LA
GUERRA DE SUCESIÓN
LA
VERDADERA HISTORIA DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1714
Por
EDUARDO PALOMAR BARÓ. 12/09/2006.
Contra la sucesión de Felipe V, temiendo que el advenimiento de un Borbón al trono de España aumentaría el desequilibrio europeo ya amenazado por la prepotencia de Luis XIV, Alemania, Holanda, Inglaterra, Portugal y Saboya formaron la Gran Alianza (1701) para imponer un nuevo pretendiente: el archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo I y nieto de María, hija de Felipe III.
La guerra, que tuvo por teatros Italia, los Países Bajos, Alemania, España y el mar, se desarrolló en tres fases.
La primera (1701 – 1704), aunque Felipe gana el título de el Animoso por su arrojo en las batallas de Santa Vittoria y Luzzara (Italia), que fueron otras tantas victorias, es adversa a la causa borbónica: el inglés Marlborough invade los Países Bajos y derrotando a Tallard y Marsin en Alemania, hace pagar caras las victorias francesas de Friedlingen y Hochstädt, mientras que los anglo-holandeses ocupan Puerto de Santa María e incendian la escuadra franco-española en Vigo.
La
segunda (1704 –1709) es también favorable al Archiduque, que tuvo casi el
triunfo en las manos: derrota en Blenheim de los franceses, que evacuan
Alemania, desembarco de Carlos en Lisboa, toma de Gibraltar por los ingleses,
derrota en Málaga de la escuadra francesa, rendición de Barcelona al
Archiduque (1705), entrada de éste en Madrid, derrota francesa de Ramillies
(1707), con la evacuación del Piamonte, Brabante y Flandes, ocupación inglesa
de Cerdeña y Menorca y derrota francesa en Malplaquet (1709); sólo la victoria
de Almansa (1707), entre tanto desastre, hizo que no decayeran los ánimos de el
Animoso.
La tercera fase (1709 – 1713) confirma ya decididamente al Borbón en el trono, sobre todo cuando la accesión al trono austriaco del Archiduque le retira el apoyo de alguno de sus aliados, que veían en la alianza de España y Austria no menor peligro para el equilibrio europeo que en la unión dinástica de España y Francia. Las victorias borbónicas de Brihuega y Villaviciosa (1710) ponen virtualmente término a la guerra, aunque Cataluña, interesada en salvar sus fueros, sigue defendiendo la causa del Archiduque hasta 1714.
Los tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714) reconocieron la sucesión de Felipe V y zanjaron las cuestiones pendientes con grave quebranto para España y Francia, a la que sucede Inglaterra en la hegemonía europea. España perdió Nápoles, Cerdeña, los presidios de Toscana, Bélgica y el Milanesado a favor del Emperador; Sicilia a favor de la Casa de Saboya; Gibraltar y Menorca a favor de Inglaterra.
La frase ¡Ya no hay Pirineos!, pronunciada por el embajador de España en Francia, Castel dos Rius, al presentar Luis XIV a su nieto en el palacio de Versalles como rey de España, fue una verdad a medias. Felipe V, inducido por el ambicioso Alberoni, que había prometido a su rey “hacer de España la monarquía más poderosa”, trata de anular los tratados de Utrecht y Rastadt y sorprendiendo a las potencias europeas con la súbita ocupación de Cerdeña (1717) y gran parte de Sicilia (1718), provoca la formación de la Cuádruple Alianza, integrada por Francia, Inglaterra, Saboya y el Imperio, que declaran la guerra a España. Ésta hubo de ceder sus conquistas, pero consiguió en cambio la sucesión de los ducados de Parma, Plasencia y Toscana para don Carlos (futuro Carlos III), hijo mayor de su segunda esposa, Isabel Farnesio (1692 – 1766), que encaminó toda su política a hallar Estados para sus hijos en Italia.
En 1712 empezaron las conferencias de paz de Utrecht. El Emperador, es decir el Archiduque Carlos, aseguró a los catalanes -mediante una carta a la ciudad de Barcelona de noviembre de 1711- que si los tratados no eran “con las ventajas y conveniencias que nos aseguren las de mi justa causa y amados súbditos, y especialmente de ese Principado al que con tanta especialidad aprecio por lo que ha sacrificado, no serán por ningún caso admitidas ni oídas de mí semejante proposiciones, quedando yo con deliberado y constante ánimo de continuar la guerra con el mayor vigor y esfuerzo”.
