Después de las elecciones de Febrero de 1936
Planes que desembocaron en la Guerra Civil
Por
Eduardo Palomar B
Antecedentes remoto y próximo de la Guerra Civil
Puede decirse que en la guerra civil española hay un antecedente remoto y un antecedente próximo. El primero no tiene una determinada fecha de iniciación, porque está en la raíz particularísima del pueblo español y en sus desigualdades bruscas, prolongadas a lo largo de los siglos; el antecedente próximo se inicia al resolverse las elecciones de febrero de 1936 con el triunfo del Frente Popular.
Apenas salida de las urnas la victoria frentepopulista, dos grandes fracciones de España se disponen a la lucha, de manera bien distinta. Los triunfadores se aprestan a llevar a cabo, desde el poder, las radicales medidas de una República de izquierdas que prácticamente no ha existido en los ya casi cinco años que van de teórica República. Los derrotados en las elecciones y gran parte de las fuerzas armadas se preparan, por el contrario, para cerrar el paso al avance de la extrema izquierda, y para ello –ya lo saben– no hay más que un camino: el de un levantamiento.
Hay dos bandos, pero nada homogéneos. Cuando la guerra civil está a punto de comenzar, son más de 130 los idearios políticos que florecen en el seno de la República española. Hay socialistas de Araquistain, socialistas de Prieto, socialistas de Largo Caballero. Un republicano de Martínez Barrio no es lo mismo que uno de Azaña o de Lerroux. Tampoco se parecen entre sí el monárquico de Fal Conde y el de Renovación Española, ni el muy católico joven de Acción Popular al muy católico joven nacionalista vasco, que quiere su Euzkadi libre.
Las elecciones del 16 de febrero de 1936
En las primeras horas de la mañana del 16 de febrero de 1936 empezaron a movilizarse las legiones de electores en ciudades y pueblos para reñir la gran batalla. No obstante el apasionamiento, las votaciones se desarrollaron con una normalidad ejemplar. Las medidas de seguridad adoptadas por el Gobierno dieron resultado y los incidentes fueron pocos. Los primeros datos daban el triunfo de la Ezquerra en Barcelona y en casi toda Cataluña. En Madrid, la candidatura del Frente Popular iba delante.
En las primeras horas de la noche grupos estacionados en la Puerta del Sol y ante la Cárcel Modelo proclaman a gritos y puños en alto el triunfo de las candidaturas revolucionarias en toda España. A las dos de la madrugada (17 de febrero) en el Ministerio de la Gobernación se han recibido informes de muchas provincias, donde las muchedumbres frentepopulistas, exacerbadas por agitadores, dominan la calle y tratan de asaltar las cárceles para liberar a los presos. La situación se va agravando, ardiendo iglesias y conventos en pueblos de Cáceres, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Málaga y Murcia.
En Elche, según una crónica periodística del 24 de febrero de 1936: «Ni uno solo de los 40.000 habitantes de la ciudad de Elche pudo cumplir el domingo pasado con el primer mandamiento de la Iglesia. Tres iglesias parroquiales tiene el pueblo, aparte de otro gran templo de las monjas clarisas, y uno o dos pequeños oratorios de otras comunidades de religiosas. El domingo pasado estaban esas cuatro iglesias en escombros. No había ni altar ni quien oficiara sobre él. En estos días sobre Elche, la ciudad de las palmeras y el “misterio” asuncionista, se había desatado el vendaval de la revolución».
El general Franco, jefe del Estado Mayor Central, llama al inspector General de la Guardia Civil, general Sebastián Pozas Perea, para advertirle que se estaban sacando de las elecciones unas consecuencias revolucionarias. «Vivimos –decía Franco– en una legalidad constitucional la cual nos obliga a acatar la declaración de las urnas. Mas todo lo que sea rebasar ese resultado es inaceptable por virtud del mismo sistema democrático. A la vista de lo que sucede, y por si los desórdenes van en aumento, debe preverse la posibilidad de que sea necesario declarar el estado de guerra». Pero el general Pozas Perea no compartía la alarma ni el pesimismo de Franco. Complacido, a fuer de buen republicano y masón, del triunfo del Frente Popular, consideraba los desmanes como una legítima expansión jubilosa de los vencedores, que remitiría pronto.
Sin embargo las noticias cada vez eran peores. El general Fanjul mostró a Franco los informes recibidos por muchos candidatos derechistas de localidades cuyos vecindarios estaban aterrorizados. Ante hechos de tanta gravedad, Franco se consideró obligado a informar al ministro de la Guerra. Dormía el general Nicolás Molero Lobo, que se sobresaltó al conocer el relato de los sucesos. Franco le aconsejó que instara al presidente del Consejo para que sin pérdida de tiempo, acordaran declarar el estado de guerra. El general Molero dudó antes de decidirse, pero al fin prometió que a primera hora de la mañana recomendaría a Manuel Portela Valladares que adoptara aquella decisión. Así lo hizo. Se celebró la conversación por teléfono, y el ministro argumentó ayudándose de un guión redactado por Franco.
