La
Razón. 05/03/2006. J. R. Navarro Pareja / J. A. Méndez .
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«La LOE no va a educar porque soslaya aspectos fundamentales de la
persona, como las grandes preguntas del hombre» · «Ser nombrado cardenal
me conforta, parece que no camino en vano»
Madrid- Ha sido el único
prelado español elegido por Benedicto XVI para su primer
consistorio cardenalicio, que se celebrará en tres semanas. Una
decisión que ha sorprendido a muy pocos, si se tiene en cuenta que
su voz es una de las más contundentes dentro del episcopado español
a la hora de hablar sobre la situación actual de la Iglesia, la
unidad de España o la reforma educativa. En la primera entrevista
que concede a un medio escrito desde su nombramiento, desgrana éstos
y otros asuntos polémicos.
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P.
–Ser nombrado cardenal es una distinción que supone una de las más
altas responsabilidades en el seno de la Iglesia. ¿Qué ha supuesto
para usted este nombramiento?
R.
–Una gracia inmensa del Señor y una llamada suya a entregarme más
a la Iglesia, en comunión total e inquebrantable con el Santo
Padre, para trabajar a su lado con toda obediencia y fidelidad en
aquello en que pueda y deba ayudarle. Supone un regalo de Dios para
servir sin ninguna reserva junto al que es Siervo de los siervos de
Dios, y una entrega a Jesucristo.
P.–
¿Qué es exactamente lo que sintió cuando le comunicaron la
noticia?
R.–
Estremecimiento y gozo. Agradecimiento. Alegría grande por
recibir el don de esta grandeza que supera mi capacidad, y que por
ello no puede ser más que gracia. Conmoción porque se mostraba tan
cercana e infinita la misericordia del Señor para conmigo.
Agradecimiento grande por la confianza que el Papa Benedicto XVI
depositaba en mi persona. Me identifico por completo, en mi pobreza
y fragilidad, con las mismas actitudes y sentimientos de la Virgen
María en el Magnificat, y con las de aquel salmo que dice: «No
pretendo grandezas que me superan, acallo y modero mis deseos como
un niño recién amamantado en brazos de su madre». Y desde luego
experimenté una confianza grande en la bondad y en las manos de
Dios, nuestro Señor, que me conducirán, como hasta ahora.
P.
– ¿Cuáles cree que han sido las razones que han llevado al Santo
Padre para confiarle esta responsabilidad?
R.–
Eso habría que preguntárselo al Santo Padre. Yo no veo otras que
el ser arzobispo de la archidiócesis Primada de Toledo, sede
cardenalicia a lo largo de la historia, e iglesia que tiene como
vocación, sobre todo a partir del Tercer Concilio Toledano,
mantenerse firme en la fe católica, como enseña de unidad y vínculo
de las iglesias de España, entre sí, y con la iglesia de Roma.
Otra razón que veo es la gran benevolencia del Papa, signo también
de la condescendencia divina.
P.–
Muchos, entre ellos monseñor Blázquez, han apuntado que su
designación supone un espaldarazo de la Santa Sede a la postura que
mantiene dentro del episcopado español...
R.–
El apoyo es con toda certeza y seguridad para la Conferencia
Episcopal Española. Uno de sus miembros ha sido llamado a esta
responsabilidad. Y por lo que a mí respecta, personalmente me he
sentido confortado y confirmado; parece que no camino en vano.
Trabajar por la unidad de España.
P.–
Ya ha anunciado que va a seguir trabajando en la defensa de la
unidad de España. ¿Por qué y cómo piensa hacerlo?
R.–
Como le corresponde a un obispo, a un cardenal; sirviendo a la fe en
Jesucristo, que entraña siempre unidad, integración y vertebración
entre los hombres, amor como base de la convivencia entre las gentes
y los pueblos. Difundiendo la verdad que nos hace libres y se
realiza en el amor; defendiendo al hombre y sus derechos
fundamentales; sirviendo a esta realidad de historia común
compartida multisecularmente que es España, unidad cultural, unidad
moral y social. Y trabajando para que se aviven y vigoricen las raíces
cristianas que constituyen los sillares y cimientos de una herencia
común que hacen la unidad de nuestra patria, y que nos han hecho
protagonistas unidos de grandes gestas y grandes obras de cultura y
elevación humana, moral y espiritual de los pueblos. Quiero hacerlo
promoviendo y defendiendo los principios morales que apelan a la
unidad, y apoyando a cuanto se refiera a la unidad de nuestros
pueblos como un bien moral a proteger. Creo que es muy consonante
con lo que es la sede primada de Toledo, donde se gesta esta unidad
en su tercer Concilio, y muy consonante también con el cardenalato.
