Puede decirse
que en la guerra civil española hay un antecedente remoto y un antecedente
próximo. El primero no tiene una determinada fecha de iniciación, porque está en
la raíz particularísima del pueblo español y en sus desigualdades bruscas,
prolongadas a lo largo de los siglos; el antecedente próximo se inicia al
resolverse las elecciones de febrero de 1936 con el triunfo del Frente Popular.
Apenas salida de
las urnas la victoria frentepopulista, dos grandes fracciones de España se
disponen a la lucha, de manera bien distinta. Los triunfadores se aprestan a
llevar a cabo, desde el poder, las radicales medidas de una República de
izquierdas que prácticamente no ha existido en los ya casi cinco años que van de
teórica República. Los derrotados en las elecciones y gran parte de las fuerzas
armadas se preparan, por el contrario, para cerrar el paso al avance de la
extrema izquierda, y para ello –ya lo saben– no hay más que un camino: el de un
levantamiento.
Hay dos bandos,
pero nada homogéneos. Cuando la guerra civil está a punto de comenzar, son más
de 130 los idearios políticos que florecen en el seno de la República española.
Hay socialistas de Araquistain, socialistas de Prieto, socialistas de Largo
Caballero. Un republicano de Martínez Barrio no es lo mismo que uno de Azaña o
de Lerroux. Tampoco se parecen entre sí el monárquico de Fal Conde y el de
Renovación Española, ni el muy católico joven de Acción Popular al muy católico
joven nacionalista vasco, que quiere su Euzkadi libre.
ARRIBA
En las primeras horas de la mañana del 16 de febrero de 1936
empezaron a movilizarse las legiones de electores en ciudades y
pueblos para reñir la gran batalla. No obstante el
apasionamiento, las votaciones se desarrollaron con una
normalidad ejemplar. Las medidas de seguridad adoptadas por el
Gobierno dieron resultado y los incidentes fueron pocos. Los
primeros datos daban el triunfo de la Ezquerra en Barcelona y en
casi toda Cataluña. En Madrid, la candidatura del Frente Popular
iba delante.
En las primeras
horas de la noche grupos estacionados en la Puerta del Sol y ante la Cárcel
Modelo proclaman a gritos y puños en alto el triunfo de las candidaturas
revolucionarias en toda España. A las dos de la madrugada (17 de febrero) en el
Ministerio de la Gobernación se han recibido informes de muchas provincias,
donde las muchedumbres frentepopulistas, exacerbadas por agitadores, dominan la
calle y tratan de asaltar las cárceles para liberar a los presos. La situación
se va agravando, ardiendo iglesias y conventos en pueblos de Cáceres, Cádiz,
Sevilla, Córdoba, Málaga y Murcia.
En Elche, según
una crónica periodística del 24 de febrero de 1936: «Ni uno solo de los 40.000
habitantes de la ciudad de Elche pudo cumplir el domingo pasado con el primer
mandamiento de la Iglesia. Tres iglesias parroquiales tiene el pueblo, aparte de
otro gran templo de las monjas clarisas, y uno o dos pequeños oratorios de otras
comunidades de religiosas. El domingo pasado estaban esas cuatro iglesias en
escombros. No había ni altar ni quien oficiara sobre él. En estos días sobre
Elche, la ciudad de las palmeras y el “misterio” asuncionista, se había desatado
el vendaval de la revolución».
El general
Franco, jefe del Estado Mayor Central, llama al inspector General de la Guardia
Civil, general Sebastián Pozas Perea, para advertirle que se estaban sacando de
las elecciones unas consecuencias revolucionarias. «Vivimos –decía
Franco– en una legalidad constitucional la cual nos obliga a acatar la
declaración de las urnas. Mas todo lo que sea rebasar ese resultado es
inaceptable por virtud del mismo sistema democrático. A la vista de lo que
sucede, y por si los desórdenes van en aumento, debe preverse la posibilidad de
que sea necesario declarar el estado de guerra». Pero el general Pozas Perea
no compartía la alarma ni el pesimismo de Franco. Complacido, a fuer de buen
republicano y masón, del triunfo del Frente Popular, consideraba los desmanes
como una legítima expansión jubilosa de los vencedores, que remitiría pronto.
Sin embargo las
noticias cada vez eran peores. El general Fanjul mostró a Franco los informes
recibidos por muchos candidatos derechistas de localidades cuyos vecindarios
estaban aterrorizados. Ante hechos de tanta gravedad, Franco se consideró
obligado a informar al ministro de la Guerra. Dormía el general Nicolás Molero
Lobo, que se sobresaltó al conocer el relato de los sucesos. Franco le aconsejó
que instara al presidente del Consejo para que sin pérdida de tiempo, acordaran
declarar el estado de guerra. El general Molero dudó antes de decidirse, pero al
fin prometió que a primera hora de la mañana recomendaría a Manuel Portela
Valladares que adoptara aquella decisión. Así lo hizo. Se celebró la
conversación por teléfono, y el ministro argumentó ayudándose de un guión
redactado por Franco.
