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Actualizada: 28 de Diciembre de 2.009.  

 
 
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 La campaña del Norte


Guipúzcoa y Vizcaya. El Cinturón de Hierro. El Pacto de Santoña

 Por Eduardo Palomar Baró. 




Al iniciarse el Alzamiento, Asturias por su condición revolucionaria, permaneció fiel a la República. No obstante hubo excepciones. En Gijón, la Guardia Civil resistía heroicamente en el cuartel de Simancas, y en la capital, Oviedo, el coronel Aranda, jefe de la guarnición, engañó al gobernador civil y a los sindicatos fingiéndose fiel al régimen republicano, pero negándose a entregar armas a los trabajadores, por no considerarlo necesario. Una vez los mineros hubieron evacuado Oviedo, Antonio Aranda Mata, a las nueve de la noche, declaró que él y sus tropas se sumaban al Alzamiento Nacional, si bien ya el día 20 de julio de 1936 se encontraba cercado por las milicias mineras.

En Vizcaya ni hubo movimiento de ninguna clase y la provincia permaneció leal a la República. En San Sebastián, la capital de Guipúzcoa, hubo un foco de resistencia encabezada por el coronel José Vallespín Cobián en los cuarteles de Loyola y por la Guardia Civil. Pero la llegada de refuerzos milicianos procedentes de Eibar, normalizaron la situación y los insurrectos quedaron sitiados y finalmente se rindieron el 28 de julio de 1936

El día 21 de julio la situación estaba definitivamente estabilizada en zonas bien delimitadas. Excepto la franja costera, que comprendía las provincias de Asturias, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, todos los territorios del norte del país habían quedado en manos de los nacionales.

ARRIBA    



Pese a su aislamiento, la zona Norte fiel a la República, contaba con una gran ventaja y era su fácil comunicación con Francia a través de la frontera de Irún. Los nacionales se percataron de ello y Mola, apenas iniciado el Alzamiento, planeó la ocupación de la zona fronteriza para aislar totalmente a los republicanos en su reducto norteño. Y así, el 11 de agosto de 1936 el coronel Latorre conquistó Tolosa y el mismo día el coronel Alfonso Beorlegui Canet dominaba Pikoketa, una importante altura de valor crucial en el avance hacia Irún.

Con objeto de facilitar las operaciones terrestres, los nacionales manejaron con gran habilidad sus recursos navales y su superioridad aérea. A partir del 17 de agosto de 1936, los barcos nacionales, el acorazado España, el crucero Almirante Cervera y el destructor Velasco, bombardearon San Sebastián e Irún. También la aviación, compuesta por Capronis italianos y por Junkers-52 alemanes, bombardearon durante tres días ambas ciudades, resultando 4 personas muertas y 38 heridas.

El teniente del Cuerpo de Carabineros Antonio Ortega Gutiérrez, nombrado gobernador civil de Guipúzcoa, enfurecido por la agresión, amenazó con fusilar cinco prisioneros por cada persona que muriese víctima del bombardeo naval. La amenaza tenía gran alcance, pues San Sebastián era el centro de veraneo de las clases pudientes españolas. Las personalidades derechistas que estaban en manos de los republicanos eran numerosas e importantes. Ortega llevó a cabo sus amenazas fusilando a ocho prisioneros y a cinco oficiales nacionales.

El general Emilio Mola Vidal no renuncia a sus esfuerzos por alcanzar la frontera y aislar de Francia el territorio del Norte. En una primera fase de las operaciones, las columnas de Mola habían tratado de cubrir su objetivo por las tres líneas naturales de penetración a Guipúzcoa, las que llevan a San Sebastián por los valles del los ríos Oria, Urumea y Bidasoa, pero su progreso es lento y difícil. En el sector norte, en la zona de Oyarzun, las fuerzas del coronel Beorlegui se encontraban en muy apurada situación, viéndose obligado a abandonar la carretera que sigue el curso del río Bidasoa por la destrucción de los puentes.

En una segunda fase las fuerzas de Beorlegui, en duros combates que se inician el 5 de agosto y no terminan hasta el día 15 con la conquista de las Peñas de Haya, colocándose frente al fuerte de San Marcial.

