CASA DE DUCHAS Alfonso
USSÍA
La noche de las segundas elecciones a la Asamblea de Madrid los
socialistas alquilaron y coparon el Círculo de Bellas Artes. Con los
primeros resultados, la sede de la institución cultural que Ruiz-Gallardón
concedió a Jesús de Polanco cambió sus perfiles y se dibujó como una
vieja «cheka». Puños en alto y gritos de resentimiento liberado
frente a la gran pantalla en la que aparecían los datos de los primeros
escrutinios. La «cheka» de Bellas Artes estallaba de alegría. Pocas
horas después, con los resultados definitivos, la «cheka» parecía
una casa de duchas frías. Los que alzaban el brazo y apretaban el puño
con la estética de otro siglo se consolaron con algún que otro canapé
y coreando la aparición de un desencuadernado Simancas con gemidos de
«¡Presidente, presidente!». Simancas, que sabía que no era el
presidente de nada y que probablemente ya no lo iba a ser nunca, se
emocionó. En mi única experiencia de elecciones presidenciales, a la
del Real Madrid en 1991, pasé por una situación parecida. Mi
candidatura consiguió el 43 por ciento de los votos, y la de Ramón
Mendoza, a la que votaron hasta los socios que habían fallecido en los
últimos años, obtuvo el 54 por ciento de las papeletas. Mi gente me
saludó al grito de «¡Presidente, presidente!» y un sagaz periodista
me preguntó por mis sensaciones. «¿No le emociona que le llamen «presidente»?».
«Pues no, porque el presidente es Mendoza, que es el que ha ganado las
elecciones». En esos casos hay que saber el lugar que ocupa cada uno.
No me hizo falta la ducha de agua fría. Aquel día el cielo se abrió
sobre Madrid y cayeron más de treinta litros por metro cuadrado.
El pasado domingo, en Cataluña, los socialistas se consideraron
ganadores desde que los colegios electorales cerraron sus puertas. Los
sondeos amparaban el buen camino de la consideración. A medida que se
cumplía el escrutinio, los socialistas de Maragall se refugiaban en la
croqueta y la pesadumbre. Fue cuando Pascual Maragall apareció en
escena para ser recibido y aclamado al grito de «¡Presidente,
presidente!». Lo malo de Maragall es que se lo creía.
Pero en la sede del PSOE en Madrid, las caras llegaban hasta la
desembocadura del Guadalquivir. Un nuevo fracaso, última oportunidad
perdida. A pesar del descoyuntamiento de Convergencia y Unión en
benefició de la Izquierda Republicana de Carod-Rovira, le aventajaba a
los socialistas en cuatro escaños. Entre unos y otros habían perdido
veinte sillones parlamentarios, beneficiando con sus bobadas al partido
de Carod, principalmente, al Partido Popular y a la Izquierda Unida
verde, que en Cataluña tiene ese color en lugar del carmesí que tanto
gusta a Llamazares. Mientras Maragall celebraba entusiasmado su nuevo
fracaso, sus militantes soportaban una ducha de agua fría con una
disposición admirable. Son ejemplares los socialistas en sus
manifestaciones de alegría cuando experimentan un batacazo. Eso, hay
que reconocerlo, lo hacen mejor que nadie. Y no dejan en las bandejas ni
una croqueta.
Al horizonte marcero se ha añadido un nuevo y oscuro nubarrón. Con tan
escaso margen de tiempo, esto no lo arregla ni Bono. El presidente -éste
si es presidente de verdad- de Castilla-La Mancha tomará el relevo
cuando la oquedad leonesa asuma las consecuencias de sus despropósitos.
Ayer bajé solemnemente las escaleras de mi casa, desde la planta donde
se ubica mi piso hasta el portal. Oía murmullos de gentío. En el
portal, todos mis vecinos me saludaron al grito de «¡Presidente,
presidente!». Sentí una gran alegría. Fue la constatación de una
impresión que tenía y que no me atrevía a comprobar. Que sigo sin ser
presidente de nada. Como Zapatero, como Simancas, como Maragall. Y recién
bañado y calentito. Sin duchas frías. El PSOE ha dejado de ser una
casa de citas para convertirse en una casa de duchas. Buena suerte en el
negocio. ABC. 18 de Noviembre de 2.003 |