El Cuartel de la Montaña

Caídos por Dios y por España.

 


Primeras medidas de defensa interior.


 

Facsímil del Bando de Guerra. (pulsar sobre la imagen, para ampliar).

Fanjul se ha encerrado en el despacho del Coronel de Infantería, y allí comienza a adoptar disposiciones urgentes. El tiempo apremia y hay que pensar en todo. La primera de esas medidas es de orden interior: en una plaza amenazada -y el Cuartel va pareciéndolo cada vez más- conviene ante todo asegurarse de las propias fuerzas. Se comunica a los alojados en la Montaña que los refractarios a secundar el Movimiento, si los hay, quedan en el acto relevados de todo servicio. La aparente adhesión unánime de hace unos instantes no excluye la posibilidad de excepciones. Algunos sargentos, en efecto, se presentan a sus jefes y solicitan se les conceda la baja de enfermedad. Se los desarma inmediatamente y se los concentra en un departamento especial. Por iniciativa del coronel de Ingenieros señor Fernández Quintana, se procede a abrir zanjas en las entradas del Cuartel como protección contra los carros blindados.

La situación interior del edificio queda así despejada. Pero ¿qué ocurre de puertas afuera? Los enlaces, que traen continuas noticias, son interrogados por el jefe, y ante éste se dibuja poco a poco con trazos claros, precisos, el cerco que se está poniendo al Cuartel. El Gobierno dispone de una muchedumbre armada, presta a atacar a la Montaña. y mientras espera el momento de lanzarla al asalto sigue acumulando minuciosamente medios para contrarrestar toda posible acción de los acuartelados y aplastarla en el acto.

Las secciones de guardias, de Asalto, con ametralladoras y abundantes municiones, ocupan ya todos los puntos dominantes de las cercanías. El Cuartel está sometido a una observación minuciosa y permanente. Fanjul conoce las órdenes severas y tajantes que han sido dadas a las fuerzas gubernamentales.

Frente a ese despliegue de precauciones y ese lujo de posibilidades, el General dispone escasamente de un millar de hombres, no todos seguros, y muy pocos de verdadera calidad profesional. Carece de Artillería. En la Montaña hay dos piezas, pero tienen descargados los frenos y no queda líquido para llenarlos. La situación, por tanto, es francamente mala. Y lo peor es que la actitud de los demás cuarteles o no parece muy clara o sigue siendo una incógnita. A pesar de todo, decide que las fuerzas del Cuartel de la Montaña salgan a la calle a las tres de la tarde. Es decir, dentro de dos horas escasas.

¿Cuál es el plan de Fanjul? He aquí cómo se perfila, a grandes rasgos, en las propias palabras que el General dirige al capitán Ureña. Le llama y le dice:

- Comunique usted al Campamento de Carabanchel que esta tarde saldremos para la División. Que el teniente coronel Álvarez Rementería, como jefe del batallón de Zapadores de Campamento, organice una columna formada por su unidad y por dos baterías del Regimiento Montado, a cuyo Coronel ha de dar directamente la orden por teléfono.

Como no dispone de efectivos bastantes, el General confía en los de Carabanchel. La columna mandada por Álvarez Rementería será la primera en ponerse en marcha, reforzada con las baterías. Vendrá sobre Madrid, a juntarse con los acuartelados en la Montaña; Fanjul tomará entonces el mando supremo, y todas esas fuerzas saldrán a ocupar el edificio de la División, a apoderarse de los puntos estratégicos y a dar lectura, en la forma tradicional, al bando en que se declare el estado de guerra. De la Montaña saldrán las unidades que allí se alojan. En el Cuartel no quedará más que la tropa indispensable para su custodia.

