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Actualizada: 27 de Noviembre de 2.007.  

 
 
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 El drama del exilio infantil.


Los niños de la guerra española.

Por Eduardo Palomar Baró




Con motivo del 70 aniversario de la evacuación de niños efectuada en la primavera de 1937, se han celebrado diversos homenajes organizados por el Gobierno vasco “a los niños y niñas de la guerra” y “a los adultos que les apoyaron”...

Durante la guerra civil, en la zona roja, con el fin de alejar a los niños de las zonas álgidas del conflicto, se crearon colonias escolares en Levante y Cataluña, procediéndose también a evacuar grupos de niños hacia países europeos. Así, al principio, fueron evacuados a Francia unos 7.000 menores (6.000 procedentes de Madrid, Valencia y Cataluña y unos 1.000 de Bilbao, Santander y Gijón).

Las ofensivas del ejército de Franco en el frente Norte, que tuvieron lugar en septiembre de 1936, provocaron la primera expedición de pequeños grupos de niños a Francia. Pero las primeras expediciones oficiales organizadas datan de marzo de 1937. A Bélgica, Suiza e Inglaterra llegaron unos 4.000 niños vascos.

Las cifras finales varían, pero las últimas estimaciones dan como país de acogida mayoritario a Francia (cerca de 20.000), seguido de Bélgica (unos 5.000), Inglaterra (en torno a 4.000) y la URSS (2.900). A mayor distancia, Méjico (455), Suiza (450) y Dinamarca (100). Suecia, Noruega y Holanda no acogieron niños, pero financiaron el sostenimiento de colonias en territorio francés. De total de unos 34.000 niños entre cinco y quince años de edad, que fueron evacuados durante la guerra civil, una parte (algo más de la mitad) regresaría a España, incluso antes de que terminara la contienda; otros tardarían algo más: los evacuados a la Unión Soviética no lo podrán hacer hasta 1956, cuando ya eran unos adultos. Para entonces, muchos prefirieron permanecer en la URSS. Estas cifras sufren notables cambios según los diferentes estudios, documentaciones, libros, historiadores, etc., que se han realizado y se siguen realizando sobre este triste drama del exilio infantil producido por la guerra civil española.

Para los niños acogidos en los diferentes países, lo más negativo de su experiencia fue la separación prolongada en el tiempo, que acabó rompiendo los lazos familiares que dejaron en el país de origen.

Cabe preguntarse si esta evacuación de los niños fue necesaria o conveniente. Se pueden argüir varios motivos. Se quería alejar a los niños del escenario bélico, que traía consigo el pánico que les causaban los bombardeos. Que las evacuaciones se concibieron en un principio con un carácter provisional. Los pequeños, al ir a una especie de campamentos de vacaciones, gozarían de una seguridad y tranquilidad. También había un componente de propaganda de cara a la opinión pública internacional, y a la necesidad de evacuar de las zonas próximas a los frentes a aquella población no apta para el esfuerzo bélico, sino más bien un ‘estorbo’.

Ante la actitud reticente de algunos padres de enviar a sus hijos a otros países, el delegado general de Evacuación, para convencerlos, envió una nota a la Prensa, cuando la conquista por las tropas de Franco del Frente Norte era prácticamente un hecho inminente:

“La evacuación no representa la derrota de un pueblo, sino todo lo contrario, significa preparar las condiciones de la victoria, puesto que todo lo que no es utilizable en la Guerra, entonces entorpece los movimientos del Ejército. Combatientes... ¡Imitemos a Madrid; sepamos desposeernos de sentimientos ñoños, enviando a nuestras familias a lugares más tranquilos y preparémonos para defender Asturias!¡Por la Guerra y nuestro prestigio revolucionario, aceptemos la orden de evacuación!”.

