El
entierro.
El
entierro de don Miguel Primo de Rivera era todo un problema
para el Gobierno que había quedado en manos del general
Berenguer. Se estudió meticulosamente el itinerario y se evitó
pasar por las calles céntricas. Se cursaron órdenes a las
unidades militares que acudirían al entierro. Se deseaba
rendirle honores, pero no demasiados. La comitiva fúnebre
recorrería, desde la Estación del Norte, el paseo de la
Virgen del Puerto, la calle de Segovia, el paseo Imperial, con
desfile y despedida en la plaza de las Pirámides.
En
la presidencia, el infante don Fernando en representación del
Rey, el Gobierno en pleno y los hijos José Antonio y Miguel
presidiendo el duelo familiar. La fuerza militar de honores
estaba integrada por una sección de la Guardia Civil de
Caballería, cuatro piezas del Regimiento de Artillería a
Caballo, los caballos que habían sido montados por el
General, ensillados de gala, escuadra con banda y piquete del
Regimiento de León. Luego las representaciones oficiales y el
clero con la Cruz alzada. A continuación, el féretro sobre
un armón de artillería, escuadra y banda del Regimiento de
Saboya y una sección de Alabarderos.
El
hombre de la calle sin vinculaciones políticas, comenzó a
formularse un juicio simple: con Primo de Rivera las cosas habían
ido bastante bien; ahora comenzaban a marchar cada vez peor.
También pesó mucho en aquel ambiente las injusticias con
Primo de Rivera a que el pueblo es tan sensible, a su entierro
por las Rondas, sin cruzar la capital, a aquella mezquina
frase del comunicado oficial “de que bajo su mando acaeció
la pacificación de Marruecos”... y la no asistencia de
Alfonso XIII al entierro, el que tanto debía al General...
Don
Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella, fue
enterrado en el cementerio de San Isidro, y donde, después,
fueron profanados sus despojos vandálicamente durante la
Cruzada de Liberación de 1936. Ahora reposan sus restos en la
iglesia de la Merced, de Jerez de la Frontera.
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