A las diez de la mañana se reúne el Consejo de Ministros bajo la presidencia de Niceto Alcalá Zamora. A la salida Portela afirma que será respetada la voluntad nacional y que se ha declarado el estado de alarma por ocho días en toda España. Se restablece la previa censura. Por concesión del Presidente de la República y acuerdo del Consejo de Ministros, el jefe del Gobierno ha sido autorizado para declarar el estado de guerra allí donde considere necesario. En el Ministerio de la Guerra se procede a dar cumplimiento a la orden de declarar el estado de guerra. El propio general Franco escribe las oportunas instrucciones y se pone en relación con los Comandantes Militares de aquellas capitales donde la situación es más seria. Las autoridades civiles de Zaragoza, Oviedo y Valencia han resignado el mando y las tropas están en la calle. En este momento se recibe en el Ministerio una contraorden, que deja sin efecto el decreto. El jefe del Gobierno confirma, poco después, la anulación de la medida por expreso encargo de Alcalá Zamora.
En la Puerta del Sol suena La Internacional entonada puños en alto y vítores a Rusia. El 17 de febrero el ministro de Instrucción Pública ordena la suspensión de clases en la Universidad. El de Gobernación autoriza la reapertura de la Casa del Pueblo, donde ondea la bandera roja. La Sala Segunda del Tribunal Supremo es convocada con carácter urgente para poner en libertad a los directivos de las organizaciones socialistas. Mientras el Gobierno, indeciso y amedrentado, no hace nada. La Prensa revolucionaria destaca estrepitosamente el triunfo, hasta entonces basado en conjeturas, entre adjetivos:
“aplastante, arrollador, impresionante, formidable”. Los resultados sufrirían alteraciones fundamentales en el transcurso de horas, y en los días siguientes a la elección por huída de los gobernadores, intromisión de los Comités del Frente Popular en la falsificación de actas, por amaños en las votaciones y otros fraudes.
Según Niceto Alcalá Zamora, en su artículo Los caminos del Frente Popular publicado en Journal de Genéve del 17 de enero de 1937: «Desde el 17 de febrero, incluso desde la noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, lo que debería haber tenido ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden: reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis; algunos gobernadores civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales; en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados».
La situación el día 18 era dramática. La anarquía se propagaba de una provincia a otra. Motines, asaltos, crímenes, incendios. El ABC comenta: «Esto es la República: la de abril y la de todas las fechas. Pueden cambiar el ritmo y algunos accidentes o aspectos, pero nunca la entraña y el ser». El Socialista escribe: «El pueblo debe pedir una sola cosa: el poder. Es suyo, lo ha conquistado, y nada puede oponerse a que vaya a sus manos. Con el poder en las manos, ya no tendrá que pedir nada». La Vanguardia entiende que el pueblo había dicho «con claridad y serenidad extraordinaria lo que quiere». El Berliner Lokal Anzeiger pronostica que «la victoria de las izquierdas, traerá el reinado del terror y el dominio de la calle, la insurrección y el asesinato». El londinense Daily Mail asegura: «Es evidente que la democracia está a punto de rendir su último suspiro en España, país que nunca prosperó desde el destronamiento de Alfonso XIII». El diario soviético Pravda comenta: «Los comunistas españoles saben que no pueden esperar la realización del programa del Frente Popular de un Gobierno de izquierdas que probablemente se formará. Les incumbe la tarea inmediata de acrecentar por todos los medios la actividad de las masas trabajadoras».
Desgraciadamente no faltó el ingrediente de la violencia entre el 17 y el 29 de febrero de 1936, e incluso en los días siguientes hasta la fecha del alzamiento.
Josep Pla en su Historia de la Segunda República describe aquella delicada situación de la siguiente forma: «Se ha dicho que el 17 de febrero fue un 14 de abril. No es exactamente esto. El 17 de febrero fue un 14 de abril agravado por una repetición del 11 de mayo». El advenimiento de la República había significado una revolución política: el destronamiento. El 17 de febrero era el pórtico de una profunda revolución social que desató mucha violencia contra las «tres fuerzas a las cuales la República declaró la guerra: la Iglesia católica, la propiedad privada y el Ejército»
Los desórdenes comenzaban con el incendio de iglesias y conventos, se prolongaban en actos de terror y terminaban con el asalto a centros políticos y domicilios de los “enemigos del pueblo”.