La lucha por San Marcial se inicia el 25 de agosto de 1936 originándose violentísimos combates, que no se resuelven hasta el 2 de septiembre. Con la caída de San Marcial, la resistencia guipuzcoana cede, empezando el ataque decisivo a Irún. El Frente Popular contaba con unos tres mil hombres por sólo dos mil los nacionales. La batalla fue muy dura. La superioridad artillera de los nacionales les permitía realizar una prolongada preparación de sus asaltos con el machaqueo intenso y continuado de las posiciones enemigas.

Pronto se dieron cuenta los defensores de Irún que tenían muy pocas posibilidades de resistir indefinidamente. Los familiares de los combatientes pasaron la frontera en dirección a Francia, a pie, en coches de caballos o los más afortunados en automóviles. Los soldados republicanos, que cimentaban su moral en la defensa de sus familiares de retaguardia, perdieron la última motivación importante para resistir.

El 3 de septiembre de 1936, el teniente coronel del Arma de Infantería Alfonso Beorlegui Canet, lanzó el ataque definitivo sobre Irún. Los anarquistas, rabiosos y desesperados, fusilaron algunos presos que tenían en sus manos, incendiaron varias zonas de la ciudad y pasaron a Francia.

Beorlegui se encontró una ciudad semiabandonada, medio en ruinas y humeante por los incendios. Había sufrido, el día 1 de septiembre, una grave lesión en una pierna cuando intentaba tomar con sus hombres el puente internacional, defendido por un puñado de comunistas franceses. Despreciando su herida continuó al frente de sus tropas, pasando a continuación a Huesca, agravándose su estado de salud, hasta ser hospitalizado en Zaragoza, donde murió el 29 de septiembre de 1936.

Con la ocupación de la zona fronteriza, el Norte de España fiel a la República quedaba definitivamente aislado. El avance nacional siguió hacia el interior de Guipúzcoa con muy escasa oposición. El día 13 de septiembre por la tarde, Beorlegui hace su entrada en San Sebastián, que no ofrece ninguna resistencia. Los principales dirigentes de la ciudad la habían abandonado.

La campaña de Guipúzcoa había entregado a la España nacional 1.997 km², muy densamente poblados, con excelentes y numerosas industrias y apreciable riqueza agrícola y ganadera. Sin embargo, todo esto quedaba pálido ante el valor estratégico del territorio, ya que la conquista de Guipúzcoa suponía el aislamiento de Francia de la zona norte en poder de los revolucionarios y separatistas y, por contraste el dominio de la frontera para los hombres del bando nacional.

El coronel José Solchaga Zala, que mandaba todo el frente guipuzcoano como jefe superior de las fuerzas navarras, decide continuar su avance con intención de perseguir al enemigo, si es posible, hasta llegar a Bilbao.

 

ARRIBA    



Durante los primeros meses de la guerra, los grupos revolucionarios vizcaínos llevaron a cabo algunos actos de vandalismo que no pudieron ser controlados por las dificultades de toda índole que se vivían. El número de iglesias destruidas fue de 286 y ejecutados alrededor de cincuenta sacerdotes, pero todos estos excesos anticlericales fueron remediados rápidamente por el Gobierno de Euzkadi, de mayoría católica. Los roces con las jerarquías eclesiásticas fueron frecuentes, pues muchos miembros de la Iglesia no comprendían como católicos sinceros como los vascos podían aunar sus esfuerzos con marxistas y anarquistas.

En Bilbao la situación fue empeorando a fines de 1936. Los bombardeos se realizaban con gran frecuencia y el bloqueo nacional sobre el puerto era cada vez más eficiente, con lo que los alimentos empezaban a escasear y el hambre contribuía a encender más los ánimos. El día 4 de enero de 1937, Bilbao fue bombardeada por nueve Junkers-52, escoltados por Heinkels. Dos de estos últimos fueron derribados y uno de los pilotos, que se había lanzado en paracaídas, fue linchado por la multitud enfurecida.

Para desahogar su furor, las masas se dirigieron a las cárceles donde estaban encerrados presos políticos. Fueron abiertas las puertas de la prisión de Larrañaga y los hombres del batallón de la UGT comenzaron una matanza en la que perecieron noventa y cuatro presos. En el convento de los Ángeles Custodios, se mató a noventa y seis presos y en el Convento de las Carmelitas, convertido en cárcel, los presos ayudados por seis guardianes vascos, levantaron una barricada en la escalera, y aprovecharon para reventar a la vez todas las bombillas, lo que hizo creer a la multitud que el convento estaba siendo bombardeado, por lo que huyeron, tras haber matado a cuatro presos. De todas formas estos hechos constituyeron una pura excepción.