A las diez de la
mañana se reúne el Consejo de Ministros bajo la presidencia de Niceto Alcalá
Zamora. A la salida Portela afirma que será respetada la voluntad nacional y que
se ha declarado el estado de alarma por ocho días en toda España. Se restablece
la previa censura. Por concesión del Presidente de la República y acuerdo del
Consejo de Ministros, el jefe del Gobierno ha sido autorizado para declarar el
estado de guerra allí donde considere necesario. En el Ministerio de la Guerra
se procede a dar cumplimiento a la orden de declarar el estado de guerra. El
propio general Franco escribe las oportunas instrucciones y se pone en relación
con los Comandantes Militares de aquellas capitales donde la situación es más
seria. Las autoridades civiles de Zaragoza, Oviedo y Valencia han resignado el
mando y las tropas están en la calle. En este momento se recibe en el Ministerio
una contraorden, que deja sin efecto el decreto. El jefe del Gobierno confirma,
poco después, la anulación de la medida por expreso encargo de Alcalá Zamora.
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En la Puerta del Sol suena La Internacional entonada
puños en alto y vítores a Rusia. El 17 de febrero el ministro de
Instrucción Pública ordena la suspensión de clases en la
Universidad. El de Gobernación autoriza la reapertura de la Casa
del Pueblo, donde ondea la bandera roja. La Sala Segunda del
Tribunal Supremo es convocada con carácter urgente para poner en
libertad a los directivos de las organizaciones socialistas.
Mientras el Gobierno, indeciso y amedrentado, no hace nada. La
Prensa revolucionaria destaca estrepitosamente el triunfo, hasta
entonces basado en conjeturas, entre adjetivos:
“aplastante, arrollador, impresionante, formidable”. Los
resultados sufrirían alteraciones fundamentales en el transcurso
de horas, y en los días siguientes a la elección por huída de
los gobernadores, intromisión de los Comités del Frente Popular
en la falsificación de actas, por amaños en las votaciones y
otros fraudes.
Según Niceto Alcalá Zamora, en su artículo Los caminos del
Frente Popular publicado en Journal de Genéve del 17
de enero de 1937: «Desde el 17 de febrero, incluso desde la
noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento
del escrutinio y la proclamación de los resultados, lo que
debería haber tenido ante las Juntas Provinciales del Censo en
el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden:
reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis; algunos
gobernadores civiles dimitieron. A instigación de dirigentes
irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos
electorales; en muchas localidades los resultados pudieron ser
falsificados».
La situación el día 18 era dramática. La anarquía se propagaba
de una provincia a otra. Motines, asaltos, crímenes, incendios.
El ABC comenta: «Esto es la República: la de abril y la
de todas las fechas. Pueden cambiar el ritmo y algunos
accidentes o aspectos, pero nunca la entraña y el ser». El
Socialista escribe: «El pueblo debe pedir una sola cosa: el
poder. Es suyo, lo ha conquistado, y nada puede oponerse a que
vaya a sus manos. Con el poder en las manos, ya no tendrá que
pedir nada». La Vanguardia entiende que el pueblo había
dicho «con claridad y serenidad extraordinaria lo que quiere».
El Berliner Lokal Anzeiger pronostica que «la victoria de
las izquierdas, traerá el reinado del terror y el dominio de la
calle, la insurrección y el asesinato». El londinense Daily
Mail asegura: «Es evidente que la democracia está a punto de
rendir su último suspiro en España, país que nunca prosperó
desde el destronamiento de Alfonso XIII». El diario soviético
Pravda comenta: «Los comunistas españoles saben que no
pueden esperar la realización del programa del Frente Popular de
un Gobierno de izquierdas que probablemente se formará. Les
incumbe la tarea inmediata de acrecentar por todos los medios la
actividad de las masas trabajadoras».
Desgraciadamente no faltó el ingrediente de la violencia entre
el 17 y el 29 de febrero de 1936, e incluso en los días
siguientes hasta la fecha del alzamiento.
Josep Pla en su Historia de la Segunda República describe
aquella delicada situación de la siguiente forma: «Se ha dicho
que el 17 de febrero fue un 14 de abril. No es exactamente esto.
El 17 de febrero fue un 14 de abril agravado por una repetición
del 11 de mayo». El advenimiento de la República había
significado una revolución política: el destronamiento. El 17 de
febrero era el pórtico de una profunda revolución social que
desató mucha violencia contra las «tres fuerzas a las cuales la
República declaró la guerra: la Iglesia católica, la propiedad
privada y el Ejército»
Los desórdenes comenzaban con el incendio de iglesias y
conventos, se prolongaban en actos de terror y terminaban con el
asalto a centros políticos y domicilios de los “enemigos del
pueblo”.
