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Correspondencia entre don Juan y Franco.


 
Con fecha 12 de mayo de 1942, Franco contesta, con gran retraso, la carta de don Juan.

12 de mayo de 1942.

A S.A.R. el Príncipe don Juan de Borbón.  

Alteza:

Hace muchos días que deseo escribiros para agradeceros la sinceridad de vuestra carta y haceros presente mi pensamiento sobre algunos de los puntos que la misma encierra con aquella lealtad y claridad que fue normal en mis relaciones con vuestro padre y que por otra parte me impone la responsabilidad que sobre mí pesa.

Destaca en ella vuestra fe en la institución monárquica que si es indispensable al Rey para mantenerse en el trono, sin embargo no lo es todo; tienen que conjugarse las instituciones y las personas y mucho más en las épocas fundacionales.

Las personas son las que crean; las instituciones lo más que logran es conservar o afianzar lo creado. Monarquía existía en España antes y después de los venturosos años de Isabel la Católica, de Carlos I y de Felipe II, y, sin embargo, sus antecesores tardaron 8 siglos en reconquistar lo que los árabes les arrebataron en contados días; y el Imperio que ellos forjaron vivió trescientos años en los que sus sucesores lo fueron liquidando.

La verticalidad estaba pues en aquellos monarcas. Si nos adentramos en el examen de la Historia y de los acontecimientos contemporáneos, encontramos que los males de España no venían de los años inmediatos al 14 de abril, su proceso de descomposición tenía raíces mucho más hondas.

La institución monárquica había venido perdiendo con su poder, su arraigo popular y las personas que la representaban no se formaban ya en la escuela de sus gloriosos antecesores. Por eso en nuestro juicio no podemos igualar a las personas que forjaron el Imperio con las que lo perdieron, pese a las buenas cualidades que hayan podido tener, y cuando hablamos de Monarquía la entroncamos con la de los Reyes Católicos, con la de Carlos I y Cisneros o con la del segundo de los Felipes; pero no con los que firmaron las paces que mutilaron nuestro Imperio, suscribieron la separación de Portugal o nos infamaron en Utrecht.

Esos tres siglos de constantes desmembraciones no pueden contar para nosotros y sé que tampoco para Vuestra Alteza.

No son las instituciones, parece, las que han de hacer a España capaz de cumplir su histórica misión; sino los jefes que dirijan su revolución nacional, sus nuevas juventudes que con tanto heroísmo como desinterés se sacrifican. La Monarquía de los Reyes Católicos, tan admirada como poco comprendida, fue una Monarquía revolucionaria, totalitaria en el más puro sentido de esta palabra; lo demuestra cuando a los inveterados excesos de los grandes señores, crea y opone la Santa Hermandad que asegura a los viajeros y al comercio contra los expoliadores, echando los cimientos de la moderna fuerza de orden público; al recabar y asumir el supremo poder de las órdenes militares, nervio de los ejércitos de aquellos tiempos, antes retenido en diversas manos; al limitar jurisdicciones y reforzar poderes, recabando una mayor y más eficaz intervención en los nombramientos de la Iglesia; al imponer la fe de Cristo a todos los españoles, expulsando de nuestra tierra a judíos y moriscos, y unir a todos en la gloria y en los sacrificios.

Su Corte se componía entonces de guerreros y de santos y de grandeza que hacia el exterior proyecta, es en el interior para toda justicia amparo.

Los tiempos posteriores son, en cambio, los de la mala escuela, de la Monarquía decadente y sin pulso, que ya no proyecta hacia el exterior el genio de España, sino que recibe, acoge y ensalza lo de la antiespaña concibe allende las fronteras y que culmina en la invasión enciclopédica y masónica que patrocinan Floridablanca y el conde de Aranda que fatalmente tenía que terminar ennobleciendo a banqueros y especuladores, los mismos que los últimos años sonsacaban el socorro rojo internacional y ayudaban a los periódicos marxistas.

