a Casares la conveniencia de armar a batallones de voluntarios,
facilitados por los partidos políticos y las organizaciones sindicales del
Frente Popular, para llegado el caso hacer frente a los sublevados, a lo que se
niega el presidente del Gobierno, ya que teme armar a los paisanos, “pues
una vez que aplasten la rebelión de los militares, se volverían contra
nosotros, y nos encontraremos con la revolución en la calle organizada
indirectamente por nosotros mismos”.
La situación, ante la pasividad, el silencio y las falsas noticias dadas por el
Gobierno, se agrava cada minuto que transcurre. Casares no ve otra solución que
presentar la dimisión que es aceptada por el Presidente de la República,
Manuel Azaña, el cual encarga a Diego Martínez Barrio que trate de formar
nuevo Gobierno. En esta designación del jefe de la moderada Unión Republicana,
es un gran error pues Martínez Barrio no va a gustar a nadie: no convence a los
derechistas por ser de izquierdas, y no convence a los izquierdistas por ser el
ala derecha del Frente Popular. Pero aún lo más grave es que las centrales
sindicales se sienten traicionadas: UGT y CNT claman por la destitución
fulminante de Martínez Barrio: ¡Todo menos pactar con los sublevados! Las
masas intuyen que el nuevo Gobierno es de mediación,
lanzándose a la calle. Horas después, sin que los ministros del nuevo gabinete
hayan tomado posesión de sus cargos, Martínez Barrio presenta la dimisión.
Accede al poder José Giral, que era ministro de Marina con Casares Quiroga.
Como primera medida decide armar al pueblo. Se hace oír la voz de La
Pasionaria
por Unión Radio: “Trabajadores, antifascistas, pueblo laborioso: ¡todos
en pie dispuestos a defender la República, las libertades populares y las
conquistas democráticas del pueblo!
El cuartel de la Montaña, en donde se alojaban un regimiento de Infantería,
otro de Zapadores Minadores y un grupo de Alumbrado e Iluminación,
bajo el mando del general Fanjul, estaba completamente de acuerdo con el
alzamiento. Al amanecer del día 20, se inicia un violento cañoneo y horas
después cae en manos de sus sitiadores. La carnicería que se producirá en su
interior, tras la rendición de los nacionales, será una de las más crudas y
salvajes de toda la contienda. Madrid se llena de vehículos requisados que
exhiben en sus portezuelas y en el techo, toscamente pintadas con tiza o pintura
blanca las iniciales de las diversas organizaciones del Frente Popular: UHP,
UGT, CNT-FAI, PS y rótulos alusivos como: Muera el clero, ¡Abajo el
fascio!, ¡Les hemos dado para el pelo!, etc.
Por las ventanillas de estos coches asoman los fusiles de la chusma. De lo que
no cabe duda es de que la rebelión, gracias al concurso de las turbas armadas,
fue vencida en Madrid y Barcelona, y si el Gobierno tuvo las dos capitales más
poderosas del país, la cuestión estaba bien clara: los militares habían
perdido la partida. En la capital se registran más muertos por causa personal
que por motivo político. La persecución y ejecución de religiosos comenzaron
ya en la noche del 20 de julio de 1936, así como los tristemente famosos “paseos”.
ARRIBA
En
julio de 1936, la guarnición militar estaba compuesta por la 4ª Brigada de
Infantería, mandada por el general Francisco Patxot
Madoz. Al enterarse del asesinato del líder monárquico José Calvo
Sotelo, decidió sumarse a la rebelión. El día 18 del citado mes, fuerzas
encabezadas por el capitán Agustín Huelín Gómez procedieron a fijar el bando
declarando el estado de guerra. Cuando
parecía asegurado el triunfo de los alzados, el gobernador civil José Antonio
Fernández Vega, afiliado a Izquierda Republicana, apoyado por la Guardia de
Asalto y por la Policía gubernativa, se negó a resignar el poder. La Guardia
Civil, al mando del coronel Fulgencio Gómez Carrión, que en un principio se
había mostrado partidaria de secundar el levantamiento, se replegó a sus
cuarteles. Los refuerzos pedidos a Marruecos no llegaban, y por el contrario las
organizaciones obreras se lanzaron a la calle dispuestas a abortar el
alzamiento. En la mañana del día 20 Málaga está dominada por la multitud y
al grito de ¡UHP! (Uníos Hermanos Proletarios) se suceden las manifestaciones
a las que se unen guardias de Asalto y Carabineros. La calle de Larios sufre el
vandalismo, destruyendo el Café Inglés, el Círculo Mercantil y el palacio de
los marqueses de Larios. En unas horas sólo quedan ruinas y Málaga se cubre de
una nube de humo provocada por los incendios de iglesias y edificios. Los
cuarteles y la Comandancia Militar se entregan sin ofrecer resistencia. El
general Patxot es detenido y lesionado se le conduce prisionero. Muy pronto Málaga
se convierte en el lugar de concentración de la Flota de la República y desde
allí saldrá hacia Algeciras, Cádiz y Ceuta en sus ataques. Dominada la ciudad
por las fuerzas adictas a la República, comunistas y anarquistas se dedicaron a
cometer cientos de asesinatos y actos de pillaje, dejándola sumida en un
lamentable estado moral y material.