En Vizcaya el dominio político lo ejercían los nacionalistas, con un apoyo de los demás partidos políticos y sociales que, por lo menos, el reflejado en la Prensa rayaba en la claudicación. Tal como hemos comentado, la población civil estaba materialmente pasando hambre y deseando que aquello terminara de una vez. En todos los servicios se notaba las deficiencias de la improvisación y la falta de preparación de los encargados de dirigirlos.

El Ejército tenía más vicios de origen que virtudes, careciendo de comisarios políticos que inspiraran a las tropas la confianza en el mando. Prevalecía la duplicidad de mandos, uno militar y otro administrativo, lo que se traducía en que la tropa comía mal y estaba peor atendida. El vestuario y el armamento se daban según la influencia política de la entidad organizadora del batallón y mientras unos vestían con verdadero lujo, otros iban descalzos.

Hasta el mes de marzo la vida en todos los frentes del Norte era la de la tranquilidad natural cuando llegaron a estabilizarse. Los mandos, que no vivían en contacto con su tropa, se pasaban los días y sobre todo las noches, en Bilbao de francachela.

ARRIBA     



De lo que quedaba de Euzkadi, Vizcaya fue la primera en organizar un ejército, propósito que venía favorecido por el deseo de los vascos de afirmar su autonomía en el plano militar, después de haber conseguido la autonomía política a través del Estatuto.

El presidente vasco José Antonio Aguirre y Lecube se encontró con muchos problemas para poner en marcha el ejército de Euzkadi (Euzko Gudarostea), entre otros la escasez de militares profesionales, teniendo que echar mano de población civil, incompetente y desconocedora del arte de la guerra.

Formó un ejército vasco de maniobra que ya no se limitaría a cubrir los frentes, sino que se emplearía por primera vez en una acción ofensiva: la batalla de Villarreal, donde a lo largo de un mes (30 de noviembre a 24 de diciembre de 1936) se frenó la proyectada ofensiva de los republicanos contra Vitoria. Este ataque, inserto en el contexto de la estrategia gubernamental para aliviar la presión nacional sobre Madrid, fracasó por la inexperiencia de la tropa, la descoordinación de los mandos y la rapidez de reacción del ejército de Franco.

Así pues, a pesar de su enorme superioridad de hombres respecto a los nacionales, fue un desastre. En realidad, la batalla de Villarreal sirvió para probar que tropas numerosas pero poco experimentadas, como era el nuevo Cuerpo de Ejército Vasco, no servían para acciones ofensivas, y menos en pleno invierno.

Por tanto, se abandonó toda idea de ataque en el frente vasco, reforzándose las obras del “Cinturón de Hierro” con vistas a prepararse para los avances de los nacionales, que sin duda habrían de llegar.

Lo peor fue, sin duda, el desastre humano que supuso, sobre todo para las fuerzas atacantes: unos 1.000 muertos y 3.300 heridos, cifra calculada a partir de la lista mensual de bajas del Cuerpo de Ejército Vasco, que evalúa en 6.182 las de diciembre de 1936, señalando que el 54% son heridos (es decir, unos 3.300), un 29% enfermos (aproximadamente, 1.800) y el 17% restante (cerca de un millar) muertos, lo que coincide con las 4.500 bajas calculadas por el teniente coronel del bando nacional Ricardo Iglesias Navarro en su informe. En total, el 14% de las víctimas mortales del Ejército Vasco (o XIV Cuerpo de Ejército Republicano) fallecieron durante esta batalla.

En esta elevada mortalidad pudo influir la falta de previsión, careciendo de adecuados hospitales de campaña y lo accidentado del terreno, que retrasaba el traslado de los heridos a Durando, Amorebieta o Bilbao. La falta de asistencia inmediata en el campo de batalla influyó, sin duda, en muchas muertes o mutilaciones por gangrena.

