Al iniciarse el
Alzamiento, Asturias por su condición revolucionaria, permaneció fiel a la
República. No obstante hubo excepciones. En Gijón, la Guardia Civil resistía
heroicamente en el cuartel de Simancas, y en la capital, Oviedo, el coronel
Aranda, jefe de la guarnición, engañó al gobernador civil y a los sindicatos
fingiéndose fiel al régimen republicano, pero negándose a entregar armas a los
trabajadores, por no considerarlo necesario. Una vez los mineros hubieron
evacuado Oviedo, Antonio Aranda Mata, a las nueve de la noche, declaró que él y
sus tropas se sumaban al Alzamiento Nacional, si bien ya el día 20 de julio de
1936 se encontraba cercado por las milicias mineras.
En Vizcaya ni
hubo movimiento de ninguna clase y la provincia permaneció leal a la República.
En San Sebastián, la capital de Guipúzcoa, hubo un foco de resistencia
encabezada por el coronel José Vallespín Cobián en los cuarteles de Loyola y por
la Guardia Civil. Pero la llegada de refuerzos milicianos procedentes de Eibar,
normalizaron la situación y los insurrectos quedaron sitiados y finalmente se
rindieron el 28 de julio de 1936
El día 21 de
julio la situación estaba definitivamente estabilizada en zonas bien
delimitadas. Excepto la franja costera, que comprendía las provincias de
Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, todos los territorios del norte del
país habían quedado en manos de los nacionales.
ARRIBA
Pese a su
aislamiento, la zona Norte fiel a la República, contaba con una gran ventaja y
era su fácil comunicación con Francia a través de la frontera de Irún. Los
nacionales se percataron de ello y Mola, apenas iniciado el Alzamiento, planeó
la ocupación de la zona fronteriza para aislar totalmente a los republicanos en
su reducto norteño. Y así, el 11 de agosto de 1936 el coronel Latorre conquistó
Tolosa y el mismo día el coronel Alfonso Beorlegui Canet dominaba Pikoketa, una
importante altura de valor crucial en el avance hacia Irún.
Con objeto de
facilitar las operaciones terrestres, los nacionales manejaron con gran
habilidad sus recursos navales y su superioridad aérea. A partir del 17 de
agosto de 1936, los barcos nacionales, el acorazado España, el crucero
Almirante Cervera y el destructor Velasco, bombardearon San Sebastián
e Irún. También la aviación, compuesta por Capronis italianos y por
Junkers-52 alemanes, bombardearon durante tres días ambas ciudades,
resultando 4 personas muertas y 38 heridas.
El teniente del
Cuerpo de Carabineros Antonio Ortega Gutiérrez, nombrado gobernador civil de
Guipúzcoa, enfurecido por la agresión, amenazó con fusilar cinco prisioneros por
cada persona que muriese víctima del bombardeo naval. La amenaza tenía gran
alcance, pues San Sebastián era el centro de veraneo de las clases pudientes
españolas. Las personalidades derechistas que estaban en manos de los
republicanos eran numerosas e importantes. Ortega llevó a cabo sus amenazas
fusilando a ocho prisioneros y a cinco oficiales nacionales.
El general
Emilio Mola Vidal no renuncia a sus esfuerzos por alcanzar la frontera y aislar
de Francia el territorio del Norte. En una primera fase de las operaciones, las
columnas de Mola habían tratado de cubrir su objetivo por las tres líneas
naturales de penetración a Guipúzcoa, las que llevan a San Sebastián por los
valles del los ríos Oria, Urumea y Bidasoa, pero su progreso es lento y difícil.
En el sector norte, en la zona de Oyarzun, las fuerzas del coronel Beorlegui se
encontraban en muy apurada situación, viéndose obligado a abandonar la carretera
que sigue el curso del río Bidasoa por la destrucción de los puentes.
En una segunda
fase las fuerzas de Beorlegui, en duros combates que se inician el 5 de agosto y
no terminan hasta el día 15 con la conquista de las Peñas de Haya, colocándose
frente al fuerte de San Marcial.
La lucha por
San Marcial se inicia el 25 de agosto de 1936 originándose violentísimos
combates, que no se resuelven hasta el 2 de septiembre. Con la caída de San
Marcial, la resistencia guipuzcoana cede, empezando el ataque decisivo a Irún.
