En la primavera
de 1934, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, había
indicado secretamente a Manuel Azaña, Indalecio Prieto y Francisco Largo
Caballero que se preparasen en previsión de un golpe de estado, a la vez que los
dirigentes socialistas y de partidos de izquierda, advertían al presidente que
no tolerarían el acceso de la CEDA al poder.
Por esta vez
José Mª Gil Robles no entró en el gobierno, pero sí tres ministros de su
partido, en carteras nada peligrosas para quienes afirmaban creer que Gil Robles
atentaría contra el gobierno. Las carteras eran las de Trabajo, Justicia y
Agricultura. Esta era la propuesta ofrecida a Alcalá Zamora por las derechas y
el centro. Diego Martínez Barrio, Azaña, Maura, Tomás y Piera y Sánchez Román
habían planteado la disolución de Cortes y formación de un Gobierno republicano.
Llamaba la
atención que un Gobierno de centro-derecha sustituyese en el ministerio clave de
gobernación a Rafael Salazar Alonso, por Eloy Vaquero Cantillo, diputado radical
por Córdoba y antiguo maestro laico, conocido con el renombre de “Matacristos”
por su actuación juvenil anticlerical. Puestos a buscar afinidades, era nombrado
por tercera vez ministro de la Guerra Diego Hidalgo Durán, reconocido masón. Es
claro que no se hubiera mantenido en el cargo de no contar con el ‘placet’ de la
CEDA.
Azaña, que había
ido a Barcelona para asistir al entierro del ex ministro Jaime Carner Romeu,
fallecido el 26 de septiembre de 1934, intenta disuadir al consejero de Justicia
Juan Lluhí Vallescá, fundador y jefe del partido nacionalista republicano de
izquierda, que le visita en nombre de la Generalidad, y que le había comunicado
el acuerdo de proclamar la “República catalana”.
En una
conversación que sostuvo Azaña con Largo Caballero, se manifestó contrario al
decidido proyecto revolucionario de Largo Caballero, como sumamente peligroso
para la República. Éste le espetó: «Pues tiene que ser, y déjeme que le diga,
don Manuel, que ya comprometo bastante mi prestigio con sólo seguir hablando con
usted.» Con su característico sarcasmo, Azaña le contestó: «Bueno, don
Francisco. Usted va a necesitar de aquí en adelante todo el prestigio que tiene,
y yo no quiero comprometerlo más.»
Azaña, como jefe
de “Izquierda Republicana”, la tarde del 5 de octubre de 1934, lanzó una
proclama en la que decía: «El hecho monstruoso de entregar el Gobierno de la
República a sus enemigos es una traición; rompe toda solidaridad a todos los
medios en defensa de la República.» Azaña que, de todos conocidos, tenía un
miedo infantil y ridículo en las situaciones de violencia armada o en peligros
de sublevación, tuvo la poca fortuna de ser descubierto y detenido el 9 de
octubre en Barcelona. Alejandro Lerroux, en La pequeña Historia, dejó
escrito: «Si él hubiese supuesto que Companys iba a dejarse arrastrar a vías de
hecho, hubiese estado en cualquier parte menos en Cataluña.» «Si ustedes o el
Gobierno catalán se lanzan al movimiento de violencia les harán polvo en dos
horas», había dicho al consejero de Justicia y Derecho de la Generalidad, Joan
Lluhí i Vallescà, sugestionado con los resultados de la proclamación de la
“República catalana” del 14 de abril de 1931.
