El 21 de
septiembre de 1936, la Junta de Defensa celebró su
primera reunión en una finca del ganadero de reses
bravas, Antonio Pérez Tabernero, en Muñodono, a
unos treinta kilómetros de Salamanca, junto a su
aeródromo de guerra. Asistieron los generales
Cabanellas, Dávila, Mola, Saliquet, Valdés y
Cabanillas, Gil Yuste, Franco, Orgaz, Queipo de
Llano y Kindelán y los coroneles Montaner y Moreno
Calderón. En esta reunión existían dos sectores.
El presidente Cabanellas, que con otros varios
miembros de la Junta, abogaba por el mantenimiento
de la dirección colegiada de la política y de las
operaciones militares; o en todo caso de la política
general. |
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El segundo
sector estaba formado por los generales monárquicos Orgaz
y Kindelán, que por expresas instrucciones del rey
Alfonso XIII, favorecían la designación de Franco como
jefe militar único; con acumulación del mando político
mientras durase la guerra, por razones estratégicas, y
con la esperanza de que Franco restaurase la Monarquía.
En el centro decisivo estaba el general Mola, que al
inclinarse por Franco, se convirtió en el árbitro del
problema.
En
esta reunión del 21 de septiembre, –día en que el Ejército
de África tomaba Maqueda y recibía la orden de virar
hacia Toledo- Kindelán y Orgaz no consiguieron que los generales entrasen, por la
mañana, en el problema principal. Después de comer,
Kindelán vuelve a la carga y plantea el mando único
militar. Ante las reticencias, Mola declara:
“Pues yo creo tan interesante el mando único que si
antes de ocho días no se ha nombrado generalísimo, yo no
sigo. Yo digo ahí queda eso y me voy”. Se produce
una votación y todos, menos Cabanellas, aceptan la
necesidad del mando único. Entonces Kindelán, con el
apoyo de Mola y de Orgaz, propone a Franco. Todos aceptan,
con la abstención de Cabanellas. En esta primera reunión
no se habló del mando político, que seguiría en manos
de la Junta de Defensa. Y se convino que la Junta daría
“vigencia y publicidad oficial” al acuerdo.
Pero
la Junta de momento no hizo nada. Franco mandó hacer
llegar al general Dávila y Mola su firme posición: no
quería el mando, pero si se le ofrecía tenía que ser
total, no sólo militar. Ya en Cáceres, Kindelán se reúne
con Nicolás Franco, Yagüe y Millán Astray y –según
su testimonio- “juntos le dimos una nueva y
fuerte carga a Franco, proponiéndole una nueva reunión
en la que se precisasen las atribuciones del generalísimo
y se propusiera que este cargo llevara anexa la jefatura
del Estado, con objeto de reunir en una mano todas las
riendas de Gobierno de la entidad nacional”.
Mientras tanto Franco dirigía diariamente, en el frente
de Toledo, las operaciones para la liberación del Alcázar,
que tuvo lugar al anochecer del 27 de septiembre. Todo Cáceres
se reunió entonces y desbordó el callejón al final del
que se alza el palacio de los Golfines de Arriba, y Franco
hubo de salir al balcón con sus colaboradores. Allí Millán
Astray y Yagüe le proclamaron generalísimo y anunciaron
que al día siguiente sería elegido para la jefatura
suprema.
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