Los socialistas
habían declarado abierto el período revolucionario. La República parlamentaria
no les interesaba. «¡Qué se muera!», repetía El Socialista. Los
partidarios de la colaboración, llamados reformistas, con Julián Besteiro al
frente, se replegaban, acorralados, ante la tromba desatada por los panegiristas
de la violencia, a cuya cabeza figuraba Francisco Largo Caballero, el cual, en
cada discurso, arreciaba en su cólera demagógica, sin respetar ni al Jefe del
Estado, blanco preferido de sus sarcasmos. Por esta época comenzaron a señalar a
Niceto Alcalá Zamora con el apodo de El Botas, alusión a las elásticas
que acostumbraba a calzar el Presidente de la República.
Los elementos
moderados trataban de poner dique al aquel desbordamiento. Con la firma del
secretario, Trifón Gómez, el Sindicato Nacional Ferroviario, de la UGT, el 9 de
enero de 1934 decía en una nota: «Este Sindicato seguirá su labor revolucionaria
sin compartir ciertas normas de revolucionarismo que en España, por su historia,
por su situación económica, por su nivel cultural, resultan fáciles de concebir,
pero no de realizar». Reconvenciones inútiles.
El partido
socialista, en manos de los iracundos, había elaborado el proyecto de la
insurrección y lo ponía en marcha. En una reunión celebrada por el Comité
Nacional de la UGT y de la Comisión Ejecutiva del Partido, presidida por
Besteiro, se convino un programa para una acción conjunta de ambos organismos.
Besteiro pretendía contener las impaciencias de los más frenéticos, pero fue
arrollado. El Socialista, y con el título: «No puede haber concordia.
Atención al disco rojo», daba estado público y oficial al proyecto
revolucionario. Respondía de esa forma a una lamentación de El Debate
ante la imposibilidad de que hubiese concordia en la política catalana, con Luis
Companys en la presidencia de la Generalidad.
«Ahora piden
concordia –escribía El Socialista el 3 de enero de 1934–; es decir, una
tregua en la pelea, una aproximación de los partidos, un cese de hostilidades.
Eso antes, cuando el Poder presentaba todas las ejecutorias de la legitimidad…
¿Concordia? ¡No! ¡Guerra de clases! ¡Odio a muerte a la burguesía criminal…
¿Concordia? Sí; pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran
salvarse y librar a España del ludibrio. Pase lo que pase ¡atención al disco
rojo!».
En un acto
celebrado en el Cine Europa para solemnizar el LI aniversario de la fundación de
la Federación Gráfica Española, Largo Caballero definía con las siguientes
palabras el futuro político: «Yo declaro que hay que armarse, y que la clase
trabajadora no cumplirá con su deber si no se prepara para ello. Si la clase
trabajadora quiere el Poder político, lo primero que tiene que hacer es
prepararse en todos los terrenos. Porque eso no se arranca de las manos de la
burguesía con vivas al socialismo. No. El Estado burgués tiene en sus manos
elementos de fuerza para evitarlo. Y sería inútil creer que podemos llegar a
realizar nuestras ideas rogándoles que nos respeten. ¿Quiere decir esto que
vayamos a hacer locuras? Lo que quiere decir es que en la conciencia de la clase
trabajadora hay que dejar grabado que para lograr el triunfo es preciso luchar
en las calles con la burguesía, sin lo cual no se podrá conquistar el Poder.
Hecha esta preparación, habrá que esperar el momento psicológico que nosotros
creamos oportuno para lanzarnos a la lucha, cuando nos convenga a nosotros y no
al enemigo… En definitiva: habrá que luchar en las calles».
No se les
perdonaba a las derechas el triunfo electoral, ni se admitía el supuesto de una
República moderada.