Pero a pesar de las seguridades dadas por el Archiduque, poco pudo hacer el embajador Marqués de Montnegre por velar por los intereses de Cataluña, ya que el Emperador tenía graves problemas con sus enemigos y también con sus antiguos aliados que le abandonaban; tenía que hacer frente a la revuelta de los húngaros y al peligro musulmán, tan cercano.
El 14 de marzo de 1713 se firmaba en Utrecht el compromiso de los aliados de evacuar Cataluña, Mallorca e Ibiza (Menorca y Gibraltar ya estaban en poder de Inglaterra). El asunto de las Constituciones de Cataluña era aplazado hasta la firma del Tratado de Paz.
El Archiduque había dejado en Barcelona a su esposa como Lugarteniente, pero la Emperatriz, dando por terminada su regencia, embarcaba el 19 de marzo de 1713 en Barcelona en un navío inglés, hacia Génova y posteriormente a Austria, dejando sus funciones al Mariscal Starhemberg, que seguía al frente de los restos del ejército aliado.
El 11 de abril de 1713 Francia firmaba en Utrecht la paz con Holanda, Gran Bretaña, Saboya y Prusia, que reconocían a Felipe V Rey de España. Gran Bretaña se apresuró a nombrar embajador en Madrid con el encargo de entrar en contacto con Starhemberg de cara a un armisticio.
Comenzaron los contactos entre el mando aliado y los jefes borbónicos. Los catalanes intentaron de nuevo alcanzar la promesa de respeto a sus fueros, pero los oficiales de Felipe V se negaron a hablar del tema. El 22 de junio de 1713 se firmó, en Hospitalet de Llobregat, el acuerdo de armisticio. Se estipulaba el alto el fuego a partir del 1 de julio; que, seguidamente, las fuerzas borbónicas podía iniciar la ocupación; que las fuerzas aliadas se concentrarían en Barcelona y Tarragona para ser evacuadas.
El Mariscal Starhemberg tardó tres días en comunicar la noticia del armisticio a las autoridades catalanas. Ante la gravedad de la situación, la Diputación convocó Junta de Brazos, asistiendo 19 representantes del Brazo Eclesiástico, 202 del Brazo Militar y 111 del Brazo Real. Se constituyó una comisión que por 17 votos contra 10, emitió un informe de fondo pacifista, recomendando enviar unos emisarios al Rey o al Comandante en jefe de las tropas felipistas, para pactar la sumisión, intentando la conservación de las Constituciones.
Pero el 9 de julio de 1713 se hizo pública la proclama de la Diputación exhortando a la fidelidad al Emperador y a la resistencia a Felipe V. Ese mismo día embarcaban en el Besós, en naves inglesas, las tropas aliadas, y con ellas muchos aragoneses y catalanes que militaban en aquellas tropas. El emperador había prometido a cuantos quisieran expatriarse, el ingreso en el ejército austriaco, respetándoles la graduación y el sueldo. Quedaron solamente en tierra unos 1.500 hombres, de ellos unos 350 extranjeros. Cataluña quedaba abandonada a su suerte.
Las fuerzas francesas de Luis XIV ocupaban casi la actual provincia de Gerona, a excepción de Ripoll y Hostalrich. Las tropas hispano-francesas de Felipe V ocupaban la mitad de la actual provincia de Tarragona, así como Lérida, Balaguer y la zona del Noguera Pallaresa hasta Francia.
Frente a estas fuerza, Cataluña se aprestaba a la resistencia con los siguientes efectivos:
En el castillo de Cardona, con 28 soldados. En Castellciutat con 140 hombres, al mando del general Moragas. En Barcelona con tres compañías de la Diputación, con 105 hombres y los restos de un Regimiento con unos 165 hombres. También se podía contar con unos 1.500 soldados españoles del ejército del Archiduque, que no quisieron ser evacuados, así como unos 2.000 voluntarios escampados por las zonas de Vich y Hostalrich, algunos de los cuales llegaron a Barcelona.
