La
jefatura suprema del golpe de Estado del 18 de julio
de 1936 la ostentaba José Sanjurjo Sacanell, si
bien fue dirigido por Emilio Mola Vidal, “El
Director”. Sanjurjo moría el 20 de julio de 1936
en accidente de aviación, cuando desde La Marinha,
cerca de Cascaes (Portugal) se dirigía a Burgos,
quedando los mandos militares en tres
circunscripciones: Mola, que era republicano, en el
Norte; Queipo de Llano, también republicano, en
Andalucía y Franco, monárquico, en África y
Canarias. Al fracasar el alzamiento en Madrid y en
las principales ciudades, los militares tuvieron que
pensar en organizar una jefatura que sustituyese a
la que había representado Sanjurjo. Por decreto del
24 de julio de 1936 se formó la Junta de Defensa
Nacional, órgano colegiado de Gobierno que asumía
todos los poderes del Estado, así como la
representación del mismo ante las potencias
extranjeras, en la zona que quedó bajo el poder de
los militares que el 18 de julio se alzaron en
armas. |
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En
un principio dicha Junta estuvo compuesta por el general
de División, Miguel Cabanellas Ferrer, que hacía las
veces de presidente de la misma, y que fue elegido el 23
de julio de 1936, como general más antiguo; por el también
general de División Andrés Saliquet Zumeta; los de
Brigada, Miguel Ponte y Manso de Zúñiga –que cesó en
tal cargo el 18 de agosto del mismo año-, Emilio Mola
Vidal y Fidel Dávila Arrondo; y por los coroneles del
Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, Federico Montaner
Canet y Fernando Moreno Calderón. Con posterioridad se
integraron en ella el capitán de navío Francisco Moreno
Fernández, que el mismo día de su incorporación, el 30
de julio de 1936, fue nombrado jefe de la flota. El 3 de
agosto lo hizo el general de División, Francisco Franco
Bahamonde y el 18 del mismo mes, el también general de
División Germán Gil Yuste. El 17 de septiembre, el
general de División, Gonzalo Queipo de Llano y el general
de Brigada, Luis Orgaz Yoldi. La referida Junta fijó su
residencia en Burgos y ejerció su mandato hasta el 1º de
octubre de 1936 en que, por decreto de la misma se nombró
jefe del Gobierno del Estado al general Franco –que
asumió todos los poderes del nuevo Estado- y comenzó a funcionar la Junta Técnica del Estado.
El
anhelo unánime era ganar la guerra por encima de toda
otra consideración y estaba claro que para ganarla lo que
hacía falta era contar con el mejor general disponible en
los mandos. Las gentes sabían muy bien quien era ese
general, porque, como diría uno de sus críticos, José
María Gil Robles, refiriéndose a Franco en la primavera
de 1935: “La opinión unánime del Ejército le
designaba como el jefe indiscutible”.
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