El mito del millón de muertos
Demografía contra leyenda
Repartición territorial |
Por Ramón Salas Larrazábal
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Al estudiar, según los criterios expuestos, lo que sucedió en las provincias para establecer la forma en que se repartieron territorial mente estas pérdidas, las cifras totales se elevan moderadamente como consecuencia de que, a partir del año 1941, los estados del movimiento natural de la población sólo facilitan el desglose provincial de las muertes violentas reduciendo a tres sus partidas: «Homicidios», «Accidentes de automóvil» y «Otras muertes violentas o accidentales», lo que obliga a establecer la comparación sobre los totales de muertes violentas, y reaparece como sobre mortalidad causada directamente por la guerra la. debida al hambre y a otras motivaciones igualmente ajenas a la acción militar o política.
Otra causa de posible error será la derivada de la diferente distribución geográfica de las muertes accidentales de un año para otro. Estas se mantienen a escala nacional dentro de unos límites bastante uniformes, pero no ocurre lo mismo a nivel local. Todos los años se producen catástrofes marítimas, aéreas, ferroviarias o de automóviles; explosiones, incendios, inundaciones y otros desastres, que originan un número de víctimas sensiblemente idéntico en cada uno de ellos, pero que se reparten de forma muy desigual en lo territorial. Al tomar como testigo lo que sucedió en 1935, las conclusiones que saquemos serán válidas a nivel nacional, pero posiblemente equivocadas respecto al ámbito local. Este hecho, que tiene relativa importancia en las cifras que asignamos a cada provincia, carece de relevancia cuando nos refiramos al total general de defunciones, que de esta forma se eleva a 266.919, si nos limitamos a las inscripciones efectuadas antes del 1 de enero de 1951, y a 269.289 si incluimos todas las registradas hasta finales de 1975.
Es conveniente aclarar que las cifras provinciales no indican el número de muertes que en ellas se produjeron, sino el de las inscritas en sus registros civiles, que es algo distinto. Asimismo, el año en que se efectúa la inscripción no siempre corresponde a aquel en que se produjeron las defunciones. Un número muy importante de éstas se inscribieron con gran demora, que en ocasiones fue de años.
En la distribución de las muertes parece existir una estrecha relación entre la población provincial y el número de sus víctimas, pero esto, que es evidentemente cierto, no lo es hasta el extremo de que supongamos que todas ellas sufrieron por igual los estragos de la guerra. Si nos fijamos detenidamente, observaremos que Madrid, con menos número de habitantes que Barcelona, tuvo unas pérdidas que superaron en un 70 por 100 a las de ésta, y algo parecido sucede con Oviedo, que del quinto lugar por población, pasa al tercero en el de pérdidas. En general, las provincias que fueron escenario de las más duras acciones de guerra pagaron una contribución superior. En una escala de mortalidad relativa, los 13 primeros lugares de la clasificación estarían ocupados por las provincias que fueron teatro de las batallas más importantes y prolongadas: Madrid, Teruel, Tarragona, Castellón, Zaragoza, Oviedo, Toledo, Huesca, Guadalajara, Vizcaya; Córdoba, Lérida y Badajoz. A continuación vendrían, intercalándose entre ellas, las que soportaron combates cruentos pero limitados en el tiempo, las provincias de la retaguardia gubernamental, y cerrarían la lista las de la retaguardia nacional.
En el mapa, este hecho se refleja en la aparición de dos anchas franjas que definen la zona en que fue mayor la densidad de pérdidas y que siguen fielmente el trazado de los frentes. Una de ellas, la más acentuada, se inicia en Málaga, atraviesa Córdoba y Badajoz, sigue por Toledo, Madrid y Guadalajara, y se ensancha por Aragón, Levante y Cataluña hasta la frontera francesa. Atraviesa todas las provincias con mayores índices de mortalidad, aunque con muy acusadas diferencias entre ellas, que subrayan la distinta intensidad con que se luchó en sus superficies respectivas. Se destacan netamente Madrid y el núcleo catalano- aragonés-levantino, y se rezaga Badajoz, lugar en el que la guerra no fue menos intensa que en sus flancos andaluz y manchego, pero donde la represión, pese a la leyenda, no fue tan cruel.
La otra franja ocupa la cornisa cantábrica, y también en ella se ponen de manifiesto los avatares de la lucha. Su intensidad es máxima en Asturias y Vizcaya, decrece en Santander y Álava, y es mínima en Guipúzcoa. La gran importancia relativa de esta zona viene dada por el hecho de que, a pesar de que la guerra duró menos de un año en su extremo oriental y poco más en el occidental, sus pérdidas fueron casi tan grandes, y en ocasiones mayores, que las de aquellas provincias en que se combatió durante los treinta y dos meses que duró la contienda.
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© Generalísimo Francisco Franco. Junio 2005