ARRIBA
En
julio de 1936, la guarnición se limitaba a un regimiento de Infantería, un
grupo de Artillería, otro grupo de Zapadores de Telégrafos, una compañía de
Intendencia y otra de Sanidad. La comandancia militar la desempeñaba el general
de división Manuel Goded Llopis, implicado en la conspiración para derrocar al
Gobierno del Frente Popular. El día 19, le telefoneó desde Barcelona el
general Álvaro Fernández Burriel para participarle que la guarnición de dicha
capital, ya se había sublevado, instándole que urgentemente se hiciese cargo
de la Ciudad Condal. Goded ordena declarar el estado de guerra
en la isla. A continuación manda al general José Bosch Atienza, comandante
militar de Menorca, a implantar la ley marcial y a presentarse en Mallorca para
sustituirle, pues él tenía que trasladarse a Barcelona. La incorporación de
Mallorca al bando nacional se efectuó sin mayores problemas, ya que las
autoridades civiles se entregaron sin presentar ninguna resistencia.
ARRIBA
Fue
en esta plaza donde se inició el alzamiento militar en julio de 1936. El día
17 estando reunidos en el edificio de la Comisión de Límites un grupo de
oficiales comprometidos en la conspiración para derrocar al Gobierno del Frente
Popular, irrumpieron en dicha reunión una sección de guardias de Asalto con la
pretensión de realizar un registro. Se opuso a ello el teniente coronel de
Estado Mayor Darío Gazapo Valdés, alegando que era precisa una autorización
del comandante militar general de brigada Manuel Romerales Quintero. Puestos al
habla por teléfono, el citado general le dijo que la orden era correcta y
que la había dado él. Entonces Darío Gazapo llamó al teniente de la Legión
Julio de la Torre, al que pidió que se personara con algunos hombres en el
edificio de la Comisión de Límites, no haciéndose esperar la respuesta, y
minutos después, una veintena de legionarios, se presentaron en dicho edificio.
El teniente De la Torre, que veía la cosa perdida, ordenó que hicieran fuego
contra la Guardia de Asalto, lo que impidió el oficial que mandaba esta última
fuerza, haciendo causa común con los sublevados, los cuales ocuparon la
Delegación del Gobierno y la Comandancia Militar, poniéndose al frente de la
misma el coronel de Infantería Luis Soláns Labedán. El teniente coronel
Maximino Bartomeu González Longoria, que se hallaba en Melilla en situación de
disponible, procedió a declarar el estado de guerra
en nombre del general Francisco Franco Bahamonde. Tras algunos brotes de
resistencia, se restableció la calma. Un grupo de Tropas Regulares ocupaba el
aeródromo de Tahuima.
ARRIBA
En
julio de 1936, la guarnición militar estaba compuesta por un regimiento de
Artillería Ligera mandada por el coronel Jorge Cabanyes Mata, el cual, al
parecer, no estaba comprometido en la conspiración. Los escasos oficiales que
simpatizaban con el alzamiento, al carecer de un líder, adoptaron una actitud
de prudente espera, hasta que el 21 de julio fueron detenidos por resistirse a
obedecer las órdenes del general Toribio Martínez Cabrera, que desde Cartagena
había mandado que el mencionado regimiento de Artillería se dirigiese a
Albacete, con el fin de hacer abortar cualquier conato de sublevación armada.
Salvo este ligero incidente, Murcia quedó en poder de la República.
ARRIBA
Desde
el 20 de julio de 1936, la ciudad quedó incorporada a la zona nacional, en que
fuerzas de un batallón del Regimiento de Infantería nº 12, de guarnición en
Orense, al mando del comandante José Ceano Vivas Sabán, fueron autorizadas por
el teniente coronel del Arma de Infantería Luis Soto Rodríguez, comandante de
la plaza y jefe de la Caja de Recluta, para declarar el estado de guerra.