El Frente Popular contaba con unos tres mil hombres por sólo dos mil los
nacionales. La batalla fue muy dura. La superioridad artillera de los nacionales
les permitía realizar una prolongada preparación de sus asaltos con el machaqueo
intenso y continuado de las posiciones enemigas.
Pronto se
dieron cuenta los defensores de Irún que tenían muy pocas posibilidades de
resistir indefinidamente. Los familiares de los combatientes pasaron la frontera
en dirección a Francia, a pie, en coches de caballos o los más afortunados en
automóviles. Los soldados republicanos, que cimentaban su moral en la defensa de
sus familiares de retaguardia, perdieron la última motivación importante para
resistir.
El 3 de
septiembre de 1936, el teniente coronel del Arma de Infantería Alfonso Beorlegui
Canet, lanzó el ataque definitivo sobre Irún. Los anarquistas, rabiosos y
desesperados, fusilaron algunos presos que tenían en sus manos, incendiaron
varias zonas de la ciudad y pasaron a Francia.
Beorlegui se
encontró una ciudad semiabandonada, medio en ruinas y humeante por los
incendios. Había sufrido, el día 1 de septiembre, una grave lesión en una pierna
cuando intentaba tomar con sus hombres el puente internacional, defendido por un
puñado de comunistas franceses. Despreciando su herida continuó al frente de sus
tropas, pasando a continuación a Huesca, agravándose su estado de salud, hasta
ser hospitalizado en Zaragoza, donde murió el 29 de septiembre de 1936.
Con la
ocupación de la zona fronteriza, el Norte de España fiel a la República quedaba
definitivamente aislado. El avance nacional siguió hacia el interior de
Guipúzcoa con muy escasa oposición. El día 13 de septiembre por la tarde,
Beorlegui hace su entrada en San Sebastián, que no ofrece ninguna resistencia.
Los principales dirigentes de la ciudad la habían abandonado.
La campaña de
Guipúzcoa había entregado a la España nacional 1.997 km², muy densamente
poblados, con excelentes y numerosas industrias y apreciable riqueza agrícola y
ganadera. Sin embargo, todo esto quedaba pálido ante el valor estratégico del
territorio, ya que la conquista de Guipúzcoa suponía el aislamiento de Francia
de la zona norte en poder de los revolucionarios y separatistas y, por contraste
el dominio de la frontera para los hombres del bando nacional.
El coronel José
Solchaga Zala, que mandaba todo el frente guipuzcoano como jefe superior de las
fuerzas navarras, decide continuar su avance con intención de perseguir al
enemigo, si es posible, hasta llegar a Bilbao. |
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ARRIBA
Durante los primeros meses de la guerra, los
grupos revolucionarios vizcaínos llevaron a cabo algunos
actos de vandalismo que no pudieron ser controlados por las
dificultades de toda índole que se vivían. El número de
iglesias destruidas fue de 286 y ejecutados alrededor de
cincuenta sacerdotes, pero todos estos excesos
anticlericales fueron remediados rápidamente por el Gobierno
de Euzkadi, de mayoría católica. Los roces con las
jerarquías eclesiásticas fueron frecuentes, pues muchos
miembros de la Iglesia no comprendían como católicos
sinceros como los vascos podían aunar sus esfuerzos con
marxistas y anarquistas.
En Bilbao la situación fue empeorando a fines de
1936. Los bombardeos se realizaban con gran frecuencia y el
bloqueo nacional sobre el puerto era cada vez más eficiente, con
lo que los alimentos empezaban a escasear y el hambre contribuía
a encender más los ánimos. El día 4 de enero de 1937, Bilbao fue
bombardeada por nueve Junkers-52, escoltados por
Heinkels. Dos de estos últimos fueron derribados y uno de
los pilotos, que se había lanzado en paracaídas, fue linchado
por la multitud enfurecida.
Para desahogar su furor, las masas se dirigieron
a las cárceles donde estaban encerrados presos políticos. Fueron
abiertas las puertas de la prisión de Larrañaga y los hombres
del batallón de la UGT comenzaron una matanza en la que
perecieron noventa y cuatro presos. En el convento de los
Ángeles Custodios, se mató a noventa y seis presos y en el
Convento de las Carmelitas, convertido en cárcel, los presos
ayudados por seis guardianes vascos, levantaron una barricada en
la escalera, y aprovecharon para reventar a la vez todas las
bombillas, lo que hizo creer a la multitud que el convento
estaba siendo bombardeado, por lo que huyeron, tras haber matado
a cuatro presos. De todas formas estos hechos constituyeron una
pura excepción.