ARRIBA
El jueves 4 de
octubre de 1934, la Alianza Obrera invita a la CNT para ir juntos al movimiento,
pero la CNT rehúsa. La razón de esta sorprendente actitud de los anarquistas,
siempre predispuestos a rebelarse contra el poder, se explica por el odio mutuo
entre ellos y los nacionalistas. Al llegar la República, los votos de la CNT
pesaron a favor de las candidaturas de izquierda, en especial las de la
Esquerra. Siguió una breve luna de miel entre la Generalidad y los violentos
ácratas, permitiendo la primera a los segundos asesinar a numerosos obreros
pertenecientes al Sindicato Libre. La Esquerra en el poder autonómico, ansiosa
de los votos ácratas, consintió muchas violencias, hasta que se hizo claro que
la CNT amenazaba también su propia estabilidad. En consecuencia, el
enfrentamiento entre ambas se tornó cada vez más acre. Los escamots,
actuando como fuerza de orden, secuestraban, torturaban y a veces asesinaban a
militantes anarquistas, despertando entre ellos un resentimiento creciente.
Según cuenta el líder de la CNT García Oliver, Largo Caballero había hecho
algunas gestiones para atraerles a su revolución, pero había preferido
finalmente apoyarse en la Generalidad dominada por la Esquerra, por parecerle un
poder más fuerte en Cataluña.
Por eso, en
octubre del 34 los anarquistas permanecían tranquilos, mientras los
nacionalistas, junto con los pequeños grupos semitrotskistas del BOC (Bloque
Obrero y Campesino) y los grupos socialistas minoritarios en Cataluña, trataban
de imponer la huelga y ocupaban las calles, buscando crear el ambiente adecuado
para lanzarse a fondo en el instante oportuno; es decir, cuando el PSOE llevara
las de ganar en el conjunto del país, y la incorporación al movimiento ofreciera
pocos riesgos.
Por la noche del
día 4 de octubre de 1934, Alianza Obrera celebra una reunión a la que asisten
delegados de toda Cataluña. Se manifiesta la firme decisión de resistir y
atacar.
Aquella misma
noche, Companys recibe con frialdad a la delegación que le envía la Alianza
Obrera, pues ha tenido que interrumpir una cena en una reunión del Consejo, de
la comarcal de la Esquerra y de los diputados de este partido. Los delegados le
comunican que si la reacción arremete es necesario que se proclame la República
catalana. Puesto que la CEDA tiene tres ministros en el nuevo Gobierno, la
reacción acaba de atacar. Companys no lo ve tan claro, ya que no sabe qué harán
los socialistas ni los republicanos, por lo que contestó que la cosa iba para
largo, tal vez para varios días. Companys comenta que «Lerroux ha hecho
declaraciones diciendo que el Gobierno de la Generalidad es leal. Es posible que
el Gobierno de Madrid sea transigente con nosotros. Hay que ser prudentes puesto
que se ventila nada menos que el porvenir de Cataluña».
La Alianza
Obrera replica:
–No opinamos que
esto pueda prolongarse. Mañana será el día decisivo, no hay duda. Hay que
manifestarse claramente. No es posible, ni conveniente, mantener esta
ambigüedad. Sí o no.
La delegación de
la Alianza da fin a la entrevista comunicando a Companys que al día siguiente
habrá en Cataluña huelga general y espera que no la obstaculice el Gobierno de
la Generalidad. Joaquín Maurín Juliá, secretario general del BOC, cierra la
sesión y dice, entre otras cosas:
«Se ha
constituido un gobierno Lerroux-Gil Robles que significa un considerable
avance del fascismo, casi el mismo fascismo (…) El movimiento obrero será
aplastado (…) Las nacionalidades serán oprimidas más que nunca por el yugo
centralista. El Estatuto de Cataluña, tan raquítico, desaparecerá (…)
Después de este gobierno vendrá otro de la CEDA que ya será el fascismo. Los
obreros tenemos el deber de evitarlo.
»La Alianza
Obrera rinde honor a su propia consigna. Fuimos los primeros en advertir que
un gobierno Lerroux-Gil Robles sería la señal de huelga general
revolucionaria. Alianza Obrera en Valencia, en Madrid, en Asturias, en todas
partes donde se ha formado, irá esta noche a la huelga general
revolucionaria. Los trabajadores reclaman el Poder para encauzar la economía
sobre unas bases socialistas. Los trabajadores de España se lanzan hoy a la
toma del Poder, a la conquista revolucionaria del Estado. O el feudalismo o
nosotros. ¡O el fascismo o la revolución social!
