¿Cuáles son las raíces de la
persecución religiosa, que en la España de los años 30 tiene uno de
sus episodios más terribles? Algunos aducirán razones sociológicas,
económicas; razones, por llamarlas de alguna manera, externas.
Pero me refiero aquí a las razones internas: ideológicas,
morales, las que suponen actitudes personales. Una
situación de carencias materiales y de postración social puede, en
última instancia, influir pero no determinar la persecución y el
asesinato de personas por motivos religiosos. Late aquí un odio más
a ideas y a instituciones que a personas concretas; una honda
disfunción moral, un mal de tupidas raíces que impele a la reflexión
un tanto dramática.
Encuentro un foco que puede arrojar un poco de luz sobre este
problema en un texto del último libro de Benedicto XVI,
Jesús de Nazaret. En el capítulo dedicado al bautismo de
Jesús (concretamente en las págs. 33-34 de la edición española) hay
una referencia a los dos orbes: el político-civil y el religioso
(Dios y el César), que, desde el punto de vista cristiano, están
llamados a convivir cada uno desde su autonomía. Pero, "si el
Imperio se considera a sí mismo divino", como lo da a entender la
figura del emperador Augusto proclamándose "Salvador de la
Humanidad", entonces, situado en esta encrucijada, el cristiano "debe
obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch., 5,
29) y puede llegar al extremo de convertirse en mártir.
Desde el antiguo Imperio de Augusto a los modernos totalitarismos
hay distancia cronológica, pero el mecanismo que los sustenta es el
mismo: la ideología se endiosa a sí misma. Este
endiosamiento le lleva, en efecto, a una pulsión totalitaria que le
impulsa a hacerse dueña del todo el espacio (no sólo físico, sino
vital). Hacerse dueña de la gestión de la cosa pública, pero también
de la conciencia de los ciudadanos, sus costumbres, valores,
creencias, mitos. Ese afán totalitario es, por su propia naturaleza,
insaciable (no conoce límites) y excluyente (no reconoce
adversarios).
La ideología que así piensa y actúa no permite que ninguna otra
instancia ocupe su espacio. Si esto ocurre, la expulsa de allí con
violencia. El Cristianismo, al reconocer 'la autonomía de las
realidades temporales' y reclamar para sí un espacio propio donde
actuar con libertad e independencia, tiene que chocar
necesariamente con estos nuevos Leviatanes, que mueven su aparato de
poder con una fuerza ciega y terrible.
No es casualidad que los grandes totalitarismos del siglo XX
(Nazismo, Fascismo, Comunismo) sean movimientos anticristianos.
Los dos primeros, buscando sus fundamentos axiológicos en el mundo
precristiano y en la mitología pagana; el último, basándose en un
materialismo histórico, que en la negación de la trascendencia del
hombre tiene una de sus claves. En todos ellos, como en ciertas
épocas del antiguo Imperio Romano, la semilla del totalitarismo
excluyente provocó el fruto de la persecución y el martirio |
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