P.–
Usted se ha pronunciado claramente en contra de la Ley de Educación
que plantea aprobar el Gobierno, ¿qué daño puede hacer esta norma
a las nuevas generaciones?
R.–
Esta ley es prolongación y, si cabe culminación, de la LOGSE.
Los resultados de la LOGSE ahí los tenemos. Ha fracasado. Y ha
fracasado, sobre todo y más allá del fracaso escolar de
conocimientos, porque no ha sido capaz de educar. La LOE tampoco va
a educar, porque soslaya aspectos fundamentales de la persona, como
son las respuestas a las grandes preguntas del hombre, y no tiene en
cuenta las exigencias de la persona humana en cuanto persona. Hay
unas concepciones antropológicas y educativas en la nueva norma que
son muy alicortas e insuficientes para responder a las grandes
necesidades del hombre en general y, en particular, del hombre de
hoy inmerso en una historia y en una cultura. Esta concepción a la
que me refiero no es confesional, sino de la recta razón humana, de
la verdad del hombre. La LOE refleja un proyecto cultural con el que
no puedo estar de acuerdo: pretende, según mi parecer, una escuela
laica y neutra, dirigida por el Estado; está al servicio de un gran
cambio, de una «revolución» cultural. De aquí viene mi gran
preocupación por la nueva asignatura y por la nueva enseñanza
transversal de «Educación para la ciudadanía», desde los datos
que, hoy por hoy, se disponen.
Destino social incierto.
P.– ¿Cree, por tanto, que en España se
están asentando las bases para entrar en un proceso revolucionario?
R.–
Se podría, en estos momentos, estar poniendo las bases para un
proceso revolucionario, sin duda. Estamos ante un proceso, desde
hace años, de una gran revolución cultural. «Que España no la
conozca ni su madre», se dijo más o menos en frase conocida. En
estos momentos esto parece intensificarse. Se esta propiciando, a mi
entender y el de otros muchos, un proceso con ingredientes
nihilistas, neomarxistas, laicistas y relativistas. Parece claro que
nos hallamos inmersos en un conjunto de procesos y decisiones
convergentes hacia un cambio total y subertidor de lo que están
siendo históricamente las bases de nuestra sociedad. Y esto es lo
que caracteriza una revolución. Cambio en la visión de la
historia, olvido de las raíces de nuestra sociedad, cambios hondos
en el conjunto de valores y creencias que sustentan nuestro pueblo,
convivencia y desarrollo, cambios en la configuración política,
etc. Algún articulista se ha referido a este momento y lo ha
saludado como, «¡por fin!, la posibilidad de llevar a cabo lo que
se intentó y no se logró en una historia pasada no lejana». No sé
a dónde se trata de conducirnos.
P.–¿Está
Benedicto XVI tan enterado como se afirma de la situación en España,
en lo que respecta a las relaciones Iglesia-Estado?
R.–
¿Por qué no? El es Pastor con solicitud por todas las iglesias.
Los Papas, para ejercer su pastoreo universal, siempre tienen una
información precisa y fundamental de lo que ocurre. Es una persona
muy inteligente y siempre ha tenido un conocimiento de la realidad
muy grande y agudo. Siempre ha querido mucho a España y ha seguido
con interés y agudeza de visión todo lo nuestro. Por eso tengo la
certeza de que está muy enterado de lo que he llamado «todo lo
nuestro».
P.–
Una de las ideas en que más ha incidido durante estos días es en
la que su nombramiento es una llamada a servir...
R.–
Así es, porque en la Iglesia y entre los discípulos del Señor,
estar «más arriba» o en los «primeros puestos» es para servir y
no ser servido, como Jesucristo que vino a servir y dar la vida por
todos. No querría estar como cardenal entre los hombres, sino como
el que sirve, disponible para todos. Mi vida no puede ser otra cosa
que servir sencillamente, expropiado para los demás, servir con la
caridad, el ejemplo, el magisterio de la verdad de la fe eclesial,
cercano a los pobres, tomando parte en los duros trabajos del
Evangelio, fortaleciendo la comunión o restañándola si está
maltrecha. Siempre «con Pedro y bajo Pedro».
P.–
También ha mencionado que es una labor que está «muy por encima»
de su capacidad. ¿Le abruma tanta responsabilidad?
R.–
Soy muy consciente de lo que se me confía y, aunque resulte extraño,
no me abruma en absoluto. Asumo esta responsabilidad, que me excede,
con mucha paz, lleno de confianza en el Señor. Él, que a través
del Papa me encomienda este nuevo servicio, me dará su gracia, y
también su auxilio. Yo colaboraré con todas mis fuerzas. No estoy
sólo, sé que hay muchos que rezan por mí; creo en la comunión de
los santos y experimento la verdad de su realidad. Cuento con la
ayuda de la Virgen María.
