El Cuartel de la Montaña

Caídos por Dios y por España.

 


El Cuartel cercado.


 

Mitin improvisado en la Puerta del Sol.

No cabe duda: querer entrar en la Montaña es exactamente igual que pretender llevar refuerzos a una plaza sitiada. He aquí otra escena, viva y auténtica, referida por los falangistas Esteban Justo y Edelmiro Trillo. Aquí las cosas se ven desde dentro, desde el mismo Cuartel:

«Empezaron a llegar caras conocidas. Manuel Sarrión San Martín y Rafael Garcerán Sánchez -pasantes de José Antonio-, Gregario Miranda, Jimerio, Darde, Carlos Ureña, García Noblejas (Jesús y José), Ceneiro García Pérez, Eugenio Moriones Aramendía, Cogorro Maxi, etc. Todos, todos los que pudieron burlar la vigilancia para no caer en manos de los milicianos que patrullaban por las calles.

Los encargados de recibimos eran los camaradas falangistas Gregario Miranda, Dardé y otros. Allí estaban también, vestido de teniente de complemento, Gumersindo García, nuestro primer jefe provincial de Madrid, y de suboficial, Fisón.»

La entrada de falangistas en el Cuartel resulta cada vez más peligrosa. Las ráfagas de las ametralladoras obligan a retroceder a muchos de los patriotas. Alguno ni retroceder puede. Se queda allí sobre la tierra encendida por el sol de la tarde de julio, que sorbe rápidamente la sangre del héroe anónimo.

Una de las víctimas es un muchacho, casi un niño. Trata de ganar la rampa que sube la calle de Ferraz. 

«En la mitad del camino -escriben Justo y Trillo- fué alcanzado por los disparos de un miliciano que se apostaba en el hueco de un portal, y cosido por el vientre a los ladrillos del muro de contención que ciñe la explanada. Algunos de los fusileros al servicio del Gobierno están parapetados en los troncos de la arboleda extendida al pie del terraplén o en los postes metálicos de las líneas de tranvías. Es una caza en toda regla. Extraño y emocionante espectáculo que muchos vecinos contemplan desde las casas contiguas.»

Formación de batallones populares.

Esos muchachos que consiguen llegar al Cuartel, pálidos unos, sofocados y sudorosos otros, todos sonríen extrañamente y respiran con fuerza. La muerte los ha rozado, y sus ojos brillan de haberla sentido tan cerca. En su valentía juvenil, están contentísimos de la hazaña realizada. Pero algunos buscan, en vano, a su alrededor al compañero que corría con ellos hace un momento y se ha quedado en el camino... Un oficial de Ingenieros les entrega en seguida el uniforme militar, sin emblemas, según van llegando.

Cada vez, no obstante, los muros de la Montaña se hacen más inabordables. Cada vez son más escasos y espaciados los que consiguen llegar a ese islote abanicado por ráfagas mortales. Quienes consiguen entrar en el Cuartel deben atribuirlo o a su temeridad feliz, o por haber acertado con la puerta de la calle de Ferraz, la única propicia, y que es la que utilizan los enlaces que van y vienen. La mayor parte de los falangistas penetraron por ella, gracias a la indulgencia de un jefe de Asalto. 

«Durante la tarde -cuenta un testigo presencial- y ante la casi imposibilidad de que entrasen en el Cuartel los afiliados de Falange Española, se mandó aviso a un teniente de Asalto que mandaba la fuerza de la parte de acceso por la calle de Ferraz pidiéndole que en nombre de España dejase entrar. Y efectivamente, se notó el efecto, pues en media hora penetraron la casi totalidad de los 200, que ya permanecieron en el Cuartel: 150 en Infantería y 50 en Alumbrado.»  

Por eso los requetés, que recibieron más tarde la orden de incorporación, a pesar de hallarse preparados, no consiguen ya llegar a la Montaña. 

«Rodeado el Cuartel -dice don Bernardo Salazar- por los guardias de Asalto y Milicias armadas, que cortaban el paso a cuantos intentaban llegar a él, hubo que dar contraorden a los grupos movilizados, los cuales regresaron con el corazón oprimido.»

Dos incidentes dramáticos, a media tarde. Anverso y reverso de una misma medalla. Al coronel Serra le anuncian de pronto que le llama al teléfono el general Cruz Boullosa, subsecretario de Guerra hasta el día anterior. El General le comunica que un hijo suyo, alumno de Infantería, se ha metido furtivamente en el Cuartel y que su madre lo ha sabido y está desolada. Cruz Boullosa invoca su antigua: amistad con el Coronel, para que éste permita salir a dicho alumno, con lo cual pondrá fin al horrible sufrimiento de su madre.

El Coronel contesta caballerosamente que no tiene el menor reparo en complacer a la atribulada madre, pero hay que contar, a su juicio, con la voluntad del hijo. Un ayudante va en busca del cadete y le expone el deseo de sus padres. El muchacho contesta:

- Será de mí lo que sea de mis compañeros.

