Alfonso Laurencic fue el gran
promotor, ideólogo y constructor de las checas del SIM (Servicio de Investigación
Militar) de Vallmajor y Zaragoza en la Ciudad Condal.
Las checas
en Barcelona registraron dos períodos de gestión. Del inicio de la Guerra
Civil en julio de 1936 hasta los ‘sucesos de mayo’ (‘fets
de maig’) de 1937, estuvieron en manos de los anarquistas de la CNT-FAI y
las patrullas de control a las órdenes de Erno Gerö, un enviado de Stalin,
quien tenía como ayudante a Victorio Sala, militante del PSUC, el cual
intervino activamente en la represión contra el POUM.
Los anarquistas y los
‘controladores’ se dedicaban a
recorrer la ciudad quemando iglesias, irrumpiendo en las casas, deteniendo a
religiosos y ciudadanos por el mero hecho de practicar la religión católica,
así como a empresarios, comerciantes, gentes de escalas sociales elevadas o,
simplemente personas que habían sido delatadas por ser de derechas, ir a misa o
practicar actividades intelectuales o artísticas. El peor pasaporte que podía
tener una persona, era el no tener callos en las manos…
El segundo periodo empezó en
mayo de 1937, cuando se hizo con el control de las checas Alfonso Laurencic,
estalinista al frente del SIM, la policía política del gobierno de la República.
Los anarquistas y los trotskistas del POUM habían combatido en las calles de
Barcelona contra las milicias comunistas del PSUC y las de la Generalidad, pero
fueron derrotados en los Sucesos
de Mayo de 1937. Fue la pequeña guerra civil dentro de la Guerra Civil, tal
como lo describió George Orwell (seudónimo de Eric Blair) en su libro Homenaje
a Cataluña.
A partir de entonces, las
persecuciones, detenciones ilegales, torturas y asesinatos fueron en aumento
ante la impotencia o pasividad de la Generalidad que presidía Luis Companys. El
caso es que 8.352 personas fueron asesinadas en Cataluña entre 1936 y 1939,
también algunos izquierdistas, muchos de ellos después de pasar por las
checas.
Los
agentes socialistas y estalinistas del SIM optaron por una represión
implacable. Las checas
de Barcelona fueron auténticos campos de concentración, en los que se
torturó, se pasó hambre y se asesinó. La tremenda represión contra todo
aquello y aquellos que estaban al otro lado de los postulados de la República,
estuvo perfectamente planificada, con la ayuda
de la Unión Soviética, y con la voluntad de instaurar un estado comunista
en España y, en éste caso, en Cataluña.
Según Manuel Tarín-Iglesias en
su importantísimo libro Los años rojos,
escribe: «El SIM fue un plagio de las checas soviéticas, pero la dirección y
el personal gerente, en su casi totalidad, pertenecía al PSOE. Incluso la
superación de las checas rusas barcelonesas estuvieron auspiciadas por los
socialistas. Existe un documento estremecedor en este sentido: la declaración
del autor de las cámaras de tortura de las calles de Zaragoza y de Vallmajor
–el monstruo Alfonso Laurencic– señalando concretamente que las órdenes
directas recibidas eran del jefe supremo del SIM, Santiago Garcés, del PSOE, en
mayo y junio de 1938, es decir, no hubo un solo Paracuellos».
ARRIBA
Nació en Enghien (París,
Francia) el 2 de julio de 1902, hijo de Julio y de Melitta, ambos austriacos.
Estaba casado y residía en Barcelona. Oficialmente, era director de orquesta y
pintor. También ostentó los oficios de arquitecto, ingeniero, sargento de la
Legión extranjera y oficial del Ejército yugoslavo. Había estado en España
con anterioridad al año 1932. Después de diversas andanzas por distintos países,
regresó, en el año 1933, a Barcelona, trabajando en varios oficios y en los más
variados lugares. En el año 1933 se afilió a la CNT, y en abril de 1936 lo
hizo a la UGT.
El 7 de febrero de 1939 fue
capturado en el Collell por las tropas nacionales, siendo puesto a disposición
de un oficial de la Legión Cóndor, por haber alegado poseer la nacionalidad
austriaca.
Tenía a su cargo haber sido el
autor de los planos y el haber dirigido la construcción de las checas de las
calles de Vallmajor y Zaragoza, por lo que dicho oficial lo retuvo a su
disposición por el interés informativo que pudieran ofrecer dichos datos.