Los descarados
anuncios de la insurrección armada hechos desde la tribuna de las Cortes por
Indalecio Prieto, culminaron en un discurso explosivo pronunciado por el líder
socialista en el Cine Pardiñas de Madrid, el 4 de febrero de 1934:
«En fecha muy
próxima el partido socialista y las organizaciones sindicales han de cumplir el
destino que la Historia les ha deparado. Frente a una burguesía de bárbaros
estigmas, no hay más huestes que las nuestras… Si seriamente nos proponemos la
conquista del Poder, el triunfo es indiscutible e innegable… Frente a estas
falanges socialistas y a la UGT es imposible oponer nada. Somos no solamente los
más, sino los más poderosos. La tragedia para la República es la de que no
existen partidos republicanos. Todas las ilusiones de la masa izquierdista del
país descansan en nosotros… Nuestro triunfo es inevitable. Os llamo la atención
sobre cómo podemos y debemos administrar la victoria. Yo tengo del Poder una
experiencia. No hay más remedio que domeñar a la burocracia española y hacerla
fiel servidora de la República sin contemplaciones. Los órganos de la
Administración deberán estar intervenidos por Comisarios del pueblo. Hay que
democratizar a la fuerza pública y principalmente al Ejército: éste debe
desaparecer; pero la necesidad de la defensa del país hace precisa la existencia
de un elemento armado. El Ejército debe ser la síntesis expresiva del alma del
pueblo. No habrá castas entre los soldados. Hay que ir a la dignificación moral
de cabos y sargentos, abriéndoles de par en par las puertas para el ingreso en
la oficialidad y el generalato. Hay que hacer lo que no se hizo, porque no se
pudo o no se quiso, el 14 de abril. Hay que aplastar definitivamente a las
fuerzas que no debieron revivir entonces, y precisa para ello una revolución
honda, sin muchos plazos de meditación. Hay que cerrar la Universidad al
señoritismo y abrirla al proletariado. Urge atender al paro obrero, y eso podría
hacerse con el importe de la plus valía del oro que guarda el Banco de España,
que yo descubrí siendo ministro de Hacienda. Se trata, nada menos, que de 3.500
millones de pesetas… No creo que se puedan socializar cuantas industrias
existen; pero sí creo que se puede socializar la tierra. Debe desaparecer la
propiedad privada de la tierra y hay que cambiar la estructura de los cultivos.
Todo esto es misión del proletariado. Hágase cargo el proletariado del Poder y
haga de España lo que España merece. Para ello no debe titubear, y si es preciso
verter sangre, debe verterla».
ARRIBA
El
3 de febrero de 1934, bajo la dirección de Largo Caballero, se
constituyó, dentro del PSOE, el Comité Revolucionario para la
insurrección. El objetivo era el golpe de estado, y el medio, el
terrorismo a través de la dinamita y la “supresión” (asesinato) de
los que se opusieran al golpe.
El Comité
Revolucionario para la insurrección produjo un documento secreto de
instrucciones a todos los miembros del PSOE para una acción terrorista
concertada cuyo fin era la toma al poder de ese partido por medio de la
violencia, con las muertes “que hicieran falta”. Éste es el documento:
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Cártel del PSOE, 1934 |
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ARRIBA
Instrucciones Preliminares
1. Se prohíbe en absoluto sacar copias de
estas instrucciones y se hace responsable de la custodia y
reserva de las mismas a la persona a quien se entreguen.
2. La junta de la provincia se encargará de
constituir juntas locales en cada uno de los pueblos, a cuyo
efecto se pondrá en relación con la persona de más confianza
que pueda encargarse de formar la junta local encargada de
organizar todos los trabajos de relacionarse con la
provincial.
3. El número de miembros de estas juntas
será de tres, solamente ampliable en caso de absoluta
necesidad.
4. Las juntas provinciales residirán en la
localidad de la provincia que se crea más conveniente para
el desempeño de su misión y serán las únicas que mantengan
relación con la Junta Central.
5. Las juntas provinciales se hallan
investidas de autoridad plena sobre toda la provincia, y las
juntas locales sobre todos los individuos de la localidad.
6. Debe evitarse, en todo lo posible, poner
en circulación instrucciones u órdenes escritas, y cuando
sea indispensable usar este medio, utilizar claves o
lenguaje convencional.
7. Los miembros de la junta estarán
obligados a guardar la más rigurosa reserva. No hablarán de
los propósitos, instrucciones y órdenes, sino lo
absolutamente indispensable, y esto solamente con las
personas con quienes tengan que mantener relación para los
fines que se persiguen. Ninguna confianza con nadie más.
8. Las juntas provinciales no deberán
atender otros avisos e instrucciones que las que reciban de
la junta Central, ni acatar otras órdenes que las de ésta,
sin excepción alguna. Las juntas locales, las que reciban de
las provinciales.