Por parte nacional, las bajas en la posición de Villarreal, es cifrada por el propio Ricardo Iglesias en 31 muertos y 224 heridos. El mismo Iglesias fue evacuado por heridas el 17 de diciembre de 1936. El número de bajas en otras posiciones del sector podían elevarse a un número similar, lo que totalizaría la cifra de muertos y heridos franquistas en unos 500, una proporción favorable de diez a uno. 

Este desastre demostró la incapacidad ofensiva del ejército vasco, lo que le valió a Aguirre el apodo de “Napoleontxu” (Naploleoncillo). El fracaso convenció al Gobierno vasco de que su salvación debía fiarla a su capacidad defensiva, a base de una fortificación capaz de frenar el avance de los nacionales.

 

ARRIBA     



El 3 de junio de 1937, el azar hizo coincidir sendos relevos en el mando de los ejércitos enfrentados.

El general Mola falleció el 3 de junio de 1937, como consecuencia de un accidente de aviación mientras sobrevolaba tierras burgalesas, para inspeccionar el frente de Segovia con motivo de la ofensiva republicana por La Granja. El aparato se estrelló en el monte Brújula, pereciendo el general, el piloto y sus acompañantes. Le sustituyó al frente del Ejército del Norte el general Fidel Dávila Arrondo, que bajo su mando los nacionales ocuparon las provincias de Vizcaya, Santander y Asturias.

El lehendakari José Antonio Aguirre Lecube cedió a las presiones de Indalecio Prieto Tuero y se tuvo que resignar a entregar el mando del Cuerpo de Ejército de Euzkadi al general Mariano Gámir Ulíbarri –el cual puso al mayor Lamas de jefe de Estado Mayor– haciéndose cargo de unos 30.000 hombres recién militarizados, encuadrados en cinco divisiones, más otra de enlace y una brigada de montaña, 144 piezas de artillería de campaña, bastantes morteros, pero sólo 12 aviones, con sus efectivos desplegados en torno al “Cinturón de Hierro” de Bilbao, desde Butroe, donde situó a la 5ª División hasta Balmaseda, donde colocó a la de enlace. Entre ambos puntos, la 1ª División desplegó en Lezama, la 2ª en Galdácano, la 3ª en Ceberio y la 4ª en Llodio. El mando de todas las brigadas recaía en civiles con escasa o nula experiencia militar.

El general Fidel Dávila Arrondo contaba con 60.000 hombres, encuadrados en las seis brigadas navarras, cada una de efectivos cercanos a la división, más la brigada hispano-italiana “Flechas Negras”, abundantísima artillería y clara superioridad aérea. De norte a sur, las “Flechas Negras” estaban situadas en el Sollube, la 5ª y la 6ª Navarras entre Guernica y Murguía, la 1ª en el Bizcargui, la 2ª en Amorebieta, la 4ª al norte de Ochandiano y la 3ª sobre la carretera de Vitoria.

ARRIBA     



La frustrada ofensiva sobre Vitoria, hizo desconfiar al lehendakari Aguirre de la capacidad de maniobra de los milicianos, le decidieron proteger a Vizcaya con dos líneas fortificadas. La primera se trazó a 10 km. de la ciudad, con una longitud de unos 70 km. aproximadamente, que circundaba el casco urbano de Bilbao. Se empezó a construir, por orden del Gobierno autónomo del País Vasco, el 9 de octubre de 1936, siguiendo las instrucciones del teniente coronel Alberto de Montaud y Noguerol. El presupuesto ascendió a 50 millones de pesetas. La obra fue encomendada a los capitanes de Ingenieros Alejandro Goicoechea Omar –futuro inventor del tren articulado Talgo–, y como ayudante al capitán Murga. Intervinieron 8.500 trabajadores habituales, si bien llegaron a participar hasta 14.000 hombres. Estaba toda ella construida de cemento y de hierro, y dotada de multitud de fortines y de casamatas lo suficientemente resistentes como para soportar el fuego de la artillería. Las trinchera tenían un metro de profundidad y los parapetos eran también de hierro, contando además con multitud de nidos de ametralladoras, alambradas, refugios, depósitos de víveres y de armas.

La segunda línea estaba constituida por 1.400 nidos de ametralladoras, observatorios, abrigos subterráneos y caminos cubiertos. Ambas líneas estaban a medio construir, cuando se inició el ataque nacional.