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ARRIBA
El Consejo de
Guerra contra Alfonso Laurencic, se celebró el día 12 de
junio de 1939. La vista en Consejo Sumarísimo había
despertado extraordinario interés. Horas antes de comenzar el
juicio, el público aguardaba en el vestíbulo y pasillos del
Palacio de Justicia, sale Primera de lo Criminal. A las cinco
y cuarto, la Sala quedó enteramente ocupada por los miembros
del Tribunal militar, jefes y oficiales francos de servicio,
representaciones del Cuerpo Jurídico Militar, de la Prensa
nacional y extranjera y el Cónsul de Yugoslavia (ya que al
dividirse el imperio austro-húngaro, Laurencic pasó a ser súbdito
yugoslavo).
El Presidente
anunció que había quedado constituido el Consejo de guerra
sumarísimo para ver y fallar la causa instruida contra
Alfonso Laurencic, acusado del delito de rebelión militar.
Tomaron asiento en sus respectivos sitios el Tribunal, el
Fiscal, el Abogado defensor y los relatores, y junto a estos,
varios taquígrafos.
El Tribunal
estaba integrado por: Presidente, Comandante de Seguridad y
Asalto, don Adolfo Fernández Navas.
Vocales:
Capitán de Infantería, don Nicanor Fernández Rodríguez;
Capitán de Caballería, don Alfredo Freís Calpe; Capitán
de Caballería, don Felipe Toral García.
Vocal
Ponente: Capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar,
don Carlos Álvarez Martínez.
Fiscal:
Capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar, don
Emilio Rodríguez López.
Defensor:
Alférez provisional honorífico del Cuerpo Jurídico, don
Alfonso Ibáñez Farrán.
Secretario:
Alférez del Cuerpo Jurídico Militar, don Bonifacio Lorenzo
Somonte.
Custodiado por
una pareja de la Guardia Civil, hizo su entrada en la sala, en
medio de un gran silencio, el procesado Alfonso Laurencic. Es
alto, de fuerte complexión, viste abrigo oscuro, pantalón de
dril blanco y calza alpargatas. Ostenta abundante barba rubia,
y cubre sus ojos con gafas oscuras. Lleva puestas las esposas.
Da muestras de gran serenidad. Antes de tomar asiento en el
banquillo, a lo que le invita el Presidente, saluda al
Tribunal con una inclinación de cabeza.
ARRIBA
Se da lectura
a diversas declaraciones suyas en las que consta que construyó
las celdas de castigo y tortura de los llamados preventorios
de Vallmajor y de la calle de Zaragoza, ya que estando en
abril de 1938 en la factoría del Palacio de Misiones en
calidad de preso del SIM, fue destinado a aquel cometido,
después de recibir instrucciones para que aquellas
construcciones reuniesen determinadas condiciones que
presionaran y forzaran el ánimo de los detenidos, sin llegar
a matarles. Entre las que figuran construidas por el acusado
se encuentran las llamadas «psicotécnicas», o sea las
conocidas con el nombre de «neveras», de las «campanillas»
y las «de inútil reposo». Los gráficos que acompañan el
sumario demuestran la perversidad puesta en la ejecución de
aquellos procedimientos, propios de grupos infrahumanos.
En el
apuntamiento se menciona que bien hubiera podido ser el
procesado comandante de las milicias del POUM, pero este cargo
no llega a concretarse.
En una de las
declaraciones prestadas ante el juez instructor del sumario
consta la declaración expresa del acusado de que las checas
eran organismos oficiales del gobierno rojo, que toleraba su
existencia y tenía conocimiento pleno y minucioso de su
funcionamiento.
Al sumario van
unidas 217 cuartillas suscritas por el procesado en defensa
suya y exponiendo las causas y motivos por los que llevó a
cabo la misión que le fue confiada, así como los servicios
que dice haber prestado a la Causa Nacional, como supuesto
agente de espionaje blanco pero sin conexión con ninguna
persona conocida.
ARRIBA
El fiscal
interroga al procesado, y éste dice que la primera vez que
vino a España, fue en 1921. Ingresó en la Legión en 1923 y
después viajó por el extranjero, en calidad de director de
orquesta. El 20 de julio ingresó en la Comisaría de Orden Público,
en su calidad de antiguo sargento de la Legión. Como tenía
conocimiento de siete idiomas, fue nombrado intérprete, y con
el título de escolta de extranjeros, acompañó a éstos por
diversos lugares.
Pero fue algo
más: agente del servicio de contraespionaje rojo, el número
29, que le dio el jefe del Estado Mayor. A finales de abril de
1937 fue ascendido a teniente del ejército rojo.
– ¿En los
sucesos de mayo de 1937, intervino usted?– pregunta el
fiscal.
