Por Ricardo Pardo Zancada.
Acaba de aparecer un
libro que contiene las memorias de un ministro del primer gobierno
de Franco, aquel cuya composición se daba a conocer el 30 de
enero de 1938 y que quedó reflejado en una fotografía muy
conocida en la que asombra la modestia del entorno reflejada en un
tapete floreado, casi de cuarto de estar. Se trata de don Pedro González-Bueno
y Bocos que se integraba en el gabinete como ministro de Organización
y Acción Sindical. Tal era entonces la denominación de la cartera
que después se conocería como Ministerio del Trabajo.
Esas memorias,
escritas cuando su autor contaba ya avanzada edad, nos reflejan la
clara imagen de un buen
español, excelente padre de familia y competente profesional, cuya
inquietud por el bien de su patria va a presidir toda su intensa
actividad y que es testigo de excepción de una época y de unos
personajes con gran influencia en la vida nacional.
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El período en que
se desarrolla la vida del autor (1896-1985) ya le presta a la obra
un especial interés. Es el tránsito desde una España que acaba de
dejar atrás la más prolongada etapa de decadencia de su historia y
el pesimismo del 98, para convertirse en la segunda mitad de ese
lapso en una nación moderna y próspera y que mira su futuro con
ilusión y esperanza. Ello después de una dura guerra de tres años,
que a su carácter de lucha fratricida entre las dos Españas,
simultaneó la confrontación entre dos concepciones opuestas del
mundo, de la sociedad y del hombre.
Pero no sólo hay
que mirar al pasado para valorar el interés de esas vivencias y
recuerdos de un ministro de Franco, como reza el subtítulo de la
obra. Hay que añadir a ello el ambiente en que se publican. Unos
momentos los de hoy en que parece ser factor común del conjunto de
la clase política del país una actitud de rencor e inquina contra
lo que fue nuestro pasado reciente manifestada, venga o no a cuento,
en el insulto y descalificación del hombre que durante cuarenta años
rigió los destinos de nuestra patria y de cuyo mandato tiene su
origen no poco de lo que hoy regula y rige la vida nacional. No hace
mucho, una conocida periodista que desempeña un cargo próximo al
secretario general del PP, Sr. Acebes, calificaba a Franco como
villano dictador o expresión similar. Valga la anécdota como botón
de muestra de lo que aquí se afirma.
En otro sector de
esa clase política el rencor, en otro paso más, da lugar al
insensato intento de lo que se ha bautizado como “recuperación”
de la memoria histórica que supondrá una vuelta atrás con el
regreso a situaciones que parecían felizmente superadas. En ese
ambiente las memorias del ministro González-Bueno ayudarán a
quienes las lean a poner en tela de juicio no pocos de los mitos que
hoy se manejan con tanta maldad en unos como torpeza en otros.
Pero volvamos al
libro objeto de este comentario. El relato abarca tres partes bien
diferenciadas. La primera esta dedicada a describir los años de
juventud de nuestro personaje, desde los de formación en la
Institución Libre de Enseñanza – a la que dedica jugosos
comentarios – hasta su titulación como ingeniero de Caminos y sus
primeros trabajos profesionales. Todo el recorrido con un especial
interés porque en esa etapa se está fraguando la situación que va
a dar lugar al enfrentamiento entre españoles. En ella el
protagonista tiene ocasión de conocer a José Antonio Primo de
Rivera y de tratar asiduamente al diputado por el Bloque Nacional,
José Calvo Sotelo, cuyo vil asesinato a manos de guardias de asalto
y pistoleros socialistas iba a desembocar en el comienzo de la
guerra civil. Puede contemplarse así, como en una radiografía, esa
dramática situación nacional a la que algunos parecen querer que
regresemos.
La segunda parte está
dedicada al relato de las vivencias del que fue ministro de Franco
durante apenas año y medio. En esa parte de las memorias queda
claramente de manifiesto la actividad febril que desarrolla el
ministro. Una actividad a la que con toda justicia se refiere el último
ministro de Trabajo con Franco, don Fernando Suárez González, en
el excelente y brillante prólogo que pone a este libro. Además de
aportar en él un interesante análisis de esa etapa, cita un
conjunto de logros y realizaciones del ministerio de Organización y
Acción Sindical que no figuraban entre las que el autor recoge en
sus memorias, circunstancia que aunque pueda sorprender tiene una
explicación muy sencilla. A quien en este libro relata sus
vivencias y recuerdos no le dio tiempo a coleccionar los documentos
que dieran fe de sus realizaciones. Siempre fue más un creador que
un notario de su tarea.