Bajo aquel sistema fallaban los más firmes propósitos. ¿Cuánto fue el patriotismo y buena voluntad de vuestro amado padre, para mí querido Rey, en el servicio de la Nación y cómo sus buenos propósitos naufragaron en medio de la desasistencia, el egoísmo o los torpes intereses de grupo y de partidos irresponsables, más fuertes y poderosos que la propia Monarquía? ¿Cuántos de los que hoy se llaman monárquicos viven llenos de prejuicios liberales, de bastardas ambiciones o de turbios propósitos y añoran aquellos pasados y desdichados tiempos? Los sucesos de la Historia están encadenados y no se producen casualmente, sino como resultado de un proceso que, sin embargo, muchas veces no acertamos a descubrir.

La pérdida del arraigo de la Monarquía, la proclamación de la República, los avances del marxismo y comunismo, y la consiguiente rebelión de las masas, son consecuencia directa de otros hechos que no podemos desconocer.

Al dejar de ser la Monarquía para los españoles su amparo y  defensa, perdidas con sus ideales sus virtudes guerreras y verla presidir el nacimiento, la expansión y el dominio del capitalismo, a quien llega a honrar y ennoblecer, el pueblo por éste esclavizado, la encasilló entre sus opresores y ésta fue la verdadera causa de que en la primera coyuntura, sin pena ni gloria, el más ligero viento la  haya derrumbado.

El poder de captación del marxismo y comunismo fue un fenómeno racional. El papel que al Rey en el orden temporal y a la Iglesia en el espiritual correspondían en la defensa de nuestro pueblo contra la nueva esclavitud del capitalismo, que les hubiera creado el calor y entusiasmo de las masas, no lo supieron ver, y el marxismo y comunismo, haciendo de esa defensa bandera, logran esa fuerza proselitista que aún hoy se intenta desconocer.

Las masas españolas llevan varios siglos de miserias. Quienes os digan otra cosa os engañan. El 33 por ciento de las viviendas españolas son chamizos o cuevas insalubres; las camas en los sanatorios antituberculosos del Estado no llegaban a la vigésima parte del número de los que al año fallecían, y nunca podían ser alcanzadas por los humildes.

La vida de nuestras clases modestas y medias es muy inferior a la de los demás países europeos. Los monocultivos y las grandes propiedades crean un paro estacional en las dos terceras partes del año. La educación profesional, tan abandonada, que faltando obreros especialistas sobraban centenares de miles de peones. El retiro obrero estaba constituido por una peseta diaria después de cincuenta años de continuo trabajo. Los seguros sociales, atrasados cuando no burlados.

Cuando se tienen cinco o menos pesetas de jornal y varios de familia, y existen la falta de seguridad en el salario y de pan en la vejez, no se puede amar ni siquiera sentir al régimen que lo preside.

Al mirar, en cambio, el sector privilegiado veían multiplicarse los bienes y las riquezas y cómo éstas se acumulaban en unos pocos, plenos de derechos y desconociendo las más de las veces los deberes.

¿Creéis que en una España así se puede sentir la solidaridad de españoles? Yo no sé cómo sienten siquiera a nuestra Patria, don divino tiene que ser cuando perdura a pesar de tantas injusticias. Esta es la razón de nuestra Revolución que yo con la Falange patrocino. Muchos son los enemigos que intentan impedir su realización y desprestigiar el movimiento, tachándonos de demagogos; pero no importa, amé siempre las dificultades y si cayese en el empeño no podría alcanzar honor más alto.

La realización de esta revolución, sin la cual España volvería a su situación preagónica, es incompatible, hoy por hoy, con la proclamación de instituciones que si posibles en pueblos como Hungría, que por carecer de dinastía no la colocan en situación de interinidad, en España tened la seguridad de que serviría para que nuestros enemigos, unidos a ambiciosos y arribistas, polarizasen alrededor del Príncipe, con descrédito para su persona y grave daño para la Patria.

Yo siento tener que deciros que ese sentimiento monárquico que os quieren hacer ver existente en nuestro pueblo es falso, una gran parte de los que hablan de Monarquía añoran la decadente y sin pulso; otros la identifican con la explotación impune de los humildes y el restablecimiento del régimen liberal con unos grupos en lucha, para muchos es la impunidad para los crímenes, el resurgimiento del separatismo o la vuelta de los expatriados. Esto es el triunfo a plazo fijo de nuestros enemigos.