Tal es, en síntesis, la maniobra imaginada por el jefe de las fuerzas sublevadas. Sus cálculos se basan tan sólo en Carabanchel y en la Montaña. En cuanto a los demás cuarteles madrileños, Fanjul aclara su pensamiento mediante una orden complementaria dada al comandante Méndez Parada, que actúa como jefe de Estado Mayor. Le dice que comunique a los demás regimientos de la capital la hora fijada para la sublevación activa, al efecto de que cumplan las instrucciones que se les habrán comunicado.

El General, hasta hace poco apartado de los sucesos que vienen produciéndose sin interrupción durante las últimas veinticuatro horas, ¿se da exacta cuenta de la realidad?

Aunque sabe lo ocurrido hoya primera hora en Carabanchel, ignora seguramente la situación en que ha quedado después el Campamento, casi aislado en lo alto de su loma, más allá dcl Manzanares, sin poder ocupar, por falta de fuerzas, los puentes sobre el río, y con enormes dificultades para comunicarse con el exterior. Si es Carabanchel quien ha de iniciar la ofensiva y si la Montaña no puede hacer nada antes de que la columna salida de allí llegue a Madrid, el plan es poco menos que irrealizable. Además, Fanjul no valora en su verdadero alcance la actitud ambigua o francamente hostil de varios cuarteles madrileños, ni la labor decisiva de captación que Pozas, sin descansar un segundo, está realizando cerca de la Guardia civil y la de Asalto. Finalmente, como todo le ha cogido de sorpresa, incluso su venida a la Montaña, tal vez al General se le hace un tanto difícil adaptarse a las circunstancias, y en especial darse cuenta de que el Cuartel, donde se halla desde hace sólo una hora, en estos instantes está ya virtualmente cercado ...

En la revista Ejército (mayo de 1941), el coronel de Artillería señor Fernández Ferrer ha estudiado este interesante problema táctico e histórico. Después de sentar que los choques entre fuerzas militares y hordas revolucionarias, en el seno de las grandes aglomeraciones urbanas modernas, en nada se parecen a los motines y barricadas del ochocientos, el autor afirma que, una vez planteada la rebeldía militar en el Cuartel de la Montaña, el día 18 de julio por la tarde, con la heroica actitud del coronel Serra a negarse a entregar los cerrojos reclamados por el Ministro, «debió quedar desvanecido, si es que existía, el plan de abstenerse de la lucha», Y añade:

«A partir de ese instante, las fuerzas de la Montaña y los demás regimientos de la guarnición tenían tres caminos: permanecer encerrados en los cuarteles, salir a combatir en las calles, o lanzarse rápidamente al campo para substraer a la tropa del enervante ambiente rojo, restaurar y consolidar la disciplina, y después constituir una columna de operaciones y emprender el ataque al casco de la población luchando en terreno abierto contra las masas desorganizadas de la plebe armada. La primera soluci6n, de encerrarse en los cuarteles, conduce fatalmente al desastre.»

El ponerse a la defensiva, en espera de la actuación ajena, imposibilitaba la victoria rápida y concluyente, que era de todo punto necesario arrancar. La segunda solución, la de echarse a la calle, a batirse contra las turbas y las fuerzas gubernamentales, no era aconsejable, porque las luchas semejantes exigen, en nuestros días, una preparación, una técnica y unos medios de que el Ejército español carecía en 1936. Quedaba la tercera solución: primero, antes de que las turbas rodeasen el edificio de la Montaña, y en segundo y último lugar, 

«cuando se advirtió que comenzaban a emplazarse en la plaza de España, a unos doscientos metros del Cuartel, las piezas rojas de 15,5 cms. Si las fuerzas del Cuartel de la Montaña y de los regimientos bien dispuestos para la sublevación hubieran salido de los cuarteles, tratando de reunirse en las proximidades del Campamento de Carabanchel, podría haberse formado una columna de fuerza respetable, con suficiente artillería para hacer frente, primero, a las hordas, desorganizadas y sin mando, de los miliciano s, y reconquistar después rápidamente la capital».