En vista de los graves sucesos, Franco visita a Portela, exigiéndole urgentes medidas, a lo que el jefe del Gobierno le contesta que no tiene energías suficientes para hacer frente a lo que se le pide, y que piensa abandonar.
Al terminar la jornada del 18 de febrero, Portela recibe a media noche en el “Hotel Palace”, donde reside, a Calvo Sotelo y al hombre de negocios Joaquín Bau. Calvo Sotelo apela a todos los recursos de la persuasión para convencer a Portela de que no abandone el Poder: le recomienda que utilice medidas de excepción. Abatido por un gran pesimismo, el jefe del Gobierno ya había capitulado ante la revolución y renunciado a todo.
El día 19 Portela llamó a Franco para comentarle que había dimitido por lo que ya no era el jefe de Gobierno. Franco, sorprendido, exclamó con energía: –¡Nos ha engañado, señor Presidente! Ayer sus propósitos eran otros.
–Le puedo jurar, replicó Portela, que no les he engañado. Yo soy republicano, pero no soy comunista, y he servido lealmente a las instituciones en los gobiernos de que he formado parte o presidido. No soy un traidor. Yo le propuse al Presidente de la República la solución; ha sido Alcalá Zamora quien se ha opuesto a que se declarase el estado de guerra.
–Pues, a pesar de todo, y como está usted en el deber de no consentir que la anarquía y el comunismo se adueñen del país, aún tiene tiempo y medios para hacer lo que debe. Mientras ocupe esa mesa y tenga a mano esos teléfonos…
Portela interrumpió.
–Detrás de esa mesa no hay nada.
–Están la Guardia Civil, las fuerzas de Asalto…
–No hay nada, replicó Portela. Ayer noche estuvo aquí Martínez Barrio. Durante la entrevista penetraron los generales Pozas y Núñez del Prado, para decirme que usted y Goded preparaban una insurrección militar. Les respondí que yo tenía más motivos que nadie para saber que aquello no era cierto. Martínez Barrio me pidió que me mantuviese como fuera durante ocho días en el Gobierno. Querían sin duda, que la represión de los desórdenes la hiciera yo. También me dijo que Pozas, el Inspector General de la Guardia Civil, y el jefe de las Fuerzas de Asalto se habían ofrecido al Gobierno del Frente Popular que se formase. ¿Ve usted –concluyó Portela– cómo detrás de esta mesa no hay nada?...
Manuel Portela Valladares sólo buscaba evadirse del atolladero en que se veía comprometido. Culpaba a Alcalá Zamora de haber sido el causante al no declarar el estado de guerra, y sin embargo, el 15 de marzo de 1938, haría la siguiente confesión: «Yo he sido siempre enemigo del estado de guerra: en ninguna ocasión he querido gobernar en estas condiciones, y cuando dimití en 19 de febrero de 1936 me negué a publicar la declaración del estado de guerra, cosa que estaba acordada por el Consejo, firmada por el Presidente de la República y pendiente únicamente de mi voluntad el que se publicara o no en la Gaceta».
El 19 de febrero de 1936, a las seis y media de la tarde, Azaña es encargado por el Presidente de la República de formar Gobierno. A media noche una muchedumbre llenaba la Puerta del Sol; entonaba La Internacional y reclamaba la presencia de Azaña. Salió éste al balcón para decir: «En cuanto se abran las Cortes se emprenderá la obra legislativa que dará cima a vuestras aspiraciones. La primera preocupación del Gobierno será obtener la amnistía. Tened confianza en el Gobierno».
Las gentes pedían la inmediata liberación de los presos y el ejemplar castigo a los fascistas, entre grandes vítores a Asturias y a Rusia.
En la primavera de 1936 se multiplicaron los choques en las calles de las ciudades entre la derecha y la izquierda en medio de una escalada retórica de reproches mutuos. El periodo de febrero a julio de 1936 fue uno de los más conflictivos de la historia contemporánea.
Se iniciaba un periodo de cinco meses de anarquía y de falta de autoridad, condicionado el Gobierno por el ímpetu de los revolucionarios, que los exponentes más moderados del Ejecutivo no pudieron controlar.
Azaña lo reflejaría de esta manera en una carta:
«Ahora vamos cuesta abajo, por la anarquía persistente de algunas provincias, por la taimada deslealtad de la política socialista en muchas partes, por las brutalidades de unos y otros, por la incapacidad de las autoridades, por los disparates que el Frente Popular está haciendo en casi todos los pueblos, por los despropósitos que empiezan a decir algunos diputados republicanos de la mayoría. No sé, en esta fecha, cómo vamos a dominar esto».