Una elección nada casual.
P.–
¿Cómo valora que el anuncio del consistorio haya sido en el día
de la Cátedra de san Pedro, y la imposición del capelo vaya a ser
en la festividad de la Encarnación?
R.–
Toda la historia está llena de los signos e indicativos de
Dios. Estas dos fechas sin duda lo son en grado muy elocuente. El
Papa mismo dijo que celebrar la «cátedra» de Pedro significa «reconocer
en ella un signo privilegiado del amor de Dios, pastor bueno y
eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino
de la salvación». Por eso el don del cardenalato es estar asociado
a este signo de amor, por un vínculo especial con el sucesor de
Pedro en su ministerio de confirmar en la fe apostólica, garantizar
la unidad y fortalecer la comunión eclesial, presidir sirviendo en
la caridad y alentar la esperanza de toda la Iglesia. Por otro lado,
la Encarnación es el centro de la historia y la presencia plena
entre nosotros del amor y la misericordia infinita de Dios en su
Hijo único venido en carne, su gran pasión por el hombre y su
plena apuesta por él; ahí tenemos la verdad de Dios y la del
hombre unidas. Al servicio, junto al Papa, del testimonio, el
anuncio y la participación de ese amor, está el cardenalato.
P.–
La distinción con el capelo ya es suficiente motivo de alegría,
pero ¿sintió algo más especial al ser nombrado por un amigo
personal como es para usted el Pontífice?
R.–
Sí, claramente sí. Tuve un sentimiento muy fuerte de
agradecimiento hacia Benedicto XVI, y de un amor muy especial. En
cuanto llegué a casa, tras la noticia del Nuncio, lo primero que
hice fue pasar a la capilla para dar gracias y, particularmente,
para pedir por el Papa, para que Dios se volcase en él, y para que
me hiciese capaz de corresponder a este gesto suyo con una amistad,
un afecto y un amor todavía mayores. Me siento muy unido al Papa, y
muy honrado, inmerecidamente, con tantos gestos suyos de favor y
cercanía.
Relaciones cercanas.
P.–
¿Cómo conoció al Papa y cuál es actualmente su trato?
R.–
Le conocí personalmente por primera vez en Viena en una reunión de
presidentes de Comisiones Doctrinales de Europa. En aquellos
momentos era secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina
de la Fe en España, y acompañaba a mi amigo y maestro Antonio
Palenzuela. En estos meses de pontificado de Benedicto XVI lo he
saludado en cuatro ocasiones en audiencia general, y la verdad es
que me siento dichoso por su condescendencia y cercanía. De ellas
he salido muy fortalecido.
P.–
¿Qué opinión le merece el resto de nombramientos? Porque en el próximo
consistorio coincidirá con representantes de la Iglesia en China o
Venezuela que se distinguen por su oposición a los regímenes
totalitarios, y otros como el arzobispo de Boston, nombrado tras una
delicada situación en aquélla diócesis.
R.–
Colocando al margen mi nombramiento, estimo que ha sido espléndido
el conjunto y cada uno, muy bien estudiado, con mucha significación
cada uno de ellos. A algunos los conozco personalmente y me honro
con su amistad, y son magníficos pastores y excelentes hombres de
fe y testigos del Evangelio. Por otra parte, como dijo el Papa, en
este grupo de los nuevos cardenales «se refleja la universalidad de
la Iglesia, proceden de hecho de diferentes partes del mundo y
desempeñan tareas diferentes en el servicio del Pueblo de Dios».
«Mis padres me han dado lo mejor
de mi vida»
P.
– A las pocas horas de hacerse público su nombramiento, usted
comentó a los periodistas que pensó en sus padres cuando se enteró...
R.
– ¡Cómo no pensar en ellos y en mi hermano (y también en mi
hermana, que, gracias a Dios, aún vive), si de ellos lo he recibido
todo! Lo mejor de mi vida es herencia de mis padres y de mi familia:
la fe en Cristo, el amor y el temor de Dios, el aprender a rezar, el
gozo de la Iglesia. Dios se valió de ellos para mi vocación. Sólo
Él y yo sabemos lo que me han ayudado en mi camino sacerdotal.
P.
–Y ahora, ¿cómo afronta su labor dentro del colegio
cardenalicio?
R.
– Con fe, una gran esperanza y ganas de servir, con la mirada
en Jesucristo crucificado, en este nuevo camino, con ánimo de no
retirarme ni echarme atrás en los trabajos que el Papa me
encomiende, que me pida la Iglesia para llevar el Evangelio y hacer
presente el amor y la misericordia de Dios. No quiero nada más que
obedecer y hacer la voluntad de Dios, como reza mi lema episcopal.
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