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Actualizada: 24 de Septiembre de 2.005.  

 
 
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1936: El asalto final a la República.

Libertad Digital. 23/09/2005.
La editorial Áltera ha lanzado la última obra de Pío Moa, de título 1936: El asalto final a la República. En la presentación del libro ante la prensa, César Alonso de los Ríos dijo que «estamos ante un libro que cuenta la verdad». Lo cierto es que no menos de un tercio del último volumen del historiador está compuesto por un extenso apéndice documental, una iniciativa que ya llevó a las páginas de la otra obra de Moa editada por Áltera: 1934: Comienza la Guerra Civil.

En este nuevo libro, Moa analiza lo que se conoce como la primavera trágica, el período que va desde las elecciones de febrero de 1936 hasta mediados de julio, cuando se da el golpe de Estado liderado por el general Mola. A éste dedica el penúltimo capítulo del libro, en el que explica cómo el golpe inicial fracasó, dando paso más tarde a la guerra.

1934 y la Guerra Civil

La tesis más conocida del historiador es que el inicio de la guerra civil no hay que buscarlo en el levantamiento del 17 de julio del 36, sino en la propia II República, y en concreto en el intento de guerra civil por parte de la izquierda revolucionaria (el PSOE) y los nacionalistas, en octubre 1934. César Alonso de los Ríos recordó que la tesis del gran parte de la izquierda del PSOE en los 40', 50' y 60' era precisamente que ellos intentaron traer la revolución contra una república burguesa.

Pío Moa se centra en este libro en el comportamiento de la izquierda durante la primavera trágica. Su tesis es que «de haber rectificado las izquierdas después de su fracaso en el 34, aquella pequeña guerra civil habría sido muy distinta de la del 36. O, más probablemente, la del 36 no habría sucedido». Pero no lo hicieron, según relatan sus páginas.

Por un lado estaba la estrategia de los socialistas revolucionarios. Tras el fracaso de 1934, cuando intentaron derribar la República porque habían ganado las derechas las elecciones, la estrategia de Caballero sería distinta: «consiste en ir desgastando al gobierno, hasta que el sistema alcance una crisis. En ese punto, hacerse con el poder para llevar a cabo una revolución». La cuestión está, en tal caso, en cuál fue la actitud de la izquierda moderada, representada por Manuel Azaña, que había desbancado a Niceto Alcalá-Zamora como Presidente de la República, e Indalecio Prieto, del PSOE. Moa lo plantea preguntándose «¿Qué habrían hecho los gobiernos burgueses de Azaña y Casares si el proceso revolucionario culminase en una nueva insurrección como en el 34?»

Azaña, Prieto y la revolución

La respuesta de algunos historiadores, como Malefakis, es que hubieran respondido defendiendo la República, como lo había hecho el gobierno radical-cedista en 1934. En tal caso, no habría verdadero peligro revolucionario y no se justificaría el golpe de julio. Moa lo ve de un modo distinto.

La mayoría de la de derecha, ante las violaciones sistemáticas de los derechos «creía que el burgués Azaña frenaría el empuje ultraizquierdista, y por ello pidió reiteradamente en las Cortes algo tan elemental como que el gobierno cumpliese e hiciese cumplir la ley». A ello se negaron él, y más tarde Casares, y lo que obtuvo como respuesta fueron insultos y amenazas de muerte en el Parlamento.

En torno a la actitud de la izquierda, no es la que esperaba la derecha mayoritaria. Azaña declaró «el poder no saldrá ya de nuestras manos». Por lo que se refiere a Prieto, según Moa «cometió una cadena de graves ilegalidades, desde la revisión de las actas obtenidas por la derecha en las elecciones a la politización de la justicia, pasando por la destitución del presidente de la república, Alcalá-Zamora. Así el impulso revolucionario desde la calle no era frenado, sino que se combinaba con la demolición de la legalidad desde el poder». En resumen, «hay continuidad entre la guerra del 34 y la del 36, y es la continuidad del proceso revolucionario».

Documentación adjunta

Entre la documentación adjunta se encuentra una encuesta del diario satírico La Traca a sus lectores, con la pregunta: «¿Qué haría usted con la gente de sotana?». Las respuestas son variadas, pero se encuentran perlas como «Darles una buena paliza de quinientos palos a la salida del sol de cada día; Lo que se hace con las uvas: a los buenos, colgarlos y a los malos, pisotearlos hasta que no les quedara una gota de sangre; Ponerlos en los cables de la luz eléctrica, rociarlos con gasolina, pegarles fuego, y después hacer morcillas de ellos para alimento de las bestias; Ahorcar a los frailes con las tripas de los curas». Otro propone «subirlos en aeroplano y tirarlos al espacio, a unos veitemil metros, para que bajen despacio».

También está el discurso Media España no se resigna a morir, de Gil Robles, o la intervención del líder de la CEDA en el Parlamento, tras el asesinato de José Calvo-Sotelo por las fuerzas del orden, en que se preguntaba retóricamente: «¿Es que no recordamos que el diputado señor Galarza dijo en el salón de sesiones que contra el señor Calvo Sotelo toda violencia era lícito?»

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