»En
Cataluña, la Alianza Obrera se decide también a la huelga general
revolucionaria. El Gobierno de Cataluña, la Esquerra, está desorientado (…)
Les hemos comunicado que mañana comenzaremos la huelga general
revolucionaria. Les hemos invitado a proclamar la República catalana. Si
ellos no la proclaman, lo haremos nosotros (…)
»Cada
delegado saldrá ya con el medio más rápido de transporte que encuentre. En
la respectiva localidad los Comités de Alianza y los Comités Revolucionarios
declararán inmediatamente la huelga general revolucionaria. Si los
Ayuntamientos y autoridades son de Esquerra, de momento se llevará la acción
conjunta con ellos, hasta que cambien las circunstancias u orden de la
Alianza. Pero donde las autoridades sean de derechas, serán inmediatamente
destituidas. Nuestra finalidad inmediata ya la sabéis: República catalana.
Hay que empujar a la Esquerra para que ella la proclame. Si no lo hace, la
proclamáis vosotros.»
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ARRIBA
A las ocho de la noche del viernes 5 de octubre de 1934, en la
plaza de Cataluña se congrega la multitud bajo una pancarta de
la Alianza que dice: “Exigimos la proclamación de la
República catalana”. La manifestación crece, llegando a la
plaza de la República, entrando en la Generalidad una comisión,
siendo recibida por Enrique Pérez Farrás que los acompaña hasta
Companys, quien habla con ellos en presencia de varios diputados
de la Esquerra. Desde la calle, la multitud grita: «¡Armas!
¡Armas!»
Uno de los cuatro delegados de la manifestación habla en los
siguientes términos:
«El pueblo pide que se proclame ya la
República catalana. Una hora perdida hoy, puede ser
decisiva. No acertamos comprender la pasividad de la
Generalidad. La mejor defensa es el ataque.»
Companys se enfada y saca a relucir su mal humor:
«Nosotros sabemos perfectamente lo que hemos
de hacer. No comprendo por qué habéis organizado esta
manifestación.» Y les muestra un escrito a máquina donde
consta la proclamación de la República catalana si la CEDA
entra en el Gobierno.
–Ya ha entrado.
–Mis noticias son otras. Si está la CEDA,
proclamaremos el “Estat Català dentro de la República
Federal Española”. Pero hay que ser disciplinados, y
nosotros no iremos más allá de las órdenes de los que en
estos momentos tienen la palabra.
No dice Companys quienes son estos misteriosos personajes cuyas
órdenes espera. El día antes le había visitado Azaña, junto con
Manuel Rico Avello, pero no es posible que sean ellos quienes
autoricen, y menos ordenen la proclamación de la independencia
de Cataluña.
Al final de la entrevista, Companys afirma que todo está
previsto. En prueba de confianza lleva por el brazo a su
despacho a David Rey, con quien años atrás había participado en
diversas luchas. En el salón, los consejeros oyen una tensa
discusión, a gritos. Hasta que el viejo militante sale con los
puños cerrados y el semblante irritado.
El comandante de artillería Enrique Pérez Farrás les acompaña a
la puerta, pero la multitud quiere que hablen los delegados
desde el balcón de la Generalidad, y comuniquen el resultado de
su gestión, pero se les prohíbe.
Desde una escalera un delegado se expresa así:
«Alianza Obrera ha conminado a la
Generalidad a proclamar la República catalana. Que si su
gobierno no lo hace, la proclamará Alianza Obrera.
»Hemos reclamado armas para el pueblo. Nos
contestan que mañana, analizada la situación, el gobierno
tomará una decisión, pero si las circunstancias lo
aconsejan, la tomará antes. Y han prometido que, en caso de
necesidad, se armará al pueblo.