En vista de los graves sucesos, Franco visita a Portela,
exigiéndole urgentes medidas, a lo que el jefe del Gobierno le
contesta que no tiene energías suficientes para hacer frente a
lo que se le pide, y que piensa abandonar.
Al terminar la jornada del 18 de febrero, Portela recibe a media
noche en el “Hotel Palace”, donde reside, a Calvo Sotelo y al
hombre de negocios Joaquín Bau. Calvo Sotelo apela a todos los
recursos de la persuasión para convencer a Portela de que no
abandone el Poder: le recomienda que utilice medidas de
excepción. Abatido por un gran pesimismo, el jefe del Gobierno
ya había capitulado ante la revolución y renunciado a todo.
El día 19 Portela llamó a Franco para comentarle que había
dimitido por lo que ya no era el jefe de Gobierno. Franco,
sorprendido, exclamó con energía: –¡Nos ha engañado, señor
Presidente! Ayer sus propósitos eran otros.
–Le puedo jurar, replicó Portela, que no les
he engañado. Yo soy republicano, pero no soy comunista, y he
servido lealmente a las instituciones en los gobiernos de
que he formado parte o presidido. No soy un traidor. Yo le
propuse al Presidente de la República la solución; ha sido
Alcalá Zamora quien se ha opuesto a que se declarase el
estado de guerra.
–Pues, a pesar de todo, y como está usted en
el deber de no consentir que la anarquía y el comunismo se
adueñen del país, aún tiene tiempo y medios para hacer lo
que debe. Mientras ocupe esa mesa y tenga a mano esos
teléfonos…
Portela interrumpió.
–Detrás de esa mesa no hay nada.
–Están la Guardia Civil, las fuerzas de
Asalto…
–No hay nada, replicó Portela. Ayer noche
estuvo aquí Martínez Barrio. Durante la entrevista
penetraron los generales Pozas y Núñez del Prado, para
decirme que usted y Goded preparaban una insurrección
militar. Les respondí que yo tenía más motivos que nadie
para saber que aquello no era cierto. Martínez Barrio me
pidió que me mantuviese como fuera durante ocho días en el
Gobierno. Querían sin duda, que la represión de los
desórdenes la hiciera yo. También me dijo que Pozas, el
Inspector General de la Guardia Civil, y el jefe de las
Fuerzas de Asalto se habían ofrecido al Gobierno del Frente
Popular que se formase. ¿Ve usted –concluyó Portela– cómo
detrás de esta mesa no hay nada?...
Manuel Portela Valladares sólo buscaba evadirse del atolladero
en que se veía comprometido. Culpaba a Alcalá Zamora de haber
sido el causante al no declarar el estado de guerra, y sin
embargo, el 15 de marzo de 1938, haría la siguiente confesión:
«Yo he sido siempre enemigo del estado de guerra: en ninguna
ocasión he querido gobernar en estas condiciones, y cuando
dimití en 19 de febrero de 1936 me negué a publicar la
declaración del estado de guerra, cosa que estaba acordada por
el Consejo, firmada por el Presidente de la República y
pendiente únicamente de mi voluntad el que se publicara o no en
la Gaceta».
El 19 de febrero de 1936, a las seis y media de la tarde, Azaña
es encargado por el Presidente de la República de formar
Gobierno. A media noche una muchedumbre llenaba la Puerta del
Sol; entonaba La Internacional y reclamaba la presencia
de Azaña. Salió éste al balcón para decir: «En cuanto
se abran las Cortes se emprenderá la obra legislativa que dará
cima a vuestras aspiraciones. La primera preocupación del
Gobierno será obtener la amnistía. Tened confianza en el
Gobierno».
Las gentes pedían la inmediata liberación de los presos y el
ejemplar castigo a los fascistas, entre grandes vítores a
Asturias y a Rusia.
En la primavera de 1936 se multiplicaron los choques en las
calles de las ciudades entre la derecha y la izquierda en medio
de una escalada retórica de reproches mutuos. El periodo de
febrero a julio de 1936 fue uno de los más conflictivos de la
historia contemporánea.
Se iniciaba un periodo de cinco meses de anarquía y de falta de
autoridad, condicionado el Gobierno por el ímpetu de los
revolucionarios, que los exponentes más moderados del Ejecutivo
no pudieron controlar.
Azaña lo reflejaría de esta manera en una carta:
«Ahora vamos cuesta abajo, por la
anarquía persistente de algunas provincias, por la taimada
deslealtad de la política socialista en muchas partes, por
las brutalidades de unos y otros, por la incapacidad de las
autoridades, por los disparates que el Frente Popular está
haciendo en casi todos los pueblos, por los despropósitos
que empiezan a decir algunos diputados republicanos de la
mayoría. No sé, en esta fecha, cómo vamos a dominar esto».
ARRIBA
Con ocasión del primero de mayo se organiza una manifestación
gigantesca integrada por socialistas y comunistas. Uno de los
oradores, Indalecio Prieto, pronuncia uno de sus discursos más
interesantes y, a la vez, más desconcertantes:
«A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque
internacionalista, me siento cada vez más profundamente español.