El Plan de la revolución proletaria
Con ocasión del primero de mayo se organiza una manifestación gigantesca integrada por socialistas y comunistas. Uno de los oradores, Indalecio Prieto, pronuncia uno de sus discursos más interesantes y, a la vez, más desconcertantes:
«A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón y la llevo hasta en el tuétano de mis huesos»…
«Un país puede soportar la convulsión de una revolución verdadera. Lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su Poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Oíd esta voz mía, que tiene el mérito de responder a una profunda convicción: ni se va a la consolidación de la democracia, ni se va al socialismo, ni se va al comunismo; se va a una anarquía desesperada que puede acabar con el país».
En absoluta discordancia con los postulados de Prieto, el Congreso Extraordinario Nacional de la CNT, que se inicia el Zaragoza precisamente este primero de mayo, acaba articulando un programa, para el caso de poder instalar el comunismo libertario, dotado de los siguientes puntos:
Disolución de los institutos militares, entregando sus armas a las comunas; desarme de capitalismo; abolición de la propiedad privada; abolición del Estado; abolición del principio de autoridad; abolición de las clases sociales; socialización de la riqueza, quedando ésta en poder de quienes la producen; proclamación del amor libre y de la educación sexual. Reconocimiento de la religión en cuanto permanezca relegada al sagrado de la conciencia individual, pero enseñando en las escuelas la inexistencia de Dios. Los delitos no se castigarán en cárceles sino que se prevendrán mediante la Medicina y la Pedagogía.
El 2 de mayo se forma el Batallón de la Guardia Republicana, absorbiendo la Escolta Presidencial y la Banda de Alabarderos. Al celebrarse la festividad del día, ante el obelisco de la plaza madrileña de la Lealtad, se producen graves incidentes. Un oficial del Ejército dispara contra un grupo de izquierdistas que –según una de las versiones– hostilizaban a unos elementos derechistas.
El día 3 de mayo, una mujer del madrileño barrio de las Ventas hace correr el bulo de que su hijo ha huido de un colegio de monjas en el que se obligaba a los niños a tomar caramelos envenenados. La especie no tiene base alguna y es, en sí y por sí, toda una estupidez. Pero los nervios desatados y, sobre todo, la crasa incultura de una gran parte del público madrileño de la periferia, hace que el rumor se convierta en un clamor y el clamor en oleaje de pasiones. Una muchedumbre recorre las calles asaltando templos y linchando monjas o simplemente mujeres que entran o salen en las iglesias. La jornada registra numerosas víctimas.
Así pues, en mayo de 1936 estaba todo dispuesto para la revolución socialista, cuyo inicio se fue aplazando hasta el 31 de agosto. El plan era: toma del palacio de Comunicaciones de Madrid y de algunos ministerios, paralización del tránsito ferroviario, simulación de un ataque fascista contra un centro comunista como pretexto para la revuelta, supresión violenta de todos los elementos no revolucionarios del Frente Popular, detención de los que, aun siendo revolucionarios, no se adhiriesen o secundasen el alzamiento, expulsión de todos los elementos indeseables, detención de todos los oficiales del Ejército no comprometidos, aparentemente para garantizarles la vida, pero en realidad para ejecutarlos.
El 16 de mayo de 1936, sin haber transcurrido una semana desde la elección de Azaña como Presidente de la República (*), se celebra una reunión muy importante en la “Casa del Pueblo” de Valencia, preparada por Ventura Delgado, (es decir, Jesús Hernández Tomás, el “camarada Ventura”, que más tarde firmará artículos contra Largo Caballero con el seudónimo “Juan Ventura” a favor de Negrín y tendrá lugar destacado en la persecución del POUM y proceso de Nin; pero en el Congreso VII había tendido la mano a Largo Caballero y sus amigos para formar el frente único), delegado de la Komintern que vino a España para este efecto junto con Lumoviev y Turochov enviados por Stalin y representando la III Internacional.
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(*) El 10 de mayo de 1936 tiene lugar la elección del Presidente de la República por los compromisarios que, a su vez, han sido elegidos en convocatoria especial. Entre diputados y compromisarios, los electores son 874. Preside Jiménez de Asúa por ser vicepresidente primero de las Cortes. Los diputados de la CEDA votan en blanco. Azaña obtiene 754 votos. Se dice que algunos votos han ido a favor de Lerroux, José Antonio Primo de Rivera, González Peña y Largo Caballero. Pocos deben ser, si se tiene en cuenta que ha habido 88 papeletas en blanco, y que Azaña ha obtenido 754, la diferencia es de 32 votos que, a repartir entre cuatro, no significan nada. El 11 de mayo de 1936 es el día de la ceremonia en que Azaña queda investido Presidente de la República. El acto es solemne pero breve. Poco después se celebra un desfile militar. El día 12 queda encargado Santiago Casares Quiroga de formar gobierno.
