Un homenaje con ocasión de los 24 años del 23-F

  EL CORONEL JOSÉ IGNACIO SAN MARTÍN

 

Por Eduardo Palomar Baró.

 

Biografía de José Ignacio San Martín López

Foto del Coronel San Martín dedicada al autor del artículo

Nació en San Sebastián el 26 de junio de 1924. Militar de Artillería y licenciado en Ciencias Económicas. Entre 1952 y 1956 estuvo destinado en París como enlace del Alto Estado Mayor con el Servicio de Documentación Exterior y Contraespionaje (SDEC) francés. En 1960 se diploma en Estado Mayor con el número uno de su promoción, y de Estado Mayor de la Armada. Ejerció mando de tropas en Marruecos, Madrid y Sahara. Participó en la última campaña en este territorio al mando del Grupo de Artillería Autopropulsada XII. Perteneció a los estados mayores de la antigua División de Caballería Jarama y Acorazada Brunete número 1, de la que era jefe del Estado Mayor el 23 de febrero de 1981.

En 1968, dependiente del ministro de Educación, montó unos servicios para prevenir desórdenes estudiantiles, que pronto se ampliaron a la atención de los sectores eclesiástico y cultural cuando crea la Organización Contra-subversiva Nacional (OCN) que dependería del Ministerio de la Gobernación. El 3 de marzo de 1972 se creó el Servicio Central de Documentación (Seced) por el almirante Carrero Blanco y fue dirigido por el oficial de Estado Mayor, José Ignacio San Martín. Se trataba de unos servicios secretos para el interior, ya que los exteriores seguían dependiendo del Alto Estado Mayor.

San Martín, que trató muy directamente con Carrero Blanco durante sus últimos años, emitió el siguiente juicio sobre el almirante asesinado: “Una de las personalidades políticas más desconocidas y más injustamente tratadas. Era una persona llena de buenas cualidades y virtudes, de las que resaltan su honradez, religiosidad y patriotismo”.

Despacha con frecuencia con el presidente Carrero Blanco y alcanza un gran poder visto con recelo tanto por militares como por políticos de relieve. Inicia estudios de operaciones de información antiterroristas pero no se desarrollan por el brutal asesinato del presidente, ocurrido el 20 de diciembre de 1973.

Coincidiendo con ese alevoso crimen del almirante Luis Carrero Blanco, tenía que celebrarse aquel mismo día, el juicio oral contra los procesados del famoso Sumario 1001, que se suspendió, por razones elementales. El propio teniente coronel San Martín, multiplicando asombrosamente su actividad, se encargó de tranquilizar personalmente a los procesados del 1001, a sus abogados -entre los que se encontraban Ruiz Jiménez, Fernández Santos, Gil-Robles, Adolfo Cuella, Alfonso de Cossío, Cristina Almeida, Javier Sauquillo, García de Cinza, José Manuel López y Enrique Barón-, y a los principales representantes de la oposición política, garantizándoles su plena seguridad. El teniente coronel San Martín resumiría el ambiente de la nación aquel día, en una carta de su puño y letra, que remitió poco después de las diez de la noche a Fernández Miranda: «Indignación, incredulidad y anonadamiento por el atentado; calma tensa, con gran ansiedad por el posible desarrollo ulterior de los acontecimientos; cierto alivio en el País Vasco porque el atentado no haya tenido lugar en aquellas provincias; repulsa general por la deficiente información inicial facilitada por los servicios nacionales de noticias hasta la media tarde; entre los intelectuales de izquierda cierta psicosis de miedo a posibles reacciones; absoluta serenidad en las Fuerzas Armadas; están vigiladas las fronteras».

El nuevo presidente Arias Navarro le releva de su cargo el 17 de enero de 1974. Posteriormente tendría destino militar, tal como hemos mencionado más arriba, en el Sahara y desempeñaría el cargo civil de director general de Tráfico. Nuevamente en destinos militares, participó en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y fue condenado. La pena impuesta fue de 3 años y un día, “como autor de un delito consumado de conspiración para la rebelión militar”. La pena solicitada por el fiscal fue de 15 años y el Tribunal Superior lo rebajó a 10 años.

Cumplió prisión en el Castillo de Santa Catalina (Cádiz). En una carta que me dirigió el 29 de mayo de 1986, manifestaba: “Me han dado una propina de 40 días y espero salir el 24 de junio. Me han quitado la redención por ‘donaciones de sangre’. Es la primera vez que lo hacen. Dicen por ahí que no han querido soltarme por cuestiones electorales”.

Autor del importante e interesante libro Servicio Especial. Ed. Planeta. Espejo de España 1983, que lo escribió en el período comprendido entre finales de febrero y primeros de septiembre de 1981, mientras se encontraba en prisión preventiva.