Siento a España dentro de mi corazón y la llevo hasta en el
tuétano de mis huesos»…
«Un país puede soportar la convulsión de una revolución
verdadera. Lo que no puede soportar un país es la sangría
constante del desorden público sin finalidad revolucionaria
inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su
Poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el
desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Oíd esta voz mía,
que tiene el mérito de responder a una profunda convicción: ni
se va a la consolidación de la democracia, ni se va al
socialismo, ni se va al comunismo; se va a una anarquía
desesperada que puede acabar con el país».
En absoluta discordancia con los postulados de Prieto, el
Congreso Extraordinario Nacional de la CNT, que se inicia el
Zaragoza precisamente este primero de mayo, acaba articulando un
programa, para el caso de poder instalar el comunismo
libertario, dotado de los siguientes puntos:
Disolución de los institutos militares, entregando sus armas a
las comunas; desarme de capitalismo; abolición de la propiedad
privada; abolición del Estado; abolición del principio de
autoridad; abolición de las clases sociales; socialización de la
riqueza, quedando ésta en poder de quienes la producen;
proclamación del amor libre y de la educación sexual.
Reconocimiento de la religión en cuanto permanezca relegada al
sagrado de la conciencia individual, pero enseñando en las
escuelas la inexistencia de Dios. Los delitos no se castigarán
en cárceles sino que se prevendrán mediante la Medicina y la
Pedagogía.
El 2 de mayo se forma el Batallón de la Guardia Republicana,
absorbiendo la Escolta Presidencial y la Banda de Alabarderos.
Al celebrarse la festividad del día, ante el obelisco de la
plaza madrileña de la Lealtad, se producen graves incidentes. Un
oficial del Ejército dispara contra un grupo de izquierdistas
que –según una de las versiones– hostilizaban a unos elementos
derechistas.
El día 3 de mayo, una mujer del madrileño barrio de las Ventas
hace correr el bulo de que su hijo ha huido de un colegio de
monjas en el que se obligaba a los niños a tomar caramelos
envenenados. La especie no tiene base alguna y es, en sí y por
sí, toda una estupidez. Pero los nervios desatados y, sobre
todo, la crasa incultura de una gran parte del público madrileño
de la periferia, hace que el rumor se convierta en un clamor y
el clamor en oleaje de pasiones. Una muchedumbre recorre las
calles asaltando templos y linchando monjas o simplemente
mujeres que entran o salen en las iglesias. La jornada registra
numerosas víctimas.
Así pues, en mayo de 1936 estaba todo dispuesto para la
revolución socialista, cuyo inicio se fue aplazando hasta el 31
de agosto. El plan era: toma del palacio de Comunicaciones de
Madrid y de algunos ministerios, paralización del tránsito
ferroviario, simulación de un ataque fascista contra un centro
comunista como pretexto para la revuelta, supresión violenta de
todos los elementos no revolucionarios del Frente Popular,
detención de los que, aun siendo revolucionarios, no se
adhiriesen o secundasen el alzamiento, expulsión de todos los
elementos indeseables, detención de todos los oficiales del
Ejército no comprometidos, aparentemente para garantizarles la
vida, pero en realidad para ejecutarlos.
El 16 de mayo de 1936, sin haber transcurrido una semana desde
la elección de Azaña como Presidente de la República
(*), se celebra
una reunión muy importante en la “Casa del Pueblo” de Valencia,
preparada por Ventura Delgado, (es decir, Jesús Hernández Tomás,
el “camarada Ventura”, que más tarde firmará artículos contra
Largo Caballero con el seudónimo “Juan Ventura” a favor de
Negrín y tendrá lugar destacado en la persecución del POUM y
proceso de Nin; pero en el Congreso VII había tendido la mano a
Largo Caballero y sus amigos para formar el frente único),
delegado de la Komintern que vino a España para este efecto
junto con Lumoviev y Turochov enviados por Stalin y
representando la III Internacional.
_______________
(*)
El 10 de mayo de 1936 tiene lugar la
elección del Presidente de la República por los
compromisarios que, a su vez, han sido elegidos en
convocatoria especial. Entre diputados y compromisarios, los
electores son 874. Preside Jiménez de Asúa por ser
vicepresidente primero de las Cortes. Los diputados de la
CEDA votan en blanco. Azaña obtiene 754 votos. Se dice que
algunos votos han ido a favor de Lerroux, José Antonio Primo
de Rivera, González Peña y Largo Caballero. Pocos deben ser,
si se tiene en cuenta que ha habido 88 papeletas en blanco,
y que Azaña ha obtenido 754, la diferencia es de 32 votos
que, a repartir entre cuatro, no significan nada. El 11 de
mayo de 1936 es el día de la ceremonia en que Azaña queda
investido Presidente de la República. El acto es solemne
pero breve. Poco después se celebra un desfile militar. El
día 12 queda encargado Santiago Casares Quiroga de formar
gobierno.