En Vizcaya el dominio político lo ejercían los
nacionalistas, con un apoyo de los demás partidos políticos y
sociales que, por lo menos, el reflejado en la Prensa rayaba en
la claudicación. Tal como hemos comentado, la población civil
estaba materialmente pasando hambre y deseando que aquello
terminara de una vez. En todos los servicios se notaba las
deficiencias de la improvisación y la falta de preparación de
los encargados de dirigirlos.
El Ejército tenía más vicios de origen que
virtudes, careciendo de comisarios políticos que inspiraran a
las tropas la confianza en el mando. Prevalecía la duplicidad de
mandos, uno militar y otro administrativo, lo que se traducía en
que la tropa comía mal y estaba peor atendida. El vestuario y el
armamento se daban según la influencia política de la entidad
organizadora del batallón y mientras unos vestían con verdadero
lujo, otros iban descalzos.
Hasta el mes de marzo la vida en todos los
frentes del Norte era la de la tranquilidad natural cuando
llegaron a estabilizarse. Los mandos, que no vivían en contacto
con su tropa, se pasaban los días y sobre todo las noches, en
Bilbao de francachela.
ARRIBA
De lo que quedaba de Euzkadi, Vizcaya fue la
primera en organizar un ejército, propósito que venía
favorecido por el deseo de los vascos de afirmar su
autonomía en el plano militar, después de haber conseguido
la autonomía política a través del Estatuto.
El presidente vasco José Antonio Aguirre y
Lecube se encontró con muchos problemas para poner en marcha el
ejército de Euzkadi (Euzko Gudarostea), entre otros la escasez
de militares profesionales, teniendo que echar mano de población
civil, incompetente y desconocedora del arte de la guerra.
Formó un ejército vasco de maniobra que ya no se
limitaría a cubrir los frentes, sino que se emplearía por
primera vez en una acción ofensiva: la batalla de Villarreal,
donde a lo largo de un mes (30 de noviembre a 24 de diciembre de
1936) se frenó la proyectada ofensiva de los republicanos contra
Vitoria. Este ataque, inserto en el contexto de la estrategia
gubernamental para aliviar la presión nacional sobre Madrid,
fracasó por la inexperiencia de la tropa, la descoordinación de
los mandos y la rapidez de reacción del ejército de Franco.
Así pues, a pesar de su enorme superioridad de
hombres respecto a los nacionales, fue un desastre. En realidad,
la batalla de Villarreal sirvió para probar que tropas numerosas
pero poco experimentadas, como era el nuevo Cuerpo de Ejército
Vasco, no servían para acciones ofensivas, y menos en pleno
invierno.
Por tanto, se abandonó toda idea de ataque en el
frente vasco, reforzándose las obras del “Cinturón de Hierro”
con vistas a prepararse para los avances de los nacionales, que
sin duda habrían de llegar.
Lo peor fue, sin duda, el desastre humano que
supuso, sobre todo para las fuerzas atacantes: unos 1.000
muertos y 3.300 heridos, cifra calculada a partir de la lista
mensual de bajas del Cuerpo de Ejército Vasco, que evalúa en
6.182 las de diciembre de 1936, señalando que el 54% son heridos
(es decir, unos 3.300), un 29% enfermos (aproximadamente, 1.800)
y el 17% restante (cerca de un millar) muertos, lo que coincide
con las 4.500 bajas calculadas por el teniente coronel del bando
nacional Ricardo Iglesias Navarro en su informe. En total, el
14% de las víctimas mortales del Ejército Vasco (o XIV Cuerpo de
Ejército Republicano) fallecieron durante esta batalla.
En esta elevada mortalidad pudo influir la falta
de previsión, careciendo de adecuados hospitales de campaña y lo
accidentado del terreno, que retrasaba el traslado de los
heridos a Durando, Amorebieta o Bilbao. La falta de asistencia
inmediata en el campo de batalla influyó, sin duda, en muchas
muertes o mutilaciones por gangrena.
Por parte nacional, las bajas en la posición de
Villarreal, es cifrada por el propio Ricardo Iglesias en 31
muertos y 224 heridos. El mismo Iglesias fue evacuado por
heridas el 17 de diciembre de 1936. El número de bajas en otras
posiciones del sector podían elevarse a un número similar, lo
que totalizaría la cifra de muertos y heridos franquistas en
unos 500, una proporción favorable de diez a uno.