Destaca en el contexto de la obra que los fallos y deficiencias del sistema actuaron en su contra más que los méritos de sus adversarios, citando a este respecto una frase de Ángel Ossorio y Gallardo en su libro sobre Cambó: “Los regímenes no se derrumban por el ataque de sus adversarios, sino por la aflicción y el alejamiento de quienes deberían sostenerlos”.

Falleció el domingo por la noche del día 6 de junio de 2004, cuando le faltaban pocos días para cumplir los 80 años de edad, en el hospital Central de la Defensa de Madrid. Estaba en posesión de numerosas condecoraciones militares y civiles, entre ellas dos grandes cruces.


Recuerdos y comentarios de Fuentes Gómez de Salazar y Pardo Zancada sobre San Martín

En el libro El Pacto del capó del coronel Eduardo Fuentes Gómez de Salazar -fallecido el 2 de diciembre de 2004- deja constancia de sus recuerdos acerca del coronel San Martín. Sus padres, ambos militares, había sido amigos. Eduardo y José Ignacio se empezaron a tratar en la Escuela de Estado Mayor. San Martín tenía fama entre sus compañeros de hombre metódico, inteligente, trabajador infatigable y con ambiciones de destacar nunca disimuladas. Sus cualidades le llevaron a obtener el número uno de su promoción. Era, como buen vasco, de carácter algo brusco, y mostraba un talante serio, nada dado a las diversiones, exageradamente estudioso y abiertamente interesado en las cuestiones políticas. Se había licenciado con notas brillantes en Ciencias Económicas y durante varios años había estado destinado a la Embajada de España en París, en donde cursó estudios en el Institut de Sciences Economiques. San Martín ofreció a Fuentes Gómez de Salazar un puesto en el Alto Estado Mayor, dentro del servicio de Contraespionaje en el que se encontraba destinado.

El valor estratégico de España atraía como un faro a los beligerantes de occidente y de oriente: la CIA norteamericana y la descomunal KGB soviética. Especialmente cuando las enfermedades de Franco anunciaron la cercanía de su ocaso. Ambos bandos deseaban obtener posiciones ventajosas para sus aliados internos en la abierta fase de sucesión política. La conflictividad era atizada desde fuera, provocando una creciente agitación en las áreas estudiantiles, laborales e intelectuales.

Y empezó a cobrarse víctimas un terrorismo sanguinario, que en el País Vasco giró entorno a ETA. Todo ello conmocionaba profundamente a unas clases dirigentes y a una opinión pública habituadas a treinta y cinco años de cívica paz octaviana. En vista de todo ello, Luis Carrero Blanco solicitó al Alto Estado Mayor especialistas para incluirlos en su equipo de asesores personales, designándose para ello al entonces comandante San Martín, el cual se ganó enseguida la confianza del almirante, creando  el Servicio Central de Documentación (SECED) de la Presidencia del Gobierno. La labor organizativa de San Martín fue rápida y notable.

Ricardo Pardo Zancada en su libro 23-F. La pieza que falta -uno de los más importantes e imprescindibles para conocer todo el “enredo” del 23-F-, habla sobre San Martín en estos términos: Conocí a San Martín en octubre de 1960, siendo yo alumno de la Escuela de Estado Mayor. En el trato era fácil apreciar en él dos de sus cualidades innatas: una imaginación fértil para sacar partido de un grupo humano, y una clara habilidad para colocar a cada uno de sus subordinados en aquel puesto donde más y mejor pudiera rendir. En marzo de 1969 San Martín ofrece a Pardo Zancada integrarse en un servicio que se iba a crear para que se ocupara de la acción contra-subversiva  en la universidad, ambiente que ya era presa de una intensa agitación. Sus buenas cualidades dialécticas con algún toque demagógico le permitían hacer vibrar a quien le escuchaba. A sus colaboradores inmediatos les sacaba el jugo hasta el límite. Se desvivía por todos, premiando el esfuerzo con recompensas morales y condecoraciones.       

Algunas de las declaraciones de San Martín en la vista oral por la causa 2/81, seguida por los sucesos del 23 de febrero de 1981

            ·  “La mención a Su Majestad el Rey fue como un resorte. Todos nos dispusimos a obedecer ciegamente”.

            ·  “Yo contesté al capitán general que tenía constancia de la gran fidelidad al Rey del comandante Pardo”.

            ·  “Actúe siempre con absoluta fidelidad a mi general jefe”.

            ·  “Para mí era absolutamente impensable que el general Torres Rojas pudiera encargarse del mando de la DAC si el general Juste no apoyaba explícitamente o tácitamente la operación”.

            ·  “Tras mi conversación con Pardo Zancada tuve la absoluta certeza de que la operación estaba respaldada por el Rey”.