9. Ningún rumor, noticia, hecho ni
circunstancia, puede justificar la declaración del
movimiento en un pueblo o provincia sin haber recibido la
orden precisa de las juntas exclusivamente facultadas para
ello. El faltar a esta instrucción puede acarrear graves
daños al movimiento general.
10. Todas las juntas deben vigilar que la
organización se haga con toda escrupulosidad y que se
observe una rígida disciplina, base esencial del éxito.
11. Donde no existan personas de absoluta
confianza, las juntas deben abstenerse de constituir grupos
o dar instrucciones.
12. Conviene tener dentro de las
organizaciones enemigas personas de confianza que nos
faciliten información fiel de sus planes y medios.
13. Las juntas de provincia tendrán
convenidas con las de los pueblos contraseñas especiales, no
sólo para cursar las órdenes relativas al movimiento, sino
para garantizar la visita de los delegados y para evitar que
una orden falsa pueda provocar un movimiento a destiempo.
14. Conviene estar prevenidos contra las
noticias falsas que el gobierno o los enemigos de todas
clases puedan esparcir por medio de la prensa o la radio,
tales como «el movimiento está dominado», «sus directores
detenidos», etc. Cada pueblo debe hacerse a la idea de que
tiene que ser un firme sostén de la insurrección, sin
ocuparse de lo que ocurra en otros lugares. La debilidad
ajena no justifica la propia. El triunfo del movimiento
descansará en la extensión que alcance y en la violencia con
que se produzca, más el tesón con que se defienda.
15. Los grupos de acción han de convertirse
en guerrillas dispuestas a desarrollar la máxima potencia.
En esta acción nos lo jugamos todo y debemos hallamos
dispuestos a vencer o morir. Una vez empezada la
insurrección no es posible retroceder.
ARRIBA
16. Corresponde a las Juntas provinciales:
a) Asumir la organización y dirección de
todo el movimiento en la respectiva provincia.
b) Mantener relación con la junta
Central y las locales.
c) Constituir una junta local en cada
pueblo, con arreglo a la instrucción nº 2.
d) Organizar las fuerzas de la capital.
e) Velar por la observancia y
cumplimiento de las instrucciones y órdenes que reciba y
transmita.
ARRIBA
17. Informarse de las que se hallan
decididamente dispuestas a secundar un movimiento
revolucionario, y contando con su concurso, adoptar todas
las previsiones para que una vez declarado pueda mantenerse
indefinidamente; sobre todo en lo que concierne a los
servicios más importantes e indispensables.
18. Con los individuos más decididos y de
mayor confianza, dispuestos a ejecutar sin discusión las
órdenes que se den, se formarán grupos de diez, dos de los
cuales serán designados como jefe y subjefe. Estos grupos
deberán estar armados y sus jefes les instruirán en
ejercicios de tiro y táctica militar.
19. La potencia revolucionaria de las
fuerzas habrá de valorarse convenientemente para dividirse
en dos clases: Hombres capaces de batirse y de ejecutar
órdenes. Hombres dispuestos a cooperar en otros servicios.
Con los primeros se constituirán las milicias en grupos de
diez. Con los segundos pueden cubrirse servicios de poco
riesgo.
20. Deben constituirse grupos técnicos de
los servicios de Electricidad, Alcantarillado, Teléfonos,
Telégrafos, etc., capaces de formalizar y llevar a cabo
planes para, en caso necesario, suprimir estos servicios en
la población en forma que no puedan ser fácilmente
reanudados por otros.
21. El movimiento debe afectar a todos los
servicios, pero principalmente a los de vital importancia
(alimentación, transportes, agua, gas, etc.), y los grupos
de acción cuidarán de anular a los que se presten a
evitarlo.
22. Cualesquiera que sean las circunstancias
de una población y por débil que sea la fuerza organizada,
el movimiento debe ser lo más extenso posible. Los grupos
técnicos con los de acción cuidarán de lograr por todos los
medios la paralización de industrias y servicios y dominar
en la calle.
23. Las relaciones con los demás sectores
afines serán cordiales sin el menor confusionismo; sin
facilitarles datos concretos de nuestra organización y
nuestros planes, procurando que ellos hagan su organización
propia, y comprometiéndose a respetar la dirección del
movimiento que siempre debe ser nuestra. [del PSOE]
24. Todos los grupos que se formen, por
medio de sus jefes, estarán bajo el mando de la junta local
y provincial.
