Un
avión rojo lanzó bombas sobre la Basílica del Pilar
3
de Agosto de 1936
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Sobre
el avión Fokker F-VII, en España.
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Los
aviones Fokker, fabricados en los Países Bajos a mediados de
los años veinte, tenían una capacidad de carga de aproximadamente
1.000 kg. En España en los primeros tiempos las ‘Líneas Aéreas
Postales Españolas’ (L.A.P.E.), heredó la flota de la ‘Compañía
de Líneas Aéreas Subvencionadas, S.A.’ (C.L.A.S.S.A.),
comenzando a operar con tres Junkers G-24, un CASA-Breguet
26T, un anfibio Savoia S-62P y tres trimotores Fokker
F-VII. Además, durante la etapa en que “C.L.A.S.S.A.” había
sido administrada por la Comisión Gestora se había incorporado un
cuarto Fokker F-VII . Pronto los Junkers G-24, el
Breguet y el
Savoia fueron dados de baja para el servicio por su vetustez,
(en el caso del Junker), o por sus bajas prestaciones (las
otras dos marcas), que los hacían absolutamente inútiles para el
servicio. Para sustituirlos se adquirieron tres Fokker F-VII más,
que fueron los últimos construidos de dicho modelo por el
fabricante holandés y que se incorporaron a la flota de “L.A.P.E.”,
en noviembre de 1933. |
En agosto de 1934 se inauguró una nueva línea,
entre Madrid y Valencia, utilizando para ello trimotores Fokker. Inicialmente
con una frecuencia de cuatro vuelos semanales, que pasó a ser de seis
vuelos semanales a partir del mes de octubre. En dicha fecha, y como
consecuencia del estallido revolucionario de Asturias (6 de octubre de
1934) la flota de “L.A.P.E.” la militarizaron, actuando como
transportes militares hasta que el Gobierno recuperó el control de la
zona.
El
18 de julio de 1936 estallaba la Guerra Civil y, pese a que “L.A.P.E.”
continuó funcionando durante toda la contienda, en realidad se trataba de
un servicio de transporte militar y también en tareas de bombardeo, una
vez lo acondicionaron para estos menesteres, instalando, entre otras
cosas, soportes para las bombas en los laterales del fuselaje. Los
efectivos de que disponía “L.A.P.E.” al comenzar el alzamiento, se
elevaban a 18 aviones.
Por
Eduardo Palomar Baró.
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