Entre los acuerdos adoptados hay uno, el 9, que dice:
«Encargar a uno de los “radios” comunistas
de Madrid –el designado con el
número 25 integrado por agentes de Policía gubernativa–
la eliminación de personajes políticos y militares
caracterizados por su influencia en la reacción»
Se estaban, pues, ultimando las disposiciones justificativas del
levantamiento militar en cuanto preventivo de una revolución
comunista inminente que intentaba implantar en España una
república soviética. En el Informe confidencial nº 2,
cursado después de la destitución de Alcalá Zamora, se había
precisado:
«Se confirman las fechas 11 de mayo o 29
de junio, para la iniciación del movimiento subversivo,
según sea el resultado de la elección de presidente de la
República, según se indicaba en el informe anterior».
También estaban ya designados los jefes, y la distribución de
zonas y milicias:
«La plana Mayor del movimiento estará
constituida por Largo Caballero, Hernández Zancajo y
Francisco Galán. Los enlaces, en la forma siguiente: Jefe
superior, Ventura, delegado de la URSS y de la III
Internacional. Para Cataluña, Pedro Aznar, del Partido
Catalán Proletario».
Las milicias se clasifican en tres grupos: las de asalto, cuya
misión es ofensiva, y cuentan con ciento cincuenta mil hombres;
más las de la resistencia, que deben encargarse, de servicios
complementarios y cuentan con cien mil; las sindicales, que
deben proclamar y mantener la huelga general. Para el mando
general de las milicias está designado como jefe superior
Santiago Carrillo.
Las zonas de asalto para el momento que se dé la señal son:
Madrid, Asturias, Extremadura, Cataluña, Andalucía, Galicia,
Alicante, Santander, zona minera y fabril de Vitoria, Pasajes y
Mondragón en Guipúzcoa, Murcia, Barruelo, Reinosa y Logroño. El
resto de España es zona de resistencia.
En nota reservada de una reunión secreta en Valencia, el punto 5
dispone que se retire del poder el señor Casares Quiroga
(presidente), ya por un voto adverso del parlamento, ya por
cualquier otro medio, excluido el atentado porque está muy
protegido.
El Partido Comunista de España no tenía ninguna importancia. En
las Cortes Constituyentes, en las que había socialistas,
republicanos y monárquicos, regionalistas, sacerdotes y
militares, no tenía ni un solo diputado, ya que Balbontín,
diputado por Sevilla, elegido como social revolucionario, se
declaró comunista después de estar en las Cortes. En la
siguiente legislatura, la minoría comunista estaba formada por
un solo diputado, el Dr. Bolívar. En las últimas Cortes, de
1936, resultó elegida, merced a la coalición de Frente Popular
una pequeña minoría.
El Partido Comunista de España se aproximaba a una ficción el 17
de julio de 1936. Y la mejor prueba de que era así, Sevilla, que
era la fortaleza comunista por excelencia –Sevilla, la
roja, decían los comunistas– fue tomada por el general
Queipo de Llano sin grandes dificultades.
Pero el Partido Comunista, a las órdenes de la III
Internacional, consiguió adueñarse de todos los resortes
fácticos de la España republicana durante la Guerra Civil, y que
los presidentes de la República y también de la Generalidad de
Cataluña sólo tenían un poder simbólico frente al exterior, y
los anarquistas y revolucionarios del POUM y líderes no
comunistas habían sido instrumentalizados.
ARRIBA
El 8 de marzo de 1936, víspera de la partida
de Franco para las islas Canarias, donde se vería vigilado y
casi prisionero del Frente Popular, se han reunido con él en
una casa de Madrid, Mola, de paso hacia Pamplona, Orgaz,
Villegas, Fanjul, Varela, Saliquet, Rodríguez del Barrio,
Kindelán y González Carrasco, y han tratado de la
organización y preparación de un movimiento militar que
pueda evitar la ruina y la desmembración de la patria, pero
que «sólo se desencadenaría en el caso de que las
circunstancias lo hiciesen absolutamente necesario»,
según insistencia de Francisco Franco que siempre había
rechazado o disuadido de proyectos anteriores. Más tarde, el
general Eduardo López Ochoa se agrega a la conspiración,
tras un intento de encarcelarle, como revancha de su
victoria en Asturias en octubre de 1934. Durante el mes de
abril se agregan Queipo de Llano y Miguel Cabanellas y, al
parecer, hasta el propio Miaja, que había pertenecido a la
UME, estuvo comprometido en algún momento. También lo estuvo
Vicente Rojo, el militar más competente de la zona roja
durante la guerra. Miaja llegó a lamentarse de que se
preparase un alzamiento sin contar con él, y Mola llegó a
proponer a algunos oficiales de Madrid que sondeasen su
actitud.