– Sí y
no. Depende de la forma que usted dé a su pregunta. En
aquella fecha fui de barricada en barricada, pero sin tener
contacto con nadie, porque trabajaba como un solitario.
Después
explica como actuaba en la factoría del Palacio de las
Misiones. Ofreció sus servicios como arquitecto, y fue
requerido por Santiago Garcés, a quien da el título de jefe
del SIM.
– ¿Se dio
cuenta del por qué construía aquellas celdas de
castigo?– pregunta el fiscal.
– Sí
–contesta– y hubiera construido cien más.
Las hizo por
mandato de Garrigós, un elemento de influencia en el SIM,
antiguo empleado del Banco de España en Madrid, y también
por cuenta de un tal Dueñas.
Entre
evidentes contradicciones dice que él no terminó las checas
de la calle de Zaragoza y sí las de Vallmajor.
El defensor
interroga al procesado. En Segorbe –dice– pesaban doce
penas de muerte sobre él. Allí pidió ser nombrado
voluntario del Ministerio de la Gobernación.
El procesado,
a preguntas del ponente, declara que el mismo día del
Movimiento visitó los cuarteles y sindicatos y lugares donde
se mataba.
– ¿Cuántas
veces compareció usted ante los interrogadores?
– Sesenta
y dos –contesta.
– ¿Y pudo
engañarlos siempre?
– Sí,
siempre. Lo hice bastante bien, quitándome de encima la
mitad de los cargos que se me hacían.
El secretario
da lectura, a instancia del fiscal, a una relación de lo que
era y cómo funcionaba aquel terrible antro de dolor y de
martirio que fue el chalet de Vallmajor. En estas
declaraciones se habla de lo que fueron los «armarios»,
lugar de tortura en el que todo el peso del paciente cargaba
sobre las rodillas, que siempre resbalaban y el cuerpo se
encontraba presionado por todas partes.
Una
permanencia de cinco a diez minutos en el «armario» vencía
al más recalcitrante y al cabo de ellos salían desmayados.
Una vez un preso rompió, por su fuerza gigantesca, todas las
tablas, en estado de locura.
También se
citan en esta declaración las celdas llamadas «psicotécnicas»
y la «esférica» del mausoleo, todas ellas en la iglesia del
convento. Explica el régimen de vida que allí había, la
poca alimentación que se les daba, la miseria de que se veían
llenos los presos, el hacinamiento en que habían de vivir y
el trato que los agentes dispensaban a los prisioneros. Desde
luego no existían más que nueve camastros para más de
setecientos detenidos, y éstos pasaban, por lo menos, unos
tres meses de detención.
En otras
declaraciones se trata de los elementos de que se dotaban las
celdas para impedir que el preso pudiera buscar el descanso.
Se trata del efecto que producen en el preso las líneas
rojas, verdes, amarillas, etc. De otro sistema también: del
reloj que adelanta cuatro horas cada 24, con lo que se logra
que el preso aguarde inútilmente la hora del rancho y se
consuma cuatro horas esperándolo.
La «celda esférica»
fue construida en el mausoleo. Parecía el interior de un
cilindro y se perseguía hacer perder el sentido de la
orientación, pero la utilidad que con ella se buscaba la
desconoce el acusado.
La lectura de
estas declaraciones causa evidente impresión en el público.
ARRIBA
El primer
testigo que comparece es don Manuel Godoy Prats, secretario
del Colegio de Abogados de Barcelona. Estuvo detenido en el
SIM y fue martirizado en las celdas llamadas «verbenas,
neveras y de colores». El mismo día de su detención fue
apaleado, y con unas grandes tijeras de oficina, se las
clavaron en la nuca, le rociaron el pecho con gasolina, arrancándole
la corbata, le prendieron fuego. Las quemaduras fueron apagándose
por sí mismas. «Fui otra vez apaleado, y extendido en un sofá.
Entonces me resistí brutalmente, porque querían hacerme una
prueba más horrible que las anteriores. Me dejaron. Al poco
rato me obligaron a salir a la calle, y, una vez en ella, me
metieron en un coche, simulando «darme el paseo». Pronto
volvimos a la checa. Un individuo, llamado «el Coronel», me
requirió para que hablase; me dijo que tenían tormentos
chinos, y, al ver que no hablaba, fui introducido en una
especie de gruta ubicada en el jardín. En esta gruta había
tres armarios de Portland, muy bajos de techo y como la pared
está inclinada, en forma de ángulo, no puede uno ni tumbarse
ni estar sentado. Al cerrarse la puerta, un palo que sale de
ella se mete entre las piernas, y muy cerca de la nariz queda
un potente faro, y suena constantemente un timbre atroz. La
sensación de asfixia es horrible, porque, a pesar de cerrar
los ojos, la luz es tan fuerte que no se consigue nada con
ello. Este suplicio empezó a las diez y media de la noche, y
duró hasta las tres de la madrugada. De allí me sacaron para
declarar.
