El Cuartel de la Montaña

Caídos por Dios y por España.

 


Los primeros Falangistas llegan al Cuartel de la Montaña.


 

Primeras horas de entusiasmo callejero.

Fanjul no ha podido todavía realizar su plan de echarse a la calle. Pero, a medida que transcurren las horas de este domingo mortal, cada vez se va haciendo más difícil, no ya salir a la vía pública, sino entrar en la Montaña. El Cuartel está cercado en toda regla.

No hay noticias de la guarnición de Campamento. Tampoco se sabe si se han ejecutado las órdenes cursadas a los demás cuarteles. El calor es enervante. Los patios de la Montaña están como hornos. A las cuatro y media se presentan en el Cuartel los primeros amigos: son los muchachos de Falange Española, que vienen a engrosar el núcleo de los sitiados. Llegan venciendo obstáculos casi insuperables, a través de la plaza de España y la arboleda contigua al Cuartel, como si atravesaran una selva virgen o una manigua poblada de fieras y de asesinos.

Estos muchachos, flor de juventud resuelta al sacrificio, se concentraron en las cercanías de la Montaña y de la Cárcel Modelo durante la mañana, esperando con impaciencia la orden de incorporación. Ponce de León, entre ellos, era el encargado de transmitirla por teléfono a Garcerán, que la aguardaba en casa de otro falangista, Nieto, en la calle de Velázquez. No pudiendo contenerse, a las dos de la tarde Garcerán y Sarrión se han ido al Cuartel del Tercio Móvil de la Guardia civil a realizar un último intento. Han visto al teniente Fisac, al hombre adicto al Movimiento, y le han preguntado qué impresión tenía de sus compañeros. Fisac, muy contrariado y nervioso, les refiere que en aquellos instantes se celebraba una reunión en la Sala de Banderas para decidir la actitud del Cuartel, y se discutía acaloradamente. El teniente coronel es contrario a la sublevación.

No obstante, Fisac confía en ganar la partida; pero ruega a los dos falangistas que no se dejen ver de nadie y se retiren cuanto antes.

Garcerán y Sarrión regresan contrariados a la calle de Velázquez, donde Nieto les comunica, lleno de impaciencia, que durante la ausencia de sus camaradas ha llamado Ponce de León, por teléfono, desde el Cuartel de la Montaña. Dice que la guarnición está sublevada y que los falangistas pueden ya concentrarse en el Cuartel. Garcerán y Sarrión salen para allí inmediatamente, y cuando llegan a la Montaña se encuentran al jefe de las milicias de Falange, José García Noblejas, que los aguardaba, con algunos más. Pero la vigilancia gubernamental en torno al edificio se da cuenta de ese pequeño ajetreo a sus puertas. Y, por otra parte, las grandes dificultades que la policía, puesta sobre aviso, opone a la recluta de los afiliados hacen imposible llamar rápida- mente a todos los que aguardan, en pequeños grupos, en cafetines de barrio o domicilios particulares. Los avisos no corren, y las órdenes urgentes se pierden.

He aquí lo que es a estas horas la entrada en el Cuartel. Nos lo refiere un falangista que la practicó, don Carlos Salido:

«Por fin -dice-, el día 19, a las cuatro de la tarde, encontrándome con varios camaradas en un café situado en la glorieta de Bilbao, se nos comunicó la orden de presentamos en el Cuartel de la Montaña. Nuestro grupo, compuesto de doce personas, se dirigió, para infundir menos sospechas, en grupos de dos o tres. Ramón Abenoza y yo nos dirigimos al Cuartel utilizando el siguiente itinerario: calles de Carranza, Princesa y Ferraz. Durante el trayecto fuimos detenidos varias veces por las milicias, que, ya dueñas de la calle, nos cachearon y nos exigieron la documentación. Afortunadamente, no nos encontraron los brazaletes con los colores de la Falange, que llevábamos arrollados en el tobillo, debajo del calcetín.

Poco antes de llegar al monumento de los muertos de la Aviación, en la calle de Ferraz, fuimos detenidos nuevamente, esta vez por guardias de Asalto; pero al decirles que nos dirigíamos a visitar a un enfermo al Sanatorio Riesgo, situado en la calle de Ferraz, frente al Cuartel, nos permitieron pasar.

Al llegar a la altura de dicho edificio cruzamos la calle rápidamente y entramos en el Cuartel. En ese momento fuimos agredidos por unas ráfagas de ametralladoras desde la plaza de España.»


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