Este desastre demostró la incapacidad ofensiva
del ejército vasco, lo que le valió a Aguirre el apodo de
“Napoleontxu” (Naploleoncillo). El fracaso convenció al Gobierno
vasco de que su salvación debía fiarla a su capacidad defensiva,
a base de una fortificación capaz de frenar el avance de los
nacionales.
ARRIBA
El 3 de junio de 1937, el azar hizo
coincidir sendos relevos en el mando de los ejércitos
enfrentados.
El general Mola falleció el 3 de junio de 1937,
como consecuencia de un accidente de aviación mientras
sobrevolaba tierras burgalesas, para inspeccionar el frente de
Segovia con motivo de la ofensiva republicana por La Granja. El
aparato se estrelló en el monte Brújula, pereciendo el general,
el piloto y sus acompañantes. Le sustituyó al frente del
Ejército del Norte el general Fidel Dávila Arrondo, que bajo su
mando los nacionales ocuparon las provincias de Vizcaya,
Santander y Asturias.
El lehendakari José Antonio Aguirre Lecube cedió
a las presiones de Indalecio Prieto Tuero y se tuvo que resignar
a entregar el mando del Cuerpo de Ejército de Euzkadi al general
Mariano Gámir Ulíbarri –el cual puso al mayor Lamas de jefe de
Estado Mayor– haciéndose cargo de unos 30.000 hombres recién
militarizados, encuadrados en cinco divisiones, más otra de
enlace y una brigada de montaña, 144 piezas de artillería de
campaña, bastantes morteros, pero sólo 12 aviones, con sus
efectivos desplegados en torno al “Cinturón de Hierro” de
Bilbao, desde Butroe, donde situó a la 5ª División hasta
Balmaseda, donde colocó a la de enlace. Entre ambos puntos, la
1ª División desplegó en Lezama, la 2ª en Galdácano, la 3ª en
Ceberio y la 4ª en Llodio. El mando de todas las brigadas recaía
en civiles con escasa o nula experiencia militar.
El general Fidel Dávila Arrondo contaba con
60.000 hombres, encuadrados en las seis brigadas navarras, cada
una de efectivos cercanos a la división, más la brigada
hispano-italiana “Flechas Negras”, abundantísima
artillería y clara superioridad aérea. De norte a sur, las
“Flechas Negras” estaban situadas en el Sollube, la 5ª y la 6ª
Navarras entre Guernica y Murguía, la 1ª en el Bizcargui, la 2ª
en Amorebieta, la 4ª al norte de Ochandiano y la 3ª sobre la
carretera de Vitoria.
ARRIBA
La frustrada ofensiva sobre Vitoria, hizo
desconfiar al lehendakari Aguirre de la capacidad de
maniobra de los milicianos, le decidieron proteger a Vizcaya
con dos líneas fortificadas. La primera se trazó a 10 km. de
la ciudad, con una longitud de unos 70 km. aproximadamente,
que circundaba el casco urbano de Bilbao. Se empezó a
construir, por orden del Gobierno autónomo del País Vasco,
el 9 de octubre de 1936, siguiendo las instrucciones del
teniente coronel Alberto de Montaud y Noguerol. El
presupuesto ascendió a 50 millones de pesetas. La obra fue
encomendada a los capitanes de Ingenieros Alejandro
Goicoechea Omar –futuro inventor del tren articulado Talgo–,
y como ayudante al capitán Murga. Intervinieron 8.500
trabajadores habituales, si bien llegaron a participar hasta
14.000 hombres. Estaba toda ella construida de cemento y de
hierro, y dotada de multitud de fortines y de casamatas lo
suficientemente resistentes como para soportar el fuego de
la artillería. Las trinchera tenían un metro de profundidad
y los parapetos eran también de hierro, contando además con
multitud de nidos de ametralladoras, alambradas, refugios,
depósitos de víveres y de armas.
La segunda línea estaba constituida por 1.400 nidos de
ametralladoras, observatorios, abrigos subterráneos y caminos
cubiertos. Ambas líneas estaban a medio construir, cuando se
inició el ataque nacional.
