–¿Cuantos años lleva trabajando en el TEDAX?
–Fui de los primeros en hacer el curso, pero no me incorporé a
la unidad hasta 1989.
–¿Qué le movió a ingresar en una unidad como ésta?
–Fue casi por casualidad. Un día me encontré con el comisario
que entonces la dirigía. Me propuso si quería irme con él y, como
tenía hecho el curso, le dije que sí. Fue más por amistad que por
otra cosa.
–¿Qué se siente cuando se enfrenta a una bomba sabiendo
que arriesga su vida para desactivarla?
–En ese momento, cuando estás con el artefacto, apenas tienes
tiempo para pensar en nada más que en cómo desactivarla. Estudias
las alternativas, los procedimientos que puedes utilizar. Después,
cuando todo ha terminado, sí que piensas en lo que podría haber
ocurrido si algo hubiese ido mal.
–Lo cierto es que no tienen mucho margen para los errores.
–No. Salvo que estés trabajando con un artefacto de escasa
potencia o que cometas un error minúsculo, se trabaja sabiendo que
el primer error puede ser el último.
La
onda expansiva.
–¿Ni siquiera el aparatoso traje que utilizan en sus
intervenciones les protege completamente?
–Su efectividad depende de muchos factores: de la cantidad de
explosivo, de la distancia a la que explote el artefacto... Con una
bomba pequeña es efectivo, pero si te pilla un coche bomba de
lleno, te lleva por delante. La onda expansiva te destroza.
–De hecho, muchos desactivadores han muerto en acto de
servicio.
– Sí. Tuvimos una racha muy mala en 1991. Primero murieron dos
compañeros cuando estaban radiografiando un artefacto que había
dentro de una furgoneta. Y veinte días después, otros tres
fallecieron en Villaverde (Madrid) cuando comprobaban si habían
desactivado bien una bomba y estalló.
–¿Ni siquiera entonces se siente miedo a poder ser el
siguiente?
–Más que miedo, lo que sientes es frustración.
–¿Ha habido casos de agentes que hayan abandonado por
miedo?
–Yo sólo conozco uno, y no lo dejó por miedo, sino por su
esposa. A ella le resultaba insoportable lo que hacía. Y después
de que falleciesen de manera tan seguida los cinco compañeros, le
dio a elegir entre su matrimonio o su trabajo. Y lo dejó.
–¿Su familia no le ha puesto nunca en una situación
parecida?
–No. Siempre me han apoyado.
–En los últimos años el material que usan ha mejorado
mucho y eso facilitará la labor.
–Desde luego. El robot, por ejemplo, está mejor equipado que
el que usábamos en 1989. Tiene más medios de detección, más
prestaciones... Sí, en general se trabaja con mejores medios.
–¿El uso del robot fue una especie de revolución dentro de
la especialidad o sólo una mejora más?
–El robot es importante porque da mucha seguridad. Sabes que,
en el caso de que la cosa sea muy complicada y haya muy pocas
probabilidades de desactivar el artefacto, puedes enviar al robot
para que lo detone sin jugarte la vida.
El
11 de Marzo
–¿Qué supuso el 11-M para la unidad?
–Fue una prueba importante. Cuando estallaron las bombas, había
dos TEDAX en Atocha. Uno estaba en la estación, lejos de donde
explotaron. El otro estaba en uno de los vagones del tren en el que
las pusieron. Fueron los primeros en ponerse a trabajar, aunque como
tenían poco instrumental, tampoco pudieron hacer nada.
–¿Acusaron mucho el golpe psicológico de tal matanza?
–No demasiado. Días después de los atentados, vinieron psicólogos
de la Universiad de Alcalá que estaban haciendo un estudio a los
afectados a hacernos algunas preguntas. Y resulta que los TEDAX éramos
de los menos afectados.
–¿Cuestión de carácter?
–No. Llevamos muchos años en esto. Aunque suene duro, ver un
muerto no impresiona tanto. Los heridos sí impresionan. El dantesco
espectáculo de los heridos de los andenes de Atocha sí sobrecogía.