El
reinado de Carlos II (Madrid, 1671 – Madrid, 1700) termina
con la grandeza de la Casa de Austria en España y pone fin a
la titularidad de esta Casa en el reino. El infortunado Carlos
II, casado sucesivamente con María Luisa de Borbón Orleáns,
sobrina de Luis XIV, y con María Ana de Neoburgo, hija del
elector palatino Felipe Guillermo, de las cuales no tuvo
sucesión, designó como sucesor a su sobrino José Leopoldo
de Baviera, nieto de su hermana la infanta Margarita, mujer de
Leopoldo I, emperador de Alemania. Pero muerto el designado en
1699, decidió, aconsejado por el Papa Inocencio XI y
presionado por el partido francés de su Corte, obediente a
las órdenes del todopoderoso Luis XIV, legar la corona al
nieto de éste y de su hermana María Teresa, Felipe de Borbón,
duque de Anjou. Asentado éste en el trono por el triunfo de
las armas hispano-francesas en la Guerra de Sucesión, España
inicia una nueva etapa
de su historia en la órbita de Francia, la eterna rival, y
sucesora de España en la hegemonía de Europa.
ARRIBA
Contra la
sucesión de Felipe V, temiendo que el advenimiento de un Borbón
al trono de España aumentaría el desequilibrio europeo ya
amenazado por la prepotencia de Luis XIV, Alemania, Holanda,
Inglaterra, Portugal y Saboya formaron la Gran Alianza (1701)
para imponer un nuevo pretendiente: el archiduque Carlos, hijo
del emperador Leopoldo I y nieto de María, hija de Felipe
III.
La guerra, que
tuvo por teatros Italia, los Países Bajos, Alemania, España
y el mar, se desarrolló en tres fases.
La primera
(1701 – 1704), aunque Felipe gana el título de el
Animoso por su arrojo en las batallas de Santa Vittoria y
Luzzara (Italia), que fueron otras tantas victorias, es
adversa a la causa borbónica: el inglés Marlborough invade
los Países Bajos y derrotando a Tallard y Marsin en Alemania,
hace pagar caras las victorias francesas de Friedlingen y
Hochstädt, mientras que los anglo-holandeses ocupan Puerto de
Santa María e incendian la escuadra franco-española en Vigo.
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La segunda
(1704 –1709) es también favorable al Archiduque, que tuvo
casi el triunfo en las manos: derrota en Blenheim de los
franceses, que evacuan Alemania, desembarco de Carlos en
Lisboa, toma de Gibraltar por los ingleses, derrota en Málaga
de la escuadra francesa, rendición de Barcelona al Archiduque
(1705), entrada de éste en Madrid, derrota francesa de
Ramillies (1707), con la evacuación del Piamonte, Brabante y
Flandes, ocupación inglesa de Cerdeña y Menorca y derrota
francesa en Malplaquet (1709); sólo la victoria de Almansa
(1707), entre tanto desastre, hizo que no decayeran los ánimos
de el Animoso.
La tercera
fase (1709 – 1713) confirma ya decididamente al Borbón en
el trono, sobre todo cuando la accesión al trono austriaco
del Archiduque le retira el apoyo de alguno de sus aliados,
que veían en la alianza de España y Austria no menor peligro
para el equilibrio europeo que en la unión dinástica de España
y Francia. Las victorias borbónicas de Brihuega y
Villaviciosa (1710) ponen virtualmente término a la guerra,
aunque Cataluña, interesada en salvar sus fueros, sigue
defendiendo la causa del Archiduque hasta 1714.
Los tratados
de Utrecht (1713) y Rastadt (1714) reconocieron la sucesión
de Felipe V y zanjaron las cuestiones pendientes con grave
quebranto para España y Francia, a la que sucede Inglaterra
en la hegemonía europea. España perdió Nápoles, Cerdeña,
los presidios de Toscana, Bélgica y el Milanesado a favor del
Emperador; Sicilia a favor de la Casa de Saboya; Gibraltar y
Menorca a favor de Inglaterra.
La frase ¡Ya no hay Pirineos!, pronunciada por el embajador de
España en Francia, Castel dos Rius, al presentar Luis XIV a
su nieto en el palacio de Versalles como rey de España, fue
una verdad a medias. Felipe V, inducido por el ambicioso
Alberoni, que había prometido a su rey “hacer de España
la monarquía más poderosa”, trata de anular los
tratados de Utrecht y Rastadt y sorprendiendo a las potencias
europeas con la súbita ocupación de Cerdeña (1717) y gran
parte de Sicilia (1718), provoca la formación de la Cuádruple
Alianza, integrada por Francia, Inglaterra, Saboya y el
Imperio, que declaran la guerra a España. Ésta hubo de ceder
sus conquistas, pero consiguió en cambio la sucesión de los
ducados de Parma, Plasencia y Toscana para don Carlos (futuro
Carlos III), hijo mayor de su segunda esposa, Isabel Farnesio
(1692 – 1766), que encaminó toda su política a hallar
Estados para sus hijos en Italia.
