Pío
Moa - Libertad Digital.
Una democracia sana se caracteriza, entre
otras cosas, por los debates sobre los temas más diversos.
Y el intento de suprimir las libertades empieza por
silenciar las discrepancias con uno u otro pretexto, a fin
de establecer oficialmente algún dogmatismo.
Uno de los debates planteados gira en torno a la cuestión de
Franco y su régimen. ¿Por qué un personaje fallecido hace
treinta años despierta tal interés hoy? Porque en realidad no se
trata del dictador, sino de las circunstancias históricas que
rodearon a su régimen, y del origen y el destino de la democracia
en España. Éste es el tema real, enturbiado u ocultado por
intereses muy precisos.
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Hace poco expuse cómo La Vanguardia, periódico
presuntamente moderado, impedía dictatorialmente mi derecho de réplica
a un artículo agresivo publicado en ella contra Jiménez Losantos,
César Vidal y un servidor. Ahora vuelve a ocurrir con La Voz
de Galicia, que sacó un artículo
de Roberto Blanco Valdés, con el habitual tono insultante y
maleducado, acerca de mi libro sobre Franco. Envié al periódico
una respuesta, que, con esa actitud de censura inquisitorial cada
vez más extendida, se ha negado a publicar el responsable de
opinión. Alegó primero, falsamente, que mi artículo era más
largo que el de Blanco, y después aclaró que no tenía interés
en publicar debates. Como en las dictaduras, alguien puede
escribir contra otro, incluso insultarle, y éste no puede
contestar “para evitar polémicas”, o “crispaciones”.
Roberto Blanco, si de verdad se considera demócrata (ha escrito
artículos mucho más sensatos), debería ser el primero en
protestar al periódico por este ataque a la libertad de expresión,
pero me temo que no será así.
Bien, un incidente menor, si se quiere, pero significativo dentro
de la actual ofensiva contra las libertades, con la campaña de
insidias para silenciar a la COPE, y en particular a Jiménez
Losantos, o las sugerencias, muy estalinistas, de meternos en la cárcel
a César Vidal y a mí, o las incitaciones de Carrillo al
asesinato. Si de verdad queremos la democracia en España, debemos
sentirnos concernidos todos y movilizarnos para denunciar y
contrarrestar estas campañas indecentes antes de que sea
demasiado tarde y la asfixia de las libertades se vuelva un hecho
admitido. Así se fueron y se van imponiendo siempre los
totalitarismos.
Estado de farsa
Don Roberto Blanco Valdés ha escrito un artículo poco académico
sobre el franquismo y la transición, en que me alude
peyorativamente. Nada grave, una vez más, pues no ofende quien
quiere. Peor resulta la mala información de este caballero, que
él transmite a sus lectores. Dice, así, que la democracia
actual “se ha construido sobre dos acuerdos sociales casi
generales: el de la condena del franquismo y el del elogio de la
transición”. Nada de eso. Tras la muerte de Franco la mayoría
de sus políticos (el rey, Suárez, Fernández Miranda, casi
todas las Cortes de entonces) descartó la continuidad del régimen
y procedió a la reforma democrática, “de la ley a la ley”,
sin condena alguna del régimen anterior. La oposición
antifranquista intentó impedirlo mediante la “ruptura”, la
cual habría frustrado la reconciliación, hecho tabla rasa de
cuarenta años de historia y enlazado con la violenta y convulsa
república. Los rupturistas trataron de imponer su “condena”
del franquismo mediante la huelga general y el boicot al referéndum
de la reforma. Pero la huelga fracasó, y el referéndum fue
masivamente votado, decidiendo el paso a la democracia y la
reconciliación. El elogio de la transición no implica la
condena del franquismo, sino la reconciliación entre los
franquistas, que eran muchísimos, y los, o algunos de los,
antifranquistas, que eran (éramos) muy pocos, aunque haya
tantos ahora, cuando ya no hace falta. Si el señor Blanco vivió
aquellos sucesos demuestra muy mala memoria. Y si no los vivió,
le han hecho comulgar con una rueda de molino, como a tantos
otros.
Sólo después de fracasar en la huelga y el boicot aceptaron
los rupturistas la solución más sensata. Una solución que
ahora, treinta años después, intentan algunos echar abajo con
una “segunda transición”, liquidando la Constitución
mediante actos consumados. Paradójico, ¿verdad? que tantos
gritones antifranquistas de después de Franco estén poniendo
en crisis la democracia, mientras algunos que luchamos contra
aquel régimen tratemos de llegar a una visión más equilibrada
del mismo.
Según el osado señor Blanco, discrepar de él
significa “ofender la memoria de millones de personas que
sufrieron la persecución”. ¿Se refiere a los millones de
personas que votaron la reforma y que nunca movieron un dedo
contra el régimen de Franco porque no se sentían perseguidos
por él? Daré un dato al señor Blanco para que no se crea
demasiado su propia retórica: con las dos amnistías de la
Transición salieron de la cárcel los presos políticos, menos
de cuatrocientos (no millones, ya ve), casi todos ellos
comunistas o terroristas, herederos ideológicos de quienes habían
destruido la democracia en tiempos de la república causando con
ello la guerra civil. El franquismo no tuvo oposición democrática,
y muchos de los fanáticos antifranquistas de hoy medraron en la
administración de la dictadura… Vivimos en “estado de
farsa”.
Con la misma osadía, el señor Blanco califica de “patrañas”
mis tesis. Eso puede decirlo cualquier indocumentado –y
abundan en nuestra universidad, por desgracia– pero
demostrarlo ya cuesta algo más. El señor Blanco no lo ignora y
por ello se cura en salud afirmando, con vacua altanería, que
mis estudios “apenas merecen el esfuerzo intelectual que exige
cualquier refutación”. Una persona de alguna seriedad
intelectual debería comprender por sí mismo la puerilidad de
semejante argucia. Si es tan fácil refutarme, adelante,
caballero, lúzcase con un mínimo esfuerzo, se lo agradecerán
innumerables personas de su tendencia que llevan años esperando
tan feliz suceso. Y si no se atreve, no intente disimular con
arrogancias de patio de colegio. Clarificar la historia no es un
trabajo tan simple y fácil como parece creer este señor, y por
mi parte, quedo a su disposición en todo momento, en estas
mismas páginas.
Indica el señor Blanco que mis estudios me han “servido
para hacerme un capitalito”. Mis libros se venden muy bien,
cierto, pese a un extendido boicot. Pero le informaré también:
nadie está obligado a comprarlos, ni hay dinero público por
medio, como, por ejemplo, en esas “recuperaciones de la
memoria” que lo son sólo de la propaganda y el rencor. La
frase del señor Blanco no me define, y me permito sospechar que
es él quien queda definido por su malévola verborrea.
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