25. Debe ponerse interés en organizar
servicios sanitarios para atender rápidamente a los que
puedan caer heridos en la lucha. Las mujeres en el momento
oportuno pueden prestar a este servicio un concurso valioso.
ARRIBA
26. Precisa conocer la fuerza pública que
exista en cada localidad. Militares, Guardia Civil, asalto.
Seguridad, etc. Armamento de que disponen. Condiciones
defensivas de sus cuarteles, medios de apoderarse de ellas,
inutilizarlas o, por lo menos, inmovilizarlas.
27. Con el mayor cuidado debe conocerse la
manera de pensar de jefes, oficiales y clases, procurando
establecer relaciones con algunos que merezcan plena
confianza y recomendarles que, independientemente de
nosotros, formen ellos su junta.
28. Nuestros jóvenes no deben perder el
contacto, discretamente, con los amigos que se hallen en
filas.
29. En cada provincia debe conocerse con la
mayor exactitud el número de jefes, oficiales y clases de la
guarnición, con sus nombres, domicilios y significación para
actuar en cada caso como las conveniencias aconsejen.
30. También deben conocerse los depósitos de
armas y polvorines y los medios de apoderarse de ellos o, en
otro caso, inutilizarlos.
31. Los elementos auxiliares de confianza
que haya dentro de los cuarteles deben facilitar, con
exquisita discreción, toda la información que les sea
posible respecto a órdenes, preparativos, estado y
disposición de la fuerza, medios por los cuales puede
hacerse la incautación de las armas o su inutilización en
caso contrario; modo de impedir la salida de las fuerzas de
los cuarteles y cuanto sirva a contrarrestar estos
elementos.
32. Cuando haya inteligencia entre las
fuerzas militares y la junta local, se formalizará el plan
de acción combinada de ambas fuerzas, para lo cual deberán
celebrar reuniones que no sean numerosas. Bastará con que se
reúna un individuo de cada parte.
33. Triunfante el movimiento, las fuerzas
militares adictas tendrán una representación oficial en la
junta local.
ARRIBA
34. Los grupos de acción se formarán con
arreglo a la instrucción número 18, bajo las órdenes del
respectivo organismo directivo local al que obedecerán sin
discusión.
35. Además de instruirse convenientemente
para el momento de la acción, se encargarán de facilitar a
la junta local los nombres y domicilios de las personas que
más se han significado como enemigos de nuestra causa o que
puedan ser más temibles como elementos
contrarrevolucionarios. Estas personas deben ser tomadas en
rehenes al producirse el movimiento, o suprimidas si se
resisten.
36. En el momento de la acción, cada grupo
tendrá señalado de antemano el lugar donde debe actuar y
adonde debe trasladarse después de concluida su primera
misión. Estas instrucciones se las darán sus jefes
oportunamente. Las juntas cuidarán escrupulosamente de no
dar órdenes contradictorias a los jefes de grupo, para que
todos los movimientos se produzcan ordenadamente, sin
barullo y sin confusiones.
37. Deben determinarse los edificios y
calles que conviene ocupar para mejor resistir los ataques
de la fuerza, o para evitar que escapen los elementos
enemigos.
38. Fórmese una relación de los automóviles
y demás medios de transporte que haya en la población;
lugares donde se encierran y lista de los individuos que
puedan conducir en caso necesario.
39. Conocer los depósitos de gasolina,
dinamita y armas, y planear el medio de apoderarse de ellos
en el momento preciso. Previamente debe adquirirse y guardar
en lugar seguro dinamita. Cada individuo puede tener en su
casa sin compromiso para uso doméstico un bidón de gasolina.
40. La gasolina y la dinamita empleada
inteligentemente, pueden servir para desmoralizar al enemigo
con incendios y petardos.
41. Hay que dificultar con gran rapidez los
movimientos del adversario cortando las líneas de
ferrocarril, inutilizando puentes, interceptando carreteras:
todo ello respondiendo a un plan bien meditado por los
elementos previamente designados y que imposibilite que la
fuerza pueda acudir a todas partes.