ARRIBA
Al
estallar la guerra, la guarnición de la plaza estaba constituida por unos mil
hombres, encuadrados en el Regimiento de Infantería nº 32, y un millar de
guardias civiles diseminados por toda la provincia. Al frente de la Comandancia
Militar se hallaba el coronel de Estado Mayor Antonio Aranda Mata, republicano y
simpatizante con el Frente Popular. Al enterarse del alzamiento militar que el
17 de julio de 1936 se había producido en el protectorado de Marruecos, adoptó
una actitud pasiva, consiguiendo ganarse la confianza de las autoridades civiles
y de los líderes sindicales, consiguiendo convencer a unos y a otros que lo más
urgente era ayudar a Madrid, sugiriendo que algunas columnas de mineros saliesen
en dirección a la capital del Estado, garantizando con las fuerzas a su mando,
la tranquilidad pública y el aplastamiento de cualquier movimiento rebelde.
Requerido por el general Mola para que se uniese al alzamiento, no le dijo que
no rotundamente, pero condicionó su adhesión a que se cumpliesen ciertos
requisitos. Recibió también órdenes desde Madrid para que procediese a la
entrega de armas a las organizaciones sindicales, órdenes que cumplió sólo en
mínima parte y con toda premiosidad. No pudiendo resistir más la presión a
que le habían sometido las autoridades antes mencionadas, se refugió en el
cuartel de Infantería y desde allí ordenó que saliese la fuerza armada a
proclamar el estado de guerra. Ocupada
por los alzados la emisora de Radio Asturias, dirigió una alocución a sus
conciudadanos, invitándoles a unirse a la sublevación. Le apoyaron los
guardias de Asalto, además de la Falange y la Guardia Civil. En el coronel
Aranda se sumaron la audacia y la inteligencia, quedando Oviedo en poder de los
nacionales, lo que constituyó un duro revés para el bando frentepopulista.
ARRIBA
El
19 de julio de 1936, el regimiento de Caballería que mandaba el comandante
militar el general Antonio Ferrer de Miguel, cumpliendo órdenes de la cabecera
de la VI División Orgánica, procedieron a declarar el estado de guerra, deteniendo
al coronel José González Camó, que estaba estrechamente ligado al Frente
Popular, y ocupando los edificios más importantes de la ciudad. El gobernador
civil de la provincia, que también había sido detenido por los alzados, resultó
muerto en extrañas y todavía no aclaradas circunstancias, cuando era conducido
a la cárcel.
ARRIBA
El
comandante militar de la plaza, en julio de 1936, era el general de brigada
Emilio Mola Vidal, del cual dependía la X Brigada de Infantería, integrada por
los regimientos nº 14, destinado en Pamplona y mandado por el coronel José
Solchaga Zala, y el nº 24, cuya sede era Logroño. Completaba la guarnición un
batallón de Montaña, cuyo jefe era el teniente coronel Pompeyo Galindo Lladó
y un grupo mixto de Ingenieros a las órdenes del comandante Gabriel Ochoa de
Zabalegui. El Gobierno desconfiaba de Mola, aunque carecía de pruebas concretas
para acusarle. También recelaba el jefe de la División Orgánica a la que
pertenecía la comandancia de Pamplona, general Domingo Batet Mestres, pero se
dejó convencer por Mola, en el monasterio de Irache, donde de incógnito se habían
entrevistado los dos generales. El 18 de julio, al conocerse la sublevación de
las guarniciones de Marruecos, Mola guardó una actitud expectativa. Dueño de
la situación aun sin declarar el estado de guerra,
autorizó en un gesto de buena voluntad, a que el gobernador civil Mariano Menor
Poblador, abandonara Pamplona. Aunque el nerviosismo hizo presa entre muchos
oficiales dispuestos a sublevarse, Mola, como buen ordenancista que era, se negó
a hacerlo antes del día y la hora convenida: el domingo 19, a las 6 de la
madrugada. Precisamente a esa hora le telefoneó el general Miaja para
comunicarle que acababa de aceptar el nombramiento de ministro de la Guerra y
también para participarle su extrañeza, pues le habían dicho que en Vitoria
alguien había declarado el estado de guerra
en nombre del general Mola. Aprovechó éste para hacerle saber a Miaja que se
había alzado en armas contra el Gobierno y asumido el mando de la VI División
Orgánica. Tropas del Batallón de Montaña procedieron a proclamar el estado
de guerra.