»Alianza Obrera acaba de dar un margen de
confianza al gobierno. Pero si ve que la indecisión de la
Generalidad pone en peligro nuestro movimiento, del mismo
modo que ha proclamado la huelga general en toda Cataluña,
proclamará la República catalana en Barcelona y llamará al
pueblo para que la defienda.»
Aquella noche en los centros de Esquerra y de Estat Català no
durmieron. En los locales de Alianza Obrera pensaban dónde
podrían recoger armas. Unos grupos recorrieron armerías, pero
estaban custodiadas, y con pocas pistolas no podían enfrentarse
con la policía que prohibía detenerse y formar grupos antes las
mismas. Tampoco fue posible hacer salir un diario para el día 6,
pero se preparó un Boletín de la Alianza que se fijó en
todos los muros y circuló por las comarcas.
Para el día 6 de octubre había que mantener la huelga general,
pero los mismos aliancistas que la habían provocado impedían que
funcionasen los medios de transporte necesarios para mantener
contacto con los diversos barrios. Se dedicaron, pues, a
requisar automóviles particulares para este fin.
Más decididos que Companys para proclamar el Estat català, los
sicarios de José Dencás requisaron el Coliseum, el Ocell de Foc,
el Novedades, y el teatro del Bosque. Ellos sí tenían armas.
Aquella misma noche armaron a los hombres de la Esquerra, que
instantes antes se habían alistado al somatén. Los Mozos de
Escuadra se concentraban en la Generalidad. Pero los hombres de
la Alianza no tenían armas.
ARRIBA
Segundo día de huelga general. Sábado. No hay periódicos. La
radio de Barcelona da la versión oficial de los acontecimientos,
pero el “Bloque Obrero y Campesino” (BOC) sabe que ha llegado el
ansiado día. El Boletín de la alianza, que comienza con
un “¡Viva la República Catalana!” con caracteres enormes,
da a los viandantes la versión obrera.
En la Rambla de Santa Mónica está el local del CADCI (Centro
Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria)
desde el que se dispararon las únicas armas contra el ejército
aquella noche. Desde el balcón, una pizarra anuncia:
“Trabajadores mercantiles: el CADCI ha acordado seguir la huelga
hasta conseguir el triunfo de la clase obrera. Por la República
catalana”.
La FAI (Federación Anarquista Ibérica) distribuyó hojas
ordenando a los obreros reabrir los locales clausurados, pero
sólo media hora después fueron expulsados por la policía de
Dencás, con tiroteos en las calles de Guardia, vecina a la
Rambla de Santa Mónica, y de Mercaders. Estos incidentes
sirvieron de pretexto a Dencás para tomar “militarmente” la
ciudad, y de dar órdenes a la policía de impedir “coacciones” a
los que querían trabajar, pero la huelga pudo ser mantenida. Si
Dencás luchaba contra la FAI, que no quería la huelga, más bien
parece ser que Estat Català, si no la misma Generalidad, estaba
por la huelga como signo de protesta contra el gobierno de
Madrid.
La Alianza Obrera, además de urgir la continuación de la huelga
y mantener la tensión, requisar coches, reclamar armas, quería
llevar la iniciativa y provocar que Companys saliese de sus
dudas y de su pasividad.
La Alianza Obrera, amalgama de escamots, socialistas
catalanistas, elementos del Centro Autonomista de Dependientes
del Comercio y de la Industria y comunistas-trostkystas del
grupo de Andrés Nin, empiezan a ser guías y conductores de la
agitación. Se incautan del “Fomento del Trabajo Nacional” en la
Puerta del Ángel y en él instalan su Cuartel General, con
un puesto de socorro con médicos y enfermeras, y un depósito de
las pocas municiones de que disponen. En la que había sido sala
de juntas, unas mujeres hacen brazaletes de tela roja con las
iniciales de Alianza Obrera, que los militantes sujetan a sus
brazos con imperdibles.