            ·  “Sí, perfectamente podría haber impedido que Juste asumiera el mando de la División Acorazada, con no decirle nada hubiéramos continuado viaje a Zaragoza”.

            ·  “Por supuesto. Habría actuado de otra manera si hubiera dudado en algún momento de que la operación estaba respaldada por el Rey”.

            ·  “Pardo Zancada siempre actuó con disciplina antes de salir con la unidad de la Policía Militar hacia las Cortes”.

            ·  “Pensaba que la operación -de ámbito nacional- estaba apoyada por el Rey como, a mi juicio, debían pensar los Guardias Civiles que ocuparon el Congreso”.

            ·  “Para mí, el teniente general Milans del Bosch y el general Armada, son los dos generales de más grande trayectoria monárquica”.

            ·  “Por supuesto que no estaba la ocupación de la Zarzuela entre las instrucciones repartidas el 23 de febrero a la División Acorazada”.

            ·  “Desde la muerte de Carrero Blanco había notado una cierta sensación de intranquilidad nacional y de intranquilidad concreta en las Fuerzas Armadas. Fundamentalmente, por el peligro que corría la Patria”.

            ·  “Por parte de la Guardia Civil nunca temí ningún tipo de acciones sangrientas”.

            ·  “El general Juste tenía una gran inquietud por la difusión del mensaje de Su Majestad el Rey, que fue anunciado a las diez, y no salió en pantalla hasta pasada la una de la madrugada”.

            ·  “Para mí, la conducta de los capitanes de la DAC de no abandonar a su comandante en una situación delicada, es la exigida por las Reales Ordenanzas”.


Alegatos de San Martín

El día 24 de mayo de 1982, una vez terminada la vista oral y después de que los procesados hicieran sus alegatos, el presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, teniente general Federico Gómez de Salazar Nieto, declaró vista para sentencia la causa 2/81, seguida por los sucesos del 23 de febrero de 1981.

El coronel José Ignacio San Martín dijo:

Excelentísimos Sres.:

En este acto castrense, el más importante de mi vida, les hablo desde lo más íntimo de mi conciencia. Quiero imprimir a mis palabras toda mi sinceridad... Sin ropajes literarios... ¡Con realismo!

Es cierto un alegato, pero también es cierto que es un testimonio y a la vez un mensaje.

En el capítulo de agradecimiento, mi gratitud a mi defensa, integrada por el letrado don José María Labernia Marcos y el general de Brigada de Infantería, diplomado de Estado Mayor y Medalla Militar individual, don Jaime Farré Albiñana.

Agradezco el magnífico comportamiento de las mujeres de nuestros compañeros que, distribuidas por toda la geografía hispana, se han desvivido para que nuestras familias hayan visto mitigados sus sufrimientos.

A los compañeros que nos han visitado a lo largo de estos quince meses, y a quienes nos han dado testimonio de su compañerismo y amistad, gracias. Destaco a los suboficiales de la División Acorazada.

A mi familia, de la que me enorgullezco y, especialmente a Margot, mi mujer.

Me honro con la amistad de la gran mayoría de los que han compartido mi suerte.

Si con mi actitud he herido o perjudicado a alguien, le pido perdón. Pero yo, que he sido agraviado con la difamación y el ultraje, perdono a los que me han ofendido, como perdono a quienes nos han hecho grave daño moral a mí y a los míos. No hay odio ni rencor.

Aunque Dios, y no invoco su santo nombre en vano, ya me ha absuelto -he conocido su fallo a través de la conciencia- dispusiera que vuestra sentencia me fuera adversa, se lo ofrecería toda para que en España reine la convivencia entre los españoles, para que se sientan orgullosos de serlo, para que el Ejército sea realmente la garantía de la unidad de la Patria, para que mis compañeros de Armas continúen trabajando por el perfeccionamiento de las Fuerzas Armadas y hagan honor al juramento a la Bandera y al mandato del pueblo.

Se quiere hacer ver que todo el Ejército aceptaba, sin más, la situación nacional, en torno a las fechas del 23 y 24 de febrero de 1981. Y eso es una posición engañosa.

El día 23 de febrero, todos cuantos estuvimos convencidos de que debíamos participar en una operación supuestamente querida y aceptada por el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, no dudamos en cumplir las órdenes que nos dieron y no lo dudamos porque considerábamos que se había llegado en España a una situación realmente grave.

El día 6 de noviembre de 1980, el general jefe de la División entregaba en mano al capitán general de la Primera Región Militar un informe en el que decía entre comillas que “los cuadros de mando creían que el Ejército, ante la ola de terrorismo debía intervenir”, a la vez que solicitaban del capitán general que acogiera favorablemente tal opinión, y vuelvo a entrecomillar, “que comparte el Mando de la División”.