Fiscal.- El suplicio a que usted se refería antes ¿era con unas
cuerdas de guitarra?
Testigo.- Sí, señor.
Fiscal.- ¿El objeto que perseguían era que diese usted noticias de
la Quinta Columna de Barcelona?
Testigo.- Sí, especialmente dónde se hallaba el Comandante de
Estado Mayor señor Aimat, y en dónde estaba don José
Gallard, a quien yo tenía escondido en Figaró, donde, al
fin, lo descubrieron. Para ello movilizaron, según me han
dicho, doscientos carabineros. Por fin, dieron con él. Un
agente del SIM se simuló payés; le dijeron que saliera de
donde estaba escondido porque un payés quería hablarle, y
lo detuvieron en seguida.
Fiscal.- ¿Tuvieron detenido a don José Gallard?
Testigo.- Creo que en Vallmajor. Gallard era muy amigo mío. Lo vi
al cabo de seis o siete meses; tenía en el cuerpo, por
ambas partes, unas cicatrices enormes, en las que casi cabía
un dedo. Se las hicieron con hierros candentes, y había
sido sentado en la silla eléctrica.
Fiscal.- ¿Se enteró usted que le asesinaron?
Testigo.- Sí, señor.
Fiscal.- ¿Al iniciarse el Movimiento, era usted Secretario del
Colegio de Abogados de Barcelona?
Testigo.- Sí, señor.
En su calidad
de secretario del Colegio de Abogados pudo influir para que éste
denunciara al Gobierno la existencia de las checas, y al
hacerlo así, el ministro Irujo dijo que acabaría con las
checas o éstas con él. Y fue esto último, porque las checas
no fueron suprimidas. El Colegio denunció este inicuo hecho
al fiscal del Tribunal Supremo, sin tampoco obtener ningún
resultado.
A preguntas de
la defensa contesta que durante la dominación roja hubo de
actuar como abogado y que durante una vista que tuvo lugar
ante el Tribunal de urgencia, informó entre dos agentes, que
no le apartaron las pistolas de sus costados durante toda la
vista. Dice que tiene noticias particulares de que los
Gobiernos francés e inglés fueron informados de lo que venía
ocurriendo en Barcelona con el funcionamiento de las checas.
ARRIBA
Después
declaró don Juan Juncosa Orga que estuvo detenido en
Vallmajor, desde el 31 de mayo de 1938 hasta la Liberación
de Barcelona (26 de enero de 1939).
Fiscal.- ¿Quiere usted decirnos que tormentos le aplicaron?
Testigo.- El tormento más frecuente era pegarnos con unas porras de
alambre, revestidas de goma. Otro suplicio era colocar en la
cabeza del detenido una goma con una campana; tiraban de ésta
y la campana pegaba contra la frente. También aplicaban
hierros candentes que ponían en las partes más sensibles
del cuerpo, testículos, por ejemplo; o colgaban boca abajo
al individuo, sujeto por una argolla, y tenerlo un rato,
hasta que declarara lo que les convenía. Había también
unos cajones con una luz muy potente y unos cencerros;
duchas de agua muy fría, e inmediatamente una corriente de
aire, producida por un ventilador.
Fiscal.- Usted, como médico ¿pudo observar los efectos de esos
suplicios?
Testigo.- Sí; pude observar lo ocurrido con un individuo que se
quedó en estado comatoso. Al día siguiente se suicidó en
uno de los lavabos. Cortó la correa del cinturón, y se
ahorcó en uno de los grifos, que están muy bajos; llegaba
perfectamente al suelo, pero no se apoyó con las manos y se
dejó caer de golpe para ahorcarse.
Fiscal.- ¿Torturaban también a las mujeres en esas celdas?
Testigo.- No lo sé, porque eran celdas, como cajones y estaban
incomunicadas unas de otras. Por noticias sé que, por lo
menos, a las mujeres les pegaban.
Fiscal.- ¿Qué régimen alimenticio tenían ustedes?
Testigo.- Un plato con agua sucia, a la que llamaban caldo, con unos
garbanzos que se podía contar: doce, veinte, veinticinco…
Fiscal.- ¿A qué hora les daban la comida?