 

ARRIBA     



La rotura del Cinturón de Hierro resultó mucho más fácil de lo que cabía esperar. La traición de Goicoechea, que se pasó el 27 de febrero de 1937, a los nacionales con los planos de las fortificaciones, fue de gran importancia para facilitar la ruptura del “cinturón”. Sus ayudantes Murga y Anglada fueron detenidos el 28 de octubre de 1936, al ser descubiertos intentando entregar planos a través de los cónsules de Austria y Paraguay. José Anglada y los cónsules fueron fusilados inmediatamente, mientras Murga murió durante la detención.

También la superioridad de fuego de los nacionales tanto en artillería como en aviación, fue determinante

El día 11 de junio, al anochecer, tres Brigadas navarras consiguieron llegar al famoso “cinturón”, tras superar las primeras defensas vascas.

A las siete de la mañana del día 12 dio comenzó la preparación del asalto definitivo al “cinturón” con un intensísimo fuego de artillería y de aviación. La V Brigada de Navarra al mando de Juan Bautista Sánchez González, atacó en un punto en el que el sistema defensivo era muy flojo. Las tropas vascas se retiraban en desbandada hacia Bilbao y la situación se hacía desesperada por momentos. El general de brigada del Arma de Infantería Mariano Gámir Ulíbarri consultó a Indalecio Prieto sobre lo que debía hacer, si resistir a toda costa en Bilbao o retirarse hacia Santander. El ministro de Defensa, dándose cuenta clara de lo que estaba pasando, recomendó a Gámir que se retirase a la orilla izquierda del Nervión en el mayor orden posible.

José Antonio Aguirre mantenía desesperadamente contacto casi constante con el Gobierno de Valencia. Ese día 12 envió el siguiente telegrama a Prieto:

«Situación gravísima. Enemigo ha roto cinturón por sitio más débil después de horroroso ataque durante dos días aviación y artillería, en medio irritante y angustiosa indefensión nuestra. Bilbao ardiendo consecuencia bombardeo artillería trescientos cinco efectos no conocidos hasta hoy. Si Bilbao interesa a República ha llegado momento de exigir hoy mismo aviación en número suficiente contener enorme concentración material aéreo artillería enemiga que será imposible resistir, pese esfuerzos heroicos realiza ejemplar pueblo vasco. Necesitamos urgentísima y concreta contestación porque circunstancias causado pueblo enorme desmoralización que reclama medios adecuados a situación hácese desesperada».

El día 13 de junio de 1937 se reunieron en sesión plenaria el Gobierno vasco, el general Gámir y su Estado Mayor y los llamados asesores militares del presidente Aguirre. En esa reunión se trató de ver que se hacía con respecto a la defensa de Bilbao. Unos querían realizar una defensa numantina y otros juzgaron esta actitud suicida, deseando evacuar la ciudad. Prosperó la primera actitud y al día siguiente, el general Gámir firmaba una orden disponiendo se preparase la voladura de los puentes bilbaínos sobre el Nervión, aunque esta orden sólo debía ser llevada a término en caso de ser conquistadas por el enemigo las alturas próximas a la ciudad.

Bilbao carece de alimentos, de agua y luz. El Gobierno vasco decide abandonar la ciudad el 17 de junio de 1937 y establecerse en Villaverde de Trucios, en el extremo occidental de Vizcaya, dejando en la capital una junta de defensa, al mando del general Gámir.

ARRIBA     



Las órdenes de Mariano Gámir de retirar sus fuerzas hacia Santander desmoralizaban a los nacionalistas vascos, que no comprendían por qué tenían que ir a luchar lejos de las fronteras de su patria. Muchas unidades desertaban y se pasaban al enemigo.

En Bilbao el objeto principal era la evacuación civil camino de Francia o Santander. Otro de los objetivos que perseguía el sector más radical vasco era la destrucción de la industria vasca para que no cayese en manos enemigas. Pero no se hizo nada al respecto, ya que los mismos nacionalistas defendieron sus instalaciones esperando quizá con ello agradar a los vencedores y conseguir unas condiciones de paz más beneficiosas. Además liberaron a unos dos mil prisioneros derechistas que estaban en las cárceles.