ARRIBA
En 1712
empezaron las conferencias de paz de Utrecht. El Emperador, es
decir el Archiduque Carlos, aseguró a los catalanes -mediante
una carta a la ciudad de Barcelona de noviembre de 1711-
que si los tratados no eran “con las ventajas y
conveniencias que nos aseguren las de mi justa causa y amados
súbditos, y especialmente de ese Principado al que con tanta
especialidad aprecio por lo que ha sacrificado, no serán por
ningún caso admitidas ni oídas de mí semejante
proposiciones, quedando yo con deliberado y constante ánimo
de continuar la guerra con el mayor vigor y esfuerzo”.
Pero a pesar
de las seguridades dadas por el Archiduque, poco pudo hacer el
embajador Marqués de Montnegre por velar por los intereses de
Cataluña, ya que el Emperador tenía graves problemas con sus
enemigos y también con sus antiguos aliados que le
abandonaban; tenía que hacer frente a la revuelta de los húngaros
y al peligro musulmán, tan cercano.
El 14 de marzo
de 1713 se firmaba en Utrecht el compromiso de los aliados de
evacuar Cataluña, Mallorca e Ibiza (Menorca y Gibraltar ya
estaban en poder de Inglaterra). El asunto de las
Constituciones de Cataluña era aplazado hasta la firma del
Tratado de Paz.
El Archiduque
había dejado en Barcelona a su esposa como Lugarteniente,
pero la Emperatriz, dando por terminada su regencia, embarcaba
el 19 de marzo de 1713 en Barcelona en un navío inglés,
hacia Génova y posteriormente a Austria, dejando sus
funciones al Mariscal Starhemberg, que seguía al frente de
los restos del ejército aliado.
El 11 de abril
de 1713 Francia firmaba en Utrecht la paz con Holanda, Gran
Bretaña, Saboya y Prusia, que reconocían a Felipe V Rey de
España. Gran Bretaña se apresuró a nombrar embajador en
Madrid con el encargo de entrar en contacto con Starhemberg de
cara a un armisticio.
Comenzaron los
contactos entre el mando aliado y los jefes borbónicos. Los
catalanes intentaron de nuevo alcanzar la promesa de respeto a
sus fueros, pero los oficiales de Felipe V se negaron a hablar
del tema. El 22 de junio de 1713 se firmó, en Hospitalet de
Llobregat, el acuerdo de armisticio. Se estipulaba el alto el
fuego a partir del 1 de julio; que, seguidamente, las fuerzas
borbónicas podía iniciar la ocupación; que las fuerzas
aliadas se concentrarían en Barcelona y Tarragona para ser
evacuadas.
ARRIBA
El Mariscal
Starhemberg tardó tres días en comunicar la noticia del
armisticio a las autoridades catalanas. Ante la gravedad de la
situación, la Diputación convocó Junta de Brazos,
asistiendo 19 representantes del Brazo Eclesiástico, 202 del
Brazo Militar y 111 del Brazo Real. Se constituyó una comisión
que por 17 votos contra 10, emitió un informe de fondo
pacifista, recomendando enviar unos emisarios al Rey o al
Comandante en jefe de las tropas felipistas, para pactar la
sumisión, intentando la conservación de las Constituciones.
Pero el 9 de
julio de 1713 se hizo pública la proclama de la Diputación
exhortando a la fidelidad al Emperador y a la resistencia a
Felipe V. Ese mismo día embarcaban en el Besós, en naves
inglesas, las tropas aliadas, y con ellas muchos aragoneses y
catalanes que militaban en aquellas tropas. El emperador había
prometido a cuantos quisieran expatriarse, el ingreso en el ejército
austriaco, respetándoles la graduación y el sueldo. Quedaron
solamente en tierra unos 1.500 hombres, de ellos unos 350
extranjeros. Cataluña quedaba abandonada a su suerte.
ARRIBA
Las fuerzas
francesas de Luis XIV ocupaban casi la actual provincia de
Gerona, a excepción de Ripoll y Hostalrich. Las tropas
hispano-francesas de Felipe V ocupaban la mitad de la actual
provincia de Tarragona, así como Lérida, Balaguer y la zona
del Noguera Pallaresa hasta Francia.
Frente a estas
fuerza, Cataluña se aprestaba a la resistencia con los
siguientes efectivos:
En el
castillo de Cardona, con 28 soldados. En Castellciutat con
140 hombres, al mando del general Moragas. En Barcelona con
tres compañías de la Diputación, con 105 hombres y los
restos de un Regimiento con unos 165 hombres. También se
podía contar con unos 1.500 soldados españoles del ejército
del Archiduque, que no quisieron ser evacuados, así como
unos 2.000 voluntarios escampados por las zonas de Vich y
Hostalrich, algunos de los cuales llegaron a Barcelona.
