Entre las atrocidades
cometidas con eclesiásticos durante la Guerra Civil española, el asesinato, el
11 de noviembre de 1936 de 23 miembros de la Congregación Hermanas
Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, destaca
especialmente y no sólo por el gran número de asesinadas sino por el estado
físico de las víctimas: mujeres enfermas la mayor parte, que necesitaban a un
puñado de hermanas para atender a sus necesidades. Éste es un caso más,
consecuencia de la Guerra Civil Española durante la cual el motivo para el
asesinato era indiscutiblemente de naturaleza religiosa y no política.
Cuando la persecución
religiosa empeoró en Madrid después del golpe de las fuerzas de Franco en julio
de 1936, las izquierdas ametrallaron la casa general de las Adoratrices en la
calle Princesa, así que las residentes se vieron obligadas a abandonarla y
buscar refugio con familiares y amigos. Sin embargo, no todas las hermanas
pudieron hacer eso, bien debido a su estado de postración o por ausencia de
parientes.
Para alojarlas, la
superiora general, Rvda. M. Diosdada Andía, alquiló, aproximadamente a primeros
de agosto de 1936, el segundo piso del nº 15 de la calle Costanilla de los
Ángeles en el centro de Madrid, y las puso bajo el cargo directo de la
secretaria general de la Congregación, Rvda. Madre Manuela Arriola Uranga.
Como pasaban los meses sin
que nada ocurriera, hermanas de Guadalajara, Alcalá y Almería, que estaban en la
misma situación de peligro, optaron por quedarse allí.
Estaban también con ellas
la Rvda. Madre María Dolores, Hernández San Torcuato y Sor Borja
Aranzábal de Barrutia, quienes libremente renunciaron al refugio ofrecido
por sus parientes para estar al servicio y en fraternidad con esta comunidad. La
misma Madre Manuela podría haber sido salvada de la matanza pero rehusó
abandonar a las otras religiosas: “Si muriese como mártir, ¿no sería mi
deber?”.
En ese momento 25
adoratrices residen en ese piso. Entre las religiosas profesas había seis
hijas de casa, antiguas alumnas de las hermanas quienes se habían
distinguido por sus cualidades personales y que después de haber completado un
periodo de prueba fueron agregadas a la Congregación como hermanas legas.
Las condiciones de vida en
Costanilla de los Ángeles eran muy espartanas. Debido a la carencia de muebles
usaban cajas de madera como sillas y mesas que apenas podían utilizar debido a
sus escasas provisiones. No obstante, las adoratrices perseveraban en la
observancia de vida en común, especialmente la perpetua adoración de la
eucaristía, una espiritual práctica de la congregación.
En ausencia de una
Custodia, las especies sacramentales eran guardadas, como si fuese en un copón,
dentro de una cajita de madera que había sido de un reloj y, que, a su vez, era
escondida en un hueco de la chimenea que cubrían con una loseta de mármol. En
momentos de emergencia, ya fueran los periódicos ataques aéreos o los frecuentes
registros realizados por miembros de la milicia popular, la Madre Rosaura
López Brochier cogía la cajita y la guardaba en su pecho, pues no siendo
ella la superiora, en caso de controles resultaba menos sospechosa. Es por esto
que entre los objetos que llevaba encima al ser fusilada aparece, como relata su
ficha, “una cajita de reloj vacía”, porque poco antes de morir había ido dando,
con disimulo, la comunión a las hermanas.
Era de dominio público
entre los vecinos que esas mujeres del segundo piso eran religiosas. Conscientes
de esto, miembros del Frente Popular vigilaban regularmente esa residencia,
aparentemente, tratando de incriminarlas por cualquier cosa que les permitiera
encerrarlas en alguna de las numerosas “checas”
que existían en la capital de España y así poder acusarlas de enemigos del
pueblo.
En aquellos terribles días
Madre Manuela animaba a su congregación diciéndoles: “Hermanas no se preocupen,
esto será motivo de felicidad para nosotras. Con la confianza puesta en Dios,
seguiremos adelante”, o “Señor confío que no nos darás más de lo que podamos
sufrir”. “Ojalá fuéramos dignas del martirio”.
Otras dos hermanas se
distinguieron durante este periodo. Sor Francisca Pérez de Labeaga García,
totalmente sorda, pero que se hizo querer por las hermanas por su paciencia y
resignación y Sor Lucila González García,
la más anciana de
todas las residentes, quien sufrió un ataque al corazón cuando fue sacada de la
comunidad de Costanilla, decía haber pasado largos momentos de oración ante la
Eucaristía, ofreciéndose a sí misma como “una víctima para la conversión de
los pecadores”.
Madrid fue frecuentemente
bombardeado por las fuerzas del general Franco durante la Guerra Civil. En tales
ocasiones las hermanas bajaban al portal del edificio para refugiarse. El 9 de
noviembre de 1936, alrededor de las 5,30h de la tarde, una fuerte explosión
sacudió la calle de Preciados, próxima a Costanilla; las hermanas descienden,
dejando a sor Lucila porque en ese momento estaba muy enferma, hasta que cesa el
bombardeo. Enterado un miliciano de la reunión en el vestíbulo, aparece poco
después en el piso con actitud agresiva. Iba acompañado por un grupo de ellos
con el fin de detenerlas. Gritan ¿Dónde están las monjas? Sor Manuela, sin
titubear, responde: “Aquí estamos”. Las detienen inmediatamente a todas, incluso
a sor Lucila, a la que tienen que bajar en una silla y las conducen a la
terrible checa de Fomento que estaba bajo la jurisdicción de la Federación
Anarquista Ibérica (FAI).
De lo que allí sufrieron no
tenemos información. Lo relatado anteriormente procede del testimonio de sor Ana
Duarte, miembro también de la congregación, quien al servir de nexo de unión
entre la casa de Costanilla y el refugio de la madre Diosdada Andía, superiora
general, no fue detenida por no encontrarse allí en ese momento y quien, ante
los hechos, adquirió el compromiso de ponerlos de manifiesto.
Añade sor Ana que, después
de recoger las manifestaciones de los vecinos sobre su captura, las buscaron
incansablemente por embajadas, refugios, cárceles…caminaban incansablemente
entre escombros en medio de tiroteos, humillaciones, burlas y amenazas. Por fin
una señora les informó de que en la Dirección General de Seguridad había muchas
fotos de mujeres asesinadas. Eran ellas. Fueron asesinadas cerca del cementerio
de la Almudena de Madrid (entonces del Este) y sus cuerpos reposan en ese
cementerio y en el de Vicálvaro. |
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