A primera hora del día 19 de junio de 1937, un batallón de la 5ª Brigada Navarra mandada por Juan Bautista Sánchez, descendiendo de las colinas que dominan Begoña y Deusto se apoderaba del casco viejo de Bilbao, en cuyo ayuntamiento izaban la bandera bicolor.

Por otro lado, los seis batallones encargados de defender la ría, todos del PNV, se entregaron sin lucha al coronel Rafael García Valiño y Marcén.

Una parte no desdeñable de la población salió a recibirles entusiásticamente. Vizcaya había sido siempre una provincia muy conservadora y por ello los nacionales habían contado con muchas simpatías entre buena parte de la población vasca.

El general Mariano Gámir comunicó a Valencia la pérdida de Bilbao a las nueve de la noche, lo que tuvo gran repercusión nacional e internacional.          

La semana que siguió a la caída de Bilbao fue de enorme desconcierto entre las tropas vascas, pues se resistían a retirarse más allá de las fronteras de su tierra natal y preferían rendirse a los vencedores que irse con los revolucionarios asturianos.

 

ARRIBA     



Desde el principio de la guerra un gran sector de la opinión conservadora española consideraba ridículo el que los nacionalistas vascos, católicos y moderados, siguieran fieles al pacto con la izquierda española, de la que estaban ideológicamente tan lejos.

Desde el comienzo de la guerra hubo contactos por ambas partes entre miembros del nacionalismo vasco y del conservadurismo fiel a Franco que intentaban separar al País Vasco de su alianza revolucionaria.

El primer intento lo realizó el cardenal Isidro Gomá y Tomás a principios de 1937, pero fracasó ante la desconfianza de los vascos. En el mes de marzo lo volvió a intentar, esta vez a través del padre Alberto Onaindía, asesor de José Antonio Aguirre, pero éste se negó a negociar. Entonces el cardenal Gomá recurrió a los italianos tanto por su calidad de extranjeros como por ser aliados de Franco. El día 21 de marzo de 1937 inició los contactos con el cónsul italiano en San Sebastián, marqués de Cavaletti. El 12 de abril la Embajada italiana hizo saber a Cavaletti que el Gobierno italiano estaba dispuesto a colaborar como fuerza mediadora en un posible acuerdo con los vascos. Los italianos buscaron un posible aliado en la delegación alemana en España. Entonces Mario Roatta, el jefe de las tropas italianas en España, habló con el embajador alemán Von Faupel, diciéndole que los vascos deseaban rendirse, pero que no lo harían si entre ellos y el Gobierno de Franco no mediaba alguna potencia en la que los vascos pudieran confiar. Pero Von Faupel mostró su disconformidad con el plan, a la vez que dudó de que tuviese posibilidades de éxito.

El hecho de que recurrieran a los italianos como interlocutores se basaba en dos motivos. De un lado que los nacionalistas preferían antes negociar con extranjeros, –ya fueran italianos o alemanes– que con españoles franquistas. Lo cual no dejaba de ser absurdo, pues a fin de cuentas, el mando supremo e indiscutible lo tenía Franco.

El segundo motivo era que los italianos acababan de ser batidos en Guadalajara y aspiraban a un éxito político-militar que les reivindicara a ojos de la opinión pública mundial. La pacificación del País Vasco hubiera sido ese éxito y hubiera contribuido a mejorar todavía más las relaciones con el Vaticano, pues no en vano la Roma papal se sentía comprometida con el destino de los “católicos vascos”.

Las peticiones del PNV para rendirse a los franquistas eran suficientemente significativas: a cambio de la rendición, los nacionales no realizarían ni saqueos ni fusilamientos, se permitiría a los altos cargos del PNV y de la administración vasca huyeran y se les facilitaría la huida, los batallones gudaris contribuirían al mantenimiento del orden público hasta que llegaran las fuerzas de Franco y evitarían destrucciones de la industria; luego se constituirían en prisioneros, pero no serían enviados a otros frentes de guerra al servicio de los nacionales salvo los gudaris que lo desearan.