Entre los acuerdos adoptados hay uno, el 9, que dice:
«Encargar a uno de los “radios” comunistas de Madrid –el designado con el número 25 integrado por agentes de Policía gubernativa– la eliminación de personajes políticos y militares caracterizados por su influencia en la reacción»
Se estaban, pues, ultimando las disposiciones justificativas del levantamiento militar en cuanto preventivo de una revolución comunista inminente que intentaba implantar en España una república soviética. En el Informe confidencial nº 2, cursado después de la destitución de Alcalá Zamora, se había precisado:
«Se confirman las fechas 11 de mayo o 29 de junio, para la iniciación del movimiento subversivo, según sea el resultado de la elección de presidente de la República, según se indicaba en el informe anterior».
También estaban ya designados los jefes, y la distribución de zonas y milicias:
«La plana Mayor del movimiento estará constituida por Largo Caballero, Hernández Zancajo y Francisco Galán. Los enlaces, en la forma siguiente: Jefe superior, Ventura, delegado de la URSS y de la III Internacional. Para Cataluña, Pedro Aznar, del Partido Catalán Proletario».
Las milicias se clasifican en tres grupos: las de asalto, cuya misión es ofensiva, y cuentan con ciento cincuenta mil hombres; más las de la resistencia, que deben encargarse, de servicios complementarios y cuentan con cien mil; las sindicales, que deben proclamar y mantener la huelga general. Para el mando general de las milicias está designado como jefe superior Santiago Carrillo.
Las zonas de asalto para el momento que se dé la señal son: Madrid, Asturias, Extremadura, Cataluña, Andalucía, Galicia, Alicante, Santander, zona minera y fabril de Vitoria, Pasajes y Mondragón en Guipúzcoa, Murcia, Barruelo, Reinosa y Logroño. El resto de España es zona de resistencia.
En nota reservada de una reunión secreta en Valencia, el punto 5 dispone que se retire del poder el señor Casares Quiroga (presidente), ya por un voto adverso del parlamento, ya por cualquier otro medio, excluido el atentado porque está muy protegido.
El Partido Comunista de España no tenía ninguna importancia. En las Cortes Constituyentes, en las que había socialistas, republicanos y monárquicos, regionalistas, sacerdotes y militares, no tenía ni un solo diputado, ya que Balbontín, diputado por Sevilla, elegido como social revolucionario, se declaró comunista después de estar en las Cortes. En la siguiente legislatura, la minoría comunista estaba formada por un solo diputado, el Dr. Bolívar. En las últimas Cortes, de 1936, resultó elegida, merced a la coalición de Frente Popular una pequeña minoría.
El Partido Comunista de España se aproximaba a una ficción el 17 de julio de 1936. Y la mejor prueba de que era así, Sevilla, que era la fortaleza comunista por excelencia –Sevilla, la roja, decían los comunistas– fue tomada por el general Queipo de Llano sin grandes dificultades.
Pero el Partido Comunista, a las órdenes de la III Internacional, consiguió adueñarse de todos los resortes fácticos de la España republicana durante la Guerra Civil, y que los presidentes de la República y también de la Generalidad de Cataluña sólo tenían un poder simbólico frente al exterior, y los anarquistas y revolucionarios del POUM y líderes no comunistas habían sido instrumentalizados.
El Plan del Alzamiento Nacional
El 8 de marzo de 1936, víspera de la partida de Franco para las islas Canarias, donde se vería vigilado y casi prisionero del Frente Popular, se han reunido con él en una casa de Madrid, Mola, de paso hacia Pamplona, Orgaz, Villegas, Fanjul, Varela, Saliquet, Rodríguez del Barrio, Kindelán y González Carrasco, y han tratado de la organización y preparación de un movimiento militar que pueda evitar la ruina y la desmembración de la patria, pero que «sólo se desencadenaría en el caso de que las circunstancias lo hiciesen absolutamente necesario», según insistencia de Francisco Franco que siempre había rechazado o disuadido de proyectos anteriores. Más tarde, el general Eduardo López Ochoa se agrega a la conspiración, tras un intento de encarcelarle, como revancha de su victoria en Asturias en octubre de 1934. Durante el mes de abril se agregan Queipo de Llano y Miguel Cabanellas y, al parecer, hasta el propio Miaja, que había pertenecido a la UME, estuvo comprometido en algún momento. También lo estuvo Vicente Rojo, el militar más competente de la zona roja durante la guerra. Miaja llegó a lamentarse de que se preparase un alzamiento sin contar con él, y Mola llegó a proponer a algunos oficiales de Madrid que sondeasen su actitud.