En el “Boletín del Norte”, publicado en Gijón el 7 de septiembre de 1937, se afirmaba:

“Hemos sido, somos y seremos decididos partidarios de la evacuación por parte de la población no apta para las necesidades de la Guerra. Mujeres que no se consideren aptas para sustituir a los varones en los trabajos de retaguardia, ancianos, niños, hombre jóvenes pero incapacitados físicamente para aportar su esfuerzo en la vanguardia o en la retaguardia deben evacuar el territorio norte... Constituyen un peso muerto que es preciso eliminar en estos instantes... Uno de los más importantes servicios de retaguardia es hoy el de la evacuación de elementos no aprovechables para la Guerra”.

Los padres de estos niños que abandonaban España tenían en su mayoría compromiso con la causa republicana. Algunos progenitores que militaban en el Partido Comunista de España (PCE) consideraban que enviándolos a la URSS les estaban brindando la posibilidad de vivir en la patria del socialismo, el modelo de civilización por lo que ellos luchaban.

Sin duda, desde el punto de vista emocional, el efecto traumático era terrible, ya que la separación de los familiares más cercanos y en especial el de la madre, producía en los menores graves desequilibrios y grandes temores e inseguridades.

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En noviembre de 1936 se creó el Comité d’Accueil Aux Enfants d’Espagne por iniciativa de la Conféderation Genérale du Travail, con sede en París. Se constituyó con el apoyo de los partidos, sindicatos y asociaciones de la izquierda francesa, y se ocupaba de los niños, de edades comprendidas entre los cinco y los 12 años, desde el momento en que partían.

El 21 de marzo de 1937 tiene lugar la primera expedición oficial de niños al extranjero organizada por el Gobierno vasco y con el apoyo del Gobierno de la República. Esta expedición partió del puerto de Bermeo (Vizcaya) con 450 niños vascos, con destino a la isla de Oléron, en la localidad francesa de Boyardville.

La expedición prosiguió por tierra hasta Burdeos, en donde durante un mes vivieron los niños alejados de la Guerra. El 21 de abril fueron desalojados y alrededor de 300 enviados a París. Los restantes serían conducidos a Oostduinkerke (Bélgica).

El 6 de mayo de 1937 salen en dirección a Francia 2.273 niños embarcados en el “Habana”, acompañados por 72 maestras, enfermeras y auxiliares, y tras una travesía muy movida, en la que un 90% de los niños se marearon, desembarcaron en el puerto francés de “La Pallice”, donde fueron desinfectados y vacunados.

En septiembre de 1937 se calculó que habían unos 20.000 niños refugiados en el país vecino. Eran en gran mayoría, como hemos apuntado, vascos, aunque también los había procedentes de Asturias, Santander y Madrid.

Los niños, que viajaban acompañados por maestras y auxiliares, llegaban en barco a puertos del suroeste, principalmente a Burdeos, desde donde eran distribuidos por diferentes puntos de la geografía francesa. Desde los “centros de selección”, se les distribuía en colonias colectivas o en familias de acogida.

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A finales de 1936, el Partido Socialista belga (POB-BWP), con el apoyo del Partido Comunista, había puesto en marcha el Comité National pour l’Hébergement des Enfants Espagnols en Belgique, en la casa del pueblo de Bruselas. Desde distintos medios de comunicación, se hizo un llamamiento a la opinión pública. En el quincenal Die Wallonie, en su número 19, afirmaba: 

“Lo que pasa en España nos concierne a todos; la defensa de la República contra una insurrección militar forma parte integrante de la lucha contra el fascismo que no tiene fronteras”.

Otras instituciones también acogieron a los niños. Unos 1.200 vascos, fueron apadrinados por sectores católicos de la sociedad belga. Otras asociaciones se encargaron del cuidado de cerca de 1.000 niños, como la Cruz Roja belga, la sección nacional del Office Internationale pour l’Enfance, Socorro Rojo Internacional o el Grupo español para la defensa de la República, creado en torno a la Casa de España en Bélgica. Se calcula que arribaron a este país un total de unos 5.000 niños.