La Monarquía que a España conviene, como nosotros la sentimos, la única posible, ésa es la que no quieren. No ignoro que existen insensatos que, ciegos a todo raciocinio, intentan aprovechar la coyuntura que les ofrece la mala situación de abastecimientos y el apoyo del conglomerado anglo-comunista, tan favorable al torpe espíritu de los vencidos ansiosos de revancha; pero estamos alerta, pasaron los tiempos en que una maniobra política o un pronunciamiento afortunado en un pueblo sin alma, podía derrocar un régimen. Nuestra cruzada es prueba elocuente de tal quimera. Al juzgar la situación de España no se puede olvidar que el comunismo y la masonería no perdonan, no se darán por vencidos; el extranjero les ayuda a alentar la disidencia dondequiera que la hallen, pues al interés secular de arruinar y mediatizar a España, se une hoy el de la guerra a vida o muerte que el mundo mantiene y en la cual España tiene una parte clara y españolísima.

Nuestros órganos de policía constatan a diario actividades intensas en este orden que con mano firme se reprimen. Para salvar a España el único camino es el de reforzar su unidad realizando la Revolución Nacional que haga a todos solidarios en su servicio, y esta unidad y solidaridad no se realizarán más que sobre el partido único y la educación total de las juventudes en un credo político que se apoye en verdades eternas, como son la ley de Dios, el servicio a la Patria y el bien general de los españoles.

Así lo siente ya la juventud en pleno, sin que desfiguren esta plenitud la disidencia artificialmente mantenida de unos pequeños grupos, sujetos inconscientes de manejos extranjeros.

Cuando os hablen de lo que piensan los distintos grupos políticos, tened presente que los que se llamaron partidos fueron sólo las máscaras que encubrían bastardos intereses. Ni el destino católico de nuestro pueblo, ni el bien de la Patria ni en general  de los españoles, lo tuvieron jamás; estaban en este o en el otro grupo porque les convenía a sus ambiciones de todo orden; así os explicaréis sus cambios frecuentes de casaca y que lo mismo les diese la República que la Monarquía.

Analizad la conducta de las personas que os solicitan, medid sus servicios a la Patria, examinad sus ideas sobre los problemas sociales y descubriréis sus ambiciones, unas veces políticas, otras de privilegios, las más de intereses materiales y muchas también de vanidad; sin contar los aspirantes a condes y marqueses.

El que el régimen liberal encerrase tantos explotadores y vividores políticos no quiere decir que no exista una política noble y que los pueblos puedan vivir sin política. Todos los seres racionales tienen en su pensamiento dos huecos: el religioso y el político; la predisposición a creer en lo sobrenatural y el juicio de lo que conviene a la sociedad de la que forman parte, y cuando este hueco no se llena con la verdad, otros lo llenarán con sus errores.

La grandeza y la propia existencia de la Patria, pues, en la labor que se haga con sus juventudes, en construir sobre ella y no sobre los residuos de lo corrompido, y esto, para lo que yo tengo tantas prisas, es incompatible con la precipitación de etapas que intentan inspiraros. La vida de España está tan intensamente ligada a esta gran obra que tened la seguridad que sin ella, tarde o temprano, todo de nuevo se derrumbaría.

Es mi ilusión que no tarde en coronarla para poder ofreceros en ese día con la jefatura total del pueblo y sus ejércitos, el entronque con aquella Monarquía totalitaria que sólo por serlo vio dilatarse sus tierras y sus mares.

Yo me permito rogaros meditéis estas palabras y os identifiquéis con la Falange Española Tradicionalista y de las JONS y prohibáis a cuantos se titulan vuestros amigos el estorbar o retrasar este propósito. Convencido de que así serviréis al interés supremo de nuestra Patria y a la continuidad histórica de vuestra dinastía.

Con la máxima sinceridad y el más sentido afecto.

Francisco Franco. Madrid 12 de mayo de 1942.

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