ABC.
21/02/2006.
Ofrecemos una carta de Dña Consuelo Ordóñez, hermana de
Don Gregorio Ordóñez (q.e.p.d), publicada en el día de
hoy por el periódico ABC
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....«Los rojos», claro. En junio estuvimos
reunidas en Moncloa las asociaciones de víctimas del terrorismo
periféricas, otro compañero y yo, representando a Covite. Fue allí
y al comienzo de esa reunión, cuando el presidente se dispuso a dar
inicio a un discurso, y entre los primeros párrafos, algo
escucharon mis oídos que chirriaron de forma estrepitosa, y fue
cuando el señor Zapatero tuvo la osadía de decirnos, sin venir a
cuento, claro, cómo a su abuelo lo habían matado en la guerra los
nacionales. Lo siento, pero tuve que interrumpir en ese momento su
discurso, y le espeté «y a mi abuelo, los rojos». Alzó su mirada
hacia mi persona, y continuó como si nada.
Esta mañana en la radio he oído cómo en la reunión del viernes
pasado en la que recibía a los organizadores del Congreso de Víctimas
del Terrorismo, se encontraba María Jesús González, de todos
conocida, y cuando le contaba al presidente que su hija (Irene
Villa) y ella todavía se preguntaban «¿por qué nos ha pasado
esto?», éste respondió que también a su abuelo lo habían matado
en la guerra.
¿Se hace el tonto nuestro presidente? Porque, claro, cuando una
persona con su responsabilidad suelta una comparación de este tipo,
no es más que una metedura de pata inmensa, y que tiene tan fácil
respuesta como «y a mi abuelo los rojos» por lo que, si fuera un
poco más inteligente, se lo callaría para siempre, o al menos
tendría la delicadeza de no soltarlo nuevamente en otra reunión
con víctimas del terrorismo.
A mi abuelo, señor presidente, lo mataron «los rojos», se lo
repito, y no en la guerra. Mi abuelo no era soldado, era «tratante»
que había cometido el delito de prestar dinero a un indeseable,
que, para ahorrarse la devolución de tal dinero, acusó a mi abuelo
no se sabe muy bien de qué, y se ahorró devolvérselo. Y como en
esa época «los rojos» de la zona acostumbraban a sacar de sus
casas a personas inocentes y a fusilarlas en las cunetas, a mi
abuelo también le tocó, como le tocó a su mejor amigo, un médico
de irreprochable fama de Gandía y, cuando se encontraba mi abuelo
quitando la placa de su casa por petición de su viuda, es cuando
vinieron a por él los milicianos rojos y se lo llevaron. Con lo
cual yo, señor presidente, tampoco he podido conocer a mi abuelo, y
también mi abuela se quedó en una precaria situación con tres niñas
pequeñas, siendo una de ellas mi madre. Mi abuela después de la
guerra deambuló cada vez que la avisaban de que abrían una fosa
común, hasta que al fin logró encontrar a mi abuelo, por lo que su
amigo el médico y mi abuelo no fueron los únicos que «los rojos»
asesinaron.
Sólo que a diferencia de la suya, mi madre no sólo perdió a su
padre, sino que también perdió a su hijo.
Mire, mucha gente que me conoce del País Vasco, y que han sido mis
mejores amigos en los «malos tiempos» y todavía lo siguen siendo,
no conocen esta historia que usted me ha obligado a contar hoy aquí.
Estos amigos luchadores incansables por la libertad, Rosa, Oli,
Merche, Aurora, Carlos, Fernando, José Luis, Ana, Mikel... no
puedo, como comprenderéis, decir los nombres de todos, defensores
todos ellos a ultranza de la vida, aun a riesgo de perder la suya,
como les ha pasado a algunos de ellos. Mi amigo Joseba, o mi amigo
Poto, son de «izquierdas» de toda la vida, de la que viene usted.
pero que afortunadamente no se le parecen en nada a usted.
Con ellos he estado todos estos años, en la calle reivindicando
nuestros derechos más elementales negados en ese pueblo, «el vasco»,
que tanto sufrimiento me ha causado a mí y a miles de personas. De
ellos he aprendido todo, a transformar mi odio en lucha constructiva
e inteligente por la Democracia. A ellos los llevo en mi corazón
aun estando a seiscientos kilómetros de distancia. Ni ellos ni yo
hemos tenido nunca el más mínimo prejuicio que haya impedido
nuestra amistad.
Pues bien, sólo decirle que usted no se parece en nada a esta
gente, y que con usted no hubiera sido posible que en el País Vasco
tantas personas con pasados tan diferentes nos hubiéramos unido
para hacer frente a esa ignominia llamada terrorismo nacionalista.
Gracias desde aquí a todos vosotros, luchadores de la libertad y de
la democracia, y gracias a usted, presidente, por no haber vivido en
el País Vasco, porque si todos fuéramos sectarios como usted esta
lucha en común y que tantos frutos nos trajo no hubiera sido
posible.
Con usted estamos retrocediendo a velocidades supersónicas en la
derrota del terror, y parece que con usted y ese extraño proceso de
normalización y de paz que quiere sacar adelante con la ayuda
inestimable del nacionalismo, acabaremos viendo lo que sus compañeros
del País Vasco o su vicepresidenta nos han anunciado, y es que en
este partido en el que nosotros ponemos los muertos, empatemos. Sólo
espero que alguien lo remedie, y que volvamos a esos tiempos en los
que en el País Vasco por lo menos estábamos juntos todos los
luchadores por la Libertad.
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