Aunque Indalecio Prieto denunció los preparativos de
conspiración repetidamente, el gobierno le presta poca atención,
lo mismo, aparentemente al menos, que a otras denuncias
concretas, por ejemplo del consejero de Gobernación de la
Generalidad de Cataluña, José María España Cirat; pero sigue
imperturbable en los traslados y en los cambios de mandos que la
hagan imposible. Azaña se ha convertido, según frase de Joaquín
Maurín, en “un girondino que ha ido a la escuela de Kerensky”.
Pero también Largo Caballero se lleva sorpresas: en el mitin
monstruo de la plaza de toros de Madrid, el 5 de abril de 1936,
comprueba estupefacto que sus juventudes socialistas encabezadas
por Santiago Carrillo, se pasa en bloque a la obediencia
comunista bajo su nueva sigla, JSU (Juventudes Socialistas
Unificadas).
Por otra parte, en el Parlamento también hay elementos de signo
derechista que han perdido la fe en el sistema parlamentario y
en la legalidad republicana que consideran fracasada con la
experiencia de los gil-roblistas y de las elecciones que
consideran “trucadas” con las diversas maniobras que han forzado
una gran mayoría de diputados frentepopulistas a base de
coacciones consentidas donde había mayoría de votos derechistas
y centristas, a pesar de su división. José Calvo Sotelo está
entre ellos y hacia él o la Falange Española, tienden o se
dirigen muchos elementos juveniles que habían pertenecido a
“Acción Popular” dentro de la CEDA.
Desde hace meses, José Antonio Primo de Rivera que preconiza ya
la acción directa, está en la cárcel, con el pretexto de
tenencia ilícita de armas. El coronel (luego general) José
Enrique Varela ha mantenido reuniones levantando el espíritu
militar de los tradicionalistas y requetés, unas veces vestido
de cura y otras de aldeano, en los graneros de caseríos
navarros, donde se instruían y encuadraban cientos de requetés.
Cuando Varela fue ascendido a general prosiguió su labor el
teniente coronel Ricardo Rada.
Los requetés se organizaron y prepararon bajo la jefatura
nacional de Zamanillo. Emilio Mola consideraba que el ejército
estaba tan contaminado de marxistas y revolucionarios que ya era
tarde para un levantamiento que no contase con elementos
civiles, y de hecho el levantamiento de Navarra fue, por la
proporción de voluntarios, más popular aún que la revolución
proletaria. El objetivo de Mola era encuadrar a los requetés con
tropas regulares para mayor garantía de éstas; pero sus
negociaciones con los tradicionalistas, que no se prestaban a la
instrumentalización republicana, fueron enormemente difíciles.
También los falangistas tuvieron diversos proyectos que
resultaban un tanto utópicos para el número de sus militantes.
La prisión de los principales jefes de Falange Española durante
la primavera de 1936 impidió la concentración de cuatro o cinco
mil militantes en la frontera de Portugal desde donde debían
marchar a Madrid por el valle del Tajo. Por lo demás el propio
Hedilla reconoció más tarde que los falangistas, ilegalizados y
sañudamente perseguidos, a pesar de su coraje estaban condenados
a la desaparición a no haber sido por el levantamiento militar.
Los militares están políticamente muy divididos. Azaña ha
alejado de los puntos clave a los que considera más peligrosos
de golpismo. Pero el 8 de marzo de 1936, la víspera de salir
Franco para Canarias, donde los elementos del Frente Popular y
la logia masónica de Santa Cruz de Tenerife vigilarán todos sus
movimientos, en la expresada reunión en Madrid con Mola y otros
militares han establecido sus enlaces de coordinación. El jefe
de estos enlaces es el teniente coronel Valentín Galarza
Morante, alias “El Técnico”, destinado en el Ministerio de
Guerra, sospechoso para Azaña, pero inexplicablemente no
apartado del cargo. Decidieron que el movimiento “fuese
exclusivamente por España, sin ninguna etiqueta determinada”.
Después del triunfo se tratarían los problemas como el de la
estructura del régimen, símbolos, etc.
Para evitar rivalidades de Goded, Franco rechaza la dirección
del movimiento que le brinda Mola, y todos se ponen de acuerdo
en el nombre de Sanjurjo, cuya representación recae en Rodríguez
del Barrio, suplente de Goded para la preparación del
alzamiento. Se asignan territorios para éste a cada general:
Mola la sexta región; Saliquet, Cataluña, y Goded, Valencia. El
proyecto mismo manifiesta las divergencias que aumentaron con
las nuevas incorporaciones a la conjura. Mola considera que ya
es tarde para el triunfo de un movimiento puramente militar (que
Franco quiere diferir hasta que resulte indispensable), dadas
las divergencias y cambios de destino, y por esto quiere que se
incorporen elementos civiles. Liberal, hijo y nieto de
liberales, exigía mantener el régimen y la bandera republicana.