Luego, con ocasión de la audiencia que S.M. el Rey me concedió, el 18 de noviembre de 1980, un ayudante de campo de S.M. me animó a que expusiera al Rey, con absoluta sinceridad, cuál era el estado de ánimo de los cuadros del mando de la División Acorazada. Y así lo hice. Por su parte, el capitán general de la Primera Región Militar, intentó ponerse al habla conmigo, antes de la audiencia, para rogarme, como así me lo indicó posteriormente, que dijera al Soberano que “el Ejército estaba irritado”.

En los primeros días de diciembre, el mismo ayudante de campo de S.M., a quien acabo de referirme, me dijo confidencialmente que no desesperáramos, porque pronto se resolvería la situación. Cualquier especulación sobre el sentido de tales palabras carecería de valor, pero no tanto como para no dar fuerza, equivocadamente,, al convencimiento que nos fue transmitido por encargo de uno de los más prestigiosos tenientes generales del Ejército y ¡que nunca miente!

¿Ganas de involucrar a Su Majestad? Totalmente falso. Creíamos que el Rey quería una solución y obedecimos. Y cuando estuvimos persuadidos de que no la quería, obedecimos igualmente. ¿Dónde está la rebelión?

Actúe, como lo hice, guiado por dos códigos: el del honor, no traicionando a nadie, y el de mi conciencia, pensando en que era correcto mi proceder.

Pero vayamos contestando a una serie de interrogantes:

Uno. ¿Por qué salió la División Acorazada? Sencillamente, porque así lo dispuso el Mando de la misma. ¡No le demos más vueltas!

Dos. ¿Por qué se replegó? Por la misma razón. Pero hay más. Si las órdenes dadas por el capitán general de la Primera Región Militar no las hubiera confirmado el general jefe de la División, la operación inicial no se habría parado.

Tres. ¿La Orden de Alerta II significó para los cuadros de mando de la División que el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas había cambiado de opinión? No necesariamente. ¿Por qué? Por que helecho de mantener acuarteladas las tropas en todo el territorio nacional no era indicativo de nada en contra. Hubiera podido el Jefe Supremo haber actuado de otro modo.

Cuatro. ¿El telex de S.M. referido a las facultades de la JUJEM modificaba la situación? No. Más bien era confirmación de lo anterior. Además, por si fuera poco, momentos después se estaba esperando que el general Armada se hiciera cargo del poder, según manifestaciones hechas en el Estado Mayor del Ejército y conocidas en la División Acorazada, al menos en el escalón superior, y en varias Regiones Militares.

Cinco. ¿Había situación de confusión, disgusto, contrariedad, así como actitudes expectantes, en la División Acorazada, al anochecer del día 23 de febrero? Por supuesto. Y lo afirmo así, por las comunicaciones que tuve con varios mandos de unidad de la División así como otras llamadas telefónicas de diversos centros militares, sin olvidar el malestar reinante en el propio Cuartel General de la Gran Unidad. En esto tengo que ser totalmente rotundo, porque explica muchas cosas.

Seis. ¿Conocieron la operación personas que no han sido citadas claramente en los testimonios? Imposible de responder a esta pregunta, y sobre todo, sin pruebas. Tuve una confidencia posterior de que sí la conocieron. ¡Allá cada cual con su conciencia!

Si reflexionamos un poco tendremos que admitir que se pudieron evitar los sucesos del 23F.

A la hora de tratar de deslindar responsabilidades:

Asumo toda la responsabilidad de cuanto hicieron mis subordinados directos, en su calidad de miembros del Estado Mayor, antes y después de iniciar la División su participación en la operación. Me refiero a la actuación de los hoy procesados, capitán Batista y comandante Pardo, en la parte que a ellos afecta, antes del regreso del jefe de la División al Cuartel General de la misma, durante la tan traída exposición que hizo el comandante Pardo en la reunión de mandos y en el resto de la jornada.

Y termino:

Primero. Solicito respetuosamente del consejo de exoneración de responsabilidades para todos los demás procesados de la DAC y haga posible que se reincorporen urgentemente al Ejército, que los necesita.

Segundo: Habré cometido fallos y equivocaciones, justificados “per se” y a los que se puede aplicar, en todo caso, el beneficio de la duda, pero lo que no cometido es un delito de rebelión militar, ni siquiera delito alguno. Acepto, sin embargo, mis responsabilidades.

Tercero: No me consolaría un posible indulto. Quiero, sencillamente, justicia. Confío en el Tribunal y nada temo de la justicia, ni nada espero del favor o de la clemencia.

 Y así lo proclamo, Excelentísimos Sres., porque creo en la justicia, porque desearía seguir creyendo en ella y porque quiero que crean en ella mis dos hijos militares que constituyen mi mayor orgullo y satisfacción.

 

23 de Febrero de 2.005.-

 

 


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