ARRIBA
El
Regimiento de Artillería Ligera nº 15 de la guarnición militar de Pontevedra,
hasta el día 20 de julio de 1936 se mantiene en una actitud dubitativa, en
espera de acontecimientos, pero en la tarde de dicho día, tras sumarse al
alzamiento las fuerzas de la Guardia Civil allí destacadas, se procede a
declarar el estado de guerra
por orden del comandante militar de la plaza el general José Iglesias Martínez,
procediendo a detener a las autoridades civiles, que prácticamente no presentan
resistencia.
ARRIBA
El
julio de 1936, la guarnición estaba compuesta por un regimiento de Infantería,
otro de Caballería, un centro de Movilización y Reserva, la Caja de Recluta y
las escasas tropas del Servicio de Intervención, a las que habría que añadir
las fuerzas de Orden Público: Guardia Civil, Guardia de Asalto, Guardia de
Seguridad y Carabineros. El comandante de la plaza, general de brigada Manuel
García Álvarez, estaba implicado en la conspiración, por lo que a las 11 de
la mañana del 19 de julio, obedeciendo órdenes del general Andrés Saliquet,
que había tomado el mando de la VII División Orgánica, ordenó que tropas a
sus órdenes procediesen a leer el bando proclamando el estado de guerra, hecho
que la mayoría de la población acató con grandes muestras de complacencia..
ARRIBA
En
el mes de julio de 1936, la guarnición estaba compuesta por un regimiento de
Artillería, un batallón de Ingenieros y otro de Zapadores, más las fuerzas de
Orden Público: Guardia Civil, de Asalto, Migueletes y Carabineros. El
comandante militar de la plaza el coronel León Carrasco Amilibia, sin saber muy
bien que actitud adoptar, se limitó el día 18 de julio, a ordenar el
acuartelamiento de las tropas. Puesto en comunicación con el gobernador de la
provincia, Jesús Artola, llegó casi a convencerse de que el alzamiento ya no
era necesario puesto que había sido sustituido en la presidencia del Consejo de
Ministros el ‘radical’ Casares Quiroga por el ‘moderado’ Martínez
Barrio. No obstante, empujado por oficiales de la guarnición, ordenó el estado
de guerra. Mientras
tanto, las fuerzas leales al Gobierno se concentraban en Éibar y organizaban
una serie de columnas que el día 22 de julio marcharon hacia la capital, la
cual, tras una semana de resistencia, volvió a manos del Gobierno republicano,
siendo detenidos y fusilados acto seguido los jefes, oficiales y sus seguidores.
ARRIBA
En
julio de 1936, la guarnición de la ciudad estaba compuesta por el Regimiento de
Infantería nº 23, cuyo coronel jefe José Pérez García Argüelles, era además
el comandante militar de la plaza. El 19 de julio recibe una orden de Burgos,
como cabecera de la División Orgánica a la que pertenecía Santander, para que
proceda a declarar el estado de guerra
y se adhiera al alzamiento militar contra el Gobierno del Frente Popular, orden
que no cumple por entender que no procede de fuente legalmente autorizada,
quedando a la espera del desarrollo de los acontecimientos. El día 25, tropas
republicanas ocupan la ciudad, sin encontrar resistencia, quedando así
incorporada a la zona gubernamental. El coronel Pérez García Argüelles es
detenido y juzgado por un tribunal popular, siendo condenado a muerte, si bien
la pena no se llegó a cumplir.
ARRIBA
El
19 de julio de 1936, se recibe de la Comandancia Militar de Segovia una orden de
la cabecera de la VII División Orgánica (Valladolid) para que se declare el
estado de guerra, momento
que esperaban la mayoría de los jefes y oficiales de la guarnición, entre
ellos el comandante militar de la plaza y director de la Academia de Artillería
coronel José Tenorio Muesas, para levantarse en armas contra el gobierno
frentepopulista. El coronel José Sánchez Gutiérrez, al mando del Regimiento
de Artillería nº 13, pone en práctica la medida adoptada. El resto de la
guarnición, la Academia de Artillería e Ingenieros, una sección de
Automovilismo, Caja de Recluta y Servicio de Intervención, secundan el
alzamiento, quedando la ciudad incorporada a la zona nacional.