Redactan una proclama que fijan en los sitios céntricos de la
ciudad. En ella se dice:
«El movimiento insurreccional del
proletariado español contra el golpe de Estado cedista ha
adquirido una extensión y una intensidad extraordinaria.
Jamás se ha conocido en España alzamiento de tanta
magnitud…Las noticias recibidas de todo el país no pueden
ser más optimistas y alentadoras. Es necesaria en estas
horas críticas una acción decidida y enérgica. En este
sentido la proclamación de la República catalana tendrá sin
duda una influencia enorme, provocará el entusiasmo de las
masas trabajadoras de todo el país e impulsará vigorosamente
su espíritu combativo. Pero no se puede perder el tiempo. Es
hoy cuando hay que proclamar la República catalana. Mañana
podría ser tarde. Conviene que las masas populares lo tengan
presente y cumplan con su deber. ¡Viva la huelga general
revolucionaria! ¡Viva la República catalana!»
El comité militar de Alianza Obrera convierte la Puerta del
Ángel en campo de maniobras del pequeño ejército, con cabos y
sargentos, sin armas. Se llama a los que habían hecho la mili en
ametralladoras, para formar una sección especial. Son
veintiséis, pero sin ametralladoras, bajo el mando de un
sargento. Los demás (unos seis mil, y varias mujeres) forman
desde los almacenes Jorba, hasta la Rambla y Plaza de Cataluña,
esperando que la Generalidad se decida.
A la Alianza Obrera le ha confiado el Consejero de Gobernación
el encargo de convocar el pueblo catalán a las ocho de la noche
en la plaza de la República, “para oír al presidente de la
Generalidad la solemne declaración que fijará la actitud de
Cataluña en el gravísimo momento presente”. La convocatoria se
repite una y otra vez, entre discursos espontáneos, soflamas
histéricas o grandilocuentes llamando a las gentes a una lucha
que nadie sabía dónde se reñiría. Unos reclamaban calma y buen
juicio y otros pedían guerra de exterminio y sin cuartel.
Al mediodía, Dencás pronunciaba las siguientes palabras:
«Pueblo de Cataluña: El Gobierno de la
Generalidad no abriga duda de que estáis todos a su lado y
que contribuiréis con vuestro heroísmo a mantener el orden.
Pero como tenemos noticias de que elementos extremistas
intentan perturbarlo, hemos tomado las disposiciones del
caso y avisamos de que esta tarde será tomada militarmente
la ciudad por el Somatén Republicano de Cataluña. Los
extremistas han iniciado una agresión contra la fuerza
pública y han cometido algunas arbitrariedades que es
necesario evitar, por lo que os pido ayuda a todos en estos
momentos de grave responsabilidad.»
Dencás se apoyó en “elementos extremistas”, sin definirlos para
justificar la ocupación militar de la ciudad por el “Somatén
republicano”, pura ficción, pues era público y notorio que con
estas palabras se disfrazaba la movilización del heterogéneo
conjunto de milicianos apercibidos para realizar la aventurada
empresa de sostener con las armas la independencia de Cataluña.
Era cierto también que elementos cenetistas y de la FAI actuaban
por su cuenta, e incluso distribuían una proclama en la que
decían que su revolución nada tenía que ver con la anunciada por
“Alianza Obrera” y los escamots. Éstos recibieron orden
de desarmar a los sindicalistas y detenerlos. Por lo pronto el
agitador Buenaventura Durruti fue encarcelado y por la radio se
repitió muchas veces la orden de detención de unos coches
ocupados por elementos de la CNT a los que se les llamaba
fascistas.