ARRIBA
La rotura del Cinturón de Hierro resultó
mucho más fácil de lo que cabía esperar. La traición de
Goicoechea, que se pasó el 27 de febrero de 1937, a los
nacionales con los planos de las fortificaciones, fue de
gran importancia para facilitar la ruptura del “cinturón”.
Sus ayudantes Murga y Anglada fueron detenidos el 28 de
octubre de 1936, al ser descubiertos intentando entregar
planos a través de los cónsules de Austria y Paraguay. José
Anglada y los cónsules fueron fusilados inmediatamente,
mientras Murga murió durante la detención.
También la superioridad de fuego de los nacionales tanto en
artillería como en aviación, fue determinante
El día 11 de junio, al anochecer, tres Brigadas navarras
consiguieron llegar al famoso “cinturón”, tras superar las
primeras defensas vascas.
A las siete de la mañana del día 12 dio comenzó la preparación
del asalto definitivo al “cinturón” con un intensísimo fuego de
artillería y de aviación. La V Brigada de Navarra al mando de
Juan Bautista Sánchez González, atacó en un punto en el que el
sistema defensivo era muy flojo. Las tropas vascas se retiraban
en desbandada hacia Bilbao y la situación se hacía desesperada
por momentos. El general de brigada del Arma de Infantería
Mariano Gámir Ulíbarri consultó a Indalecio Prieto sobre lo que
debía hacer, si resistir a toda costa en Bilbao o retirarse
hacia Santander. El ministro de Defensa, dándose cuenta clara de
lo que estaba pasando, recomendó a Gámir que se retirase a la
orilla izquierda del Nervión en el mayor orden posible.
José Antonio Aguirre mantenía desesperadamente contacto casi
constante con el Gobierno de Valencia. Ese día 12 envió el
siguiente telegrama a Prieto:
«Situación gravísima. Enemigo ha roto
cinturón por sitio más débil después de horroroso ataque
durante dos días aviación y artillería, en medio irritante y
angustiosa indefensión nuestra. Bilbao ardiendo consecuencia
bombardeo artillería trescientos cinco efectos no conocidos
hasta hoy. Si Bilbao interesa a República ha llegado momento
de exigir hoy mismo aviación en número suficiente contener
enorme concentración material aéreo artillería enemiga que
será imposible resistir, pese esfuerzos heroicos realiza
ejemplar pueblo vasco. Necesitamos urgentísima y concreta
contestación porque circunstancias causado pueblo enorme
desmoralización que reclama medios adecuados a situación
hácese desesperada».
El día 13 de junio de 1937 se reunieron en sesión plenaria el
Gobierno vasco, el general Gámir y su Estado Mayor y los
llamados asesores militares del presidente Aguirre. En esa
reunión se trató de ver que se hacía con respecto a la defensa
de Bilbao. Unos querían realizar una defensa numantina y otros
juzgaron esta actitud suicida, deseando evacuar la ciudad.
Prosperó la primera actitud y al día siguiente, el general Gámir
firmaba una orden disponiendo se preparase la voladura de los
puentes bilbaínos sobre el Nervión, aunque esta orden sólo debía
ser llevada a término en caso de ser conquistadas por el enemigo
las alturas próximas a la ciudad.
Bilbao carece de alimentos, de agua y luz. El Gobierno vasco
decide abandonar la ciudad el 17 de junio de 1937 y establecerse
en Villaverde de Trucios, en el extremo occidental de Vizcaya,
dejando en la capital una junta de defensa, al mando del general
Gámir.
ARRIBA
Las órdenes de Mariano Gámir de retirar sus
fuerzas hacia Santander desmoralizaban a los nacionalistas
vascos, que no comprendían por qué tenían que ir a luchar
lejos de las fronteras de su patria. Muchas unidades
desertaban y se pasaban al enemigo.
En Bilbao el objeto principal era la evacuación civil camino de
Francia o Santander. Otro de los objetivos que perseguía el
sector más radical vasco era la destrucción de la industria
vasca para que no cayese en manos enemigas. Pero no se hizo nada
al respecto, ya que los mismos nacionalistas defendieron sus
instalaciones esperando quizá con ello agradar a los vencedores
y conseguir unas condiciones de paz más beneficiosas. Además
liberaron a unos dos mil prisioneros derechistas que estaban en
las cárceles.
A primera hora del día 19 de junio de 1937, un batallón de la 5ª
Brigada Navarra mandada por Juan Bautista Sánchez, descendiendo
de las colinas que dominan Begoña y Deusto se apoderaba del
casco viejo de Bilbao, en cuyo ayuntamiento izaban la bandera
bicolor.
