La Guerra Civil
española no es un hecho aislado, sino que es la consecuencia natural de la
inestabilidad y caos que se produjo durante los nefastos años de la Segunda
República. Y ello llevó inexorablemente a la contienda.
El gobierno
republicano contó con la ayuda de la Unión Soviética a cuyo fin destinó un apoyo
de imagen que se manifiesta en imágenes como la de la madrileña Puerta de
Alcalá, donde colocaron la efigie del sanguinario dictador comunista Josef
Stalin, rodeado de los líderes soviéticos Litvinov y Voroshilov en los tres
arcos de media punta del citado monumento, y el escudo de la Unión Soviética por
encima de la inscripción Real de Carlos III y ocultando la misma, y un letrero
con la leyenda “Viva la URSS”.
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(...) “Había gobiernitos de cabecillas independientes en
Puigcerdá, La Seo, Lérida, Fraga, Hospitalet, Port de la Selva,
etc. Debajo de eso, la gente común, el vecindario pacífico,
suspirando por un general que mande, y que se lleve la
autonomía, el orden público y la FAI en el mismo escobazo”.
(...) “Cuando empezó
la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular.
Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de
la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran Cataluña.
Vasconia quería conquistar Navarra; Oviedo, León; Málaga y Almería quisieron
conquistar Granada; Valencia, Teruel; Cartagena, Córdoba. Y así otros. Los
diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para su distrito,
“que estaba muy abandonado”, como antes pedían una estafeta o una escuela. ¡Y a
veces se lo daban! En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de
la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad,
cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. La
Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado gobierno vasco hace política
internacional. En Valencia, comistrajos y enjunques de todos conocidos,
partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander, con ministro de
Asuntos Exteriores y todo. ¡Pues si es en el ejército! Nadie quería rehacerlo,
excepto unas cuantas personas, que no fueron oídas. Cada partido, cada
provincia, cada sindical, ha querido tener su ejército. En las columnas de
combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con los de otro, se
hacían daño, se arrebataban víveres, las municiones...”
"En Valencia, todos
los pueblos armados montaban grandes guardias, entorpecían el tránsito,
consumían paellas, pero los hombres con fusil no iban al frente cuando estaba a
quinientos kilómetros. Se reservaban para defender su tierra. Los catalanes en
Aragón han hecho estragos. Peticiones de Aragón han llegado al gobierno para que
se lleve de allí las columnas catalanas. He oído decir a uno de los improvisados
representantes aragoneses que no estaba dispuesto a consentir que Aragón fuese
“presa de guerra”... En los talleres, incluso en los de guerra, predominaba el
espíritu sindical. Prieto ha hecho público que mientras en Madrid no había
aviones de caza, los obreros del taller de reparación de Los Alcázares se
negaban a prolongar la jornada y trabajar los domingos... Después del cañoneo
sobre Elizalde, en Barcelona, no quieren trabajar de noche. Valencia estuvo a
punto de recibir a tiros al gobierno cuando se fue de Madrid. Les molestaba su
presencia porque temían que atrajese los bombardeos. Hasta entonces no habían
sentido la guerra. Reciben mal a los refugiados porque consumen víveres. No
piensan que están en pie gracias a Madrid.” |
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Impulsora del sufragio universal en España, así como de la
primera Ley del Divorcio. Diputada del Partido Republicano
Radical. Masona, iniciada en la logia de adopción
“Reivindicación” dependiente de la Logia Condorcet, del Gran
Oriente Español en Madrid.
El
alzamiento militar le sorprendió en Madrid, donde asistió al
terror “miliciano”, huyendo de la capital, marchando a Alicante
para embarcar vía Génova y llegar a Suiza.
En
1937 escribió: “Solamente en la Casa de Campo se encontraban de
70 a 80 cadáveres cada mañana. Un día, el gobierno hubo de
confesar que había 100 muertos”.
“En
mayo de 1937 estalló una guerra civil interna entre socialistas
y comunistas, de un lado, y trotskistas del POUM y anarquistas
del otro. Guerra civil con muchos crímenes que evidencia lo que
hacían a los católicos y derechistas si eso se hacían entre
ellos. Para colmo, Juan Negrín, ministro de Hacienda, con la
aquiescencia del socialista Largo Caballero envía a la Unión
Soviética el oro del Banco de España, que nunca será recuperado,
pese a que todas las compras de armamento lo fueron al contado”.
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Con el apoyo de los periódicos y con su cese ratificado en
la Gaceta (actualmente Boletín Oficial del Estado, BOE)
fueron depuradas y enviadas al desempleo numerosas personas
en empresas privadas y en la administración sólo por su
condición política, religiosa o social o por supuesta
desafección al régimen. Además, al ser publicados en la
Gaceta los nombres de los depurados, les hacía blanco
directo de las checas, paseos o de otras represalias.