Y añade que para tranquilizar a su madre le digan que se marchó del Cuartel a casa de unos amigos.

Casi a la misma hora, dos muchachos falangistas llegan, acompañados de su madre, a la puerta que da a Ferraz. La mujer se ha enterado del riesgo que van a correr sus hijos y ha querido acompañarlos. Ha ido con ellos hasta el mismo portal. Ha oído de cerca los disparos. Ha abrazado muy fuerte, muy entera, a los dos muchachos. Nadie ha podido notar que pensaba darles tal vez el último beso. Los ha visto desaparecer en el portal, siempre sonriendo. Y luego, una vez sola y vuelta de espaldas a la Montaña, ha desandado el terraplén, trémula, trágica, con las manos temblorosas y las lágrimas que se le iban saltando...

Milicianos ante el Ministerio de la Guerra.

Y, con todo, son pocos. Cuando Garcerán sube al piso primero para saludar en nombre de Falange al general Fanjul y ponerse a sus órdenes, el jefe le recibe con visible cariño. Está acompañado de los coroneles de Infantería e Ingenieros. Pregunta al recién llegado cómo ve los acontecimientos. Garcerán expone las instrucciones recibidas de José Antonio y manifiesta su deseo de entrar en acción cuanto antes. El Ministerio de la Gobernación y la emisora de Unión Radio son sus obsesiones: deberían tomarse a la mayor brevedad, lo mismo que la Cárcel Modelo, ya que ha sido vaciada hoy mismo de ladrones y asesinos, pero donde están encerrados unos quinientos falangistas.

-¡Qué más quisiera yo! -contesta vivamente Fanjul.

Y luego da a entender que no cuenta con fuerzas suficientes para intentar nada de eso. No hay noticias de Campamento. Casi todos los cuarteles de Madrid siguen vacilantes u hostiles. Con la Guardia civil y la de Asalto no hay que contar. Y para colmo de contrariedades -termina Fanjul-, se calculaba que entre Falange, Requeté y otras organizaciones patrióticas aportarían al Cuartel un refuerzo considerable, de 1.500 voluntarios, y en estos momentos, en que es ya inútil presumir que pueda llegar uno más, esos 1.500 muchachos han quedado reducidos a menos de 200. Exactamente, a 183. He aquí sus nombres:

Manuel Sarrión San Martín y Rafael Garcerán Sánchez, representantes de José Antonio; José García Noblejas, jefe de milicias; Gumersindo García Fernández, subjefe; Luis Nieto García, ayudante.

De la primera centuria: Reneiro García Pérez (jefe), Federico Labat Nardiz (subjefe), Gabriel López Oliva Villalonga, José del Prado, Pablo Pedraza Mooser, Ricardo Senra Díez, Joaquín Noel Artal, Paulino Tielas Fernández, Alfonso Gallego Cortés, José Díaz Duque, Jacinto Sanz Sánchez, Emilio de Sillas Damberghin, Jaime Aznar Gerner, Carlos Herraiz Crespo, Joaquín Blanco, Julio Peña Jourdain de Rocheplatte, Fernando Zanzada Narváez, Leopoldo Martínez Campos, José Lorenzo Delgado, Eugenio Lostán Ramón, Antonio Dabán Fernández de Sedano, Enrique Calvet Hidalgo, Eugenio Moriones Aramendía, Fernando Borra Barasoain, Ángel Aparicio Alonso.

De la segunda centuria: Gregorio Miranda Minguela (jefe), Julián Bosch, Pedro Beramendi Martínez, Zacarías Sancha Escobar, Fermín Pinilla Losilla, Francisco Rubio Guerra, Eduardo

Castillo Cabema, Eduardo Sánchez Carrasco, Manuel Feito López, la] Salvador Sáenz de Heredia, Sebastián Pérez de Castro, Antonio Ruiz Pieri, Ángel Briones González, Antonio Navarro Segura, .. Carlos Villegas Bertani, Manuel Lorenzo Portela, Antonio del Valle Serrano, Joaquín Briones González y otro más cuyo nombre no consta.

De la tercera centuria: Carlos Ureña Jiménez Coronado (jefe), Juan Ángel García López (subjefe), Adolfo García Álvarez, Manuel Sánchez Torres, Hernando Martín Calvarro, José Menéndez o Azcune, Ramón Avenaza Rivelles, Fernando La Santa Lanrero, Esteban Justo Tomás, Timoteo Rodríguez Diez, Toribio Villar la. López, Ramón Calvo, Mauricio Rodríguez S. Victoriano, Ramón de Rosales Gómez, Manuel Gómez Barrero y Quiterio Poyo Aparicio.