Los de la UME, monárquicos en su mayoría, también se hubieran
sublevado antes a no ser por las reticencias y reparos de Franco
que insistió en que sólo se levantaría en caso de ser
absolutamente necesario y sin ninguna etiqueta que la de salvar
a España.
En cambio, el plan de Sanjurjo, teóricamente el jefe supremo, en
vísperas del alzamiento consistía en trasladarse inmediatamente
a Burgos donde una junta proclamaría rey a Alfonso XIII (al que,
como director de la guardia civil, no había defendido, cuando
era legítimo y posible, el 12 de abril de 1931, por ciertos
resentimientos, según dicen, pero deseaba quitarse esa espina),
quien a los seis meses abdicaría en el infante don Juan. Pero se
dio el caso que varios generales republicanos de convicción se
adhirieron al movimiento por los artículos publicados en El
Sol a partir del 18 de junio por Miguel Maura divulgando la
idea, frente al antimilitarismo insultante de las masas, de la
necesidad de una dictadura republicana que hiciese frente a la
ya intolerable anarquía.
Esta idea Emilio Mola pudo asimilarla enseguida de acuerdo con
su idiosincrasia, pero era muy difícil que la aceptase la
comunión tradicionalista que debía apoyarle en Navarra. El
anciano Cabanellas, único general de división en activo que se
sublevó, y que el mismo 18 de julio estuvo a punto de viajar a
Madrid y caer en la celada del ministro mientras volaba a
Zaragoza, sin él saberlo, el general que debía sustituirlo;
nombrado inmediatamente después del alzamiento jefe de la junta
superior como general más antiguo, esperaba en la solución
republicana presidida por Miguel Maura, y se opuso, tan
obstinado como solitario, a la jefatura de Franco.
Con estos antecedentes de ninguna manera se podía prever el
éxito del alzamiento y menos todavía la probable duración de la
lucha armada. En una de sus circulares Mola, alias “El
Director”, fijaba en setenta y dos horas el plazo para que los
sublevados se apoderasen de Madrid. Pero Franco era mucho más
pesimista y semanas antes de que se iniciara, advertía en
Canarias a sus amigos, que el alzamiento sería muy difícil, muy
sangriento y que duraría bastante.
Serrano Suñer cita unas exclamaciones despechadas de Yagüe,
llamado a Madrid por el gobierno, a propósito de la indecisión
de Franco. Pero por entonces, según Franco Salgado, éste
empezaba a poner en antecedentes de la sublevación a algunos
jefes y oficiales de la guarnición de Canarias. Hasta entonces
sólo conocían sus propósitos dos ayudantes y el confinado
general Orgaz.
Un primer plan “Varela” había señalado la fecha 19 de abril, y
tenía como eje un golpe centrado en Madrid. Nadie se movió.
Pocos días antes el general Del Barrio, de complexión enfermiza
que incluso ha confiado todo el plan a su mujer, pedía un
aplazamiento hasta que mejorara su salud, lo cual expresaba su
desfondamiento ante la empresa. Entonces se decidió el plan
Mola.
En efecto, el gobierno ha sabido algo del primer plan y ordena a
Varela que fije su residencia en Cádiz, para donde deberá salir
aquella misma noche para ser encerrado en el castillo de Santa
Catalina.
El general Orgaz es confinado a Canarias, donde su interés se
centra en convencer a Franco para que tome cuanto antes la
iniciativa. Franco acababa de solicitar su inclusión como
independiente en la candidatura derechista que prepara Gil
Robles, para la repetición de las elecciones invalidadas en
Cuenca. Pero luego renunció a favor de José Antonio Primo de
Rivera, entonces en la cárcel Modelo de Madrid. José Antonio
obtuvo entonces el acta que le hubiera liberado por su inmunidad
parlamentaria, pero fue anulada por la comisión.
Entre tanto, Queipo de Llano y Cabanellas se suman a la
conspiración
“El Director”, Emilio Mola, vio que era muy difícil un triunfo
inicial en Madrid. Tanto es así, que consideraba oportuno que
las tropas de guarnición en la capital abandonasen sus cuarteles
a tiempo sin luchar para sumarse a las columnas que llegasen del
norte. Y la misma inquietud sentía respecto a Barcelona, aunque
allí podía contar con la adhesión de la escuadra obtenida por
Franco, en una entrevista con el comandante Salas que visitó por
aquellos días las Canarias a bordo del Jaime I. El plan
de Mola consistía en un alzamiento simultáneo en todas las
provincias, que prepararían inmediatamente columnas para marchar
sobre Madrid. En caso de fracasar se replegarían primero sobre
el Duero y después sobre el Ebro. Entre Miranda y Zaragoza se
establecería el nudo de resistencia, y detrás de esta barrera,
Navarra constituía un reducto inexpugnable.
En el mes de julio, Franco que mantenía contacto cifrado con
Mola vía Galarza, entregó notas de enlace al comandante
Bartolomé Barba, que había sido uno de los primeros integrantes
de la UME. Así pudo participar directamente en la elaboración y
crítica de las directrices de Mola con sus tres cartas de julio.