ARRIBA
En
julio de 1936, la guarnición estaba compuesta por fuerzas de Infantería,
Caballería y Artillería, todas ellas bajo el mando del general José Fernández
de Villa-Abrille Calivara. Al conocerse el 18 de julio la noticia de la
sublevación de las fuerzas destacadas en el protectorado de Marruecos, dicho
general reunió en su despacho a los jefes de cuerpo con el fin de adoptar las
medidas al respecto, al tiempo que el comandante de Estado Mayor José Cuesta
Monereo trataba de convencerle para que se uniese a los alzados, cosa que no
consiguió. Sobre las 2 de la tarde, irrumpe en el despacho el general Gonzalo
Queipo de Llano Sierra, hasta aquel momento inspector general de Carabineros, el
cual propone al citado Fernández de Villa-Abrille que se sume a la rebelión,
respondiéndole éste que no, que está con el Gobierno. Queipo de Llano hace el
mismo requerimiento al general Julián López Viota, jefe de la II Brigada de
Artillería, el cual también le contesta negativamente. Reacciona Queipo de
Llano y a pesar de que no dispone más fuerzas que la propia, ordena que ambos
queden detenidos. Asegurado así el control de la división, se lanza a la
calle, visitando el cuartel donde se aloja el Regimiento de Infantería, enfrentándose
con el coronel de dicha unidad Manuel Allanegui Lusarreta, que tampoco está
dispuesto a alzarse contra el Gobierno, el cual es asimismo detenido. Se hace
cargo del mando el capitán Carlos Fernández de Córdoba Vicens, el cual
proclama el estado de guerra. Son
apresados el gobernador civil José María Varela Rendueles y las demás
autoridades locales. Así y todo, al llegar la noche del 18 de julio, Queipo de
Llano y sus seguidores sólo dominan el centro de la urbe. El resto, que parece
una hoguera, pues han sido incendiadas la mayoría de las iglesias, está en
manos de la chusma ‘leal’ al Gobierno, por los anarquistas de la CNT y de la
FAI y por los comunistas. Queipo de Llano ordena, con gran habilidad, la puesta
en libertad de los presos políticos, con lo cual ve incrementadas sus menguadas
filas. Por otro lado corta de raíz todo intento de ir a la huelga general,
empleando el medio radiofónico, advirtiendo que combatirá con toda energía
cualquier intento de paralización, aplicando el castigo que marca la ley con el
máximo rigor. Cesada toda resistencia popular, la ciudad quedaba incorporada al
bando nacional.
ARRIBA
El
21 de julio de 1936, el comandante militar de la plaza, teniente coronel de
Infantería Rafael Sevillano Carvajal, puesto de acuerdo con el jefe de la
Guardia Civil el teniente coronel Ignacio Gregorio Muga Díez, declara el estado
de guerra, procediendo
a la detención de las autoridades civiles. Por la noche del día 21 hace su
entrada en la ciudad el coronel Francisco García Escámez e Iniesta -que
en 1925 fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando por su actuación
en la campaña de Marruecos-
acérrimo enemigo de la República, que inexplicablemente destituye al teniente
coronel Muga Díez, acusándole de pasividad y de desconfianza en el ejército,
quedando la ciudad bajo el dominio nacional.
ARRIBA
Durante
los días 19 y 20 de julio de 1936, los jefes y oficiales del Regimiento de
Infantería nº 18 y la Caja de Recluta que se hallaban comprometidos en el
alzamiento, observaron una actitud cautelosa, en espera de ver cómo se
desarrollaban los acontecimientos en otros lugares, especialmente en Barcelona,
cabecera de la IV División Orgánica. Tras el fracaso del general Goded en la
Ciudad Condal y las palabras que éste pronunció por la radio, relevando a sus
seguidores de los compromisos contraídos, el comandante militar de la plaza, el
teniente coronel Ángel Martínez-Peñalver, procuró mantener el orden y
abortar cualquier conato de levantamiento, con lo cual la ciudad, dominada por
las fuerzas gubernamentales, recobró aparentemente la tranquilidad. Pero pocos
días después siguió una ola de crímenes, incendios, profanaciones de
iglesias y asesinatos de sacerdotes, militares no adictos y civiles
conservadores.
ARRIBA
El
19 de julio de 1936, el teniente coronel Mariano García Brisolara, comandante
militar de la plaza y jefe de la Caja de Recluta, se sublevó contra el Gobierno
de la República y cumpliendo órdenes del general Cabanellas, jefe de la V
División Orgánica, con sede en Zaragoza, procedió a proclamar el estado de
guerra. Enterado
el gobernador civil Domingo Martínez Moreno, salió a la calle y ayudado por un
grupo de Guardias Municipales y de Asalto, arrancó de las paredes donde había
sido fijado el Bando de la autoridad militar, sustituyéndolo por otro en que se
declaraba el estado de alerta. Al
día siguiente García Brisolara, al que se habían unido la mayoría de los
guardias civiles y de asalto, reiteró el estado de guerra,
y tras la detención de las autoridades civiles y de los elementos más
caracterizados del Frente Popular, la ciudad quedó incorporada al bando
nacional.
