Declaración
del General Moscardó. |
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Don José Moscardó e Ituarte, General
de División, Caballero de la Orden Militar de San Fernando y
Jefe del Cuerpo de Ejército de Aragón,
Certifico:
Que con arreglo al cuestionario de
preguntas que se me presenta,
Declaro:
A la primera pregunta:
El Alzamiento Nacional en
Toledo hasta quedar sitiado el Alcázar.
En el año 1936 era Coronel Director de
la Escuela Central de Gimnasia y Comandante Militar de Toledo.
Toledo carecía de guarnición militar;
en él estaban la Academia especial de Infantería y Caballería,
Escuela Central de Gimnasia, Colegio de Huérfanos de María
Cristina, Fábrica Nacional de Armas, Caja de Recluta número
3, Cabecera de Tercio de la Guardia Civil y Comandancia de la
Guardia Civil y una Comisión de Guardias de Asalto y locales.
Todos estos elementos eran afectos al
Movimiento y solamente no se tenía seguridad de algunos
elementos de Asalto (Oficiales) y de la Fábrica de Armas
(Oficiales).
Como el ambiente social se iba
enrareciendo cada vez más, dividí la población en sectores,
al frente de los cuales puse un Jefe, a cuyos Jefes reuní en
mi despacho para estudiar todo lo relativo a la defensa de
Toledo, caso de llegar el Alzamiento o que los rojos lo
provocasen.
Con motivo de un incidente provocado
por un vendedor de periódicos con un alumno de la Academia de
Infantería se llegó a una tirantez que estuvo a punto de
hacer estallar una situación grave, pero que también puso de
manifiesto la unión de todos los elementos con que se creía
contar desde el principio. A consecuencia de estos incidentes
la Academia fue trasladada al Campamento de los Alijares, y el
curso de Oficiales de la Escuela de Gimnasia se suspendió,
como también trajo consigo la destitución del Gobernador
Civil, Vicente Costales. A éste le sustituyó el de Albacete,
D. Manuel María González, quien desde el primer momento se
sumó a los elementos de orden, haciendo que volviese la
Academia del Campamento, por cuyo motivo se le hizo un gran
recibimiento por los elementos de derechas y causando gran
contrariedad en los elementos contrarios, que provocaron
incidentes, que fueron rápidamente zanjados.
En esta situación llegó el 18 de
julio, fecha en que me encontraba en Madrid preparando el
viaje a Berlín para asistir a la Olimpiada de 1936, en
calidad de Director de la Escuela de Gimnasia, y en esta
población tuve conocimiento del Alzamiento de las
guarniciones africanas, punto inicial esperado para emprender
nuestra Santa Cruzada, e inmediatamente abandoné todo
proyecto de viaje y me incorporé con toda urgencia a Toledo,
adonde llegué sobre las tres de la tarde, e inmediatamente
circulé órdenes a todos para que se incorporasen a los
puestos que previamente tenían designados.
Mi puesto de mando lo establecí en el
Gobierno Militar, aunque el lugar de reunión durante el día
era el Alcázar, con el que tenía comunicación el Gobierno
sin pasar por las calles de la ciudad.
Se me ofrecieron bastantes elementos de
orden y se procedió a su organización, así como a la
ocupación de los puntos estratégicos de la población, entre
los que se contaban la Fábrica de Armas, que tenía una sección
de guarnición procedente del Regimiento de Madrid, a la que
se reforzó con Guardia Civil, y Escuela de Gimnasia, avanzada
en el camino de Madrid, que fue guarnecida por fuerzas de la
misma Escuela, reforzada por algunos números de la Guardia
Civil.
Por la noche de este día habló por
radio la diputado comunista «Pasionaria» excitando a las
masas para que saliesen armadas a la calle, y al final de la
emisión salieron los rojos de los locales del Sindicato en
dirección a la Plaza de Zocodover, y desde las bocacalles
hicieron fuego sobre el retén de la Guardia Civil que había
en los soportales de la citada Plaza, hiriendo a tres
guardias; oídos los disparos desde el Alcázar bajé con
Oficiales armados a Zocodover, repeliendo la agresión y causándoles
dos muertos y varios heridos, que quedaron abandonados, y
enterado que tenían cercados a los elementos de Falange y
Acción Popular en el local de estos últimos, ordené se les
liberara, lo que se efectuó, incorporándose todos al Alcázar,
procediendo a armarlos y encuadrarlos.
Como por la situación especial del
Gobernador Civil con relación al Ejército no hacía falta la
declaración del estado de guerra, se siguió trabajando en la
organización de todos los elementos para la ocupación y
defensa de Toledo, entre los que se tenía estudiados, y así
se hizo la concentración en Toledo de las fuerzas de la
Comandancia de la Guardia Civil de la provincia, la que se
hizo en camiones desde las cabeceras de las compañías
respectivas el día 21 de julio, trayendo consigo los guardias
sus familias y enseres.
Desde el Gobierno Civil y por teléfono
me comunicaron que un Diputado socialista se había presentado
con orden del Gobierno de hacerse cargo del armamento de los
Caballeros Alumnos y de la Guardia Civil, y se le contestó
que subiese al Alcázar, que allí se trataría el asunto;
pero el Diputado optó como mejor solución la de marcharse a
Madrid directamente, viendo, indudablemente, que no sólo no
conseguiría su objeto, sino que él corría un verdadero
peligro de caer en rehenes. Dándose cuenta en Madrid de que
la actitud de los elementos militares de Toledo no estaba nada
clara, y por otra parte no se había declarado el estado de
guerra, dieron orden por teléfono desde el Ministerio de la
Guerra de que se formase un convoy con todas las municiones
existentes en la Fábrica de Armas, cuyo convoy debería ser
escoltado por doscientos Guardias Civiles.