Aunque Indalecio Prieto denunció los preparativos de conspiración repetidamente, el gobierno le presta poca atención, lo mismo, aparentemente al menos, que a otras denuncias concretas, por ejemplo del consejero de Gobernación de la Generalidad de Cataluña, José María España Cirat; pero sigue imperturbable en los traslados y en los cambios de mandos que la hagan imposible. Azaña se ha convertido, según frase de Joaquín Maurín, en “un girondino que ha ido a la escuela de Kerensky”. Pero también Largo Caballero se lleva sorpresas: en el mitin monstruo de la plaza de toros de Madrid, el 5 de abril de 1936, comprueba estupefacto que sus juventudes socialistas encabezadas por Santiago Carrillo, se pasa en bloque a la obediencia comunista bajo su nueva sigla, JSU (Juventudes Socialistas Unificadas).
Por otra parte, en el Parlamento también hay elementos de signo derechista que han perdido la fe en el sistema parlamentario y en la legalidad republicana que consideran fracasada con la experiencia de los gil-roblistas y de las elecciones que consideran “trucadas” con las diversas maniobras que han forzado una gran mayoría de diputados frentepopulistas a base de coacciones consentidas donde había mayoría de votos derechistas y centristas, a pesar de su división. José Calvo Sotelo está entre ellos y hacia él o la Falange Española, tienden o se dirigen muchos elementos juveniles que habían pertenecido a “Acción Popular” dentro de la CEDA.
Desde hace meses, José Antonio Primo de Rivera que preconiza ya la acción directa, está en la cárcel, con el pretexto de tenencia ilícita de armas. El coronel (luego general) José Enrique Varela ha mantenido reuniones levantando el espíritu militar de los tradicionalistas y requetés, unas veces vestido de cura y otras de aldeano, en los graneros de caseríos navarros, donde se instruían y encuadraban cientos de requetés. Cuando Varela fue ascendido a general prosiguió su labor el teniente coronel Ricardo Rada.
Los requetés se organizaron y prepararon bajo la jefatura nacional de Zamanillo. Emilio Mola consideraba que el ejército estaba tan contaminado de marxistas y revolucionarios que ya era tarde para un levantamiento que no contase con elementos civiles, y de hecho el levantamiento de Navarra fue, por la proporción de voluntarios, más popular aún que la revolución proletaria. El objetivo de Mola era encuadrar a los requetés con tropas regulares para mayor garantía de éstas; pero sus negociaciones con los tradicionalistas, que no se prestaban a la instrumentalización republicana, fueron enormemente difíciles.
También los falangistas tuvieron diversos proyectos que resultaban un tanto utópicos para el número de sus militantes. La prisión de los principales jefes de Falange Española durante la primavera de 1936 impidió la concentración de cuatro o cinco mil militantes en la frontera de Portugal desde donde debían marchar a Madrid por el valle del Tajo. Por lo demás el propio Hedilla reconoció más tarde que los falangistas, ilegalizados y sañudamente perseguidos, a pesar de su coraje estaban condenados a la desaparición a no haber sido por el levantamiento militar.
Los militares están políticamente muy divididos. Azaña ha alejado de los puntos clave a los que considera más peligrosos de golpismo. Pero el 8 de marzo de 1936, la víspera de salir Franco para Canarias, donde los elementos del Frente Popular y la logia masónica de Santa Cruz de Tenerife vigilarán todos sus movimientos, en la expresada reunión en Madrid con Mola y otros militares han establecido sus enlaces de coordinación. El jefe de estos enlaces es el teniente coronel Valentín Galarza Morante, alias “El Técnico”, destinado en el Ministerio de Guerra, sospechoso para Azaña, pero inexplicablemente no apartado del cargo. Decidieron que el movimiento “fuese exclusivamente por España, sin ninguna etiqueta determinada”. Después del triunfo se tratarían los problemas como el de la estructura del régimen, símbolos, etc.
Para evitar rivalidades de Goded, Franco rechaza la dirección del movimiento que le brinda Mola, y todos se ponen de acuerdo en el nombre de Sanjurjo, cuya representación recae en Rodríguez del Barrio, suplente de Goded para la preparación del alzamiento. Se asignan territorios para éste a cada general: Mola la sexta región; Saliquet, Cataluña, y Goded, Valencia. El proyecto mismo manifiesta las divergencias que aumentaron con las nuevas incorporaciones a la conjura. Mola considera que ya es tarde para el triunfo de un movimiento puramente militar (que Franco quiere diferir hasta que resulte indispensable), dadas las divergencias y cambios de destino, y por esto quiere que se incorporen elementos civiles. Liberal, hijo y nieto de liberales, exigía mantener el régimen y la bandera republicana. Los de la UME, monárquicos en su mayoría, también se hubieran sublevado antes a no ser por las reticencias y reparos de Franco que insistió en que sólo se levantaría en caso de ser absolutamente necesario y sin ninguna etiqueta que la de salvar a España.