Una idea aproximada
de lo intenso de su actividad puede darla la mera enumeración de
sus realizaciones más importantes. En ese año y medio, el
ministerio que dirigía González-Bueno logra crear y poner en
marcha el Servicio Nacional del Trigo que venía a resolver un
importante y ya antiguo problema de los agricultores. En labor muy
personal y por encargo directo del Jefe del Estado redacta el Fuero
del Trabajo, primera de las Leyes Fundamentales. Bajo su dirección
se lleva a cabo asimismo la reforma del Instituto Nacional de
Previsión, que va a suponer otro importante jalón en la política
social del régimen de Franco. A todo ello hay que añadir la
importante intervención de don Pedro a favor de la unificación de
las fuerzas políticas que habían protagonizado el Alzamiento, en
unos momentos en que la unidad era condición indispensable para
lograr la victoria.
Finalmente, en la
tercera parte se recoge la actividad de don Pedro en su faceta
empresarial, que no excluyó que siguiera ligado a la política
desde su condición de procurador en Cortes por designación del
jefe del Estado y también como miembro que fue del Consejo de
Estado. Pero en este punto hay algo más que interesa subrayar. En
esta faceta de su quehacer, lo mismo que en la anterior, hay que
decir que como gran patriota todas cuyas empresas acometió –y no
fueron pocas – las abordó pensando siempre en el bien que podían
suponer para el progreso de España. Baste citar la electrificación
de los Ferrocarriles españoles, en la que como se verá hubo de
enfrentarse con la incredulidad de sus compañeros en la viabilidad
del proyecto, o la creación de la sociedad Citröen Hispania,
tareas ambas que iban a dar un enorme impulso a la industria
nacional.
En el desarrollo de
toda esa ingente actividad, el protagonista de estas memorias tuvo
ocasión de conocer y tratar un sin fin de personalidades políticas
y de otros ámbitos con gran influencia en los acontecimientos –
Serrano Súñer, Fernández-Cuesta, Ridruejo, Laín, generales Mola,
Dávila, Moscardó – y un largo etc. cuyas semblanzas añaden
interés a la obra como podrá comprobar quien se adentre en sus páginas.
No quedaría
completo este comentario crítico si no se recogiese otra constante
más en estas memorias. El ministro González-Bueno a todo lo largo
de su relato muestra hacia Franco una lealtad clara y firme, pero
sin un punto de adulación. Su cese es el propio ministro quien lo
provoca al no querer renunciar a la defensa de la Ley de Bases de la
Organización Sindical en que a la sazón se ocupaba. Son varios y
jugosos los contactos y entrevistas que mantiene con el jefe del
Estado y en todos ellos queda de manifiesto tanto esa lealtad como
el hecho de que la personalidad de Franco dista mucho de la del
cruel dictador con la que hoy se nos quiere presentar. Puede
contribuir pues este libro, deshaciendo falsedades, a restablecer la
imagen de un hombre que debiera pasar a la Historia como uno de los
mejores gobernantes que ha tenido España.
Para terminar no resisto la tentación de hacer aquí un comentario de
carácter personal. Por encargo del hijo del autor, don Pedro González-Bueno
Benítez, con quien desde hace muchos años, exactamente un cuarto
de siglo, me une estrecha y firme amistad, colaboré en la
estructuración y redacción final de estas memorias. Era un trabajo
de carácter profesional que abordé con agrado, especialmente por
venir el encargo de quien venía. No había tenido la fortuna de
conocer personalmente al ministro, pero puedo decir que a medida que
fue avanzando mi trabajo se fue incrementando mi admiración por el
personaje. Como también que constituye una satisfacción que se me
brindara la oportunidad de contribuir a que este libro viera la luz
y un motivo de orgullo el poder colaborar al conocimiento de las dos
figuras centrales de la obra: Franco y su ministro González-Bueno.
Quede aquí pues constancia, de mi gratitud.
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