Con objeto de obstaculizar todo pedí
la orden por escrito, pues aunque se me decía que era Sarabia
en persona, podía ser otra persona, y siendo asunto de tanta
monta, necesitaba tener la seguridad completa de la certeza de
la persona y orden. Todo esto exasperó en Madrid y dieron órdenes
por teléfono en todos los tonos, y ya a la vista de la
tirantez existente, se dispuso la declaración del estado de
guerra el día 21 y la recogida de las municiones, que fueron
llevadas, naturalmente, al Alcázar, y desde este momento
empieza el asedió del Alcázar, adonde se llevó al
Gobernador Civil con sus familiares y varias personas más
izquierdistas en calidad de rehenes.
A pesar de declarar el estado de
guerra, apareció un avión rojo que arrojó proclamas para la
tropa, diciéndoles estaban licenciados, que no tenían que
obedecer a sus jefes, pudiendo marcharse a sus casas, y en
vista de no conseguir resultado alguno, volvió nuevamente un
avión que arrojó unas bombas sobre el Alcázar y sus
alrededores.
Los destacamentos fueron atacados al
presentarse la columna que de Madrid, y mandada por el General
Riquelme, tenía por misión ocupar Toledo y reducirnos.
La Escuela de Gimnasia, avanzada sobre
el camino de Madrid, en la que se concentraron los elementos
previstos para su defensa, no reunía condiciones ningunas
para ella, por lo que se trasladaron al Colegio de Huérfanos
de María Cristina, en donde se encontraban algunos alumnos y
profesores, y como aumentase el empuje del enemigo se hubo de
trasladar al Hospital de Talavera, que reunía mejores
condiciones. En estos destacamentos resistieron hasta que, por
falta material de víveres y municiones, no se pudo hacer más,
y en perfecto orden y evacuando primeramente los enfermos y
ancianos, se replegaron las fuerzas sobre el Alcázar, el día
22 por la tarde, después de haber tenido detenida a
la columna provista de todos los elementos y con artillería y
aviación.
Resistieron las cuarenta y ocho horas últimas completamente solos,
pues la Fábrica de Armas se rindió a un cabo parlamentario
que mandó el General Riquelme; este destacamento formaba, con
el Hospital, la línea avanzada, y no habiendo comunicación
con la Fábrica se hacía por intermedio del Hospital, y
cuando aún se creía estaba en nuestro poder, pues reunía
mejores condiciones para su defensa y contaba con más
elementos materiales, ya se había rendido al enemigo sin
ninguna clase de lucha.
A la segunda pregunta:
Elementos que contaba para su defensa (hombres,
material y víveres).
Los
elementos reunidos en el Alcázar fueron:
Hombres
Jefes y Oficiales:
100
Comandancia Guardia Civil:
800
Tropa Academia:
150
Tropa Escuela de Gimnasia:
40
Falange, Acción Popular y varios:
200
En total, unos 1.300; 1.200
para defensa efectiva, por tener que atender a los
distintos servicios los no combatientes.
A esta guarnición hay que añadir
Mujeres
550
Niños
50
Procedentes, en su mayoría, de familiares de la Guardia Civil, de
algunos profesores de la Academia y elementos de Toledo que se
refugiaron en el Alcázar, que en total hace una población en
el recinto de unas dos mil almas.
Material
De defensa se contaba con el armamento
de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias
de Asalto y Seguridad, que tenían unos mil doscientos fusiles
y mosquetones, y de la Academia se contaba con dos piezas de
montaña de 7 cm., con 50 disparos de rompedora; trece
ametralladoras Hotckiss de 7 mm., y trece fusiles
ametralladores, de la misma marca y calibre, todo en uso por
los alumnos en sus prácticas, y un mortero de 50 mm.
Municiones se contaba con las del Alcázar
y las de las Fábricas de Armas, que se trasladaron, que en
cartuchos de fusil y ametralladora sumaban unos 800.000; 50
granadas rompedoras de 7 cm.; 50 granadas de mortero Valero de
51 cm.; cuatro cajas de granadas de mano Laffite -ofensivas,
200-;
una caja de granadas de mano -incendiarias, 25-,
y unos 200 petardos pequeños de trilita y un explosivo eléctrico.
De material de defensa contra gases se
puede decir no existía, pues en la clase de guerra química
se encontraban unas veinticinco máscaras, pero cada una de
modelo distinto y la mayor parte de ellas sin eficacia alguna.
Material de fortificación: sólo se
contaba con algunos picos y palas de la Academia, pues Toledo
carecía de Parque de Ingenieros.
De Transmisiones, los primeros días se
contaba con el teléfono automático, y cuando lo cortaron,
una vez asediado el Alcázar, se hacía solamente con el
interior por líneas militares de campaña tendidas a los
sitios y puestos que se juzgaban más interesantes. La fuerza
de la Guardia Civil llevó al Alcázar la emisora transmisora
de la Comandancia; pero por no tener grupo electrógeno,
apenas cortaron el fluido cesó su funcionamiento.
De material de transmisiones para
comunicarse con el exterior había el de la Academia, pero la
falta de fluido no permitía funcionar a las radios de campaña,
ya muy usadas, y tras grandes esfuerzos, reuniendo las baterías
de los coches automóviles, se pudo establecer una estación
receptora con auriculares que permitió saber la situación en
el exterior.
De material sanitario se contaba con el de la Academia (Enfermería),
mas el de la Farmacia Militar, que quedaba dentro del recinto
de defensa, teniendo elementos hasta muy avanzado el asedio,
quedando al final vendajes y algodón.