Por otro lado, los seis batallones encargados de defender la
ría, todos del PNV, se entregaron sin lucha al coronel Rafael
García Valiño y Marcén.
Una parte no desdeñable de la población salió a recibirles
entusiásticamente. Vizcaya había sido siempre una provincia muy
conservadora y por ello los nacionales habían contado con muchas
simpatías entre buena parte de la población vasca.
El general Mariano Gámir comunicó a Valencia la pérdida de
Bilbao a las nueve de la noche, lo que tuvo gran repercusión
nacional e internacional.
La semana que siguió a la caída de Bilbao fue de enorme
desconcierto entre las tropas vascas, pues se resistían a
retirarse más allá de las fronteras de su tierra natal y
preferían rendirse a los vencedores que irse con los
revolucionarios asturianos.
ARRIBA
Desde el principio de la guerra un gran
sector de la opinión conservadora española consideraba
ridículo el que los nacionalistas vascos, católicos y
moderados, siguieran fieles al pacto con la izquierda
española, de la que estaban ideológicamente tan lejos.
Desde el comienzo de la guerra hubo contactos por ambas partes
entre miembros del nacionalismo vasco y del conservadurismo fiel
a Franco que intentaban separar al País Vasco de su alianza
revolucionaria.
El primer intento lo realizó el cardenal Isidro Gomá y Tomás a
principios de 1937, pero fracasó ante la desconfianza de los
vascos. En el mes de marzo lo volvió a intentar, esta vez a
través del padre Alberto Onaindía, asesor de José Antonio
Aguirre, pero éste se negó a negociar. Entonces el cardenal Gomá
recurrió a los italianos tanto por su calidad de extranjeros
como por ser aliados de Franco. El día 21 de marzo de 1937
inició los contactos con el cónsul italiano en San Sebastián,
marqués de Cavaletti. El 12 de abril la Embajada italiana hizo
saber a Cavaletti que el Gobierno italiano estaba dispuesto a
colaborar como fuerza mediadora en un posible acuerdo con los
vascos. Los italianos buscaron un posible aliado en la
delegación alemana en España. Entonces Mario Roatta, el jefe de
las tropas italianas en España, habló con el embajador alemán
Von Faupel, diciéndole que los vascos deseaban rendirse, pero
que no lo harían si entre ellos y el Gobierno de Franco no
mediaba alguna potencia en la que los vascos pudieran confiar.
Pero Von Faupel mostró su disconformidad con el plan, a la vez
que dudó de que tuviese posibilidades de éxito.
El hecho de que recurrieran a los italianos como interlocutores
se basaba en dos motivos. De un lado que los nacionalistas
preferían antes negociar con extranjeros, –ya fueran italianos o
alemanes– que con españoles franquistas. Lo cual no dejaba de
ser absurdo, pues a fin de cuentas, el mando supremo e
indiscutible lo tenía Franco.
El segundo motivo era que los italianos acababan de ser batidos
en Guadalajara y aspiraban a un éxito político-militar que les
reivindicara a ojos de la opinión pública mundial. La
pacificación del País Vasco hubiera sido ese éxito y hubiera
contribuido a mejorar todavía más las relaciones con el
Vaticano, pues no en vano la Roma papal se sentía comprometida
con el destino de los “católicos vascos”.
Las peticiones del PNV para rendirse a los franquistas eran
suficientemente significativas: a cambio de la rendición, los
nacionales no realizarían ni saqueos ni fusilamientos, se
permitiría a los altos cargos del PNV y de la administración
vasca huyeran y se les facilitaría la huida, los batallones
gudaris contribuirían al mantenimiento del orden público hasta
que llegaran las fuerzas de Franco y evitarían destrucciones de
la industria; luego se constituirían en prisioneros, pero no
serían enviados a otros frentes de guerra al servicio de los
nacionales salvo los gudaris que lo desearan.
Lo más sorprendente era que, mientras Alberto Onaindía negociaba
y llegaba incluso al despacho del ministro de Exteriores
italiano Conde Galeazzo Ciano, José Antonio Aguirre negociaba su
fidelidad con Azaña y Prieto y les pedía que los batallones
gudaris fueran conducidos por mar a Cataluña para iniciar desde
el Pirineo aragonés una ofensiva por Jaca que les permitiera
reconquistar el País Vasco. Desde luego pasar 20.000 gudaris
desde el País Vaco hasta Cataluña era difícil, pero mucho más
difícil era el que unas tropas que no habían mostrado gran
acometividad durante la guerra, de la noche a la mañana se
convirtieran en grandes luchadores capaces de romper el frente
aragonés estabilizado desde el principio de la guerra.