Con este
potencial bélico de unos 4.000 hombres se pretendía hacer
frente al ejército hispano-francés, compuesto por lo menos
por 25.000 hombres.
Tras la
rendición del general Moragas en Castellciutat, hecho
ocurrido en septiembre de 1713, la resistencia quedó reducida
a Barcelona -sometida
a bloqueo-
y Cardona, así como a la lejana Mallorca.
En los
primeros meses del año 1714 aparecieron por Cataluña una red
de recaudadores de impuestos (felipistas) lo que reavivó la
hostilidad hacia Felipe V, produciéndose un gran número de
bandas de guerrilleros que sirvieron para distraer efectivos a
las tropas borbónicas, representando un alivio del bloqueo de
Barcelona.
Consecuencia
del levantamiento de las guerrillas fue el paulatino envío de
refuerzos felipistas a Cataluña y el endurecimiento del sitio
de Barcelona. El 3 de abril de 1714 se inició el bombardeo de
la ciudad, mediante seis morteros emplazados en el Clot. En
mayo prosiguieron los bombardeos, que duraron
ininterrumpidamente durante seis semanas, hasta el 6 de julio.
En esta fecha tomó el mando el Mariscal Berwick, llegando con
él refuerzos franceses y españoles, con un total aproximado
de 39.000 hombres.
El día 12 de
agosto de 1714 se desencadenó un furioso ataque al Portal Nou
y el día 13 al portal de Santa Clara. Tras una intensa
preparación artillera se inició el asalto a ambas
posiciones, siendo repelidos heroicamente por los defensores.
Parece ser hubo 196 bajas barcelonesas por 900 de los
felipistas. Ante el fracaso de este intento, el Mariscal
Berwick hizo una propuesta de armisticio, recibiendo la
contestación “de no escuchar ninguna proposición para
rendir la plaza”.
ARRIBA
A las cuatro y
media de la mañana se inició el ataque general. Una hora más
tarde los atacantes se habían apoderado de los baluartes del
Portal Nou, Santa Clara y Levante, así como del Monasterio de
Santa Clara. El general Villarroel, a pesar de su dimisión -por
desacuerdo con el Consejo de Gobierno que no le habían
consultado, ni a él ni a los jefes militares, las decisiones
que habían tomado de proseguir la lucha, que suponía un
sacrificio inútil-
se presentó en la Plaza del Borne y se volvió a poner al
frente de la resistencia. A sugerencia de Villarroel, el
“Conseller en Cap” (Alcalde) Rafael Casanova, seguido de
varias figuras de la nobleza y una cohorte de ciudadanos
armados, salió hacia el baluarte del Portal Nou para animar a
los defensores, enarbolando la bandera de Santa Eulalia,
patrona de Barcelona. Cayó herido leve Casanova y tomó su
relevo el Conde de Plasencia.
Con misión
parecida salió la representación de la Diputación portando
el estandarte de San Jorge, dirigiéndose al sector de la
Plaza de Palacio. En las inmediaciones del Portal Nou, se luchó
encarnizadamente en el Convento de San Agustín, donde los
defensores resistieron ocho horas. Villarroel cayó herido de
un tiro en una pierna; herida similar a la de Casanova; pero,
no obstante, siguió al frente del combate.
Pasado el
mediodía, Villarroel creyó que era imprescindible hallar una
solución antes de la noche, para evitar a la ciudad la
guerra, el saqueo y el asesinato masivo.
A las tres de
la tarde se paró el fuego y poco después se iniciaban las
negociaciones. Tres Comisionados barceloneses iniciaron las
conversaciones con el Mariscal Berwick, que se prolongaron
hasta la medianoche. Berwick exigió la rendición
incondicional, prometiendo un alto el fuego hasta las 13 horas
del día 12.
Tras la
consulta con la Junta de Gobierno de la ciudad, los
Comisionados catalanes se reunieron con Berwick, firmando la
capitulación de Barcelona y Cardona, efectiva desde el 13 de
septiembre al amanecer.
“Hasta
el último momento de la lucha, los objetivos había sido
los que se hacían constar en el documento dirigido al
pueblo: salvar la libertad del Principado y de toda España;
evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al
resto de los españoles, bajo el dominio francés;
derramar la sangre gloriosamente por su rey, por su honor,
por la patria y por la libertad de toda España”
Este párrafo,
debido al historiador radicalmente nacionalista el catalán
Ferran Soldevila, demuestra fehacientemente que la guerra de
Sucesión no tuvo cariz nacionalista, ni catalanista ni
separatista, sino meramente sucesorio y antifrancés.
ARRIBA
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