Víveres
Escasearon desde el principio, pues la
Academia, en su vida normal, tenía un economato muy bien
surtido; pero por la reducción de Academias, su número de
alumnos (unos setenta entre Infantería y Caballería) y
empezar el Alzamiento en julio, época de vacaciones, no
estaba previsto y sólo quedaban pequeñas cantidades de lo más
necesario, como eran judías, garbanzos, arroz, aceite, sal,
azúcar, café, especias, y aparte esto había botellas de
vinos finos en cantidad, así como latería de anchoas, espárragos
y almejas, pues aunque su cantidad no resolvía nada en las
comidas que confeccionar, y por tanto desde un principio se
dispuso no tocar nada y sólo por excepción de un trabajo
excesivo o para enfermos se tomaban de allí vinos generosos,
vermut o latería. Víveres para comer un plato en cada comida
había para cinco o seis días, y pan; como tampoco había
servicio de Intendencia, en Toledo se tenía por contrato con
una panadería particular, así que apenas comenzó el asedio
no se pudo suministrar.
Agua: Aunque se racionó para evitar su
despilfarro, había en abundancia en los distintos pozos
aljibes del Alcázar, que permitió no faltase este elemento
vital tan necesario, pero que en todo momento estuvo debida y
rigurosamente inspeccionada, tanto en su distribución diaria
como en el traslado a diversos lugares para evitar su pérdida
por bombardeos de artillería y aviación.
La falta de pan se pensó subsanar al
principio consumiendo el trigo agorgojado que había para
alimentación del ganado, como así se empezó, y después
consumir la cebada del ganado; pero afortunadamente se
descubrió un depósito de trigo propiedad de un Banco que
estaba en las inmediaciones del Alcázar por la parte Este,
que contenía unos dos mil sacos de trigo de noventa kilos
cada uno y de excelente calidad. Con este hallazgo
providencial y los caballos y mulos de la Academia y Guardia
Civil se resolvió el problema de la alimentación, aunque en
forma muy precaria, hasta que terminó el asedio, ya que la
ración de pan que se podía fabricar en el horno de campaña
no llegaba a los 18o gramos por el número tan elevado que había
que producir y lo poco que rendía la pequeña molturación de
trigo que había en el Museo de Intendencia; la carne tenía
que estar severamente racionada, pues el asedio se prolongaba,
y baste decir que al final de éste sólo quedaron sin
sacrificar un caballo y cinco mulos, que hubiesen permitido, a
lo máximo, la alimentación escasísima durante seis días.
A la tercera pregunta:
Fecha del comienzo y fin del asedio.
Aunque los elementos se concentraron en
el Alcázar el 18 de julio de 1936 y solo por contadas
necesidades se bajó a la población, la verdadera fecha de
comienzo del asedio fue la de 22 de julio, día en que se
replegaron al Alcázar todas las fuerzas que prestaban
servicios exteriores, con excepción de algunos destacamentos,
a los que no les fue posible hacerlo por la entrada de los
rojos en Toledo.
La fecha final del asedio fue el 28 de
septiembre de 1936, día en que entraron las columnas en
Toledo y salimos los sitiados en el Alcázar.
En el día anterior, sin embargo, ya subieron y pernoctaron en el
Alcázar elementos de las columnas liberadoras, como fue una
compañía de Regulares de Tetuán y la Quinta Bandera de la
Legión.
A
la cuarta pregunta: Ataques de todas clases que
resistió.
Desde que comenzó el asedio el tiroteo
de fusil y ametralladora era casi permanente y con
alternativas en su violencia, que aumentaba en el centro del día
y disminuía por la noche.
Asaltos con infantería, en plan de
lograr entrar en el Alcázar, se hicieron dos: uno, el 18 de
septiembre, en que llegaron a coronar las ruinas de la fachada
norte, donde colocaron una bandera roja, siendo rechazados,
intentando seguidamente tres veces mas, pero cada vez con
menor decisión, hasta que desistieron y degeneraron en el
diario tiroteo, con un poco mas de violencia.
Con artillería fue también el ataque
casi permanente. En los primeros días emplearon una batería
de 7,5 centímetros, que aumentaron al poco tiempo con otra de
10,5 centímetros; pero, en vista del poco efecto material que
causaban al Alcázar, trajeron dos piezas de 15,5 centímetros
que emplazaron en la Dehesa de Pinedo, a unos 3.500 metros del
Alcázar, y en las inmediaciones de la carretera de Madrid.
Hacían fuego al principio solamente
durante el día: una vez, sobre las siete de la mañana; otra,
sobre las doce, y últimamente por la tarde, alrededor de las
cinco y media, y cada vez duraba aproximadamente una hora.
Conforme fue avanzando el asedio y la
resistencia del Alcázar no cedía, aumentaron el número de
piezas y la intensidad en el fuego, que al final lo efectuaban
hasta de noche, para lo cual iluminaban el Alcázar con
potentes reflectores.
Llegaron a emplear dos baterías de
10,5 centímetros; dos de 7,5 centímetros; piezas sueltas de
7 centímetros; dos de 15,5 centímetros en Pinedo; cinco de
15,5 centímetros en los Alijares, y dos antiaéreas, una
terrestre y otra de marina, también en los Alijares, y que
hicieron fuego sobre el Alcázar.
Hacia el 18 de agosto hicieron los
primeros disparos las piezas del 15,5 centímetros de Pinedo,
y el tres días dispararon 98 granadas, y en los últimos días
del asedio lanzaron en un solo día 478 granadas, calculándose
muy exactamente en 3.500 los disparos de 15,5 centímetros
efectuados durante el asedio, y en unos 10.000
aproximadamente, los hechos con calibres inferiores.
Ataques con mortero no se efectuaron, y
si solo de vez en cuando lanzaban algunas granadas sobre la
explanada Este y alguna que otra en el patio central. Si este
arma la hubiesen sabido emplear habrían causado bastante daño
a los defensores; pero, o no supieron usarla, o ignoraban sus
efectos.
La aviación enemiga, aunque no con
muchos aparatos, atacaban casi diariamente el Alcázar,
empleando bombas de 12 kilogramos y de 50 kilogramos, que
causaban desperfectos materiales, sobre todo en el edificio de
Capuchinos, que desapareció a consecuencia de un bombardeo de
aviación.