A las cuatro de la tarde, el Capitán General de Cataluña,
general Domingo Batet Mestres, acompañado del Delegado del
estado en Cataluña visitaba al presidente de la Generalidad
Lluís Companys. Estaban interrumpidos los servicios de Correos,
Telégrafos, teléfonos y ferroviarios, que por su carácter
nacional e internacional había que mantenerlos en función a toda
costa. Incumbía al Gobierno de la Generalidad este menester y
así lo hizo saber el general Batet, el cual añadió «que si
llegara el momento en que fuera necesario declarar el estado de
guerra, no sería una medida adoptada contra Cataluña y su
autonomía, sino impuesta por la exigencia de los sucesos de
España. En este caso procuraría obrar de acuerdo con la
Generalidad». También se refirió Batet al escandaloso reparto de
armas en la vía pública.
Companys en su respuesta se declaró poco amigo de la violencia:
se hacía cargo de su responsabilidad y no podía adelantarle
juicio alguno, porque necesitaba consultar con los consejeros.
«Respecto a la interrupción de comunicaciones, les recomendó que
visitaran a Dencás. Por su parte le hablaría también él para que
prohibiera el reparto de armas».
A las seis y media de la tarde comenzaron a afluir a la Plaza de
Cataluña grupos de escamots y de afiliados a los partidos
nacionalistas. Una hora más tarde, cuando los congregados
sumaban varios millares, se organizó la manifestación precedida
de dos pancartas que decían: «Alianza Obrera», «Exigimos la
independencia catalana». La muchedumbre, que entonaba Els
Segadors y la Internacional con los puños arriba y
prorrumpía en gritos de toda índole. De la calle Fivaller
penetró en la plaza de la República muy cerca de las ocho de la
noche. En el palacio de la Generalidad se hallaban reunidos,
desde primeras horas de la tarde, Companys y los consejeros.
A las ocho, Companys salió al balcón del histórico salón de San
Jorge, estallando una ovación, una gritería ensordecedora que
duró largo rato y a continuación se hizo silencio. Companys con
voz clara y enérgica pronunció en catalán las siguientes
palabras:
«Catalanes: Las fuerzas monarquizantes y
fascistas que de un tiempo a esta parte pretendían
traicionar a la República han conseguido su objetivo y han
asaltado el Poder. Los partidos y los hombres que han hecho
públicas manifestaciones contra las menguadas libertades de
nuestra tierra y los núcleos políticos que predican
constantemente el odio y la guerra a Cataluña, constituyen
hoy el soporte de las actuales instituciones. Los hechos que
se han producido dan a todos los ciudadanos la clara
sensación de que la República en sus fundamentales
postulados democráticos se encuentra en gravísimo peligro.
Todas las fuerzas auténticas republicanas de España y los
sectores socialistas avanzados, sin distinción ni excepción,
se han alzado en armas contra la audaz tentativa fascista.
La Cataluña liberal, democrática, republicana, no puede
estar ausente de la protesta que triunfa por todo el país,
ni puede silenciar su voz de solidaridad con sus hermanos
que en tierra hispana luchan hasta morir por la libertad y
el derecho.
»Cataluña enarbola su bandera, llama a todos
al cumplimiento del deber y a la obediencia debida al
Gobierno de la Generalidad, que desde este momento rompe
toda relación con las instituciones falseadas.
»En esta hora solemne, en nombre del pueblo
y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las
facultades del Poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán
en la República Federal Española y establece y fortifica la
relación con los dirigentes de la protesta general contra el
fascismo, los invita a establecer en Cataluña el Gobierno
provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo
catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común
anhelo de edificar una República Federal, libre y magnífica.
Aspiramos a establecer en Cataluña el reducto indestructible
de las esencias de la República. Invito a todos los
catalanes a la obediencia al Gobierno y a que nadie desacate
sus órdenes, con el entusiasmo y la disciplina del pueblo.
»Nos sentimos fuertes e invencibles;
mantendremos a raya a quien sea, pero es preciso que cada
uno se contenga, sujetándose a la disciplina y a la consigna
de los dirigentes. El Gobierno desde este momento obrará con
energía inexorable para que nadie trate de perturbar ni
pueda comprometer los patrióticos objetivos de su actitud.