Fanjul ha llegado tarde a la Montaña. El primero de esos momentos propicios para escapar de Madrid ha pasado ya cuando el General toma el mando de los acuartelados. Y el segundo y último va a transcurrir también muy pronto, antes de que el jefe, sobrecogido por los acontecimientos que le rodean y dominan, haya podido hacerse cargo de la situación.

De momento, Fanjul se encastilla en su plan antedicho. Su convicción de que todo es factible parece tan firme, que, una vez dadas las órdenes transcritas, Fanjul entretiene la forzosa espera revisando y corrigiendo de su puño y letra el bando que confía fijar muy pronto en las esquinas de Madrid.

Mientras el General está trabajando, llegan a la Montaña algunos enlaces. La hora es la más bochornosa del día, y aprovechándose de la modorra que agobia a las fuerzas gubernamentales, resulta todavía relativamente fácil ir de un lado para otro. Los enlaces han visitado varios cuarteles. Han dado en ellos la noticia del espíritu que se manifiesta en la Montaña y al propio tiempo tomaban el pulso ajeno.

Las noticias son poco halagüeñas: en unos, como se ha visto, hay buena disposición por parte de la oficialidad, pero los jefes son opuestos al Alzamiento; otros son incondicio

nales del Gobierno, y si se cuenta con algunos jefes y oficiales adictos, en cambio se desconfía de la tropa, muy preparada por las clases. En conjunto, dominan los indecisos, los temerosos de ser aplastados al primer gesto de rebeldía. Especialmente ingratas son las noticias referentes a la actitud hostil, mejor que indiferente, de los jefes de la Guardia civil, que no han querido comprometerse ni para realizar servicios secundarios y mantener el orden en determinadas barriadas, mientras se desarrolle la pelea en el centro de la capital.

El General recibe sin pestañear esta granizada de informaciones adversas. Los circunstantes se miran en silencio, y se trasluce en sus ojos la inquietud que los sobrecoge poco a poco. Fanjul no se inmuta ni se deja arredrar en lo más mínimo. Empuña el teléfono: quiere hablar personalmente con el teniente coronel Álvarez Rementería. Está un buen rato luchando con el aparato. Hace un calor horrible. En el despacho, casi a oscuras, para evitar la reverberación fuliginosa del aire, nadie dice una palabra. Sólo se oye el nervioso golpear del General sobre el resorte del teléfono y su voz irritada: 

«¡Oiga! ... ¡Oiga! ... ¿Campamento? ...” “¡Oiga! ...»

Es inútil: no hay medio de conseguir la comunicación.

Cuando desiste, por fin, y abandona el auricular diríase que los muros del Cuartel se han espesado prodigiosamente. Todos sienten que el aislamiento en que está la Montaña se agrava por instantes. Ese cielo que se ve por las rendijas de los ventanales entornados, encendido y azul, se va pareciendo al que brilla tras los barrotes de una celda carcelaria.

El General da algunos pasos, las manos a la espalda, retrocede, da unos pasos más. Y de pronto, visiblemente contrariado por cuanto sucede:

- En último resultado -exclama-, yo estoy dispuesto a . salir a la calle, sin más que una escolta, para declarar el .. estado de guerra.

Y luego añade, con una gran naturalidad:

- Pueden ir preparándome un caballo ...

El silencio se adensa más todavía en torno a Fanjul. Los circunstantes imaginan todos lo mismo: el General, de uniforme, la cabeza venerable y orlada de canas, montado a caballo, yendo a través de ese Madrid ocupado por las hordas marxistas, y abriéndose paso con sólo enarbolar en la diestra su bando... ¡Qué temeridad! No llegaría a dar cien pasos, no doblaría la primera esquina sin caer bárbaramente asesinado. Quienes rodean al General le advierten que eso sería una locura. Pondría en trance de fracaso al Movimiento entero. El mismo Fanjul acaba por sonreírse de su arranque romántico:

-Sí, sí... No cabe duda ...  

Son poco más de las tres de la tarde.


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