42. En principio, se llamará la atención de
la fuerza pública, donde así convenga, con incendios,
petardos u otros medios, para que se vea obligada a acudir
donde se produzcan. Estos momentos se aprovecharán para
cortar las líneas de comunicación, o inutilizar aparatos,
etc., y asaltar centros oficiales y políticos. En éstos,
incautarse de ficheros y archivos.
43. Rápidamente apoderarse de las
autoridades y personas de más importancia y guardarlas en
rehenes.
44. Preferentemente hay que inutilizar la
fuerza pública de los pueblos desarmándola totalmente,
aunque prometa permanecer neutral.
45. Se tomarán las salidas del pueblo. Se
requisarán automóviles y otros medios de locomoción. Se
incautarán de los depósitos de gasolina y, grupos armados,
recorrerán las casas de los enemigos para apoderarse de las
armas que tuvieren y armar con ellas a los amigos que no las
tengan.
46. Apoderarse, lo antes posible, de los
establecimientos donde se vendan armas, municiones y
explosivos.
47. Los Bancos y archivos se vigilarán
estrechamente. Se impedirá por todos los medios que en las
iglesias se toque a rebato.
48. Haciendo una buena distribución de
fuerzas por toda la población deberá hacerse una guerra de
guerrillas. Nunca deben presentarse grandes masas frente a
la fuerza pública, procurando así que toda sea distribuida y
hostilizándola sin cesar hasta rendirla por agotamiento.
Atacar siempre que sea posible desde lugares seguros.
49. Las casas cuarteles de la Guardia Civil
deben incendiarse si previamente no se entregan. Son
depósitos que conviene suprimir.
50. Caso de que por cualquier motivo se
produzcan bajas en las juntas provinciales o locales, serán
cubiertas nombrándolos los jefes de grupo en los pueblos y
los organismos provinciales en las capitales.
51. Si fuerzas superiores del gobierno
intentasen reconquistar un pueblo y éste no ofreciese
condiciones de resistencia, los revolucionarios lo
abandonarán llevándose los rehenes y buscarán en el campo o
la montaña el lugar más favorable para defenderse e
intimidar al enemigo.
52. Los grupos deben estar numerados en cada
localidad; o sea: Grupo número 1, Grupo número 2, etc., y se
les distinguirá de este modo a todos los efectos.
53. Triunfante el movimiento en un pueblo,
se adoptarán las medidas necesarias para asegurar su dominio
estableciendo vigilancia armada y asegurando bien los
servicios y la defensa y, si sobrase elemento armado, se
acudirá en auxilio de los pueblos próximos donde aún no se
hubiese triunfado.
54. Cuando una ciudad caiga en manos de los revolucionarios,
nada debe justificar su abandono. Aunque la lucha se
prolongue no debe desmayarse. Cada día que pase aumentará el
número de los rebeldes. En cambio la moral del enemigo irá
decayendo. Nadie espere triunfar en un día en un movimiento
que tiene todos los caracteres de una guerra civil. En este
movimiento, el tiempo es el mejor auxiliar.
ARRIBA
55. Procurarse armas hasta donde sea
posible. La Junta Central, por medio de las provinciales,
facilitará las informaciones que posea.
56. Para dificultar los movimientos de la
fuerza, pueden cerrar bocacalles con alambre de espino u
otros medios y, al mismo tiempo, regar todo el ancho de la
calle con gasolina, dar fuego y desde puntos o casas
inmediatas atacar a la fuerza cuando trate de quitar esos
obstáculos.
57. Levantar barricadas, entre las cuales se
oculten aparatos explosivos conectados con la corriente
eléctrica o sustituida ésta por pilas, y cuando la fuerza
llega a la barricada hacerlos explotar, formando un
cortocircuito desde una casa o lugar próximo y aprovechar la
sorpresa para atacar a la fuerza que quede y coger sus
armas.
58. Acumular carros, coches o camionetas a
la salida de los cuarteles o en las calles en que sea
obligado el tránsito de la fuerza y atacarla desde lugares
seguros y por distintos flancos.
59. Lanzar botellas de líquidos inflamables
a los centros o domicilios de las gentes enemigas.
60. Cortar las comunicaciones en forma de
difícil arreglo por parte de las fuerzas enemigas.
61. Volar puentes. Cortar carreteras. Líneas
de ferrocarril. Imposibilitar el traslado de fuerzas para
concentrarlas.