En cambio, el plan de Sanjurjo, teóricamente el jefe supremo, en vísperas del alzamiento consistía en trasladarse inmediatamente a Burgos donde una junta proclamaría rey a Alfonso XIII (al que, como director de la guardia civil, no había defendido, cuando era legítimo y posible, el 12 de abril de 1931, por ciertos resentimientos, según dicen, pero deseaba quitarse esa espina), quien a los seis meses abdicaría en el infante don Juan. Pero se dio el caso que varios generales republicanos de convicción se adhirieron al movimiento por los artículos publicados en El Sol a partir del 18 de junio por Miguel Maura divulgando la idea, frente al antimilitarismo insultante de las masas, de la necesidad de una dictadura republicana que hiciese frente a la ya intolerable anarquía.
Esta idea Emilio Mola pudo asimilarla enseguida de acuerdo con su idiosincrasia, pero era muy difícil que la aceptase la comunión tradicionalista que debía apoyarle en Navarra. El anciano Cabanellas, único general de división en activo que se sublevó, y que el mismo 18 de julio estuvo a punto de viajar a Madrid y caer en la celada del ministro mientras volaba a Zaragoza, sin él saberlo, el general que debía sustituirlo; nombrado inmediatamente después del alzamiento jefe de la junta superior como general más antiguo, esperaba en la solución republicana presidida por Miguel Maura, y se opuso, tan obstinado como solitario, a la jefatura de Franco.
Con estos antecedentes de ninguna manera se podía prever el éxito del alzamiento y menos todavía la probable duración de la lucha armada. En una de sus circulares Mola, alias “El Director”, fijaba en setenta y dos horas el plazo para que los sublevados se apoderasen de Madrid. Pero Franco era mucho más pesimista y semanas antes de que se iniciara, advertía en Canarias a sus amigos, que el alzamiento sería muy difícil, muy sangriento y que duraría bastante.
Serrano Suñer cita unas exclamaciones despechadas de Yagüe, llamado a Madrid por el gobierno, a propósito de la indecisión de Franco. Pero por entonces, según Franco Salgado, éste empezaba a poner en antecedentes de la sublevación a algunos jefes y oficiales de la guarnición de Canarias. Hasta entonces sólo conocían sus propósitos dos ayudantes y el confinado general Orgaz.
Un primer plan “Varela” había señalado la fecha 19 de abril, y tenía como eje un golpe centrado en Madrid. Nadie se movió. Pocos días antes el general Del Barrio, de complexión enfermiza que incluso ha confiado todo el plan a su mujer, pedía un aplazamiento hasta que mejorara su salud, lo cual expresaba su desfondamiento ante la empresa. Entonces se decidió el plan Mola.
En efecto, el gobierno ha sabido algo del primer plan y ordena a Varela que fije su residencia en Cádiz, para donde deberá salir aquella misma noche para ser encerrado en el castillo de Santa Catalina.
El general Orgaz es confinado a Canarias, donde su interés se centra en convencer a Franco para que tome cuanto antes la iniciativa. Franco acababa de solicitar su inclusión como independiente en la candidatura derechista que prepara Gil Robles, para la repetición de las elecciones invalidadas en Cuenca. Pero luego renunció a favor de José Antonio Primo de Rivera, entonces en la cárcel Modelo de Madrid. José Antonio obtuvo entonces el acta que le hubiera liberado por su inmunidad parlamentaria, pero fue anulada por la comisión.
Entre tanto, Queipo de Llano y Cabanellas se suman a la conspiración
“El Director”, Emilio Mola, vio que era muy difícil un triunfo inicial en Madrid. Tanto es así, que consideraba oportuno que las tropas de guarnición en la capital abandonasen sus cuarteles a tiempo sin luchar para sumarse a las columnas que llegasen del norte. Y la misma inquietud sentía respecto a Barcelona, aunque allí podía contar con la adhesión de la escuadra obtenida por Franco, en una entrevista con el comandante Salas que visitó por aquellos días las Canarias a bordo del Jaime I. El plan de Mola consistía en un alzamiento simultáneo en todas las provincias, que prepararían inmediatamente columnas para marchar sobre Madrid. En caso de fracasar se replegarían primero sobre el Duero y después sobre el Ebro. Entre Miranda y Zaragoza se establecería el nudo de resistencia, y detrás de esta barrera, Navarra constituía un reducto inexpugnable.
En el mes de julio, Franco que mantenía contacto cifrado con Mola vía Galarza, entregó notas de enlace al comandante Bartolomé Barba, que había sido uno de los primeros integrantes de la UME. Así pudo participar directamente en la elaboración y crítica de las directrices de Mola con sus tres cartas de julio.