Lo más sorprendente era que, mientras Alberto Onaindía negociaba y llegaba incluso al despacho del ministro de Exteriores italiano Conde Galeazzo Ciano, José Antonio Aguirre negociaba su fidelidad con Azaña y Prieto y les pedía que los batallones gudaris fueran conducidos por mar a Cataluña para iniciar desde el Pirineo aragonés una ofensiva por Jaca que les permitiera reconquistar el País Vasco. Desde luego pasar 20.000 gudaris desde el País Vaco hasta Cataluña era difícil, pero mucho más difícil era el que unas tropas que no habían mostrado gran acometividad durante la guerra, de la noche a la mañana se convirtieran en grandes luchadores capaces de romper el frente aragonés estabilizado desde el principio de la guerra.

El 25 de abril de 1937, el hermano del Caudillo, Nicolás Franco Bahamonde, informó al Gobierno italiano que el régimen español estaba dispuesto a aceptar la rendición de los vascos, ofreciéndoles las siguientes garantías:

  1. Se respetarán vidas y haciendas de todos los que se rindan y no sean culpables de delitos personales.
  2. Sólo serán juzgados los culpables de crímenes personales.
  3. Se permitirá a los dirigentes ir al exilio.
  4. Se confiscarán los bienes de los que no se rindan y se les juzgará por rebelión.
  5. No se reconocerán privilegios especiales para las provincias vascas, pero en su declaración del 14 de octubre de 1936, al asumir los poderes de jefe de Estado, Franco, prometió un cierto grado de descentralización administrativa y esto se aplicaría también a los vascos.

Aunque los contactos siguieron, la campaña contra Vizcaya tuvo más éxito para los nacionales que las conversaciones, pues la razón de las armas les resultó favorable.

ARRIBA     



El Pacto de Santoña fue un acuerdo firmado el 24 de agosto de 1937 durante la caída del Frente Norte en la Guerra Civil Española en la población de Guriezo (Santander) próxima a Santoña, entre dirigentes políticos vinculados al Partido Nacionalista Vasco y los mandos de las fuerzas italianas que combatían en apoyo del bando nacional.

Durante la Batalla de Santander, y ante el rápido avance de las tropas de Franco, las líneas de defensa se hunden y cunde el pánico en el bando republicano, siendo numerosas las deserciones. En Santoña se fueron concentrando, por orden del Partido Nacionalista Vasco (PNV), tres batallones de la 50 División de Choque vasca ligados a este partido que habían abandonado sus posiciones en la noche del 21 al 22 de agosto, y a los que posteriormente se sumarían otros doce.

Desde la primavera, antes de la caída de Bilbao y de las últimas plazas que controlaba el Gobierno vasco, Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, había estado negociando, durante varios meses, un acuerdo de rendición con la mediación del Vaticano que llegó a oídos del Gobierno de la República al interceptar un telegrama:

11126 sss CInA DEL Vaticano 1 200- 199 8 1340 ETAT- Su Excelencia Aguirre, Bilbao - tengo el honor de comunicar a vuestra excelencia que los generales Franco y Mola, interrogados expresamente acerca del asunto, han hecho conocer ahora a la Santa Sede las condiciones de una eventual rendición inmediata de Bilbao. 1: se empeñan en conservar intacto Bilbao. 2: facilitarán la salida de todos los dirigentes. 3: completa garantía que el ejército de Franco respetará personas y cosas. 4: libertad absoluta para los milicianos soldados que se rindan con las armas. 5: (...). 6: serán respetadas, la vida y los bienes de aquellos que se rindieren de buena fe, aun para los jefes. 7; en el orden político, descentralización administrativa en la misma forma que la disfruten otras regiones. 8; (...), el Santo Padre exhorta a vuestra excelencia a tomar en atento y solícito examen dichas proposiciones con el deseo de ver finalmente cesar el sangriento conflicto. Cardenal Pacelli

El presidente del Consejo de Ministros, Largo Caballero, se reunió con los ministros más próximos y decidió no hacer público el mensaje, que permaneció desconocido, hasta el fin de la guerra para el PNV y el Gobierno Vasco, aunque demuestra el conocimiento de los mismos que tenía el lehendakari.

Una figura importante de estos pactos, en los que intervenía el ejército italiano, sería el padre Alberto Onaindía, el cual se había reunido en secreto con el coronel italiano di Carlo cerca de Algorta (Vizcaya), el 25 de junio. Fruto de este encuentro surgió un viaje del militar a Roma para dar explicaciones sobre el problema vasco al ministro de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo Ciano.