62. Estropear los neumáticos y los motores
de aquellos vehículos que no puedan ser utilizados por
nuestras fuerzas.
63. Donde haya estación emisora de radio, si
no puede incautarse, incendiarla o volarla. Si hay dentro
personal adicto, inutilizarla.
64. Imposibilitar que los jefes de las
fuerzas que no vivan en los cuarteles puedan incorporarse a
sus puestos, deteniéndolos a la salida de sus domicilios y
atacándolos si se resisten.
65. Donde sea posible, utilizar uniformes
del ejército, incluso de oficiales, para dar impresión de
insubordinación militar.
66. No gastar inútilmente las energías ni
los medios de ataque.
67. Tomar y mantener la ofensiva es siempre
infinitamente más eficaz que quedarse a la defensiva. Se
domina mejor al enemigo, pero debe evitarse cometer
imprudencias que pueda aprovechar el adversario.
ARRIBA
68. Triunfante el movimiento revolucionario,
lo primero que debe asegurarse es el dominio absoluto de la
población, perfeccionando las milicias armadas, ocupando los
sitios estratégicos, desarmando totalmente a las fuerzas
contrarias ocupando los edificios públicos.
69. Se restablecerán rápidamente las
comunicaciones y se dará cuenta a la junta de la capital y
ésta a la Central de la situación.
70. Se procederá a la incautación de los
víveres, o bien se controlará al comercio para que éste los
facilite al vecindario, evitando enérgicamente todo abuso.
71. Siguiendo las instrucciones y órdenes de
la junta local se nombrará una junta administrativa y de
defensa del pueblo, cuyas órdenes se acatarán sin discusión
y, si fueren abusivas, se acatarán también, pero
denunciándolas inmediatamente a la Junta provincial que
deberá proceder rápidamente a enviar a un delegado suyo con
plenos poderes cuyas resoluciones se acatarán.
72. Los bienes de la gente pudiente servirán
para garantizar las necesidades del vecindario hasta que se
dicten medidas por el Poder Central. Nadie debe quedarse sin
comer en tanto haya en el pueblo recursos para
proporcionarlo.
73. Durante el movimiento revolucionario
toda la energía y todos los medios serán pocos para asegurar
el triunfo. Una vez que éste se haya logrado, debe ponerse
la misma energía para evitar crueldades innecesarias ni
daños, sobre todo en cosas que puedan ser luego útiles o
necesarias para los fines de la revolución.
ARRIBA
La noticia del nuevo Gobierno estaba ya en la
calle al empezar la noche del 4 de octubre de 1934. Y desde este
momento toda España esperaba como respuesta inevitable la
revolución. El último aviso a los comprometidos lo daba El
Socialista con estas palabras: «En pie y con ánimo
inmodificable están al presente todos los trabajadores de
España… Todos los trabajadores están a la espera de la crisis
insoslayable y prevista por el juego de las fuerzas en jaque:
marxistas y antimarxistas. Si se nos pidiera consejo, le
daríamos en una sola palabra: “Rendíos”». Ésta es una prueba más
de la seguridad que los adversarios del Gobierno tienen en el
triunfo. Al día siguiente repite El Socialista la llamada
en términos más apremiantes: “Hemos llegado al límite de los
retrocesos. La consigna es particularmente severa:¡ni un paso
atrás! ¡Adelante! Todos… En guardia, en guardia”.
La orden de movilización del ejército
revolucionario se difunde por toda la Península. Ha sonado la
hora febrilmente esperada por los fanáticos, embriagados de
propaganda, convencidos de que constituyen una fuerza
irresistible, capaz de arrasar cuanto se oponga a su avance.
La suerte estaba echada… La huelga general
planeada por el Comité revolucionario se desarrolla con éxito.
La noche del 5 de octubre de 1934 transcurrió en
Madrid entre incesante resonar de tiros. A primeras horas de la
madrugada el Gobierno recibió la confidencia de que este día 6
era el señalado para la gran ofensiva.
Lerroux se presentó en el domicilio del
Presidente de la República para poner a su firma el decreto de
declaración del estado de guerra en toda España, y el de
suspensión de garantías, a que se refiere el artículo 42 de la
Constitución, en Asturias y Cataluña.
