|
El ex coronel José
Ignacio San Martín, jefe de Estado Mayor de la División
Acorazada en 1981, tenía una brillante carrera a la espalda cuando
«se encontró en el ojo del huracán de acontecimientos muy
relevantes de la reciente Historia de España», como señala la
introducción de «Apuntes de un condenado por el 23F» (Espasa),
libro que escribió en prisión y que no quiso que apareciera hasta
después de su muerte, en 2004. Se trata de un trabajo sereno
(aunque resulte dramático), cuidadoso y desde dentro, es decir,
desde una percepción de los acontecimientos que precedieron y «justificaron»
un intento golpista -que no califica así el militar- de cambiar el
rumbo de la política española. |
Cuando me encontraba en el antedespacho del
capitán general de la I Región Militar, en la madrugada del 24 de
febrero de 1981, puedo citar al comandante Conde Monge, al teniente
coronel Bonelli y al teniente coronel Suanzes (ayudante del teniente
general Quintana). Todos coincidían en que era una pena que el 23-F
fallase. La expresión más generalizada es que se había perdido «una
ocasión de oro».
Con una mirada retrospectiva a los años inmediatos al fallecimiento
de Franco, recuerdo, por ejemplo, la celebración del XXXV
aniversario del ingreso en la Academia General Militar (año 1977).
Hubo una cena en la piscina de la Escuela del Estado Mayor del Ejército,
y al día siguiente estuvimos en el Valle de los Caídos, donde
nuestras mujeres depositaron flores en la tumba del Caudillo. Subió
a un estrado Gustavo Urrutia, que era el más antiguo en aquel
momento, para dar a conocer cómo se había distribuido el Libro de
la Promoción, de cuya edición fue el alma Luis Camargo de Parada.
Hubo aplausus cuando se citó al Rey, un gran clamor cuando sonó el
nombre de la señora de Meirás, pero cuando salió el del teniente
general Gutiérrez Mellado se produjo un ligero abucheo acallado por
algunos siseos. Miguel Íñiguez, que entonces estaba en el Gabinete
del vicepresidente del Gobierno, mostró su oposición a tal actitud
e incluso confundió los siseos con una falta de respeto al Rey. El
teniente general Gutiérrez Mellado llamó a Rodríguez Ventosa, y
tras dos horas de discusión, en que Ventosa le dijo que la promoción
veía con malos ojos al Gobierno, sobre todo después de la
legalización del PCE, le devolvió el libro diciéndole: «Le
devuelvo el libro, y si algún día cambian de opinión respecto a
mi conducta para con España y quieren volver a ofrecérmelo, se lo
aceptaré».
(...) En el acto en el Valle de los Caídos se rezó por el
Caudillo. Entre los compañeros más emocionados estaban Fernando
Gautier y Jaime Barbeitio.
Al salir de la basílica, Félix Alcalá Galiano me dijo:
-San Martín, esta situación no se puede aguantar. ¿Qué hacemos?
¿Qué podremos hacer?
-No hacemos nada. Pero no se arreglará nada por procedimientos
normales. Se ha ido demasiado lejos.
En otra reunión (...) en la primavera de 1980, se interrogaba sobre
si la tropa respondería en el caso de que el Ejército tuviera que
intervenir. Mi comentario fue el siguiente:
-De eso no se puede dudar. Pero lo ideal es que nadie tenga que
salir a la calle. Mi teoría es que son los altos mandos militares
quienes tienen que presionar para que se corrijan cosas atentatorias
contra el Ejército y la unidad nacional.
En el clima de las tensiones hay que recordar el incidente que se
produjo en Cartagena entre el teniente general Gutiérrez Mellado y
el general Atarés, de la Guardia Civil, concluyendo con el
procesamiento de éste, su absolución y arresto de seis meses por
falta grave impuesto por el teniente general Milans del Bosch. Todo
por las visitas del vicepresidente del Gobierno por distintas
Regiones Militares, visitas que se aprovecharon para hablar en favor
de la Constitución. (...)
Causas del malestar
Entre las causas de dicho malestar las había de todo tipo: las que
afectaban directamente a la institución castrense y las que eran de
orden político, económico y social, pero que incidían en el
militar, en su doble condición de ciudadano y de profesional de la
Milicia. Repercutían en la colectividad militar, la acción del
terrorismo de ETA y GRAPO, esencialmente de la primera organización,
por el elevado número de víctimas mortales (más de dos centenares
en aquella época) de compañeros de los Ejércitos, de la Guardia
Civil y de la Policía Nacional. También afectaban a la Milicia las
medidas arbitrarias en materia de ascensos (casos de Ibáñez Freire
y Gabeiras), y singularmente la proposición no de ley del reingreso
en el Ejército de los antiguos miembros de la UMD, expulsados de
sus filas en virtud de sentencia de un tribunal militar.
En cuanto al orden político, económico y social se refiere, la
principal preocupación de los componentes de la institución
militar era la creación del Estado de las Autonomías y su posible
evolución hacia fórmulas independentistas (...). Al Ejército
también le inquietaban la inseguridad ciudadana, los factores de
inestabilidad económica, los conflictos sociales que repercutían
en la utilización de la institución castrense para paliar las
consecuencuias de tales conflictos en los servicios públicos.