ARRIBA
En
el mes de julio de 1936 era comandante de la plaza el coronel José Moscardó
Ituarte, el cual también desempeñaba el cargo de director de la Escuela
Central de Gimnasia. En ésta capital se encontraba la Academia de Infantería,
Caballería e Intendencia, la Escuela Central de Gimnasia, la Caja de Recluta nº
3, la Fábrica Nacional de Armas y los servicios de Farmacia e Intervención. La
mayor parte del personal se hallaba disfrutando de las vacaciones de verano, por
lo que no pasarían de 250 hombres entre jefes, oficiales, clases y tropa, los
que podían movilizarse en un momento determinado. Las fuerzas de Orden Público
se distribuían así: dos compañías de la Guardia Civil, una compañía de la
Guardia de Asalto y unos pocos guardias de Seguridad. El día 18 de julio,
Moscardó se hallaba en Madrid haciendo gestiones para su viaje a Berlín, ya
que debía acudir como jefe del equipo militar que iba a participar en los
Juegos Olímpicos de la capital alemana. Hallándose en el edificio de la I
División Orgánica, se enteró de la sublevación de las guarniciones de
Marruecos, decidiendo regresar inmediatamente a Toledo. Una vez llegado a la
ciudad, dispuso el acuartelamiento de la escasa guarnición de la plaza, así
como la concentración de la comandancia de la Guardia Civil. Tras algunos
incidentes, provocados por elementos que dispararon contra la fuerza pública,
causando tres heridos graves, el ambiente se volvió muy tenso, lo que indujo a
la población a refugiarse en sus casas. El día 19, el coronel Moscardó recibe
una llamada telefónica del jefe de Servicios del Ministerio de la Guerra, ordenándole
que proceda a entregar toda la munición de fusil depositada en la Fábrica
Nacional de Armas. Moscardó no accede al requerimiento pero tampoco se niega,
empleando la táctica de dar tiempo al tiempo, y contesta que se le dé por
escrito la orden de tal entrega. Por la tarde del mismo día, el diputado
socialista José Prats García, encomienda al gobernador que exija a Moscardó
la entrega no sólo de la munición sino también las armas que existan en la
Academia Militar y las que posea la Guardia Civil y no le sean de inmediata
necesidad. El citado coronel vuelve a negarse. Por la noche le telefonea el
teniente coronel Juan Hernández Saravia, con idéntico propósito, respondiéndole
en los mismos términos que a los anteriores. Por último, hace otro intento el
general de división José Riquelme y López Bago, pero Moscardó no rectifica
su actitud. El día 20, es el general Sebastián Pozas Perea, ministro de la
Gobernación, el que le telefonea y le ordena que preste la ayuda que sea
necesaria al director de la Fábrica para el envío a Madrid de la referida
munición, a lo que Moscardó responde con una negativa, ya que según dice, no
dispone de camiones con los que efectuar dicho transporte. El día 21, ya en
franca rebeldía, el coronel traslada la Comandancia Militar de la plaza al
edificio del Alcázar, desde donde dispone que salga la fuerza a la calle para
proceder a declarar el estado de guerra. Acto
seguido, las escasas tropas se desparraman por la ciudad, ocupando los puntos más
estratégicos. A las 15:30 un avión republicano lanza una docena de bombas
sobre el recinto del Alcázar, y tres horas después, otros tres aviones repiten
la acción, resultando heridos algunos elementos de la tropa. Procedente de
Madrid llega una columna al mando del general Riquelme. Moscardó hace
transportar toda la munición existente en la Fábrica de Armas al recinto del
Alcázar. Al día siguiente, la aviación vuelve a bombardear el Alcázar y la
artillería hace igualmente fuego contra el edificio. Los defensores de la Fábrica
de Armas se rinden a las fuerzas de Riquelme, si bien las comunicaciones entre
el Alcázar y el resto de la ciudad siguen siendo normales durante toda la
jornada. Los refugiados en la fortaleza hablan telefónicamente con sus
familiares, muchos de los cuales se apresuran a buscar albergue en el histórico
edificio. El día 23, las últimas tropas nacionales que ocupaban la ciudad se
retiran al Alcázar, que es cercado totalmente por las fuerzas frentepopulistas,
quedando la ciudad en poder de la República.
