Con ETA desbocada en su terrorífica carrera asesina, un elemento de
sobra conocido pero hasta entonces poco usado por los terroristas
vascos comenzó a ser empleado con profusión: las bombas. El 20 de
diciembre de 1973, 100 kilos de goma 2 ocultos en un túnel excavado
en la calle Claudio Coello de Madrid acabaron con la vida del entonces
presidente del Gobierno, Carrero Blanco. Pocos meses después, en
septiembre de 1974, otro artefacto colocado en la cafetería Rolando
mató a doce personas y dejó heridas a otras 80.
Tiempos de arrojo y determinación. La solución a esta
escalada parecía obvia: crear una unidad especializada en la
neutralización de artefactos explosivos. Pero, ¿por dónde empezar?
«Lo que había hasta entonces eran especialistas del Ejército,
artificieros que desactivaban los proyectiles reglamentarios. Pero no
existía grupo alguno, ni aquí ni en el resto de Europa, preparado
para enfrentarse a bombas artesanales, improvisadas, diferentes entre
sí», explica el comisario Juan Jesús Sánchez Manzano, jefe de la
unidad. La falta de referentes no podía ser, sin embargo, un obstáculo.
El tiempo y la necesidad apremiaban y el Ministerio de la Gobernación
no lo dudó. El 31 de enero de 1975, mediante orden interna de carácter
privado, decidió crear la especialidad de Técnico Especialista en
Desactivación de Explosivos (Tedax), pionera en el Viejo Continente.
Los comienzos siempre son duros y la falta de un espejo en que
mirarse hizo, si cabe, más complicados los primeros pasos de la
unidad. «Tenía mucho mérito trabajar en aquellas condiciones»,
dice con admiración y respeto Sánchez Manzano. Con poco más que sus
manos, una caja con herramientas convencionales y gran determinación
y coraje, fueron desbrozando el camino: diseñando procedimientos,
inventando útiles para su trabajo... y, por supuesto, desactivando
bombas. «El suyo sí que era un método autodidacta, fruto de la
experiencia y de los fallos, aunque en esta especialidad el margen de
error es mínimo», añade el comisario Manzano. Y es que a veces,
apenas cuentan con tres segundos para salvar una vida.
Avance de la tecnología. De aquellos tiempos a los actuales
siguen quedando el arrojo y la valentía de unos hombres que con gran
pericia se enfrentan a artefactos plagados de trampas dispuestos, si
es preciso, a sacrificar su vida para salvar la de los demás. Los
medios, por fortuna, han evolucionado enormemente. Ahora, los técnicos
desactivadores disponen de instrumental adecuado, de un moderno traje
de protección fabricado en kevlar –un material muy resistente y
ligero que les protege de algunas explosiones y de la metralla y les
facilita los movimientos– y de un robot que minimiza los riesgos y
que es el orgullo de la unidad. Diseñado por los propios agentes, en
colaboración con una empresa española, su valía ha sido reconocida
internacionalmente.
La tecnología no ha podido evitar, sin embargo, que trece miembros
de la unidad hayan perdido la vida en acto de servicio y otros doce
hayan resultado heridos. El primero en engrosar tan terrible lista fue
Rafael Valdenebro, que murió el 23 de febrero de 1978 cuando
desactivaba una bomba del Movimiento por la Autodeterminación e
Independencia del Archipiélago Canario. Las últimas víctimas fueron
tres agentes que murieron en 1991 cuando revisaban un artefacto que
creían desactivado. Fue éste un año aciago para el grupo, que en sólo
20 días perdió a cinco miembros.
El riesgo, sin embargo, no ha mermado el interés de los agentes de
la Policía por entrar en la unidad. «Todo lo contrario. Tal vez sea
la especialidad más solicitada por su completa formación», dice el
comisario Manzano. Un agente del Tedax tarda nueve meses y medio en
formarse. «Bueno, realmente, tras el curso se les da el diploma, pero
sólo la experiencia y el continuo reciclaje forman al verdadero
especialista», añade. Los desactivadores pasan la mayor parte de su
tiempo practicando, estudiando nuevos métodos –cada dos años deben
hacer un curso de reciclaje, además de estudiar de manera continua
todos los procedimientos y materiales que recogen tras cada intervención–
e intercambiando información con otros colegas para estar preparados
en el momento de actuar. Por ello, para estos agentes tan importantes
son las aptitudes que les permitirán desactivar un artefacto
–capacidad de concentración y análisis, estabilidad emocional y
seguridad en sí mismos para tomar las decisiones correctas– como el
afán permanente de superación y perfeccionismo para aprender de la
experiencia y de los errores. «Después de cada intervención, los
miembros de la unidad se reúnen para analizar lo que se ha hecho. Y
las críticas que allí se hacen son feroces. Sólo así se puede
aprender», explica el comisario Manzano.
NRBQ. Las nuevas amenazas han obligado a que, desde hace unos años,
todos los Tedax tenga también que estar especializados para actuar en
caso de un ataque nuclear, radiológico, biológico o químico, de
manera que la unidad ha sido refundida como TEDAX-NRBQ. Para estar
preparados, los agentes reciben un primer curso de 15 días. «No
obstante, esperamos que a finales del año próximo, los 300 agentes
hayan hecho el curso de especialización NRBQ de dos meses», explica
Pedro Ríos, jefe de la Brigada Central de esta rama. Aunque todo el
mundo piense en un ataque nuclear, la principal preocupación es la
explosión de una bomba sucia, un artefacto explosivo asociado a una
fuente radioactiva. «Por desgracia, estas fuentes son más fáciles
de obtener de lo que la gente piensa», dice Ríos.
La unidad no ha tenido que hacer frente a ninguna contingencia de
este tipo, aunque sí a otras, como el 11-M, que puso a prueba su
capacidad y que superaron con amplitud.
® La
Razón. 25 de Junio de 2.005.-