Carta
pública al Capitán Augusto Cristián Pinochet Molina.
Por Miguel
Menéndez Piñar.
Mi
querido Capitán:
Primeramente, en los
momentos en que su abuelo, el General Augusto Pinochet, ha encarado
la muerte como su última batalla, desde España le envío mi más
sentido pésame, con la esperanza certera y teologal que habrá
alcanzado ya la victoria de la Vida Eterna, encuadrándose, una vez
más, junto al Dios de los Ejércitos.
Pero
junto al apoyo moral, en la triste hora de la pérdida del General
Pinochet, amigo de España y de cuantos hoy seguimos defendiéndola,
quisiera transmitirle un mensaje también de agradecimiento.
Hemos
estado, desde España, muy pendientes de los acontecimientos que se
han desarrollado en Chile alrededor de la hospitalización,
fallecimiento y funerales del General Pinochet. A pesar de la
tergiversación de los medios de comunicación, se ha podido
comprobar que el pueblo chileno queda de veras agradecido a quien,
durante tantos años, asumió la responsabilidad de conducir a Chile
a una situación de privilegio. Y ese reconocimiento ha traspasado
las fronteras, ya que, en España, recordamos la presencia del
General Pinochet en los funerales por Francisco Franco, vencedor,
también, del comunismo. Aquella vez, su abuelo, tuvo la valentía
de ser el único Jefe de Estado que acompañó a los españoles
cuando dieron sepultura, en el Valle de los Caídos, a nuestro
recordado Caudillo.
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La
valentía es la virtud cautiva de este siglo. Pero, permítame, mi
Capitán: es la virtud menos común entre los militares. El heroísmo
es incompatible con la tibieza, la comodidad o las aspiraciones
humanas. Y yo quiero, públicamente, reconocer, no sólo la valentía
de su abuelo, que, como primer soldado de Chile, no dudó en
sacrificarlo todo para salvarlo de las garras marxistas, sino la de
un Capitán, la de su nieto, que pese a las tensiones vividas estos
días, pese a la beligerancia del gobierno chileno contra el ex
presidente, ha sabido enarbolar la bandera de la Verdad. Ha sabido,
usted, mi Capitán, defender la memoria de su abuelo y ofrecer un
homenaje público por haber derrotado al marxismo imperante.
Es
digno de elogio, que en la época que nos caracteriza por la traición
de las Fuerzas Armadas, en casi todos los territorios hispánicos,
la voz de un Capitán se alce enérgica y altiva, asumiendo las
consecuencias penosas que pudieran llegar por ello. Recuerde siempre
que por encima de la disciplina está
el honor,
porque nunca valió la pena vender la Patria o la Historia por
treinta míseras monedas.
Sirvan
mis letras para transmitirle el apoyo y agradecimiento de cuantos,
guiados por la Fe inquebrantable que mueve montañas, seguimos en
vigilia, tensa y fervorosa, esperando la victoria de la Cruz y la
Bandera por enésima vez.
Quedo
a sus órdenes, mi Capitán, y junto al abrazo más afectuoso, para
toda la familia Pinochet, van los gritos de rigor,
¡Viva
Chile!
¡Viva
España!
¡Viva
Cristo Rey!
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