El 25 de abril de 1937, el hermano del Caudillo, Nicolás Franco
Bahamonde, informó al Gobierno italiano que el régimen español
estaba dispuesto a aceptar la rendición de los vascos,
ofreciéndoles las siguientes garantías:
-
Se respetarán vidas y haciendas de todos los
que se rindan y no sean culpables de delitos personales.
-
Sólo serán juzgados los culpables de
crímenes personales.
-
Se permitirá a los dirigentes ir al exilio.
-
Se confiscarán los bienes de los que no se
rindan y se les juzgará por rebelión.
-
No se reconocerán privilegios especiales
para las provincias vascas, pero en su declaración del 14 de
octubre de 1936, al asumir los poderes de jefe de Estado,
Franco, prometió un cierto grado de descentralización
administrativa y esto se aplicaría también a los vascos.
Aunque los contactos siguieron, la campaña contra Vizcaya tuvo
más éxito para los nacionales que las conversaciones, pues la
razón de las armas les resultó favorable.
ARRIBA
El Pacto de Santoña fue un acuerdo firmado
el 24 de agosto de 1937 durante la caída del Frente Norte en
la Guerra Civil Española en la población de Guriezo
(Santander) próxima a Santoña, entre dirigentes políticos
vinculados al Partido Nacionalista Vasco y los mandos de las
fuerzas italianas que combatían en apoyo del bando nacional.
Durante la Batalla de Santander, y ante el rápido avance de las
tropas de Franco, las líneas de defensa se hunden y cunde el
pánico en el bando republicano, siendo numerosas las
deserciones. En Santoña se fueron concentrando, por orden del
Partido Nacionalista Vasco (PNV), tres batallones de la 50
División de Choque vasca ligados a este partido que habían
abandonado sus posiciones en la noche del 21 al 22 de agosto, y
a los que posteriormente se sumarían otros doce.
Desde la primavera, antes de la caída de Bilbao y de las últimas
plazas que controlaba el Gobierno vasco, Juan de Ajuriaguerra,
presidente del Bizkai Buru Batzar, había estado negociando,
durante varios meses, un acuerdo de rendición con la mediación
del Vaticano que llegó a oídos del Gobierno de la República al
interceptar un telegrama:
11126 sss CInA DEL Vaticano 1 200- 199 8
1340 ETAT- Su Excelencia Aguirre, Bilbao - tengo el honor de
comunicar a vuestra excelencia que los generales Franco y
Mola, interrogados expresamente acerca del asunto, han hecho
conocer ahora a la Santa Sede las condiciones de una
eventual rendición inmediata de Bilbao. 1: se empeñan en
conservar intacto Bilbao. 2: facilitarán la salida de todos
los dirigentes. 3: completa garantía que el ejército de
Franco respetará personas y cosas. 4: libertad absoluta para
los milicianos soldados que se rindan con las armas. 5:
(...). 6: serán respetadas, la vida y los bienes de aquellos
que se rindieren de buena fe, aun para los jefes. 7; en el
orden político, descentralización administrativa en la misma
forma que la disfruten otras regiones. 8; (...), el Santo
Padre exhorta a vuestra excelencia a tomar en atento y
solícito examen dichas proposiciones con el deseo de ver
finalmente cesar el sangriento conflicto. Cardenal Pacelli
El presidente del Consejo de Ministros, Largo Caballero, se
reunió con los ministros más próximos y decidió no hacer público
el mensaje, que permaneció desconocido, hasta el fin de la
guerra para el PNV y el Gobierno Vasco, aunque demuestra el
conocimiento de los mismos que tenía el lehendakari.
Una figura importante de estos pactos, en los que intervenía el
ejército italiano, sería el padre Alberto Onaindía, el cual se
había reunido en secreto con el coronel italiano di Carlo cerca
de Algorta (Vizcaya), el 25 de junio. Fruto de este encuentro
surgió un viaje del militar a Roma para dar explicaciones sobre
el problema vasco al ministro de Asuntos Exteriores italiano,
Galeazzo Ciano.