Testigo.- ¡La hora era muy desigual!... ¡Por la mañana, nada; de
una a cuatro de la tarde, la comida. Y la cena, a las seis,
o las ocho, o las nueve. Esto fue los cinco primeros meses;
después mejoró algo el régimen.
A la pregunta
de si se había enterado de que funcionaban en las checas unas
Asesorías Jurídicas, explicó que allí actuaba una llamada
Asesoría Jurídica y que tenía la impresión de que los
Tribunales de Justicia roja imponían las penas de acuerdo con
las instrucciones que recibían de dicha Asesoría.
Otro testigo
es don Julio Degollada Castanys que aporta el detalle
de que el acusado por el trato que recibió durante su
permanencia en el SIM no parecía propiamente detenido. Iba
perfectamente trajeado y los dirigentes del SIM le tendían la
mano y le acompañaban. Entraba y salía y dirigía las obras.
Don
Guillermo Bosque Lapena conoció las checas de la Tamarita
y Vallmajor. Entre las torturas que sufrió señaló las
duchas, que les daban tres o cuatro veces al día. Los tenían
media hora debajo de la ducha, y luego les tiraban, desnudos,
a una carbonera. Estuvo cinco días sin comer. Las palizas
empezaban a las nueve de la noche, en que ellos solían venir
un poco “alegres”, y la pagábamos todos. Cada dos horas,
hasta las cinco de la mañana, nos llamaban a declarar. Así
estuve durante quince días. Después salí para el “Villa
de Madrid”, de donde me sacaron varias veces, dos de ellas
con los ojos vendados. En Vallmajor estuve desde mayo hasta
enero de este año (1939). Allí me pusieron en la silla eléctrica
diez o doce veces. Después “escribí a máquina”, como
decían ellos. Consistía el suplicio en descoyuntar los
dedos. (El testigo muestras las manos, en las que se advierten
aún las huellas de tortura).
Un día oí
decir al capitán Alegría, refiriéndose a la silla eléctrica,
que aun estaban haciendo cosas muy bonitas. Alegría me dijo,
refiriéndose al hoy procesado: “Este señor os está
haciendo cosas muy bonitas”. Yo le he visto allí varias
veces.
Fiscal.- ¿Quiénes formaban el grupo de torturadores?
Testigo.- El que más se distinguía era el capitán Alegría y un
sujeto que se llamaba López. Sin embargo, debo advertir que
no podía uno fiarse, porque un día un Agente llamó a López.
Y éste contestó que él no se llamaba así; que él era
Alberos. Al capitán Alegría lo vi de uniforme de teniente
de Artillería.
Fiscal.- ¿Y un tal Meana?
Testigo.- Criminal, a más no poder.
Fiscal.- ¿Y un tal Astorga?
Testigo.- Era jefe de Campo.
Compareció
también don Jaime Escoda Llavaría, que perteneció a
la Quinta Columna, del grupo J.M.B., y por ello fue detenido,
con su esposa, hijos y otros familiares. Le preguntaron por un
Canónigo y por otro sacerdote. Al contestar que no sabía
nada, le dieron un garrotazo en la cara, saltándole los
dientes. Entonces les dijo: “Ya podéis pegarme lo que queráis,
porque, aunque lo supiera, no lo diría”. Le pusieron una
argolla de madera al cuello y una bombilla eléctrica enorme
muy cerca de los ojos, mientras le golpeaban en la cabeza. A
su mujer la bajaron a un sótano muy húmedo y de allí la
llevaron a un cuarto donde había una campana que sonaba
horriblemente, y luego a la nevera. De resultas de esto, su
esposa estuvo por espacio de tres meses con el conocimiento
perdido. A un hermano suyo lo asesinaron en Tarragona
Don Joaquín
Gay Vilar, que estuvo ocho meses detenido, desde el 30 de
mayo de 1938 hasta el 14 de enero de 1939. Después de pasar
por la celda que había en los sótanos de la torreta de los
interrogadores, le pusieron una inyección infectada en el
brazo derecho. Lo hicieron con muchos compañeros, entre ellos
Rodríguez, jefe de ventas de la Casa Ford; el comandante de
Ingenieros, Llorente, el señor Osset, don Alfredo Mazas, que
prestaba servicio en la Jefatura superior de Policía. El señor
Rodríguez falleció a consecuencia de la inyección.
Doña Rita
Bermejo Bermejo recorrió un calvario de varias checas por
‘fascista’. Primero la llevaron a la calle Muntaner, 388 y
de allí a Muntaner, 321 y dos días más tarde a la calle
Zaragoza, donde estuvo 48 horas, al cabo de las cuales salió
para la Tamarita, donde la encerraron en una especie de cuarto
de baño, donde le arrojaron cubos de agua, para acto seguido
tirarla a una carbonera, que tenía dos ventanucos: uno que
daba al jardín, y otro por donde echaban el carbón. Después
la llevaron a la checa de Vallmajor, donde un tal Gironella le
propinó una paliza tremenda.