Lerroux desde el Ministerio de la Gobernación,
redacta la proclama, difundida por la Radio poco después:
«A la hora presente la rebeldía, que ha
logrado perturbar el Orden público, llega a su apogeo.
Afortunadamente la ciudadanía española ha sabido
sobreponerse a la insensata locura de los mal aconsejados, y
el movimiento, que ha tenido graves y dolorosas
manifestaciones en pocos lugares del territorio, queda
circunscrito, por la actividad y el heroísmo de la fuerza
pública, a Asturias y Cataluña. En Asturias el Ejército está
adueñado de la situación y en el día de mañana quedará
restablecida la normalidad. En Cataluña, el Presidente de la
Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone
su cargo, su honor y su autoridad, se ha permitido proclamar
el Estat Català.
»Ante esta situación, el Gobierno de la
República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de
guerra en todo el país. Al hacerlo público, el Gobierno
declara que ha esperado hasta agotar todos los medios que la
ley pone en sus manos, sin humillaciones ni quebrantos de su
autoridad. En las horas de paz no escatimó la transigencia;
declarado el estado de guerra, aplicará, sin debilidad ni
crueldad, pero enérgicamente, la ley marcial.
»Estad seguros de que ante la revuelta
social de Asturias y ante la posición antipatriota del
Gobierno de Cataluña, que se ha declarado faccioso, el alma
entera del país entero se levantará en un arranque de
solidaridad nacional en Cataluña, como en Castilla; en
Aragón, como en Valencia; en Galicia, como en Extremadura;
en las Vascongadas, como en Navarra y Andalucía, a ponerse
al lado del Gobierno para restablecer, con el imperio de la
Constitución, del Estatuto y de todas las leyes de la
República, la unidad moral y política que hace de todos los
españoles un pueblo libre, de gloriosa tradición y de
glorioso porvenir.
»Todos los españoles sentirán en el rostro
el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos. El
Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún
sentimiento de odio contra pueblo alguno de nuestra Patria.
El patriotismo de Cataluña sabrá imponerse allí mismo a la
locura separatista y sabrá conservar las libertades que le
ha reconocido la República, bajo un Gobierno que sea leal a
la Constitución en Madrid, como en todas partes. Una
exaltación de la ciudadanía nos acompaña. Con ella, y bajo
el imperio de la ley, vamos a seguir la gloriosa Historia de
España».
Donde el horizonte se presentaba tenebroso y
empurpurado de sangre era en Asturias. Allí la revolución había
tomado la faz soviética y bárbara, y la provincia sufría las
sacudidas de una conmoción anárquica. En el Ministerio de la
Guerra toda la atención estaba concentrada en aquella región. El
ministro Diego Hidalgo Durán escribió: «Las noticias de Asturias
eran graves. No se trataba de una huelga corriente, de
disturbios callejeros o de movimientos sediciosos acusados en
uno u otro lugar, sino de un levantamiento general en toda la
cuenca minera que amenazaba entrar en Oviedo y Gijón».
No fue el general Franco a mandar las fuerzas de
Asturias, pero el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo Durán,
que lo había llamado para que le acompañase como asesor a las
maniobras militares celebradas en los montes de León en los
últimos días de septiembre de 1934, lo retuvo en Madrid, y en
virtud de una disposición oficial quedó a sus órdenes. El
ministro le cedió su propio despacho, le alojó en una habitación
contigua a la suya y resignó de hecho en el general el mando y
atribuciones, para que con plenitud de autoridad dirigiera la
batalla contra la revolución. El despacho fue desde el primer
momento sala de operaciones, con los grandes planos y mapas
extendidos para ser consultados. La estación de radio y el
gabinete telegráfico quedaron a las órdenes de Franco.
Iniciativa de éste fue el envío de dos banderas de la Legión y
de dos tabores de Regulares a Asturias. Dictó las órdenes de
movilización, propuso al general Yagüe para mandar la columna de
desembarco, orientó al general Batet en su lucha con la
insurrección catalana, planeó las medidas para acabar con el
tiroteo de Madrid y a él se debieron las medidas dedicadas a
combatir a la revuelta en cada uno de sus reductos.
A la hora de elegir un jefe para organizar la
defensa de la patria en peligro, los gobernantes republicanos no
encontraron otro más idóneo, ni que les inspirase mayor
confianza.
ARRIBA
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