Además de bombas lanzaban latas de
gasolina, con el intento de incendiar el Alcázar, lo que no
consiguieron; esto lo intentaron unas ocho veces, y, al ver su
fracaso, desistieron.
Atacaron también con gases de
colivacetofenona (lacrimógenos), lanzados en bombas desde avión,
cayendo algunas en el patio central, tejados y calles próximas
produciendo las molestias consiguientes, que se soportaron
hasta con regocijo al comprobar que no eran gases sofocantes,
como se esperaban fuesen usados.
También fueron empleados en el asedio
toda clase de petardos y líquidos inflamables, que lanzaban
con hondas, desde el Hospital de Santa Cruz, sobre los
edificios del Gobierno Militar, Pabellones, Farmacia y Cuadras
de la Academia, que formaban conjunto dentro del recinto de
defensa.
Hicieron también dos ataques con
mangas de gasolina sobre la cuarta cuadra y fachada Norte
(principal) del Alcázar, no consiguiendo efectivo positivo
ninguno.
Como colofón, en sus medios de
ataques, viendo que nada doblegaba el alto espíritu y
patriotismo que animaba a los defensores del Alcázar y del
honor de España, recurrió el enemigo a la guerra subterránea,
a la guerra de minas, que pudieron hacer impunemente por no
contar en el Alcázar con elementos para contrarrestar los
trabajos de estas minas.
Construyeron tres: una que, partiendo
de una casa de la calle de Juan Labrador, se bifurcaba; una
que iba a caer bajo el torreón Sudoeste del Alcázar, y otra
bajo los cimientos de la fachada Oeste y en las proximidades
de la puerta de Carros; las cargaron con 3.000 kilogramos de
trilita cada una, y las volaron con explosivo eléctrico desde
el Ayuntamiento, habiendo previamente evacuado a la población
civil a los montes cercanos a Toledo, el día 18 de septiembre
de 1936, y causando enormes efectos materiales en el edificio,
y milagrosamente sólo cinco bajas entre los defensores. En
este día estaba preparado el asalto definitivo, para lo cual
prepararon todo ello con gran meticulosidad.
Empezó la preparación artillera a las
seis de la mañana, lanzando las piezas de 15,5 centímetros
unos 90 proyectiles, desde los Alijares, contra la fachada
Este, con objeto de que mujeres, niños y enfermos se
concentraran, naturalmente, en los sótanos del lado
contrario, Oeste, y a las 6,21 de la mañana, calculando estarían
ya donde ellos esperaban, hicieron explotar las minas, y a los
cinco minutos, una vez que fueron disipándose los gases, se
lanzaron con todo ímpetu al asalto en dos direcciones: una,
por la fachada Norte, a la que llegaron a cubierto por los
escombros del Hotel Imperial y zig-zag, y otra por la parte
Sur, en los comedores y depósito de víveres (corralillo),
creyendo aniquilados a los defensores, los que en ningún
momento abandonamos nuestros puestos y rechazamos con gran espíritu
todos los ataques desencadenados ese día.
Otra mina la construyeron entre el período
de tiempo de la explosión de la primera y el 27 de
septiembre, que la volaron cuando nuestras tropas estaban en
las alturas que dominan Toledo por el Norte.
Como no disponían de tiempo para trabajar, por el avance de
nuestras columnas, aprovecharon una alcantarilla que,
partiendo de la calle de Pabellones, sube al Alcázar por las
proximidades del torreón Noreste; pero, a pesar de ello, no
pudieron llegar a los cimientos, quedando corta, porque sus
efectos fueron nulos, produciendo un embudo de unos 30 metros
de ancho y cuatro de profundidad, y ninguna baja entre los
defensores.
A la quinta pregunta:
Requerimientos
y conminaciones a la evacuación del Alcázar, relatándolos
por orden cronológico, pero con especial detalle la
conversación telefónica en que entregó a la Patria la vida
de su hijo y la visita de los emisarios Comandante Rojo, Padre
Camarasa y Decano del Cuerpo Diplomático.
Desde que se concentraron en el Alcázar
y su recinto los defensores, casi diariamente hablaban por teléfono
conminándoles a la rendición. Así, el primero en hacerlo
fue el general Pozas, quien, al ver que no se enviaban las
municiones ni los doscientos Guardias Civiles, amenazó con «no
dejar piedra sobre piedra del Alcázar». Después, el día 21
de julio, fue el General Riquelme quien telefoneó,
pretendiendo que nos rindiésemos y pidiendo razones de
nuestra actitud, al que contesté que nuestra actitud era la
que correspondía a todo militar con honor, que veía los
derroteros por los que llevaban a España los Gobiernos
marxistas; la identificación absoluta con el General Franco y
el asco a cumplir la orden de que el armamento de los
Caballeros Alumnos y Guardia Civil fuese entregado a la
chusma, para armar a ésta. Insistió en que era descabellada
nuestra actitud y que se vería precisado a actuar enérgicamente,
a lo que contesté que preferíamos morir todos a convertir el
Alcázar en un muladar, como suponía al entregarlo a los
enemigos de la Patria. Al día siguiente fue el Ministro Barnés,
de Instrucción Pública, quien intentó hacernos desistir de
nuestra actitud patriótica, diciendo que por ella sufriría
Toledo, que era una joya artística; que se tuviese ello en
cuenta, pues, de no cesar en nuestra actitud, se vería
obligado a usar medios violentos, y que no esperaba llegásemos
a estos extremos, ya que él veía nuestra actitud con simpatía,
calificándola de «muchachada». También le contesté que
nuestra actitud era irreductible, y que no cederíamos ante
nada ni ante nadie para salvar a la Patria con nuestros
esfuerzos.