ARRIBA
El fiscal
comienza a formular su acusación en un ambiente de
impresionante expectación en la sala.
Pide un
recuerdo a cuantos españoles cayeron por Dios y por España
en las cárceles rojas y con el recuerdo, una oración. Dedica
párrafos de encendido elogio a los soldados de Franco que
rescataron todo el territorio español hasta la frontera para
restablecer la Ley y la Justicia y manifiesta que el Consejo
se halla ante un delito contra el Derecho de gentes. Cita las
checas que funcionaron en Madrid; en Santa Úrsula de Segorbe;
en los bajos del Gobierno Civil de Murcia; en Albacete y
tantas otras, pero ninguna de ellas revistió la perversidad
de las de Barcelona.
El acusado
construyó las de la calle de Zaragoza y de Vallmajor. ¿Qué
delito ha cometido? Un delito vasto y terrible contra los españoles
dignos.
Cita las
distintas clases de tormento que en aquellos antros se daba y
divide el funcionamiento de las checas en dos períodos. El
segundo período, se distingue por la presencia en Barcelona
de Negrín, es el más terrible.
Basándose en
las manifestaciones hechas por el acusado en el sumario,
explica a la sala, en un relato escalofriante, lo que fueron
las celdas de los “colores”; las de “verbenas” o
“campanillas”, la diabólica combinación del agua, luz,
color y frío para lograr efectos devastadores del ánimo del
recluso.
Estas cárceles
–agrega– constituyen el principal cargo que puede hacerse
contra el gobierno rojo, que decía apoyarse en una pretendida
legitimidad, a pesar de que mataba frailes y monjes, y
atormentaba brutalmente en sus cárceles. Y no se diga que no
se sabía todo eso en el extranjero. Lo ha dicho el señor
Godoy, quien ha afirmado que hubo un Consejo de ministros para
tratar exclusivamente de ello. ¿Por qué no se enteraron las
Comisiones frentepopulistas, ni el deán de Canterbury ni las
ligas internacionales?
¿Es autor de
aquellas celdas el acusado? Lo ha reconocido en sus
declaraciones y lo atestigua la prueba testifical y la
documental. El fiscal comienza el análisis de la participación
del acusado en el delito y va perfilando su actuación de gran
revolucionario, de dirigente marxista que le da la confianza
de los gobernantes rojos. Estamos –dice– ante un
aventurero internacional que se mueve a la perfección en las
aguas encharcadas que era la Cataluña rojo-separatista.
Traicionó a una Sindical con otra Sindical y fue de una
barricada a otra, llevando confidencias.
Desmiente lo
afirmado en su alegato por el acusado respecto a los servicios
que dice haber prestado y termina pidiendo que de acuerdo con
el Código de Justicia Militar y el Bando declaratorio del
estado de guerra en toda España, se condene al procesado a la
pena de muerte, sufrida en garrote vil.
ARRIBA
Al folio 38 del sumario figura copia de un escrito,
de puño y letra de Alfonso Laurencic, titulado «Preventorio
de Vallmajor».
En esas
cuartillas explica la distribución del edificio, integrado
por el chalet de los Interrogadores y la prisión propiamente
dicha; aquél estaba instalado en la calle de Vallmajor, número
4, frente por frente de un antiguo convento, que después
sirvió de Escuela de Párvulos de la Generalidad. A petición
de Cobos, jefe de los Interrogadores, y con el fin de evitar
que los detenidos que habían de ser interrogados no tuviesen
que cruzar la calle, se pensó en la construcción de un túnel
pasadizo subterráneo, que pasando por debajo de la calle de
Vallmajor, “facilitase el pasaje del personal
desapercibidamente”; obra que no pudo llevarse a cabo por
las constantes filtraciones de agua.