(...) Ante la falta de cohesión del partido del Gobierno (UCD) y la
oposición radical, la voz de alarma cundió en un sector de la
intelectualidad y en parte de la clase política, quienes anhelaban
que se constituyera un Gobierno de coalición o de gestión,
presidido por un general. Quien se mostró más explícito en su
disconformidad con la situación fue el honorable Tarradellas, que
reclamaba un «golpe de timón». Puedo asegurar que en el entorno
del Monarca, en fechas muy próximas al 23.-F, se sentían también
sumamente preocupados por la evolución de la situación.
(...) Había verdadera obsesión por que se hiciera «algo». En más
de una ocasión se hablaba de la necesidad de un «golpe». Yo todavía
creía que bastaba la presión institucional. De ahí que cuando, a
través de José Luis Carrasco, que estuvo en mi casa charlando de
toda la problemática nacional y militar, me hizo saber que un
teniente coronel de caballería, conocido por su actitud golpista,
quería verme, le dije que le diera una larga cambiada. E incluso -más
adelante- mi fórmula era una presión militar muy fuerte para que
se produjera un cambio siguiendo mecanismos constitucionales.
En esa época, Pilar Arozarena habló con mi mujer para decirle que
Ricardo, su marido, quería hablar conmigo (...). Mi mujer le dijo
que vinieran a casa a cenar, pues así estaríamos más tranquilos.
La conversación versó sobre la preocupación política y cuál sería
la actitud de los mandos desde los empleos de teniente coronel para
arriba. Había generales que no hacían ascos a la eventualidad de
que el Ejército interviniera en caso necesario.
Pero había cierto deseo de que alguien tomara la iniciativa.
En otra ocasión (septiembre de 1980) estuvo en casa José Ramón
Pardo de Santayana, y hablando de todas estas cosas estuvimos de
acuerdo en que nos habíamos de producir con la máxima firmeza,
pues a lo máximo que nos exponíamos era a un arresto o incluso a
no ascender. «¿Y qué decíamos ambos, si tenemos nuestra
conciencia tranquila?». José Ramón, como su hermano Fernando, y
el general Sáenz de Tejada, donde se mostraba más intransigente, y
al borde de la rebelión, era en el tema del posible reingreso en el
Ejército de los miembros de la UMD separados del Ejército. (...)
En esa misma época fui a ver al coronel Bautista Sánchez, en la
jefatura de las FAMET. Quería comprobar cuál era su estado de ánimo,
precisamente porque sabía que no compartía mi opinión sobre la
democracia española. Y es que cualquier acción que se hiciera no
tendría que recaer sobre los «nostálgicos», sino sobre la gran
mayoría de los miembros de la institución castrense, ya que no se
trataba de que los militares gobernasen, sino simplemente de que se
enderezase una situación que veíamos que comprometía la unidad
nacional y de la cual eran víctimas un elevado número de compañeros.
Me dijo:
-Pienso que el Ejército debe asumir con toda naturalidad que los
socialistas accedan al poder, aunque habrá que atender a frenar ese
crecimiento nefasto del paro, germen de graves alteraciones (...).
Lo que no debe tolerarse es la debilidad ante el terrorismo de ETA.
No estoy convencido de que el Ejército, si tuviera que asumir
responsabilidades políticas, fuera capaz de resolver o paliar el
problema. (...) Creo que debemos vernos más a menudo y cambiar
impresiones con otros compañeros sobre ello sin impaciencias y sin
dar un paso en falso... y, por supuesto, sin ocultarnos, pues no
somos ni conspiradores ni sediciosos. Y si nos preguntan si nos
hemos visto, diremos la verdad: que sí, y que hemos hablado de la
situación nacional, de la unidad del Ejército y del apoyo con que
pueden contar nuestros mandos para tratar de que la situación no se
deteriore más.
Mis reuniones con compañeros (...) En la primera reunión
(noviembre de 1980) inicié yo la conversación, manifestando mi
idea de no permanecer impasibles. No era cuestión de oponernos sin
más al desarrollo de la democracia, sino de que las cosas
discurrieran de modo que no se comprometiera gravemente la unidad
nacional. Habló José Ramón:
-Antes de seguir (...) quiero hacer la siguiente observación: me
parece muy bien que vayamos creando un ambiente en el Ejército para
oponernos a toda corriente disgregadora, pero me niego a (...)
cualquier proyecto que pudiera ser desfavorable al Rey.
-Me lo has quitado de la boca -dijo Juan Bautista Sánchez-, pues,
aparte del afecto que siento por Su Majestad, para mí el Rey es una
garantía. Bien es verdad que por encima del Rey está España.
En mi opinión, incluso por razones prácticas, al Rey había que
respaldarle siempre e incluso combatir a los que le criticaban. Pero
es que, además, les dije que había hablado con dos personas
(Antonio Cortina, hermano del comandante, y José Luis Pérez Sánchez),
quienes me habían dicho que estaba en marcha la Operación De
Gaulle, apoyada por algunos centristas, aliancistas e incluso
socialistas, para promover la formación de un Gobierno presidido
por el general Armada.
-Esto está mejor -comentó Juan Bautista-, pues Alfonso Armada goza
de la total confianza del Rey. Además, esa solución me encanta.
-Sí -dijo Carrasco-. Sabino me habló de ello hace poco, diciendo
que había una fuerte corriente tanto en políticos como en
militares sobre la necesidad de que Suárez abandone el poder, y que
pensaban en Alfonso Armada.
Además, con el general se harían las reformas precisas, lo que
simplificaba mucho las cosas (...).
INICIO
|