»¡Catalanes! La hora es grave y gloriosa. El
espíritu del presidente Macià, restaurador de la
Generalidad, nos acompaña. ¡Cada uno a su lugar y Cataluña y
la República en el corazón de todos!
»¡Viva la República! ¡Viva la libertad!»
Aclamaciones y vivas delirantes rubricaron sus palabras. El
consejero de Cultura de la Generalidad Ventura Gassol Rovira,
respalda el discurso de Companys, “digno sucesor del inmortal
Macià”, con apelaciones al patriotismo de los oyentes para que
apoyen al Gobierno de Cataluña “y lo defiendan con palabras y
con actos, si es necesario contra cualquier agresión, cueste lo
que cueste y venga de donde venga”.
A continuación fue izada la bandera de las cuatro barras.
–¡Ésa no, ésa no! gritaron algunos. ¡La de
la estrella!
Companys insistió enérgico.
–¡Ésa he dicho!
Al abandonar Companys el balcón le esperaban los brazos abiertos
de los consejeros, de los diputados y de los correligionarios.
Felicitaciones y plácemes. Cuando recibe los parabienes del
diputado Soler y Plà, el presidente de la Generalidad dice en
voz fuerte, que oyen todos:
–«Ja está fet! Ja veurem com acabarà. ¡A
veure si ara també direu que no soc catalanista!»
(«¡Ya está hecho! Ya veremos como acabará. A ver si ahora
también diréis que no soy catalanista!»).
Esta última
reticencia era un dardo dirigido a los del Estat Català.
Según Dencás, en
la plaza de la República “no se había congregado la multitud de
otras veces”. Al terminar los discursos la gente no se derramó
como el 14 de abril de 1931 por las calles de la ciudad para
proclamar y vitorear al nuevo régimen, sino que se marchó
precipitadamente hacia sus casas.
ARRIBA
El general
Domingo Batet Mestres, Capitán General de Cataluña, declara el
estado de guerra y emprende la toma del palacio de la
Generalidad, actuando con gran habilidad y resolución, pues con
sólo unos pocos cientos de hombres y tres piezas de artillería,
domina por completo, durante la noche del 6 al 7 de octubre, la
rebelión de Companys.
Aquellas horas
las describe el escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez:
«Un
momento grave y solemne de la historia de España se hizo
perceptible en todos los hogares donde los ciudadanos
enmudecidos y ansiosos escuchaban el cañoneo de las
excitaciones que se cruzaban entre Barcelona y Madrid. Las
noticias que lanzaba el Gobierno central y los gritos de “¡A
las armas!” de los sediciosos de la Generalidad. Ni el
tableteo de las ametralladoras pudo ejercer tan fuerte
sensación en los espíritus. Fue una lucha de dos voces en
una noche en que la inquietud había cuajado sobre España
como un bloque. Al fin, una de ellas calló. Y aquella voz
vencida fue como si todo el mal hubiera sido también
vencido».
Desde luego fue
Companys quien, con sus contradicciones y pasividad, fue el
principal responsable tanto de la intentona golpista como de su
ridículo fracaso.
En realidad,
Companys se había rendido sin apenas resistencia ante unas
tropas insignificantes, que ni siquiera sitiaban el edificio de
la Generalidad, limitándose a asediarlo por su fachada principal
En la madrugada
del 7 de octubre, el gobierno de la Generalidad se rinde a las
fuerzas del general Batet.
Josep Dencás
Puigdollers, el organizador de la revuelta, huye con sus hombres
por una cloaca del alcantarillado de la ciudad.
Companys, sus
consejeros, el alcalde de Barcelona y sus concejales son
trasladados al vapor Uruguay, habilitado para cárcel.
El golpe de
Companys causó 107 muertos en Cataluña, 78 de los cuales en
Barcelona. La causa real de la derrota nacionalista radicó en la
actitud de la población catalana, que prefirió mantenerse en el
terreno de la ley, dejando caer en el vacío los llamamientos a
las armas de la Esquerra y los socialistas.
ARRIBA
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