Durante el año 1937 llegaron 3.539 niños, procedentes en su mayoría del País Vasco y que habían sido evacuados por mar a Francia entre los meses de marzo y junio. El primer contingente llegó a Bélgica el 22 de abril de 1937. La mayoría de niños venían de haber permanecido un tiempo en colonias francesas. Una vez en Bélgica fueron trasladados a colonias de la costa, como el hogar Émile Vandervelde en Oostduinkerke o el hogar Lys Rouge en Heist sur Mer, antes de ser entregados a las familias de acogida de Bruselas, Gante y Lieja.

Casi todos los niños, apadrinados por sectores católicos, fueron repatriados a España tras la liberación de Bilbao por las tropas nacionales. Unos 1.300 permanecieron en Bélgica.

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En un principio, el Gobierno británico se negó a dejar entrar en el país a refugiados españoles que no fueran ex combatientes. El cónsul británico en Bilbao, Stevenson, pidió al Foreing Office, el 8 de abril de 1937, que acogiese a los niños vascos al igual que lo estaban haciendo otros países como Francia. Pero su petición fue denegada.

En Inglaterra, desde noviembre de 1936 funcionaba la organización Basque Children’s Committee, que tenía por objeto ayudar a las mujeres y los niños de la España republicana. Este comité presidido por la conservadora Catherine Marjory Stewart-Murray, duquesa Atholl -la llamada duquesa roja por su condición social- escribió una carta al diario “The Times”, en la que pedía al Gobierno británico que diese su consentimiento para la acogida de los niños vascos en su territorio. Por fin, el 15 de mayo de 1937, el Gobierno dio su visto bueno y aceptó admitir de una manera temporal en Inglaterra a 2.000 niños, aunque no estaba dispuesto a responsabilizarse económicamente de estos pequeños, pues consideraban que esto supondría una violación del Tratado de No Intervención.

Los niños vascos partieron en el barco “Habana” el 21 de mayo a las 6:40 horas desde Santurce. Al llegar a Gran Bretaña, los niños fueron alojados en un improvisado campo de refugiados cerca de Southampton, al que llamaron “Stoneham Camp”. En cada tienda de campaña dormían de ocho a 10 menores, y por cada cuatro tiendas, había una maestra y una asistente que actuaban como responsables.

En 1937, se establecieron en Inglaterra, Escocia y Gales un total de 94 colonias, que albergaban a los 4.000 niños acogidos en Gran Bretaña.

A finales del año 1937, con el derrumbe del Frente Norte, el Gobierno británico empezó a presionar para que los niños volviesen a España. La Iglesia católica envió a Inglaterra al padre Gabana para que organizase la repatriación. El Comité de los Niños Vascos se opuso, exponiendo que no daría vía libre sin una petición expresa de los padres. Una vez recibidas las solicitudes, se puso en marcha los mecanismos de repatriación. A finales de 1939 la mayoría de los niños vascos habían sido repatriados.

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En septiembre de 1936, la Secretaría de la Internacional Comunista, remitió una carta al jefe del Estado soviético solicitando su autorización para que los niños españoles fueran evacuados a la URSS.

La primera expedición de niños a la Unión Soviética partió del puerto de Valencia el 21 de marzo de 1937, en el mercante Cabo de Palos, con 72 niños procedentes en su mayoría de Madrid y Valencia, con destino al puerto de Yalta. Fueron llevados a un campamento en la localidad de Artek, en Crimea, a orillas del Mar Negro. En el mes de agosto se les trasladó hasta Moscú, donde ya estaba preparada la primera casa que albergaría a los pequeños españoles.

Una segunda expedición salió del puerto de Santurce (Bilbao) el 13 de junio de 1937, en el trasatlántico Habana con alrededor de 4.500 niños a bordo. A su llegada a Burdeos, un grupo de 1.495 niños fueron trasladados a otro barco, el buque francés Sontay con destino a la URSS, al puerto de Leningrado.

La tercera expedición salió del puerto de El Musel (Gijón) el 24 de septiembre de 1937 con 1.100 niños, y que tras varias escalas y cambios de barco, llegó el grupo al puerto de Leningrado, el 4 de octubre de 1937, en los barcos soviéticos Kooperatsia y el Félix Dzerzhisky.