ARRIBA
La guarnición de la
ciudad, cabecera de la III División Orgánica estaba
compuesta por dos regimientos de Infantería, uno de Caballería,
otro de Artillería Ligera, el Parque Divisionario de
Municionamiento, un batallón de Zapadores, un grupo
Divisionario de Intendencia, los centros de Movilización y
Reserva y la Caja de Recluta. Al frente de todas las fuerzas
figuraba el general de brigada Fernando Martínez de Monge
Restoy y era jefe de la brigada de Infantería el general
Mariano Gámir Ulibarri, de la de Artillería el general
Eduardo de Cabaña del Val y jefe de la Guardia Civil el
general Luis Grijalvo Celaya. Al parecer ninguno de estos
generales estaba comprometido con el alzamiento. Sin embargo
había un grupo de jefes y oficiales que estaban dispuestos a
alzarse en armas contra el Gobierno. El 17 de julio de 1936 se
hallaba en Valencia el comandante de Estado Mayor Bartolomé
Barba Hernández, fundador de la UME (Unión Militar Española)
a la espera de la llegada del general Manuel González
Carrasco, que teóricamente era el encargado de dar el golpe,
pero llegado el momento éste general perdió mucho tiempo en
discusiones banales. Nadie se atreve a dar el primer paso y el
tiempo corre en contra de los conspiradores. El día 19 por la
tarde reciben la noticia de la rendición del general Goded en
Barcelona, que no sirve sino para disuadir a los comprometidos
o por lo menos anular su acción. Llegan a Valencia millares
de campesinos que se agolpan, tanto para recibir órdenes como
armas. Un gran contingente de civiles armados se distribuyen
por la ciudad. Una llamada Junta Delegada de Levante, a cuyo frente aparece el presidente de las Cortes, Diego Martínez
Barrio, comienza a actuar. Su finalidad es lograr la adhesión
de las autoridades militares de Valencia al Gobierno. Entre el
20 y 23 de julio, el general Martínez de Monge juega con dos
barajas, pues ni rechaza las invitaciones que se le hacen para
pronunciarse, ni toma decisión alguna a este respecto. Las
fuerzas adictas al Gobierno, así como las milicias de los
partidos de izquierdas y de las organizaciones sindicales, son
cada vea más numerosas y la huelga general paraliza la
ciudad. Por fin, Martínez de Monge se dirige por radio a los
valencianos y les dice que está a las órdenes del Gobierno,
no obstante lo cual es destituido de su cargo. Valencia es
ganada para la causa gubernamental.
ARRIBA
En julio de 1936,
desempeñaba la jefatura de la VII División Orgánica el
general Nicolás Molero Lobo, que había sido ministro de
Guerra en los gabinetes
presididos por Manuel Portela Valladares (14/12/35 hasta
19/2/36). El día 18, se entera el general de la sublevación
del protectorado de Marruecos, cuando le anuncian la llegada
del general Andrés Saliquet Zumeta -que iba acompañado de generales y oficiales, además de algunos miembros
de Renovación Española-, para proponer a
Molero que se alce en armas contra el Gobierno. Éste le pide
un tiempo para decidirse, pero Saliquet le apremia y le dice
que necesita conocer la respuesta al momento. Molero llama al
capitán de servicio, Ángel Gómez Caminero, pero éste, de
acuerdo con los conjurados, no atiende el requerimiento del
jefe de la división. Al percatarse de la traición, el
comandante Ruperto Rioboo Llovera, ayudante del general
Molero, dispara su pistola y mata a uno de los afiliados a
Renovación Española y hiere al teniente coronel Enrique
Uzquiano Leonard, que acompañaba a Saliquet. Los
guardaespaldas de éste responden con tiros y caen heridos
mortalmente Rioboo y el comandante y ayudante de Molero, Ángel
Liberal Travieso, resultando herido levemente el propio
general Molero. Acto seguido, Saliquet toma el mando de la
división, uniéndose a los militares sublevados las fuerzas
de Seguridad, Asalto y Guardia Civil. Proclamado el estado
de guerra, un grupo de falangistas se apodera de la Casa del
Pueblo, deteniendo a gran número de afiliados a los partidos
de izquierdas y republicanos, y poniendo en libertad a los
elementos de derechas que se hallaban encarcelados. La ciudad
se convirtió en un auténtico feudo falangista.
ARRIBA
El 19 de julio de
1936, a las 7 horas, el general Ángel García Benítez -pariente del presidente de la República Manuel Azaña-, comandante militar de la plaza y jefe de la III Brigada de Caballería,
siguiendo instrucciones del general Mola y tras consultar con
Luis Campos-Guereta, coronel del Regimiento de Caballería nº
6, Vicente Abreu Madariaga, coronel del Regimiento de Artillería
de Montaña nº 2, Camilo Alonso Vega, teniente coronel jefe
del Batallón de Montaña nº 8 y Cándido Fernández Ichazo,
coronel de la Caja de Recluta, procedió a declarar el estado
de guerra. Acto seguido ordenó la detención de las autoridades
republicanas y nombró gobernador civil de Álava al general
retirado Germán Gil Yuste, quedando toda la provincia en
poder de los nacionales.