El día 23 de julio, por la tarde, sonó
el teléfono, pidiendo hablar conmigo. Me pongo al aparato, y
resultó ser el Jefe de Milicias de Toledo, quien, con voz
tonante, me dijo: «Son ustedes responsables de los crímenes
y de todo lo que está ocurriendo en Toledo, y le doy un plazo
de diez minutos para que rinda el Alcázar, y, de no hacerlo,
fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí a mi lado».
Contesté: «No creo».
Jefe de Milicias.-«Para
que vea que es verdad, ahora se pone al aparato». Hijo. -«¡Papá!»
Yo.-«¿Qué
hay, hijo mío?»
Hijo.-«¡Nada;
que dicen que si no te rindes me van a fusilar!»
Yo.-«¡Pues
encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota, dando un
grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!»
Hijo.-«¡Un
beso muy fuerte, papá!»
Yo, al Jefe de Milicias. -«¡Puede ahorrarse el
plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, pues el Alcázar no
se rendirá jamás!»
Los días siguientes pretendían hablar
desde la calle, bien paisanos, bien Guardias Civiles de los
puestos que no se pudieron incorporar, y un Teniente, también
de la Guardia Civil, a los que no se les contestaba siquiera,
ya que siempre pretendían nuestra rendición sin condiciones.
El día 8 de septiembre de 1936, desde
las casas de enfrente de la fachada Sur, y con megáfono,
sobre las seis de la tarde llamaron al Alcázar diciendo que
el Comandante Rojo quería hablar conmigo; mas, creyendo que
sería un Comandante rojo, no se les hizo caso, y se les
contestó que no se hablaba con nadie, y entonces
rectificaron, diciendo que era el Comandante D. Vicente Rojo,
y ante esto, por ser persona muy conocida de todos, por haber
sido Profesor de la Academia de Infantería, dije a mi
Ayudante se cerciorara si en efecto era él, quien me aseguró
que al hablar fue perfectamente identificado, y pretendía
tener una entrevista conmigo, por traer una comisión del
Gobierno de la República, pidiendo hora de ser recibido al día
siguiente, contestándosele podía venir a las nueve de la mañana,
y que, conforme al Reglamento de Campaña, sería recibido
como parlamentario y con suspensión de hostilidades por ambas
partes, que dando en que duraría de nueve a diez de la mañana,
y que se presentaría delante de la fachada Sur, por el sitio
en que hablaba.
En efecto, al día siguiente 9, a las
nueve de su mañana, vocearon con megáfono que llegada la
hora fijada, el Comandante Rojo salía como parlamentario, y
apareció éste vistiendo mono caqui, gorra de plato y
correaje reglamentario, llevando la insignia de su empleo en
el pecho y debajo un trozo de tela con los colores de la
bandera republicana, y en una mano una banderita blanca.
Se quedó en el centro de la calle y se
le dijo desde las ventanas que marchase en dirección a la
puerta de Carros, por donde entraría al Alcázar, y allí fue
recibido por dos Oficiales, antiguos compañeros suyos de
profesorado y con los que le unía una gran amistad.
Ese mismo día se dio orden a las
mujeres y niños y hombres que vivían en los sótanos que
mientras pasase el Comandante Rojo entre ellos (pues era paso
obligado para ir al despacho) observasen un absoluto y
riguroso silencio para que no pudiera apreciar el número de
habitantes.
Apareció delante de la puerta de
Carros y los Oficiales nombrados para recibirle le vendaron
los ojos y le condujeron a mi despacho, procurando en el
trayecto desorientarle, ya que, como profesor mucho tiempo en
el Alcázar, conocía perfectamente el edificio.
Llevado a mi presencia, ordené le
quitasen la venda; me saludó, no dándole yo la mano,
observando una actitud fría y correctamente militar, y me
pidió estuvieran delante los compañeros que le habían
conducido, a lo que accedí, como asimismo que entrasen también
mis ayudantes, poco más de mediada la entrevista.
Me dijo que traía las condiciones de
rendición que imponía el Comité de Defensa de Toledo, las
que me entregó por escrito, y en ellas decían que se
respetarían las vidas de todos y que saldrían por grupos de
a cinco, primero mujeres, niños, ancianos, enfermos y
heridos, soldados y Guardias Civiles, los que irían
depositando su armamento en sitio determinado, y el último
punto en que decía que los Jefes y Oficiales saldrían del
mismo modo y que, según la participación que hubieran tenido
en el Movimiento, serían juzgados por los Tribunales
populares.
Por escrito rechacé las condiciones,
manifestando que nunca sentía más honor que al mandar la
guarnición del Alcázar y que me comprometía a mantener, con
la defensa del edificio, el honor de España y que nunca nos
rendiríamos, prefiriendo antes morir.
Después, en plan particular, se le
hicieron varias preguntas, a las que contestó, pero no de una
manera categórica y que, por tanto, no satisfacieron.
Lo que más interesaba era,
naturalmente, saber dónde estaba la boca de la mina, con
objeto de hacer una salida, ocuparla y destruirla, pues ya se
habían hecho dos y por des orientación no se pudo encontrar
y, por el contrario, el enemigo, apercibido de nuestras
intenciones, había redoblado su vigilancia y reforzado sus
servicios; contestó que él no había visto la mina y que sólo
oyó comentar a los rojos que en nuestras salidas habíamos
logrado llegar muy cerca de ella.
Le pregunté también sobre la marcha
de nuestras columnas del Sur y Norte, y contestó que
marchaban bien, pero con mucha lentitud, en especial la
columna del General Mola, y que el enemigo escaseaba muchísimo
de municiones.
Algún compañero le indicó que por qué
no se quedaba en el Alcázar, contestando que tenía su mujer
e hijos en Madrid y si no volvía se los matarían, objetándole
los allí presentes que casi todos tenían sus familiares en
Toledo y no dudaron nunca cuál era su puesto, tratándose de
salvar el honor de la Patria; se notó no tenía intención de
quedarse, por lo que no se le insistió más sobre el
particular.