En una orden del 24 de junio de 1936, Yagüe es advertido de que las tropas de Marruecos, que en principio debían permanecer en actitud expectante, habían de embarcar para la península, dispuestas a marchar rapidísimamente sobre Madrid. En la última semana del mismo mes el pronunciamiento castrense está planteado: Queipo de Llano ha de encargarse de Andalucía; Cabanellas actuará en Zaragoza; Saliquet en Valladolid; González Carrasco en Cataluña; Goded en Valencia; Villegas en Madrid; Franco en África; Mola en Navarra y Burgos.
Para estos acuerdos y otros, Mola muy vigilado, había tenido diversas entrevistas, casi sin salir. Por ejemplo con Cabanellas de quien depende el suministro de armas a Navarra, el 14 de junio, en la carretera, cerca de Tudela, pero alguien, al parecer, comunicó esta entrevista al ministro. Kindelán, jefe del aire, habló con él en Pamplona.
Por su cargo y su pasado republicano, el más libre para viajar era Queipo de Llano. Él quisiera sublevarse en Valladolid, pero Mola cree que debe estar en Sevilla, feudo de los comunistas, donde las dificultades se prevén enormes.
Después de junio aún habrá algún cambio: Villegas por Fanjul en Madrid, y Carrasco y Goded que invierten sus papeles.
El esquema militar estaba a punto, pero Mola quiere enmarcar la espontánea movilización de los partidos de derecha, y encuentra grandes dificultades en acuerdos con el carlismo en sus conversaciones con José Luis Oriol y con Fal Conde, dadas las exigencias de este último de que el alzamiento se hiciera bajo la antigua bandera anterior a la República, que se disolvieran los partidos políticos y la democracia. Mola llegó a escribir: “El movimiento tradicionalista está arruinando a España con su intransigencia, exactamente igual que el Frente Popular”.
Pero el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio en Madrid selló todos los acuerdos entre Mola y la comunión tradicionalista, que pondrían en un santiamén a sus órdenes varias decenas de miles de soldados carlistas voluntarios. En la madrugada del 15 de julio, día en que Valentín Galarza obtendría, a las dos de la tarde, las últimas instrucciones y las fechas que cada guarnición debía rebelarse, recibía Mola esta comunicación llegada de San Juan de Luz:
“La Comunión Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas, en toda España, al Movimiento Militar para la salvación de la Patria, supuesto que el Excmo. Señor General Director acepta como programa de gobierno el que en líneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. Señor general Sanjurjo, de fecha nueve último. Lo que firmamos con la representación que nos compete, Javier de Borbón Parma, Manuel Fal Conde”.
Las últimas reservas de los grupos políticos de derechas, fueron también eliminadas al conocerse la muerte de Calvo Sotelo, y a pocos les quedaron escrúpulos de que la apelación a las armas, era el único medio para eludir la ya inminente revolución roja.
El día 16 de julio de 1936, Gil Robles se trasladó a Biarritz y no tardó en manifestar su adhesión al movimiento militar.
Según Ricardo de La Cierva “los hombres clave para la gestación y desarrollo de los preparativos del alzamiento son: Emilio Mola, el director, en Pamplona; José Sanjurjo, el símbolo, en Estéril; Francisco Franco, la condición necesaria por prestigio y por exigencia, del ejército de África, en Canarias; José Antonio Primo de Rivera, el enemigo nato del Frente Popular, en la cárcel de Alicante; la junta carlista Navarra, vanguardia de la participación popular en la empresa, y dos participantes indirectos, pero no menos decisivos: José Calvo Sotelo, jefe del Bloque Nacional y cabeza de la oposición parlamentaria, y José María Gil Robles, preparador del ‘pueblo del movimiento’, según su exacto testimonio, y jefe de la primera organización civil que ofreció su concurso armado a los conspiradores militares”.
El asesinato de Calvo Sotelo, fue el detonante que precipitó el ya inevitable levantamiento y la guerra civil. Este monstruoso asesinato fue un inaudito crimen de Estado, ejecutado por la fuerza pública, planeado y dirigido por el mismo Gobierno.
Gravísima fue la lenidad de los gobernantes en la investigación, impedida prácticamente por los mismos ejecutores del asesinato.
El 25 de julio de 1936, un grupo de individuos armados de las milicias socialistas penetró en el Palacio de Justicia y arrebató violentamente el sumario del asesinato de Calvo Sotelo.
Por decreto del 17 de enero de 1937 se acordó una amnistía para todos los encausados por delitos comunes o políticos cometidos antes del 15 de julio de 1936, con lo cual quedaban extinguidas las responsabilidades penales…
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