ARRIBA
En la mañana del 19
de julio de 1936, el coronel José Iscar Moreno, que mandaba
el regimiento de Infantería que constituía la única
guarnición de la plaza, dispuso que las fuerzas a sus órdenes
ocupasen los puntos estratégicos de la ciudad, lo que
hicieron sin necesidad de disparar un tiro, y proclamasen el estado
de guerra. El gobernador civil, Tomás Martín Hernández, no
hizo la menor tentativa de resistencia y se refugió en
Portugal. Los pocos guardias Civiles, de Asalto y Carabineros
que constituían las fuerzas de orden público se adhirieron
desde el primer momento a los militares nacionales.
ARRIBA
En julio de 1936, la
cabecera de la V División Orgánica, de la que era jefe
supremo el general Miguel Cabanellas Ferrer, estaba integrada
por las siguientes fuerzas: una brigada de Infantería,
mandada por el general Eliseo Álvarez Arenas; otra de
Artillería Ligera, cuyo jefe era el general Eduardo Martín
González de la Fuente; un regimiento de Caballería a cuyo
frente se hallaba el coronel José Monasterio Ituarte; y un
batallón de Ingenieros Zapadores y otro de Ingenieros
Pontoneros. Las fuerzas de Orden Público compuestas por un
tercio de la Guardia Civil y un fuerte contingente de Guardia
de Asalto. El rápido triunfo del alzamiento militar constituyó
un inesperado golpe para el Gobierno republicano, ya que
Zaragoza era un baluarte anarcosindicalista con cerca de
50.000 afiliados a la CNT, y por otro lado porque al frente de
las fuerzas militares se hallaba el general Cabanellas que había
dado innumerables pruebas de fidelidad a la República. El 18
de julio se recibe la noticia de que las guarniciones de
Marruecos se han alzado en armas contra el gobierno del Frente
Popular. El general Cabanellas de acuerdo con el general Álvarez
Arenas, ordena el acuartelamiento de las fuerzas. Al mediodía
del sábado 19 se formaron colas de jefes y oficiales que
concurrían al edificio de la División a firmar pliegos de
adhesión al movimiento. Al mediodía del día 18, Santiago
Casares Quiroga, ministro de la Guerra, requiere por teléfono
al general Cabanellas para que vaya a Madrid, para informar
sobre la situación planteada con el alzamiento militar, con
la promesa de que esa misma noche volvería a Zaragoza. La
maniobra de Casares consistía en sacar por carretera a
Cabanellas de Zaragoza, al mismo tiempo que enviaba por avión
a Miguel Núñez de Prado y Susbielas -afiliado a la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista) y que desempeñaba
el cargo de director general de Aeronáutica, y que en la
madrugada del día 18 de julio de 1936, fue nombrado inspector
general del Ejército- para hacerse cargo del mando de la V División e impedir así la
sublevación ya inminente. Una vez llegado a la capital
aragonesa, se encontró frente a frente con Cabanellas, dándose
cuenta del engaño de que había sido objeto por parte de
Casares Quiroga o del tremendo error en que éste se hallaba
respecto al paradero y auténticas intenciones de Cabanellas.
La detención de Núñez de Prado y sus ayudantes no se hace
conocer en Madrid. El día 19 es conducido detenido a la
Academia Militar y días después a Navarra. Por la tarde del
18 de julio, se comunica Martínez Barrio con el general
Cabanellas, para lograr una concordia, ofreciéndole la
formación de un gobierno, presidido por él, en el que
participarían varios generales comprometidos en el
alzamiento. Tal gabinete suavizaría las asperezas y se
esforzaría para lograr un acuerdo. Cabanellas le contesta con
un ¡Demasiado tarde!... A las 11 de
la noche, el general ordena que una batería ocupe el Paseo de
la Independencia y que otras se sitúen en lugares estratégicos,
en tanto que ametralladoras eran colocadas en los altos de la
Universidad. Fueron detenidos 360 directivos de los partidos
del Frente Popular. En el amanecer del día 19, una compañía
del Regimiento de Infantería nº 22, después de desfilar por
la calle del conde de Aranda y el Coso, procedió en la Plaza
de la Constitución a dar lectura del Bando que implantaba la
ley marcial, quedando la plaza en poder de los nacionales.
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