Un punto interesantísimo para la vida
de la población del Alcázar era la de conseguir un sacerdote
para que los defensores pudieran satisfacer sus deseos
religiosos y espirituales y sobre todo la asistencia a
moribundos, y le dije que, en nuestro nombre, dijera al
Gobierno que si tenían algún sacerdote condenado a muerte
nos lo enviasen y corriese la suerte nuestra, lo que prometió
hacer apenas llegase a Madrid.
Se le hicieron algunas preguntas y
encargos de carácter particular, y como llegase el final del
armisticio concedido se le vendaron los ojos, y con las mismas
formalidades y conducido por los mismos compañeros salió del
Alcázar por la puerta de Carros, diciendo visiblemente
emocionado a los que le acompañaban al despedirse de ellos:
«¡Que tengáis mucha suerte! y ¡Viva España!»
Al día siguiente, 10 de septiembre, y
también al atardecer, avisan desde las casas ya indicadas del
frente Sur que el Gobierno, accediendo a los deseos de los
defensores, ex puestos por mí, envía al Canónigo de Madrid
Sr. Vázquez Camarasa, para que nos preste sus auxilios
espirituales, y que pide hora y tiempo para la entrevista; se
le contestó que, como al Comandante Rojo, se le consideraría
parlamentario y que por tanto se daría orden de suspender las
hostilidades; que ellos hiciesen lo mismo, y como hora, las
nueve de la mañana y entrando por el mismo itinerario que el
anterior parlamentario.
Quedaron conformes, y que estuviese dos
horas, a lo que contesté que con ese tiempo no teníamos
suficiente y que como mínimum necesitábamos tres horas, a lo
que, después de unos cabildeos con los dirigentes,
manifestaron su acuerdo.
Indagué entre los Oficiales si alguno
conocía personalmente al Canónigo Vázquez Camarasa, con
objeto de no ser víctima de un engaño, y había un Oficial
que le conocía y otros que le habían visto predicar hacía
poco tiempo y que estaban seguros de identificarle; ante esto
dispuse que el Oficial que le conocía le recibiese y acompañase
hasta el despacho al día siguiente.
En tal día -11 de septiembre-
y a la hora fijada, mediante aviso por parte del enemigo, hizo
su presentación el Padre Vázquez Camarasa, el cual se
presentó vestido correctamente de paisano, llevando en una
mano un Crucifijo; se le marcó desde las ventanas el camino a
seguir hasta la puerta de carros y allí fue recibido por el
Oficial nombrado, que le vendó y le condujo al despacho mío,
donde le recibí en unión de mis Ayudantes y varios Jefes y
Oficiales.
Le pedimos detalles sobre la situación
de Madrid, contestando era casi normal, pues aunque había
colas eran pequeñas y por tanto, poco duraderas; que las
iglesias estaban precintadas y respetadas y que a él le
saquearon su casa, pero que al día siguiente, sin hacer
ninguna gestión, le devolvieron todo y le pusieron en su
domicilio un cartel con la inscripción «Protegido por la C.
N. T.», y que a él los milicianos que le acompañaron le
trataron con todo respeto aun sabiendo su calidad de
sacerdote. Me preguntó, así como distraído o sin darse
cuenta de la trascendencia de la pregunta, que cuántos éramos
dentro del Alcázar, contestándole que, con los debidos
respetos a su condición sacerdotal, no podía, a lo que él,
con grandes aspavientos, como dándose entonces cuenta de la
indiscreción que suponía su pregunta, pidió perdón por
estar distraído. Seguidamente celebró el Santo Sacrificio de
la Misa, dirigiendo unas palabras a todos, hablando de la
gloria que nos alcanzaría, pero referida a la celestial y no
a la terrena, pues su convencimiento absoluto era que sucumbiríamos.
Por la imposibilidad absoluta de
confesar a todos, dio la absolución general, momento de emoción
inenarrable, y dio la Sagrada Comunión, con los pedazos de
las Formas que guardaban las Hermanas de la Caridad del Alcázar,
a mí, a mis Ayudantes, a algunos Jefes y Oficiales, Hermanas
de la Caridad y algunas señoras, y a continuación, en
procesión magnífica de fervor y patriotismo, se llevó el
Santísimo a la enfermería de los heridos graves, desarrollándose
escenas de un patriotismo exaltado e imposible de describir.
Una vez terminada su misión
espiritual, volvimos al despacho y entonces descubrió el
verdadero motivo que allí le llevaba, pues dijo, entre otras
cosas, que comprendía nuestra actitud defendiéndonos de los
ataques de los de fuera; pero que no comprendía el porqué
las mujeres y los inocentes niños, ajenos a toda culpa, tenían
que soportar los riesgos y privaciones de asedio, y al
comprender claramente su intención de atacar a mi conciencia
por este hecho y ver si así se podía poner en libertad a
mujeres y niños (objetivo que le llevaba, como misión
principal, al Alcázar), mandé llamar a una mujer, la que
habló en nombre de todas, diciéndole que se encontraba muy
bien entre caballeros y defendidas por éstos y que la suerte
de ellas estaba unida a la de ellos, fuese cual fuese la
solución del asedio; y ante estas rotundas y valientes
declaraciones, tuvo que convencerse que por este lado no sacaría
ningún provecho.
Algunos le consultaron casos de
conciencia, por lo que quedaron solos, y varios defensores que
tenían familiares en Madrid le entregaron notas con la
dirección de éstos para que les comunicase se encontraban
bien, a lo que se ofreció muy gustoso; pero en seguida pensé
era un procedimiento muy peligroso, puesto que era dejar en
poder de los rojos a una serie de rehenes, que ellos
aprovecharían para sus fines, por lo que con tacto se las pedí,
devolviéndomelas acto seguido.
