Desmemoria
histórica.
Por José Antonio
VERA. La Razón, 16/12/2006.
Ahora que vuelve la Memoria Histórica, propongo la lectura del
libro de Pío Baroja “Miserias de la Guerra”. El escritor vasco
vivió en Madrid la proclamación de la República y su desarrollo,
igual que estallido de la guerra. De sus cientos de experiencias, no
me resisto a recopilar algunas, por su actualidad. Cuenta cómo la
Revolución del 34 fue planificada por socialistas y comunistas como
un golpe contra la República: “En Madrid hubo tiros durante 6 días
en toda la ciudad y muertos y heridos por las calles.
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Los rojos intentaron
el asalto al Ministerio de la Gobernación a las 6 de la tarde del 7
de octubre”. (...) En las escuelas se cantaba “Fascio no,
comunismo sí”. Los chicos aprendieron a decir que querían ser
“maestros laicos”. Ya en septiembre del 35 “se produjo una
epidemia de atentados. Cada barrio madrileño tenía su ronda
socialista. Vestían pantalón blanco y jersey azul, y cada uno
contaba con su bandera”. (...) “Se seguían hallando armas y
explosivos por todas partes, continuaban surgiendo huelgas, se invadían
fincas, se producían incendios, había atracos a mano armada”.
Narra el caso de “dos muchachos fascistas a los que seguía un
grupo socialista por Marqués de Urquijo, pistola en mano,
deteniendo a todos los jóvenes que encontraban, diciéndoles que
eran de la policía”. A estos dos, “al encontrarles el carné de
la Falange, los mataron a tiros”. La quema de iglesias era práctica
permanente. “Empiezan los incendios en la iglesia de Cuatro
Caminos, el Instituto Salesiano, la capilla-colegio del Ave María,
las escuelas del Pilar, La Victoria de la calle Garibaldi. Conatos
de incendio en la iglesia de Raimundo Lulio, en la de San Sebastián,
en el convento de las Comendadoras, en el de los Franciscanos del
paseo del Cisne ...”.
Sobre el Frente
Popular dice que “pregonaba el triunfo del comunismo” y no
pensaba más que en imitar la revolución rusa. Cuando aún se
desconocían al completo los resultados de las elecciones del 36, y
dado que se creyó que finalmente en la Cámara habría equilibrio
de fuerzas, unidos el centro y la derecha frente a la izquierda, el
Frente Popular se entregó a la violencia y se lanzó a la calle
para apoderarse del poder. Comenzó el desbordamiento de todo el país.
Los presos se amotinan en numerosas cárceles y las incendian,
tomando rehenes y matando a los vigilantes. Durante la primavera
abundan los atentaos contra personas. Tras el pronunciamiento,
socialista y comunistas “abrieron los parques y dieron armas a
todos los que las pedían. En julio y agosto hay fusilamientos por
todas partes, sobre todo en la Casa de Campo. (...) Hacia el parque
del Oeste y la calle Rosales, siempre hay tiros. Las turbas mandan
en la calle”. Se transforma la estética de Madrid. Ya no se dice
“Adiós”, sino “Salud”. La gente viste mal: pantalones con
rodilleras, chaquetas con codos desgastados. Se impone un aire
cochambroso: el rico se disfraza de proletario. El autor cuenta cómo
“he tenido que levantar el puño como uno de tantos más”. Hasta
el ABC señala su adhesión entusiasta al nuevo orden. En las
corridas de toros se impone el paseo de las cuadrillas con el puño
en alto. “Comunistas y socialistas se apoderan de hoteles y casas
ricas, y llevan a las milicianas trajes elegantes”. Muchas gente
es expulsada de sus casas. Se prohíben las fiestas religiosas como
la Nochebuena, los Reyes, etc.
Con todo, lo peor
son los asesinatos. Baroja pone con amargura en boca de uno de sus
personajes cómo “la República decretó la abolición de la pena
de muerte, y luego ha resultado que no ha habido en España época
en la que se haya matado más gente”. Cuenta con detalle los
fusilamientos en la prisión de Moncloa, llena de ex ministros
republicanos, diputados y militares. Un día “las milicias
entraron en la cárcel practicando
registros en los cuales se despojó a los presos de alhajas,
documentos y dinero. Se obligó a todos a desnudarse y abrir la
boca, descargando sobre ellos empellones de golpes con las culatas
de sus fusiles”. Decidieron fusilar a los presos. Y empezaron con
una “matanza de políticos”. Bajo el pretexto de un incendio
provocado, “dispararon con ametralladoras desde las azoteas de las
casas próximas al patio donde los detenidos políticos paseaban.
Treinta o cuarenta cayeron alcanzados por las balas”. Luego
acusaron a los presos de otras galerías de la masacre. Ocho
anarquistas armados irrumpen y les dicen a los que quedan: “Vamos
a mataros aquí, en fila, por fascistas y traidores”. Luego
discuten sobre si deberían
fusilarlos en masa a todos, o sólo a los políticos. Prevaleció lo
último. Entre los ejecutados estaba Melquíades Álvarez, egregio
republicano y orador extraordinario.
También cuanta lo
de la checa de Bellas Artes. Tenía el sótano alfombrado con
banderas rojas. Había allí tipos temibles, verdaderos bandidos.
Rincones donde se oían gritos de dolor y una pila de baño llena de
sangre. En la checa de la CNT se hizo popular “el paseo”, del
que ningún arrestado
“volvía por su propio pie”. En la Dirección de Seguridad había
álbumes con 70.000 fotos de personas muertas, fusiladas en los
alrededores de Madrid, donde “todos los días encuentran diez o
doce muertos entre la hierba o las piedras”.
Y así decenas de
historias, contadas por Baroja y vividas o recogidas de la calle en
primera persona. Al olvido de todo esto, en vez de Memoria Histórica,
yo le llamaría Desmemoria Histórica.
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