«En fecha
aproximada de 28 a 29 de mayo –sigue escribiendo el
encartado– fui encargado por el señor Urdueña, y con carácter
de trabajo urgente de la construcción de tres celdas armario,
instrumento de tortura, las cuales, colocadas en un pequeño
reducto del chalet, debían de servir a “trabajar” los
detenidos que se hubiesen mostrado recalcitrantes durante el
interrogatorio. A petición mía, para que explicase
detalladamente de qué construcción se trataba, Urdueña me
hizo acompañarle a su despacho, y allí, con papel y lápiz,
diseñó un armario, con formas y medidas que me daba con
aproximación: ancho, de hombro a hombro; más bien bajo y con
un trecho movible que obligue al paciente a agacharse, etc.,
etc., diseñándome con una forma humana la posición que el
paciente debía de ocupar en este armario. Yo mismo que en
1937 había abierto un informe contra el empleo de esta clase
de instrumentos de tortura por parte de la checa del convento
de Santa Úrsula de Valencia, y cuyos datos auténticos me
fueron facilitados por el argentino Lipschutz, miembro de la
Liga de los Derechos del Hombre, que padeció tormento en uno
de estos armarios, hablando con conocimiento de causa, le
pregunté a Urdueña el motivo “por qué se tenía que
inclinar el piso-suelo bajo los pies”, a lo que Urdueña me
contestó que habiendo él pasado también por uno de estos
armarios durante su persecución (?) en Bélgica, él quería,
no solamente copiarlos, sino mejorarlos, mejor dicho, aumentar
los efectos, por lo que me indicó que debía dejar una
abertura en la puerta para poder colocar una potente lámpara.
Asimismo, que se colocase una toma de corriente para conectar
un bordón, consistente en la “aparatura” completa de una
campañilla eléctrica “sin” la campana.
Aprovechando
los detalles dados por Urdueña, Laurencic dibujó un boceto
de las celdas que debían construirse: 50 centímetros de
ancho por 40 de profundidad, de altura graduable de 1,40 a
1,60, conteniendo en su respaldo un saliente de unos 13 centímetros
de largo, colocado a 63 centímetros del suelo, que debía
servir “como de asiento” al paciente. La altura de este
asiento obligaba al paciente a sostenerse sobre las puntas de
los pies; la estrechez, o mejor, la poca profundidad hacía
que tocara la puerta con sus rodillas, reposando en éstas
todo el peso del cuerpo, que resbalaba continuamente del
asiento. El techo graduable, rebajado a medida, impedía al
paciente enderezar el cuerpo. Sendas tablas, colocadas entre
las piernas y delante del pecho, debían impedir cualquier
movimiento de las extremidades, como cruzar las piernas,
cambiar de posición, apoyar la cabeza sobre los brazos,
taparse la cara o la vista de la luz encendida. Urdueña
opinaba que una permanencia de cinco a diez minutos en estos
armarios, ablandaba al más recalcitrante.
El encartado
explica la distribución dada a la prisión de Vallmajor,
donde en celdas de 3 por 3 metros permanecían 10, 12 ó 15
presos durante tres meses, por lo menos. Dice que cuando se
empezó a hablar de las celdas “psicotécnicas”, fue
aceptada la construcción de cuatro, reservándose la
construcción de más, hasta ver si daban resultado. La altura
del techo de estas celdas era de dos metros, 2,50 metros de
largo y 1,50 de ancho. Estaban situadas hacia el Sur, y recibían
la luz del sol continuamente, y Urdueña se procuró alquitrán,
revistiéndolas por dentro y por fuera para que los rayos del
sol, dando de lleno en lo negro, sobrecalentasen el aire de
las celdas. Urdueña, que ordenó esto en junio de 1938, no
pensaba prestarles un señaladísimo favor a los presos que
hubiese en invierno, dotándoles de esta calefacción
La forma
rectangular de 1,50 m. por 2,50 m. se halla quebrada en un
rincón por una curva que forma la pared, cuya finalidad
psicotécnica debía de ser la de romper la monotonía de
otras celdas. El interior de cada una de las cuatro celdas se
hallaba repartido así: una superficie, que debía servir de
camastro, hecho de obra, de 1,50 de largo por 0,60 de ancho,
adosada a la pared, con una inclinación lateral de un 20 por
100. La finalidad a conseguir por estas dimensiones era:
obligar al preso a encoger las piernas, visto que con metro y
medio la cama era demasiado corta; con 60 centímetros de
ancho le salía el coxis o las rodillas, de un lado, mientras
que en el lado opuesto, o sea la pared, el solo tocar en ella
debía iniciar el movimiento de resbalo facilitado por la
pendiente de 20 por 100 de la superficie del lecho. Si bien se
podía uno aguantar cierto tiempo en esta posición, mientras
conservaba la más absoluta inamovilidad, es comprensible que
un durmiente, al menor movimiento involuntario, debía
resbalar, teniendo así que permanecer en una semi-somnolencia
interrumpida por el continuo despertar. Esta intención no
llegó a realizarse, como la práctica lo demostró más
tarde, pues todos los presos prefirieron sentarse únicamente
sobre el camastro, y de esta forma, alargándose bien y
apoyando la espalda en la pared, se podía permanecer hasta
con una relativa comodidad. Este defecto técnico no fue
previsto al ser construidos los camastros demasiado bajos,
aproximadamente a 0,35 ó 0,40 metros del suelo.