Con este potencial bélico de unos 4.000 hombres se pretendía hacer frente al ejército hispano-francés, compuesto por lo menos por 25.000 hombres.
Tras la rendición del general Moragas en Castellciutat, hecho ocurrido en septiembre de 1713, la resistencia quedó reducida a Barcelona -sometida a bloqueo- y Cardona, así como a la lejana Mallorca.
En los primeros meses del año 1714 aparecieron por Cataluña una red de recaudadores de impuestos (felipistas) lo que reavivó la hostilidad hacia Felipe V, produciéndose un gran número de bandas de guerrilleros que sirvieron para distraer efectivos a las tropas borbónicas, representando un alivio del bloqueo de Barcelona.
Consecuencia del levantamiento de las guerrillas fue el paulatino envío de refuerzos felipistas a Cataluña y el endurecimiento del sitio de Barcelona. El 3 de abril de 1714 se inició el bombardeo de la ciudad, mediante seis morteros emplazados en el Clot. En mayo prosiguieron los bombardeos, que duraron ininterrumpidamente durante seis semanas, hasta el 6 de julio. En esta fecha tomó el mando el Mariscal Berwick, llegando con él refuerzos franceses y españoles, con un total aproximado de 39.000 hombres.
El día 12 de agosto de 1714 se desencadenó un furioso ataque al Portal Nou y el día 13 al portal de Santa Clara. Tras una intensa preparación artillera se inició el asalto a ambas posiciones, siendo repelidos heroicamente por los defensores. Parece ser hubo 196 bajas barcelonesas por 900 de los felipistas. Ante el fracaso de este intento, el Mariscal Berwick hizo una propuesta de armisticio, recibiendo la contestación “de no escuchar ninguna proposición para rendir la plaza”.
A las cuatro y media de la mañana se inició el ataque general. Una hora más tarde los atacantes se habían apoderado de los baluartes del Portal Nou, Santa Clara y Levante, así como del Monasterio de Santa Clara. El general Villarroel, a pesar de su dimisión -por desacuerdo con el Consejo de Gobierno que no le habían consultado, ni a él ni a los jefes militares, las decisiones que habían tomado de proseguir la lucha, que suponía un sacrificio inútil- se presentó en la Plaza del Borne y se volvió a poner al frente de la resistencia. A sugerencia de Villarroel, el “Conseller en Cap” (Alcalde) Rafael Casanova, seguido de varias figuras de la nobleza y una cohorte de ciudadanos armados, salió hacia el baluarte del Portal Nou para animar a los defensores, enarbolando la bandera de Santa Eulalia, patrona de Barcelona. Cayó herido leve Casanova y tomó su relevo el Conde de Plasencia.
Con misión parecida salió la representación de la Diputación portando el estandarte de San Jorge, dirigiéndose al sector de la Plaza de Palacio. En las inmediaciones del Portal Nou, se luchó encarnizadamente en el Convento de San Agustín, donde los defensores resistieron ocho horas. Villarroel cayó herido de un tiro en una pierna; herida similar a la de Casanova; pero, no obstante, siguió al frente del combate.
Pasado el mediodía, Villarroel creyó que era imprescindible hallar una solución antes de la noche, para evitar a la ciudad la guerra, el saqueo y el asesinato masivo.
A las tres de la tarde se paró el fuego y poco después se iniciaban las negociaciones. Tres Comisionados barceloneses iniciaron las conversaciones con el Mariscal Berwick, que se prolongaron hasta la medianoche. Berwick exigió la rendición incondicional, prometiendo un alto el fuego hasta las 13 horas del día 12.
Tras la consulta con la Junta de Gobierno de la ciudad, los Comisionados catalanes se reunieron con Berwick, firmando la capitulación de Barcelona y Cardona, efectiva desde el 13 de septiembre al amanecer.
Este párrafo, debido al historiador radicalmente nacionalista el catalán Ferran Soldevila, demuestra fehacientemente que la guerra de Sucesión no tuvo cariz nacionalista, ni catalanista ni separatista, sino meramente sucesorio y antifrancés.“Hasta el último momento de la lucha, los objetivos había sido los que se hacían constar en el documento dirigido al pueblo: salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de los españoles, bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España”
Documento extraído de: http://www.generalisimofranco.com