A este parlamentario, dada su dignidad,
se le enseñó el patio para que viese su estado, y quedó
profundamente impresionado al ver cómo se encontraba,
manifestando que de ello tenían tanta culpa los que nos
defendíamos como los que atacaban, frase inoportuna y
antipatriótica, que se le toleró por ser quien era; pero que
descubría sus pensamientos íntimos de simpatía a la causa
que nosotros combatíamos, como también los dejó traslucir
al manifestar que la labor de quitar el veneno infiltrado en
las masas sociales sería labor de varias generaciones.
Aprovechando el armisticio del
parlamento, salieron varios defensores a la calle, conversando
con otros rojos, los que dijeron que con buena voluntad por
parte de unos y otro se podía arreglar la situación, que,
según ellos, era que nos entregásemos, rechazando,
naturalmente, tales insinuaciones. Durante el armisticio un
rojo hizo un disparo a una de las ventanas donde estaban
asomados unos defensores, matando a uno de ellos, de lo que
protesté a los que estaban en la calle, que se sumaron a
nuestra protesta de que incumplían lo pactado y diciendo sería
«algún canalla de los muchos que había, que estaban
deseando hacer carne», pues se había avisado a todos los
puestos, pero que se harían averiguaciones para castigar al
autor. Cumplido el plazo del armisticio, salió del Alcázar
con las mismas formalidades con que entró, rompiendo el fuego
el enemigo a los cinco minutos de su salida, los mismos que lo
suspendieron momentos antes de las nueve de la mañana, hora
fijada para su entrada.
El Embajador de Chile, Decano del
Cuerpo Diplomático, no estuvo en el Alcázar ni se supo nada
de él hasta que Radio Club portugués dijo en su emisión que
había estado en Toledo tratando de hablar conmigo para sacar
las mujeres y niños, pues lo que ocurrió me hizo sospechar
que era una broma burda de los rojos, tomando el nombre del
diplomático antes citado.
Por la tarde, ya anochecido, hablaron
los rojos desde las casas de enfrente de la fachada Sur,
diciendo que el Embajador de Chile quería hablar conmigo, lo
que me transmitió un Oficial que estaba de observación en el
torreón SO.
Mi primera impresión, y no teniendo
seguridad fuese cierto, fue no entablar conversación; pero
ante la insistencia del Oficial que me trajo el recado, de que
podía oírle a ver qué quería y tratarse de un diplomático,
accedí y ordené a mis Ayudantes fuesen al puesto de
observación, y que después de saludar al representante de la
Nación hermana, le hiciesen saber que todo lo que me tuviese
que comunicar lo hiciese por conducto del Gobierno Nacional de
Burgos, con quien estábamos en contacto (cosa inexacta,
puesto que no teníamos comunicación con nadie en absoluto),
y precisamente por nota manuscrita por los Generales Mola o
Franco, de los que conocía su letra.
Marcharon los Ayudantes a cumplir mi
orden, y apenas llegó el que hablaba por el megáfono a la
frase «del Gobierno Nacional de Burgos», los rojos
exclamaron: «¡Cabrones!; hijos de puta», e hicieron dos
disparos que penetraron los proyectiles por el puesto citado,
terminando así el diálogo, que me hizo afirmarme más en la
creencia de que fue una broma de mal gusto; pero, como digo
antes, la radio dijo que, efectivamente, había estado el
Embajador de Chile, como, además, se comprobó al ser
liberados.
A la sexta pregunta:
Relato de los actos de heroísmo individual dignos de
especial mención.
Actos heroicos y distinguidos fueron
muchos durante el tiempo que duró el asedio; pero, entre
todos, el que culminó por su heroísmo y sacrificio fue el
del Capitán de Infantería, Profesor de la Escuela Central de
Gimnasia, D. Luis Alba Navas.
Por los días 23 y 24 de julio, los
rojos proclamaron por radio la ocupación total del Alcázar,
y en periódicos ilustrados publicaron composiciones fotográficas
en las que se veían a los defensores salir por la puerta
principal del edificio en grupos y con los brazos en alto.
Como todo esto era inexacto y podía inducir a engañar a
nuestro Mando nacional, que muy bien pudiera creer la verdad
de tales amaños, cuando lo cierto era que el espíritu que
animaba a los defensores era, por el contrario, excelente y en
ningún momento se pensó en rendición, sino por el
contrario, defender el honor de España y vender caras
nuestras vidas, pensé en enviar un enlace al General Mola, a
la Sierra de Guadarrama, con unas líneas en un papel,
manifestándole que seguíamos la defensa del Alcázar y que
nunca nos rendiríamos.
Esta misión, por su dificultad,
necesitaba fuese efectuada por un hombre de extraordinarias
condiciones, ya que sólo una probabilidad existía de ser
llevada a feliz término, siendo las restantes contrarias al
éxito de la empresa. Pensando en el más adecuado, se me
ofreció voluntario para desempeñarla el Capitán de Infantería,
Profesor de la Escuela de Gimnasia y a la sazón a mis órdenes
en el Alcázar, D. Luis Alba Navas, a quien acepté desde el
primer momento por ser el que reunía las condiciones de
valor, serenidad, inteligencia y conocimiento del terreno a
recorrer, así como a los gustos, pues era aficionado a la
pesca y caza, lo que le puso en conocimiento de las clases
humildes, que con su contacto y sencillez se atrajo con
verdadero cariño, todo esto unido a una gran soltura para las
cuestiones prácticas de la vida.
Se le proporcionó un mono azul, una
pistola, que llevaba, colgada del cuello y por el interior del
traje cien pesetas y un carné de comunista procedente de uno
de los rehenes que por casualidad no tenía puesto el oficio
del propietario, poniéndosele de oficio «pescador».