El papel del lehendakari José Antonio Aguirre sigue siendo aún
incierto y oscuro. Se desconoce si fue víctima de la
insubordinación de su propio partido, o por el contrario ya
conocía y permitió de antemano estos contactos. Cuando el
general Gámir, jefe del Ejército del Norte, descubrió espantado
durante la batalla de Santander la postura del Ejército Vasco,
Aguirre simuló ignorarlo. Parece que el presidente vasco no era
partidario del acuerdo con los italianos, de los que no se
fiaba, pero es posible que intentara utilizarlo para sacar en
barcos a su ejército hasta Francia, con la intención de que
luego regresaran a territorio republicano por Cataluña para
reconquistar el País Vasco a través de Navarra.
En estas circunstancias se llegó a un acuerdo a espaldas del
gobierno de la República, en Valencia en esos momentos, por el
que el Ejército Vasco se rendiría, entregando sus armas a los
italianos, a cambio de que respetasen la vida de sus soldados y
fueran considerados prisioneros de guerra bajo la soberanía
italiana, permitiendo evacuar a los dirigentes políticos,
funcionarios vascos y a los oficiales que lo deseasen por mar.
En aquel momento los vascos aceptaron la rendición sin
ulteriores condiciones, aunque trataron inútilmente de conseguir
unas mayores garantías del coronel Farina, jefe del Estado Mayor
de las fuerzas italianas. Así las cosas los italianos entraron
en Santoña y se hicieron cargo de la administración civil.
El 26 de agosto habían atracado en puerto santoñés los buques
mercantes ingleses “Bobie” y “Seven Seas Spray”
procedentes de Bayona bajo la protección del destructor inglés
“Keith”. Comienza de inmediato el embarque de refugiados
con pasaporte vasco. A las 10 de la mañana enterado el general
Fidel Dávila manda la inmediata suspensión de la operación y
ordena el desembarque. Únicamente el mercante “Bobie”
abandona el puerto con 533 heridos a bordo escoltado por el
“Keith”.
En el Penal de El Dueso, en Santoña, fueron recluidas las tropas
republicanas vascas. El pacto no llegó a su término, en parte
debido al retraso de la llegada de los buques de evacuación y al
ser desautorizado finalmente por el alto mando español, que
ordenó inmediatamente el internamiento de los republicanos en la
citada prisión de El Dueso. Hacia noviembre, cerca de 11.000
gudaris habían sido puestos en libertad, 5.400 estaban
integrados en batallones de trabajo, 5.600 en prisión.
Las razones de esta postura no están aún claras. Una hipótesis
es que la pérdida del territorio privó de motivos para luchar al
ejército autonómico, aunque sus dirigentes arguyeron la
responsabilidad del gobierno de la República al no haberles
enviado aviones para hacer frente a la ofensiva nacional. No
obstante, no parece factible que Indalecio Prieto Tuero,
ministro republicano de Defensa Nacional por aquel entonces en
el Gobierno de Juan Negrín, y muy ligado a Bilbao, no brindara
los recursos necesarios para impedir la caída de la ciudad y de
su “Cinturón de Hierro”.
Es evidente que la convivencia de dos milicias radicalmente
diferentes, una la nacionalista al mando del PNV de carácter
conservador y católico y otra la compuesta por seguidores de la
izquierda y anarquistas, muchos de ellos participantes en la
Revolución de 1934, era difícil y la realidad es que no había
relación alguna entre ellas, pese a las órdenes expresas de
formar brigadas mixtas.
Este hecho ha permanecido durante mucho tiempo en silencio por
ambas partes. Los republicanos no querían reconocer la traición
de parte de sus tropas, los nacionalistas vascos no querían
reconocer que tuvieron contactos para abandonar a la República y
los nacionales se resistían a admitir que una fuerza extranjera
actuaba de manera autónoma y se permitía establecer
negociaciones a sus espaldas con el enemigo.
Este hecho ha llegado a alcanzar gran trascendencia política e
ideológica en España, siendo muy polémico al señalarlo por unos
como una traición del Partido Nacionalista Vasco a la República
y ser justificado por otros.
La palabra clave del Pacto de Santoña, es el que los batallones
vascos se rindieron sin combatir, a los italianos. Para los
nacionalistas vascos, el recordar Santoña supone, aún hoy en
día, un episodio de los más bochornosos.
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