La última expedición partió de Barcelona a finales del mes de octubre del año 1938, y se organizó con niños llegados a la Ciudad Condal desde distintos puntos de Aragón y de la zona mediterránea. Cruzaron la frontera pirenaica en autobús y una vez en territorio galo fueron conducidos en tren al puerto de El Havre, en donde les esperaban dos buques soviéticos: el Marya Uliianova, que transportó a 74 niños hasta Leningrado, y el Félix Dzerzhisky, que llevó a otros 117 niños hasta esa misma ciudad.

Las distintas delegaciones que acudían a la URSS actuaban como vínculo informativo entre los pequeños y sus familiares. Así, tras el viaje a Rusia realizado por Antonio Ballesteros, secretario de los Amigos de la Unión Soviética (AUS), comunicaba por radio, el 1 de febrero de 1938, la situación en que se hallaban los niños evacuados:

“Miles de niños acogidos por la fraterna hospitalidad del gobierno y del pueblo soviético. Porque en ellos tenemos la prueba de la solidaridad inagotable y conmovedora de la URSS, de todos los pueblos innúmeros de la URSS con nuestra causa. Porque en su vida nos ofrece un ejemplo del inmenso progreso de la URSS y de la perfección de sus instituciones culturales. Porque es una de las formas evidentes e indiscutibles de la ayuda que el Gobierno, representación genuina de todos los pueblos soviéticos presta con generosidad conmovedora a los luchadores antifascistas y a los trabajadores españoles que defienden su libertad e independencia... para satisfacción de las familias de los niños privadas de información frecuente y completa de su vida en aquel maravilloso país tan alejado del nuestro y para información de todos los que se interesen por las condiciones en que se desenvuelve la existencia de esos millares de niños lanzados fuera de España por las crueldades de la guerra vamos a dedicar unos minutos de charla de este tema.

[...] Para que los oyentes sientan como lo hemos sentido cuantos españoles hemos visitado las Colonias de los niños españoles la más honda emoción y la gratitud más profunda hacia este gran pueblo y hacia sus dirigentes.

[...] Están provistos de toda clase de ropa... que les permite no sufrir la dureza del duro clima de la URSS... varios médicos y enfermeras atienden a su higiene a la defensa de su salud, el comisariado de la educación de la URSS ha dispuesto, la traducción al castellano de todos los libros escolares que en Rusia existen, a fin de que los niños españoles no carezcan de este medio indispensable de instrucción y de trabajo escolar. Cuya edición costará muchos miles de rublos. Hasta este grado de preocupación y de inteligente cuidado llega el Gobierno soviético en la defensa de la cultura de los futuros trabajadores españoles. Todo el sistema de instituciones de educación, de recreo y de enseñanza de que disfrutan los niños soviéticos, el paraíso de los niños se ha llamado con razón a la URSS, están puestos al servicio de los escolares españoles”.

Llegada del tren a Moscú. En el 
lateral del vagón pone: ¡¡Viva el pueblo de España!!

Carlos Semprún Maura, nacido en Madrid en 1926, escritor, dramaturgo y periodista, desde 1936 permaneció fuera de España ya que su padre representó como diplomático al Gobierno republicano en el periodo de la Guerra Civil y que después continuó en el exilio durante el franquismo. Militó en los primeros años en el Partido Comunista de España, del que salió en época cercana a la expulsión de su hermano Jorge. Siguió la militancia antifranquista en otros grupos de izquierda. En un artículo titulado “Tráfico de niños a la URSS”, escribía:

[...] “El único caso, creo, en el que se puede hablar de tráfico de niños, fue el caso de los llamados niños vascos, cuando el PCE envió a la URSS, durante la Guerra Civil, a un barco con chavales, y una evidente intención propagandística: demostrar la bondadosa solidaridad de la URSS, único país que ayudaba de verdad a nuestro pueblo y a la República, acogiendo a esas desdichadas criaturas y enviándonos armas, alimentos y chequistas. Lo del oro, era capítulo aparte. Además de esa operación publicitaria, los dirigentes peceros soñaban que esos niños vascos, gracias a una férrea formación proletaria, se convertirían en bolcheviques, muy útiles en la construcción de una España soviética. Fue un chasco más. Por los años 60, cuando Carrillo ordenó a los españoles residentes en la URSS volver, o venir, porque los había nacidos en Rusia, a España, en sus intentos de normalización de las relaciones entre la URSS y la España de Franco, muchos más de lo previsto obedecieron, tan contentos estaban de huir del paraíso socialista. No fueron propagandistas de la URSS, al revés, en cambio se sorprendieron favorablemente al constatar que el franquismo era infinitamente menos policial que la URSS”.

Lo cierto es que los niños atravesaron por una situación de angustia latente que en muchos casos se prolongó para el resto de sus vidas, pues desconocían qué les había sucedido a sus familiares. El sentimiento de desarraigo seguía aún en muchos, a través de los años. Así lo expresaba uno de ellos:

“Yo estoy convencido de que los padres nunca deben separarse de los hijos, pase lo que pase”.

El tratamiento informativo revistió un carácter propagandístico de la ayuda soviética y sus bondades, éstas parecían confirmar que la decisión había sido acertada, y como no podía ser de otra forma no sólo los Amigos de la Unión Soviética sino otras asociaciones de amistad con la URSS se encargaron de resaltar este y otros aspectos.

 

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En el mes de diciembre de 1936, el Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo español, ubicado en Barcelona, solicitó al Comité mexicano de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, que lo presidía Amalia Solórzano, esposa del presidente de México el general Lázaro Cárdenas, para que organizase todo lo necesario con el fin de dar acogida a 500 menores españoles.

Amalia Solórzano consiguió el beneplácito del Gobierno y a finales de mayo de 1937 se constituyó un grupo compuesto por 454 pequeños: 163 niñas y 291 niños, comprendidos entre tres y 15 años de edad, procedentes de diversas regiones españolas: Madrid, Valencia, Barcelona y Andalucía.

La expedición partió de Barcelona en tren, el 17 de mayo de 1937, con destino al puerto de Burdeos. En esta ciudad fueron embarcados en el vapor Mexique, arribando al puerto mejicano de Veracruz el 7 de junio de 1937.

Se les alojó en la “Escuela hijos del ejército nº 2” y según la historiadora Dolores Pla, el gran recibimiento que dispensaron a los menores españoles “era una forma de mostrar a los mexicanos los desastres provocados por el fascismo y llamarlos a solidarizarse con la política internacional del Gobierno y de insistir en el antiimperialismo mexicano”.

El 10 de junio de 1937, los niños fueron trasladados en tren a Morelia (estado de Michoacán) donde también les ofrecieron un multitudinario recibimiento, siendo posteriormente alojados en dos antiguos seminarios que habían sido expropiados al clero, transformados en colegios de niños y niñas con el nombre de Escuela Industrial España-México. Los primeros meses del funcionamiento de la Escuela se caracterizó por el desencuentro entre los niños y los responsables del internado, los cuales practicaban un régimen castrense. A todo ello había que añadir que los dos edificios estaban plagado de ratas, pulgas y piojos.

En la Escuela España-México se les dio a los niños una educación socialista, fomentando las posturas antirreligiosas y anticatólicas. A la vez que procuraban que perdiesen su identidad. Por ejemplo, no se hacía hincapié en que los niños aprendiesen Historia y Literatura española.

Así pues, bajo un régimen controvertido tuvo lugar diversos episodios de fugas, accidentes e incluso muertes, lo que ocasionó varios cambios de director.