El papel del lehendakari José Antonio Aguirre sigue siendo aún incierto y oscuro. Se desconoce si fue víctima de la insubordinación de su propio partido, o por el contrario ya conocía y permitió de antemano estos contactos. Cuando el general Gámir, jefe del Ejército del Norte, descubrió espantado durante la batalla de Santander la postura del Ejército Vasco, Aguirre simuló ignorarlo. Parece que el presidente vasco no era partidario del acuerdo con los italianos, de los que no se fiaba, pero es posible que intentara utilizarlo para sacar en barcos a su ejército hasta Francia, con la intención de que luego regresaran a territorio republicano por Cataluña para reconquistar el País Vasco a través de Navarra.

En estas circunstancias se llegó a un acuerdo a espaldas del gobierno de la República, en Valencia en esos momentos, por el que el Ejército Vasco se rendiría, entregando sus armas a los italianos, a cambio de que respetasen la vida de sus soldados y fueran considerados prisioneros de guerra bajo la soberanía italiana, permitiendo evacuar a los dirigentes políticos, funcionarios vascos y a los oficiales que lo deseasen por mar. En aquel momento los vascos aceptaron la rendición sin ulteriores condiciones, aunque trataron inútilmente de conseguir unas mayores garantías del coronel Farina, jefe del Estado Mayor de las fuerzas italianas. Así las cosas los italianos entraron en Santoña y se hicieron cargo de la administración civil.

El 26 de agosto habían  atracado en puerto santoñés los buques mercantes ingleses “Bobie” y “Seven Seas Spray” procedentes de Bayona bajo la protección del destructor inglés “Keith”. Comienza de inmediato el embarque de refugiados con pasaporte vasco. A las 10 de la mañana enterado el general Fidel Dávila manda la inmediata suspensión de la operación y ordena el desembarque. Únicamente el mercante “Bobie” abandona el puerto con 533 heridos a bordo escoltado por el “Keith”.

En el Penal de El Dueso, en Santoña, fueron recluidas las tropas republicanas vascas. El pacto no llegó a su término, en parte debido al retraso de la llegada de los buques de evacuación y al ser desautorizado finalmente por el alto mando español, que ordenó inmediatamente el internamiento de los republicanos en la citada prisión de El Dueso. Hacia noviembre, cerca de 11.000 gudaris habían sido puestos en libertad, 5.400 estaban integrados en batallones de trabajo, 5.600 en prisión.

Las razones de esta postura no están aún claras. Una hipótesis es que la pérdida del territorio privó de motivos para luchar al ejército autonómico, aunque sus dirigentes arguyeron la responsabilidad del gobierno de la República al no haberles enviado aviones para hacer frente a la ofensiva nacional. No obstante, no parece factible que Indalecio Prieto Tuero, ministro republicano de Defensa Nacional por aquel entonces en el Gobierno de Juan Negrín, y muy ligado a Bilbao, no brindara los recursos necesarios para impedir la caída de la ciudad y de su “Cinturón de Hierro”.

Es evidente que la convivencia de dos milicias radicalmente diferentes, una la nacionalista al mando del PNV de carácter conservador y católico y otra la compuesta por seguidores de la izquierda y anarquistas, muchos de ellos participantes en la Revolución de 1934, era difícil y la realidad es que no había relación alguna entre ellas, pese a las órdenes expresas de formar brigadas mixtas.

Este hecho ha permanecido durante mucho tiempo en silencio por ambas partes. Los republicanos no querían reconocer la traición de parte de sus tropas, los nacionalistas vascos no querían reconocer que tuvieron contactos para abandonar a la República y los nacionales se resistían a admitir que una fuerza extranjera actuaba de manera autónoma y se permitía establecer negociaciones a sus espaldas con el enemigo.

Este hecho ha llegado a alcanzar gran trascendencia política e ideológica en España, siendo muy polémico al señalarlo por unos como una traición del Partido Nacionalista Vasco a la República y ser justificado por otros.

La palabra clave del Pacto de Santoña, es el que los batallones vascos se rindieron sin combatir, a los italianos. Para los nacionalistas vascos, el recordar Santoña supone, aún hoy en día, un episodio de los más bochornosos.

 

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