De la cuarta centuria: Fermín Cogorro de Miguel (jefe), Pablo Portero Peiró (subjefe), Carlos Doménech Ramírez de Arellano, Manuel Font Mármol, Inocencio Villalevilla Gutiérrez, Alejandro Alonso de la Pila, Luis Senac Calderón, Eleuterio Crespo Alcázar, Manuel Lista Herranz, José Muñoz Bernal, Fernando Bushell von Blankenstein, Mario Rey Juanes, Agripino Camín Elósegui, la! Manuel Bonvier Osuna, Fernando García de Ángelo, Manuel  Corujedo Inclán, Eduardo Aristegui Casado, Emilio García García, de Antonio Carpio González, Agustín Delgado Aranda, Gabriel Bustos Plaza y otros más cuyo nombre no se conoce.

De la quinta centuria: Fernando Travesí Bibiano (jefe), Antonio Payno Mendicouague (subjefe), Javier Jimeno Ondavilla, de José Darde Montero, Jesús Pascual Villagray, Luis Sánchez Jiménez, Fermín Nabal Arbe, Joaquín García Lario, Gonzalo Pascual Villagroy, Felipe Gómez Jerez, Argimiro Torrecilla Cimadellavila, Agustín Berrueza Olasaguarri, Félix Pérez de la Manga Martínez, Mariano de la Torre González, Francisco Nalda Prado,  Julio Galbarriato García, Manuel Travesí Bibiano, Marcos Nalda Prado, Luis Argüelles Pérez, Cándido Moreno Calvo, Manuel Galbarriato Pérez.

De la sexta centuria: Emilio Jiménez Millas (jefe), Mario Maxi Burgoa (subjefe), Luis Arenas Caravantes, Pablo Arredondo Diez de Oñate, Rafael Martínez Reus, Federico Maxi Burgoa, o Federico Lieb Cossi, Luis Gándaras Zamora, Julio García-Cuerva Cagiao, Manuel Continente Moutarde, Diego Arredondo Diez de e Oñate, Miguel López Jimeno, Ricardo Desi Fernández de Angulo, Eduardo Moyano Palatín, Fernando Reyes Morales, Víctor Delgado Aranda y Sánchez Ledesma.

De segunda línea: Miguel Álvarez Ayuca (jefe), Antonio Rodríguez Jimeno, Julio Ortiz del Pueyo, Alfonso Senra Diaz, Octavio Serrano Laffita, Fernando Valderiama Pineda, Ramón Ruiz ha Casado, José de la Gándara Jiménez, Carlos Salido Moreno, Fernando Redondo Piquenque, Justo Ceñal Lorente, Manuel Torres Acero, Fernando Valderrama. Alday, José Luis Serrano Laffita, Julio Ortiz del Pueyo, Antonio Valderrama Pineda, Jesús Pérez Palacios, Pedro Marils Ferrer, Mariano Barrial Diez de Liaño, Abelardo González Santólicas, Antonio Redondo Piquenque , Vicente Monmeneu Ferrer, Juan Fernández Huidobro y José María Rodríguez Delgado.

De extrarradio: César Moreno Navarro (jefe), Rafael Portero Peyró, Teolindo García Fernández, José Serrano Pérez, Vicente Galiano Utrilla, Marcelino Suárez-Fernández Eguía, Melchor Gallardo Fernández, Julio Montilla Montilla, Ángel Morán Rodríguez, José Pezuela Andrade, Rafael Garrido Acuña, Ezequiel Catón Marcos, César Tejedor Valcárcel, José Campiña, Antonio de Miguel Postigo, José María Fernández Gamboa, Jesús Horcajada Pineda y Alberto Serrano Pérez.
 

No cuenta, en efecto, el General, con fuerzas suficientes  que le permitan proyectar grandes planes ofensivos y de conquista. No obstante, a pesar de esta visión realista, conserva un optimismo y una confianza admirable en aquellas horas tremendas. Recomienda que se proceda a la instrucción intensiva de los recién llegados, que se extreme la vigilancia del exterior y que todo el mundo esté apercibido, porque el de
momento grave se aproxima. No ha habido más que un retraso forzoso, de doce horas. Lo que no se ha podido hacer hoya las tres de la tarde se llevará a cabo mañana a la madrugada.

Los circunstantes escuchan atónitos, casi conmovidos, ese torrente de esperanza que brota de labios del general. El comandante Méndez Parada sospecha incluso que en ellas se encierra un fausto secreto que el jefe no puede revelar todavía. Y cuando, entre reconfortado y vacilante, se atreve a preguntar al General si está seguro de los hilos que tiene entre manos, Fanjul le contesta con perfecta naturalidad:

- Hilos no tengo ninguno. Yo soy un militar que ha recibido de un superior la orden de venir aquí. No he preguntado nada. He cogido un maletín, he subido a un coche y he venido al Cuartel. Mi conciencia está perfectamente tranquila. He acudido al sitio que me han designado, a sabiendas de que es el más peligroso. Pero el deber hay que cumplirlo así. Sobre todo cuando lo impone la Patria.


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