La historiadora citada más arriba, Dolores Pla, manifestaba: “El dolor de la soledad y la nostalgia, apenas mitigado por los hermanos o por algún compañero, no se podía contrarrestar con el afecto que les ofrecían. Además, el cuerpo docente carecía de los instrumentos pedagógicos y psicológicos necesarios para tratar a un grupo de niños que venía de la terrible experiencia de la Guerra y padecía la herida de un desarraigo profundo y brutal”. “Que la Escuela de Morelia no fuera un lugar grato para vivir queda sobre todo de manifiesto por el hecho de que las fugas eran una constante”.   

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Muchos de los niños vascos fueron llevados a México y la Unión Soviética, con fines ‘humanitarios’. Para el gobierno de Franco ésta fue una de las mayores aberraciones posibles de todas las realizadas por los republicanos, siendo así que los nacionales llegaron a publicar notas de protesta en los siguientes términos:

“Nuevamente ‘exporta’ niños a Rusia la España roja. Y nuevamente se protesta desde Burgos de que el mundo continúe impávido ante esta crueldad perfectamente vengativo. La España macabra del doctor Negrín se presta a todas las experiencias que quiera realizar sobre ella la delirante estupidez soviética, y en estos momentos, por lo visto, Moscú exige más ‘material’ humano, más niños que le permitan llegar a la obtención pura del hijo químicamente huérfano...”

El diario “ABC Sevilla” publicaba el 22 de abril de 1937 un artículo que bajo el titular de “La deportación de los niños rojos” decía así:

“Conviene insistir para que las crueldades rojas queden bien grabadas en todos los cerebros y, a la hora de la paz, no nos enternezcamos en demasía con la suerte de los pobres vencidos, en las normas inhumanas que los rojos observan con la fidelidad que les caracteriza. Una de ellas -de la cual no se ha escrito bastante- es la deportación de niños españoles a los países donde los rojos gozan de predicamento parcial o integral. Como a nosotros nos gusta atestiguar con documentos del enemigo, hemos de citar a este respecto a Pravda, cuya rojez nos parece que es definitivamente seria. Pues bien, la Pradva, en su número del primero de mes, ha publicado una información acerca de los inocentes chavales españoles que a Rusia -país delicioso- han sido desterrados y los cuales se encuentran en Crimea, al cuidado de los mejores jefes del campo, gente indicadísima, seguramente, para suplir con creces los vehementes y amorosos cuidados de la madre, perdida quizá para siempre por aquellas tierras víctimas de los negros designios de Moscú”.

Tanto es así que ya en mayo de 1937, el gobierno de Franco ponía en marcha su política oficial de repatriación, a través de la Junta de Protección de Menores, organismo que pronto se transformaría en la Delegación Extraordinaria de Repatriación de Menores. El objetivo era localizar a todos los niños expatriados y procurar su regreso. A lo largo de 1937, el número de menores que se consiguió repatriar fue muy pequeño. La guerra continuaba y tanto el gobierno republicano, como los padres y las organizaciones de ayuda en los distintos países se mostraban contrarios a su regreso.

También había en las colonias muchos huérfanos, los cuales no eran reclamados por nadie. La labor de repatriación de menores se desarrolló con muchos problemas e inconvenientes, incluso una vez concluida la guerra, ya que las leyes de los países de acogida amparaban a las familias y las entidades que habían adoptado a un menor. A esto había que añadir la actitud contraria a repatriación de los españoles exiliados, y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial que dificultaba la localización de los menores. Según un informe sobre la labor desarrollada por la Delegación de Repatriación de Menores, hacia noviembre de 1949 la cifra global de menores repatriados ascendía a 20.266, de un total de 32.037 niños que se calculaba residían en el extranjero.

Las evacuaciones se habían concebido con un carácter temporal. En este sentido, Francia, Gran Bretaña y Bélgica facilitaron el retorno, una vez finalizada la contienda. No fue el caso de la URSS y México, países que no reconocieron el régimen de Franco y se opusieron desde el principio al retorno. De México sólo regresaron 61 y en el caso de la Unión Soviética, sólo tras la muerte del dictador Stalin se pudo producir la primera expedición de retornados en el año 1956.

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