Se ha
comentando, y se sigue comentando hasta la saciedad, que
Franco fue el instigador del golpe militar de 1936, aunque
para ello tengan que obviar algo tan conocido como que el
cerebro de la conspiración era Emilio Mola, por ello fue
llamado “El Director”, y que, de triunfar ésta, la
jefatura del Estado sería entregada a José Sanjurjo. En
realidad, la participación de Franco en la preparación de
la rebelión no sólo fue prácticamente nula sino que los
militares alzados no confiaban en él. Franco no quería
comprometerse, a la vez que se reunía con los conjurados,
procuraba mantener sus vínculos con el Estado republicano.
En el año
1933, Franco fue destinado a La Coruña. Poco después lo
fue a la Comandancia Militar de las Islas Baleares. El
triunfo del centro-derecha en 1933 significó un freno a la
reforma militar emprendida por Manuel Azaña. El nuevo
primer ministro, Alejandro Lerroux, nombró a Franco asesor
militar del Gobierno. Desde ese cargo fue el principal artífice,
nombrado por el ministro de Guerra Diego Hidalgo Durán,
contra la revolución de Asturias, que tuvo lugar el 6 de
octubre de 1934. Como recompensa por su actuación recibió
el nombramiento de Comandante en Jefe del Ejército en el
protectorado de Marruecos. Al año siguiente fue llamado por
el nuevo ministro de la Guerra, José María Gil-Robles, líder
de la CEDA, para ocupar el puesto de Jefe de Estado Mayor.
El triunfo
en las elecciones de febrero de 1936 del Frente Popular
–coalición de partidos de izquierda liderada por Azaña–
significó un importante revuelo en los cuarteles. Ante los
rumores de golpe de Estado –ya en 1932 el general Sanjurjo
lo había intentado sin éxito– el Gobierno llevó a cabo
una política de dispersión de los militares considerados
como desafectos, alejándolos lo más posible de Madrid, lo
que motivó el destino de Franco a la Comandancia General de
Canarias y al general Goded a las islas Baleares.
El 9 de
marzo de 1936 embarcó en Cádiz, Francisco Franco, el nuevo
comandante militar de Canarias. Con él y con su familia
viajaba su pariente y ayudante, el teniente coronel Franco
Salgado.
Por estas
fechas, Franco ya no tenía ninguna confianza en la
posibilidad de la convivencia nacional dentro del Régimen
republicano.
Su ánimo se
había inclinado, ciertamente, hacia las soluciones drásticas,
si todos los demás remedios fracasaban; pero seguía siendo
partidario de agotar los trámites pacíficos. Aún pondría
de su parte algún intento importante para evitar el choque
armado entre unos españoles y otros. “Cuando
no haya más remedio”, le había dicho al teniente
coronel Valentín Galarza, enlace general entre los
distintos Mandos superiores, “dispuestos a poner un límite al desorden y a la subversión”.
Casi en vísperas
de tomar el tren asistió a una reunión en la que
estuvieron presentes los generales Mola, Villegas, Fanjul,
Orgaz, Ponte, Varela, Saliquet, García de la Herranz, González
Carrasco y Rodríguez del Barrio. También cambió
impresiones con algunos políticos civiles.
En la estación
de Sevilla, durante la parada del tren, recibió noticias de
que en Cádiz estaban ardiendo algunas iglesias. El embarque
en el vapor “Dómine”
se llevó a cabo, por consiguiente, bajo augurios sombríos.
El día 12 de marzo de 1936 llegó a Tenerife, luego de
haber hecho una muy breve escala en Las Palmas.
Desde el
primer día en su nuevo destino empezó a estudiar los
problemas militares del archipiélago. Lo primero que hizo
fue disponer un detenido viaje de inspección, después,
preparar un plan de defensa de las islas, tan inestimables
desde muchos puntos de vista, entre ellos el de la
estrategia militar a seguir.
Ya el día
del desembarco en Tenerife, se produjeron algunas pequeñas
manifestaciones de elementos del Frente Popular. Les había
molestado el nombramiento del comandante general que llegaba
en aquel momento. Al cabo de muy poco tiempo hubo en el
Estado Mayor de la Comandancia la impresión acentuada de
que la vida de Franco corría riesgo, y cabía temer un
atentado. Se reforzaron las guardias y se estableció una
especial en la parte trasera de la residencia oficial. Una
noche, la guardia tuvo que hacer fuego contra unos
individuos que trataban de acercarse al amparo de las
sombras. Los presuntos agresores huyeron.
A Madrid
llegaban mensajes frente-populistas pidiendo el relevo del
comandante militar. En los muros de Tenerife aparecieron
algunos letreros que expresaban dura hostilidad contra él.
Elementos de extrema izquierda procuraban mantener una
fuerte presión contra el Ejército. Mientras tanto, se
recibían de la Península noticias abrumadoras. Incendios,
asaltos, tiroteos en las calles, ocupaciones de edificios y
de tierras, asesinatos, llamamientos a la rebelión
armada… El plazo que le iba quedando a la autoridad para
reaccionar adecuadamente y gobernar de verdad se acortaba
por momentos.
Franco
obedeciendo a un designio muy meditado, quiso dar una última
oportunidad para suscitar esa reacción del Gobierno. Y con
fecha 23 de junio de 1936, escribió una carta al Presidente
y a la vez Ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga,
avisándole del descontento de gran parte del ejército.
Pero Casares no hizo caso a la misiva dirigida por Franco.
Esta carta pronto se hizo famosa, conservando un valor histórico
indiscutible, al anunciarle los peligros inminentes, señalando
el camino para salirles al paso.
El 12 de
julio Franco escribe un telegrama en clave para Mola:
“Geografía poco extensa”, es decir, que no se unía a
la tentativa. Al llegarle la nota, Mola informó al resto de
sus compañeros de que Franco no colaboraría con ellos.
En la
madrugada del 13 de julio de 1936 es asesinado José Calvo
Sotelo, y eso hace reconsiderar a Franco su postura. Algunos
historiadores manifiestan que al conocer el execrable
asesinato de Estado, exclamó: “La patria ya cuenta con
otro mártir. No se puede esperar más. ¡Es la señal!”.
Y manda un nuevo telegrama al general Mola comunicándole
que puede contar con él.
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