No le quedaba
al recluso más que estarse de pie o a caminar a través de la
celda, ‘paseo’ que se veía interrumpido por la colocación
de ladrillos puestos de canto en todo el suelo, por lo que al
recluso solo le quedaba contemplar las cuatro paredes,
interviniendo entonces los efectos psicotécnicos. «Se me dio
por parte de Garrigós el encargo de repartir por las celdas
diferentes figuras de ilusión óptica, como dados, cubos,
espirales, puntos o círculos, de diferentes colores, así
como trazar en la pared líneas horizontales y otros dibujos».
En la famosa
reunión en la que se había discutido el proyecto, fui
preguntado por Garcés, el cual se dirigió a mí como
entendido en colores y efectos de luz, preguntándome qué
efectos producían los colores siguientes:
Rojo.-
Contestación mía: animaba, enardecía, calentaba los
sentidos visionales, y, por consiguiente, el temperamento.
Azul.-
Contesté que era una luz fría, calmante, recomendada para
nerviosos y de temperamento histérico.
Amarillo.-
Que no producía efectos notables; que era el que más se
parecía a la luz solar; que realzaba y embellecía los
colores, y se empleaba mucho en decoraciones.
Verde.-
Contesté que era triste, lúgubre, “Como un día de
lluvia”, que predisponía a la melancolía y a la
tristeza.
Garrigós
propuso la colocación de vidrios verdes, llamados de
“Catedral”, en la ventana, para obtener así el efecto
antes descrito. La luz nocturna, que debía estar
continuamente encendida –sistema ordinario de todas las
checas– debía obtenerse por medio de una potente lámpara
que, por su claridad, colocada precisamente sobre el camastro,
debía impedir un dormir efectivo.
De todos estos
efectos el que considero como el refinamiento de la crueldad más
perversa, y qué, curiosamente, no fue propuesto por Garrigós,
sino por Urdueña, consistía en colocar, en un orificio hecho
en la pared que da al pasillo exterior, visible para el preso
y manejable desde el exterior por el guardia de servicio, un
reloj que marcase las horas, como un reloj ordinario. El
truco, desconocido por la casi totalidad de la gente, consistía
en que se había acortado el muelle regulador de este reloj,
por lo que adelantaba a razón de cuatro horas por 24 horas.
«La
finalidad que para el simple mortal pudiera ser grotesca,
pues parece que uno se tendría que dar cuenta de que,
cuando es de noche y el reloj marca las 10 de la mañana, no
pueden ser las 10 de la mañana, tenía una finalidad más
perversa. El reloj personal de cada individuo es su estómago.
El menor retraso en el reparto del rancho
–con lo escasa que era servida la comida–, los
mismos minutos en hacer cola o esperar turno eran para los
reclusos un tormento. Y cuál no sería el tormento del
preso que ve marcadas las doce en el reloj, hora del rancho,
y que, a lo mejor, sólo son las diez, y le quedan hora y
media o dos horas todavía. Su vista y su estómago lo
tiranizan al extremo de que creo poder afirmar que de todos
los efectos psicotécnicos es quizá el más cruel y el de más
tortura».
ARRIBA
Tras la
detenida lectura de la sentencia, el encartado Alfonso
Laurencic, que a la sazón se hallaba recluido en la Prisión
Celular, se dirige al Juez militar –que había acudido a
dicho Establecimiento a la una de la madrugada para
notificarle la sentencia– que era su deseo hacerle un ruego:
Que le permitiese hablar. Y así lo hizo Laurencic,
manifestando que él «era una víctima de las circunstancias».
Conociendo ya su fin cercano, dirigió una carta a su mujer,
accediendo el Juez a esta demanda. Posteriormente, Laurencic
confiesa con el sacerdote, que le exhorta a bien morir. Después
comulga. Laurencic, el siniestro hombre de las checas, da
muestras de sereno, imperturbable, completo dominio del espíritu…
ARRIBA
A las cuatro
de la madrugada del día 9 de julio de 1939, Laurencic es
conducido al Campo de la Bota. Delante del piquete, Laurencic
no ha querido que le venden los ojos. El momento final se
acerca. La descarga atruena y Laurencic cae desplomado sin
haber hecho en aquel supremo instante de su vida ninguna
manifestación. El acto final se había consumado.
ARRIBA
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