A las doce de la noche abandonó el Alcázar,
saliendo por una puerta de reja que da al Puente Nuevo sobre
el Tajo, cruzando el río a nado por el arroyo de la
Degollada; marchó después por los cerros de la margen
izquierda hacia la Fábrica de Armas, donde volvió a cruzar
el río, y ya en franquía por el campo, pudo llegar hasta
Burujón (Toledo), a unos 40 kilómetros de la capital. Allí
se presentó al Comité del que solicitó un automóvil que le
llevase hacia la provincia de Ávila, donde tenía una misión
secreta que efectuar. Se lo proporcionaron, y cuando iba a
montar en él, uno de los curiosos que estaban cerca resultó
ser un antiguo soldado de la Escuela y asistente suyo, el
cual, sin intención de hacerle daño, le dijo: «¿Qué hace
aquí, Capitán ?» El, con gran serenidad y naturalidad, negó
ser Capitán; pero ya la duda cundió entre los rojos, que lo
detuvieron y avisaron a Torrijos al Juez de allí; de aquella
villa dispusieron mandarlo en un coche a Toledo, y al llegar a
la Venta del Hoyo se cruzaron con otros en que venían unos
dirigentes de Vargas (Toledo), que preguntaron adonde le
llevaban, y dándose cuenta de su categoría y que si llega a
Toledo, seguramente por ser tan querido de las clases humildes
no le hubiesen fusilado, decidieron asesinarlo allí mismo, lo
que hicieron estando esposado, y una vez en el suelo le
dispararon aún otro tiro en la cabeza, dejando el cadáver
abandonado en la carretera; y según averiguaciones
posteriores, dicen fue llevado a los dos días a la Fábrica
de Armas y de allí llevado a Madrid y paseado por las calles,
ignorándose en la actualidad el paradero de este heroico
Capitán, que no vaciló en ofrendar su vida en aras del honor
de su Patria en una empresa que tan poquísimas probabilidades
tenía de llegar a feliz término.
Este Oficial, el día 17 de julio fue
padre por cuarta vez, y ni aun el amor de su familia, toda en
Toledo (mujer y cuatro hijos), le desvió ni un momento del
cumplimiento de su deber, que voluntariamente se impuso. La
acción ha sido premiada por la Patria con la Cruz Laureada de
San Fernando.
Otro de los casos más destacados fue
el del Soldado de la Sección de Tropa de la Academia de
Infantería, Caballería e Intendencia, Francisco Palomares
Garrido, que estando de centinela en una ventana de la cuarta
cuadra, que daba a la Cuesta del Carmen y vistas al Convento
del Carmen, observó cómo emplazaron en una corraliza del
Convento una pieza de 7,5 cm. para batir la cuarta cuadra, a
una distancia de unos doscientos metros; desde la ventana sólo
veía la boca del cañón saliendo por una tronera abierta en
la pared de la corraliza, y con gran serenidad empezó a
disparar para lograr meter los proyectiles o por la boca del
arma o por la tronera, único procedimiento de lograr
reducirla a silencio. No obstante su fuego, los sirvientes
lograron cargar la pieza e hicieron un disparo precisamente
sobre su puesto, el que fue destrozado y él cayó envuelto
entre los cascotes, y sin fijarse siquiera en que pudiese ser
herido, se levantó inmediatamente y marchándose al hueco,
siguió haciendo disparos sobre la pieza hasta que logró
callarla y que la cambiasen de emplazamiento.
El día 18 de septiembre, el enemigo,
después de una preparación artillera, hizo explotar las dos
minas construidas en la parte Oeste del Alcázar, y apenas
disipados los gases, se lanzó al asalto con gran ímpetu y
decisión por los escombros de la fachada Norte, que les cubría
de los fuegos de los defensores, logrando coronar el primer
piso de la galería Oeste y colocar una bandera comunista en
las ruinas de la fachada Norte, dando vista ya al patio. En
este momento tan critico, cuatro Oficiales: el Teniente de
Infantería D. Silvano Cirujano Robledo, el Teniente de
Infantería D. Benito Gómez Oliveros, el de Intendencia D.
Enrique Castro Miranda y el Teniente de Infantería D. Mariano
Trovo, con gran desprecio de sus vidas y dándose clara cuenta
de lo crítico del momento, buscaron escalas marinas del
Gimnasio, que colocaron, y a pesar de la depauperación
creciente, por falta de alimentación adecuada y exceso de
ejercicio, y sin más armas que la pistola individual,
treparon por las escalas, logrando ahuyentar al enemigo y
quitando la bandera comunista, que pertenecía al Radio
Comunista de Toledo.
Este mismo día halló gloriosa y
heroica muerte el Cabo de la Guardia Civil Cayetano Caridad,
al cual, por haber trabajo de joven en las minas de Río Tinto
(Huelva), se le encargó de la observación y vigilancia
constante de los trabajos de la mina, y una vez terminada la
zona aproximada de peligro y evacuada de personal, él no dejó
de hacer sus observaciones, y su última inspección fue
segundos antes de la explosión, que le produjo la muerte por
resultar sepultado entre los escombros. Este Cabo había dicho
en más de una ocasión que él moriría en la mina; pero que
salvaría la vida de sus compañeros de defensa.
Cito los hechos más destacados; pero
son muchísimos los que en el tiempo del asedio se
desarrollaron, pues la guarnición del Alcázar estaba poseída
de una fe ciega en el triunfo y animada de un espíritu y un
patriotismo elevado al más alto grado, condiciones con las
cuales resulta muy fácil al Mando llevar un asedio, a pesar
de las muchísimas dificultades inherentes a la situación por
la que se atravesaba.
Y
para que conste, lo firmo en mi Cuartel General, en Cuenca,
a cinco de julio de mil novecientos treinta y nueve. Año
de la Victoria.
Firmado: JOSÉ MOSCARDÓ.
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