En una orden del 24 de junio de 1936, Yagüe es advertido de que
las tropas de Marruecos, que en principio debían permanecer en
actitud expectante, habían de embarcar para la península,
dispuestas a marchar rapidísimamente sobre Madrid. En la última
semana del mismo mes el pronunciamiento castrense está
planteado: Queipo de Llano ha de encargarse de Andalucía;
Cabanellas actuará en Zaragoza; Saliquet en Valladolid; González
Carrasco en Cataluña; Goded en Valencia; Villegas en Madrid;
Franco en África; Mola en Navarra y Burgos.
Para estos acuerdos y otros, Mola muy vigilado, había tenido
diversas entrevistas, casi sin salir. Por ejemplo con Cabanellas
de quien depende el suministro de armas a Navarra, el 14 de
junio, en la carretera, cerca de Tudela, pero alguien, al
parecer, comunicó esta entrevista al ministro. Kindelán, jefe
del aire, habló con él en Pamplona.
Por su cargo y su pasado republicano, el más libre para viajar
era Queipo de Llano. Él quisiera sublevarse en Valladolid, pero
Mola cree que debe estar en Sevilla, feudo de los comunistas,
donde las dificultades se prevén enormes.
Después de junio aún habrá algún cambio: Villegas por Fanjul en
Madrid, y Carrasco y Goded que invierten sus papeles.
El esquema militar estaba a punto, pero Mola quiere enmarcar la
espontánea movilización de los partidos de derecha, y encuentra
grandes dificultades en acuerdos con el carlismo en sus
conversaciones con José Luis Oriol y con Fal Conde, dadas las
exigencias de este último de que el alzamiento se hiciera bajo
la antigua bandera anterior a la República, que se disolvieran
los partidos políticos y la democracia. Mola llegó a escribir: “El
movimiento tradicionalista está arruinando a España con su
intransigencia, exactamente igual que el Frente Popular”.
Pero el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio en Madrid selló
todos los acuerdos entre Mola y la comunión tradicionalista, que
pondrían en un santiamén a sus órdenes varias decenas de miles
de soldados carlistas voluntarios. En la madrugada del 15 de
julio, día en que Valentín Galarza obtendría, a las dos de la
tarde, las últimas instrucciones y las fechas que cada
guarnición debía rebelarse, recibía Mola esta comunicación
llegada de San Juan de Luz:
“La Comunión Tradicionalista se suma con
todas sus fuerzas, en toda España, al Movimiento Militar
para la salvación de la Patria, supuesto que el Excmo. Señor
General Director acepta como programa de gobierno el que en
líneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo
por el Excmo. Señor general Sanjurjo, de fecha nueve último.
Lo que firmamos con la representación que nos compete,
Javier de Borbón Parma, Manuel Fal Conde”.
Las últimas reservas de los grupos políticos de derechas, fueron
también eliminadas al conocerse la muerte de Calvo Sotelo, y a
pocos les quedaron escrúpulos de que la apelación a las armas,
era el único medio para eludir la ya inminente revolución roja.
El día 16 de julio de 1936, Gil Robles se trasladó a Biarritz y
no tardó en manifestar su adhesión al movimiento militar.
Según Ricardo de La Cierva “los hombres clave para la gestación
y desarrollo de los preparativos del alzamiento son: Emilio
Mola, el director, en Pamplona; José Sanjurjo, el símbolo, en
Estéril; Francisco Franco, la condición necesaria por prestigio
y por exigencia, del ejército de África, en Canarias; José
Antonio Primo de Rivera, el enemigo nato del Frente Popular, en
la cárcel de Alicante; la junta carlista Navarra, vanguardia de
la participación popular en la empresa, y dos participantes
indirectos, pero no menos decisivos: José Calvo Sotelo, jefe del
Bloque Nacional y cabeza de la oposición parlamentaria, y José
María Gil Robles, preparador del ‘pueblo del movimiento’, según
su exacto testimonio, y jefe de la primera organización civil
que ofreció su concurso armado a los conspiradores militares”.
El asesinato de Calvo Sotelo, fue el detonante que precipitó el
ya inevitable levantamiento y la guerra civil. Este monstruoso
asesinato fue un inaudito crimen de Estado, ejecutado por la
fuerza pública, planeado y dirigido por el mismo Gobierno.
Gravísima fue la lenidad de los gobernantes en la investigación,
impedida prácticamente por los mismos ejecutores del asesinato.
El 25 de julio de 1936, un grupo de individuos armados de las
milicias socialistas penetró en el Palacio de Justicia y
arrebató violentamente el sumario del asesinato de Calvo Sotelo.
Por decreto del 17 de enero de 1937 se acordó una amnistía para
todos los encausados por delitos comunes o políticos cometidos
antes del 15 de julio de 1936, con lo cual quedaban extinguidas
las responsabilidades penales…
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