El
Decreto de 21 de julio de 1936 del gobierno republicana cesaba,
es decir, depuraba a todos los empleados públicos que fueran
notoriamente enemigos del régimen. Dichos conceptos eran tan
vagos que servían para expulsar de la administración por el mero
hecho de ser de derechas o católico, o sencillamente, ser
enemigo de un cargo público importante. Ello afectó a
trabajadores de ayuntamientos, correos, telefónica, juzgados,
bancos, guardia civil y resto de organismos.
El
21 de agosto de 1936 se aprobó un decreto que permitía al
Consejo de Ministros republicano cesar, es decir, depurar aún en
el caso de que no se pudiera decretar como enemigo del régimen a
una persona. Que fue ampliada aún más por un decreto de octubre
de 1936.
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En
la zona Nacional se produce una recuperación de la práctica
religiosa, que contrasta con la zona roja, en la que se prohíbe
el culto, se destruyen las iglesias o se trasforman en
almacenes, se asesina a católicos, sacerdotes y monjas y se
expropian las propiedades eclesiásticas. Todo ello aparejado con
la destrucción de millares de obras de arte de incalculable
valor, perdidas para siempre.
Fueron asesinados por miembros del bando republicano y por
motivos religiosos:
- 13 obispos (Nieto, de Sigüenza; Huix, de Lérida; Laplana,
de Cuenca; Asensio, de Barbastro; Serra, de Segorbe; Basulto,
de Jaén; Borrás, de Tarragona; Esténaga, de Ciudad Real;
Ventaja, de Almería; Medina, de Guadix; Irurita, de
Barcelona; Ponce, de Orihuela; y Polanco, de Teruel).
- 4.184 miembros del clero secular, seminaristas incluidos.
- 2.365 religiosos.
- 283 monjas.
A parte fueron asesinados varios miles de personas no tanto
por razones políticas sino religiosas.
Salvador de Madariaga, nada sospechoso de “nacional”, escribió
en su “Ensayo de Historia Contemporánea”, Buenos Aires, 1955.
“Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los
horrores de esta persecución. Que el número de sacerdotes
asesinados haya sido de dieciséis mil o mil seiscientos, el
tiempo lo dirá. Pero que durante muchos meses y aun años bastase
el mero hecho de ser sacerdote para merecer la pena de muerte,
ya de muchos tribunales más o menos irregulares que como hongos
salían de los pueblos, ya de revolucionarios que se erigían a sí
mismos en verdugos espontáneos, ya de otras formas de venganza o
ejecución popular, es un hecho plenamente confirmado.
Información a modo de ejemplo en la página sobre la cultura
religiosa en Valencia monumental. También se puede ver en la
Gaceta de Madrid, como la de 17/10/36 en la que el gobierno
republicano del Frente Popular se incauta la iglesia de las
Salesas Reales de Madrid para el Ministerio de Justicia,
apropiándose igual los objetos de culto”.
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No
hay clases sociales para la represión del Frente Popular, y así
abarca desde la clase trabajadora hasta los maestros.
Está
extendido el supuesto de que las víctimas de las milicias
republicanas eran capitalistas y religiosos, respetándose al
pueblo trabajador. Aun cuando ello nunca debiera servir de
justificación para el crimen, ello es completamente falso, y
como muestra un botón. Veamos las muertes políticas en un pueblo
medio de una provincia típica de la zona republicana. Así,
vecinos de un pueblo como Carlet (Valencia) murieron asesinados
5 personas de profesiones liberales (ingeniero, médico,
veterinarios y oficial notaría); 6 industriales y propietarios;
1 guardia civil; 2 religiosas (Teresa Rosat Balasch y Josefa
Romero Clariana de 61 y 65 años de edad), el secretario del
ayuntamiento (Alfonso Pellicer Vanaclocha) y 10 labradores (José
García García, 18 años; Salvador García Ferrer, Eduardo Hervás
Bello, Bartolomé Borrás Monzó, José Peris Vanaclocha, Ernesto
Peris Vanaclocha, José Miguel Lacuesta, Francisco Montesinos
Pérez, Andrés Primo Casp y José Casanovas Arlandis); 2 albañiles
(José Picó Vanaclocha por ser de Acción Católica, y José Quiles
Tomás); 1 maestro (Eduardo Primo Marqués); 1 zapatero (Virgilio
Pellicer Vendrell); 1 ama de casa (Trinidad Hervás Martínez, de
38 años) y el ordinario del lugar (José Fabra Sanz). Como se ve
el colectivo más castigado es el de los labradores.
Los
crímenes producidos durante la Guerra en la que ella misma se
llamaba zona roja son millares, por lo que es de imposible
enumeración, si bien existe numerosa bibliografía al respecto,
incluso con listado de víctimas.
Serían ejecutados en la zona republicana entre 60.000 y 75.000
personas (unos 25.000 en la zona nacional). En Madrid fueron
asesinados por el Frente Popular unas 17.000 personas (sólo en
noviembre de 1936 en Madrid fueron asesinadas 6.775 personas). A
todo ello hay que añadir el instinto criminal que caracterizó a
socialistas y comunistas con el empleo de las terroríficas
checas, tan extendidas en Madrid, Barcelona y Valencia.
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